La m¨¢quina nazi de exterminio
En una carta a su maestro Karl Jaspers, Hannah Arendt dec¨ªa de La destrucci¨®n de los jud¨ªos europeos que era "un cl¨¢sico". "Nadie", a?ad¨ªa, "podr¨¢ ya escribir sobre estas cuestiones sin recurrir a ¨¦l". Lo dec¨ªa ella que dos a?os antes, en 1961, hab¨ªa desaconsejado a la editorial Princeton University Press que lo editaran porque no a?ad¨ªa nada nuevo a lo ya sabido. ?ste ha sido el sino del libro de Raul Hilberg: ser reconocido como el mejor libro de historia sobre la maquinaria nazi de destrucci¨®n del pueblo jud¨ªo, pero tambi¨¦n, para muchos, piedra de esc¨¢ndalo. El autor cuenta que lo llev¨® a zambullirse en este proyecto el desinter¨¦s por una cat¨¢strofe de esas proporciones.
La investigaci¨®n de Hilberg parte de una decisi¨®n metodol¨®gica que no siempre ha sido entendida: privilegiar el punto de vista del verdugo. Enti¨¦ndase bien, no se trata de darle la raz¨®n, sino de seguir sus huellas, leer sus documentos, analizar la puesta en pr¨¢ctica de sus medidas antijud¨ªas, para recomponer la maquinaria de muerte. En cinco a?os, pensaba ¨¦l, pod¨ªa hacerse con toda esa informaci¨®n que los nazis no lograron destruir. Esta opci¨®n metodol¨®gica se explica porque "s¨®lo los perpetradores ten¨ªan una visi¨®n general"; los testigos aportan la intensidad de su propia experiencia, pero no pueden ver lo que les trasciende "las bardas del gueto". Con esta sencilla pero determinante decisi¨®n, Hilberg est¨¢ distinguiendo entre historia y memoria, entre el espacio de la reconstrucci¨®n hist¨®rica y el desierto interior que la historia deja tras de s¨ª.
LA DESTRUCCI?N DE LOS JUD?OS EUROPEOS
Raul Hilberg
Traducci¨®n de Cristina
Pi?a Aldo
Akal. Madrid
1.456 P¨¢ginas. 105 euros
Tras trece a?os de trabajo se plantea su publicaci¨®n. Los editores no se f¨ªan y, para colmo, una tal Hannah Arendt informa negativamente. Cuando sale en una peque?a editorial, no causa sensaci¨®n. "Los lectores norteamericanos", dice el autor, "no estaban preparados para este tema", es decir, no hab¨ªan establecido la relaci¨®n entre su vida y la de las v¨ªctimas del nazismo; los jud¨ªos, por su parte, le¨ªan ese doloroso pasado bajo la ¨®ptica pol¨ªtica de una memoria a la que costaba reconocerse en la Shoah. Los pueblos europeos, finalmente, estaban afanados en construir un futuro que pasaba de momento por volver la espalda al pasado. Todo eso imped¨ªa comprender la intenci¨®n de Hilberg que no era la de tratar un asunto de jud¨ªos o alemanes, sino la de contribuir a la autocomprensi¨®n de cada pueblo implicado, porque Auschwitz no fue posible sin la complicidad de todos los pa¨ªses europeos y de todos los estamentos de cada pa¨ªs.
Hay aspectos del libro que desconciertan. Las v¨ªctimas, ya se ha se?alado, se sienten a disgusto porque no entienden que el rigor cient¨ªfico exige primar el documento sobre el testimonio. Tambi¨¦n desasosiegan los juicios sobre la escasa resistencia jud¨ªa. Escribe, por ejemplo, que "la ¨²ltima y gran revuelta tuvo lugar en el Imperio romano a comienzos del siglo II" o "el patr¨®n de reacci¨®n de los jud¨ªos se caracteriza casi completamente por la falta de resistencia". Son juicios dr¨¢sticos que deber¨ªan ser matizados, pero que le sirven para explicar la conducta de un pueblo que hab¨ªa renunciado a un Estado propio.
Y, junto a la opci¨®n de reconstruir la m¨¢quina de muerte siguiendo las huellas de los verdugos, hay que subrayar la monumentalidad de la obra. Se estudian los antecedentes de cada pieza -ya sea humana, ideol¨®gica o institucional-, c¨®mo funcion¨®, qu¨¦ resultados obtuvo, en qu¨¦ pa¨ªses. Los 55 a?os invertidos en estas 1.400 p¨¢ginas proporcionan un arsenal inimaginable de informaci¨®n rigurosa. Como dice el autor, un libro as¨ª no se acaba cuando el mismo pone el punto final, como ¨¦l hizo en 2003, justo a tiempo de incluir algunas precisiones sobre el papel de Espa?a o la actuaci¨®n de Sanz Briz en Budapest. Quedan muchos documentos que leer y muchas lenguas por descifrar. El apabullante rigor de los datos no le priva de un ritmo vital trepidante. Mientras caen los n¨²meros de muertos y deportados o los nombres de los bur¨®cratas asesinos, nos sorprende con una mirada a la entrada de la c¨¢mara de gas de Treblinka donde cuelga una cortina, robada en alguna sinagoga, que dice: "?sta es la puerta que atraviesan los justos". O ese comentario de Stangl, el responsable de la eutanasia, sorprendido por la frustraci¨®n de una monja que no entiende por qu¨¦ desechan para sus experimentos al ni?o deforme que ella les ofrece.
Este libro es inseparable de su historia. Ha quedado dicho la extra?a reacci¨®n de Hannah Arendt. En medio est¨¢ el juicio a Eichmann en Jerusal¨¦n. Arendt fue contratada por The New Yorker para que siguiera el juicio. Estuvo diez semanas y se vino tres d¨ªas antes de la declaraci¨®n de Eichmann. Gracias a la copia que ten¨ªa del manuscrito de Hilberg pudo hacer unas cr¨®nicas que llamaron la atenci¨®n. Hilberg busc¨® en vano alguna nota de reconocimiento cuando las cr¨®nicas se convirtieron en el famoso libro Eichmann en Jerusal¨¦n. Algo debi¨® ocurrir para que en la segunda aparecieran estas palabras: "Como el lector habr¨¢ podido constatar, he utilizado ...
La destrucci¨®n de los jud¨ªos europeos de Raul Hilberg".
La edici¨®n espa?ola, traducida en un lenguaje muy fluido, est¨¢ impecablemente presentada. El autor ha tenido la cortes¨ªa de a?adir un prefacio en la que se?ala c¨®mo la apertura democr¨¢tica que sigui¨® a la muerte de Franco ten¨ªa que aproximar al lector espa?ol de la cat¨¢strofe jud¨ªa. Pero han tenido que pasar treinta a?os de democracia para que este libro imprescindible llegue a sus manos.
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