Fin de trayecto
A la Liga le quedan setenta goles y tres bostezos: el bostezo del condenado, el bostezo del centinela y el bostezo del le¨®n.
Son los gestos que corresponden a tres estados de ¨¢nimo en el escalaf¨®n del Campeonato. Atrapados en tierra de nadie, a medio metro de Segunda Divisi¨®n, unos descuelgan la quijada en un rictus de agon¨ªa; otros abren la boca, bufan con desconfianza y miran de reojo en un acto reflejo inevitable. M¨¢s all¨¢, en las capas altas del torneo, los que luchan por los primeros premios ocultan las heridas, fingen aplomo, alargan la dentadura y lanzan al aire los dos sonidos del candidato en apuros: un gru?ido ronco y una dentellada de farol.
Desde lo alto de la ladera, el Barcelona sacude la melena en una estudiada muestra de confianza. Luego elige un sitial para levantar la Copa, abre las fauces y exhibe por si acaso sus once colmillos. Bosteza como un campe¨®n.
Aunque todos acusan la fatiga de la ansiedad, no est¨¢n podridos de agotamiento ni de indiferencia. S¨®lo sufren el v¨¦rtigo de los finales: despu¨¦s de haber estirado hasta el l¨ªmite las cuerdas del sistema nervioso, unos tienen miedo y otros tienen prisa. Pero no se atreven a dormir.
Sin embargo, nada resume tanto los valores de esta Liga como el duelo entre los dos grandes aspirantes. Obligado por la fuerza de la costumbre, el Madrid empez¨® buscando alg¨²n nuevo bal¨®n de oro en las joyer¨ªas del mercado: con Figo, Zidane, Ronaldo y Beckham hab¨ªa saturado el equipo de multimillonarios, gentes de dinero y de prestigio que nunca ped¨ªan un taxi, sino un avi¨®n. Eran los herederos de la extinta jet set, ol¨ªan mitad a colonia, mitad a queroseno, y con ligeras diferencias hab¨ªan convertido sus vidas en una complicad¨ªsima trama de trueques inmobiliarios, sesiones fotogr¨¢ficas, cambios de pareja y otros ecos de sociedad. Sin perjuicio de sus limpios historiales y de su t¨¦cnica remanente, a estas alturas de la temporada burs¨¢til ya no eran de este mundo; pertenec¨ªan por igual a los estadios y a las pasarelas. Como buenos potentados, a veces corr¨ªan para quemar toxinas y a veces, s¨®lo a veces, para ganar.
Con Owen como testigo estuvieron ausentes durante la primera vuelta. Mientras tanto, los chicos de Rijkaard so?aban con emular a sus ilustres y veteranos competidores, as¨ª que no pod¨ªan hacer otra cosa que pensar en el marcador. Unidos por la doble necesidad de conseguir un historial y un capital, jugaron cada minuto con un mismo entusiasmo. Hoy nadie discute sus dos formas de generosidad: corrieron mucho y corrieron siempre.
Su ejemplo nos ha permitido confirmar que la Liga nunca defrauda a quienes le son leales: nueve meses despu¨¦s han ahorrado tanto que ya no necesitan hacer cuentas.
A ellos les basta con esperar.
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