La zorra
A M? (CONCRETAMENTE) me gustar¨ªa ser china. Dicen que las ni?as chinas adoptadas, cuando conocen a sus padres europeos, rompen a llorar al ver las narices tan grandes que tienen. Natural. A m¨ª (concretamente) me gustar¨ªa tener la nariz pegada a la cara, como las chinas. Ser¨¢ por esnobismo, ll¨¢malo x, pero si se pudiera cambiar de raza, yo ahora mismo firmaba por ser china. El otro d¨ªa en el metro iba una china con una camiseta que llevaba impresa la siguiente frase: "Todos los hombres quieren poner en su vida una chica china". Est¨¢n de moda, ellas lo saben, y nos lo repasan a las blancas por la cara. Los americanos est¨¢n tan hartos de las americanas, de sus precontratos de boda, de su histerismo, que se pasan al Extremo Oriente: buscan chinas. Creen que la china es sumisa. Van de cr¨¢neo. Les parecer¨¢ una teor¨ªa superconspirativa, pero yo tengo la sospecha de que los chinos sueltan chinas por el mundo occidental para que procreen con nuestros hombres y la humanidad vaya volvi¨¦ndose china. Es un proceso lento, pero los chinos act¨²an a dos siglos vista. Cuando un blanco va, un chino ha ido y ha vuelto dos veces. A m¨ª me gustar¨ªa ser una escritora china; si fuera una escritora china, ya me habr¨ªan traducido al ingl¨¦s, fijo. Pero tengo una cara de espa?ola que doy asco. Y encima hablo espa?ol, pero no soy ex¨®tica, porque a los americanos lo que les gusta de los que hablan espa?ol es que apesten a exotismo. Hablando de exotismo, circula por Internet un anuncio que me parece esclarecedor: una gitana de esas que pon¨ªamos encima de la tele est¨¢ colgada ahora la pobre del filo de una pantalla extraplana, como si estuviera a punto de caerse por al abismo. Qu¨¦ va a ser de ese entra?able souvenir a ra¨ªz de las pantallas extraplanas. Esos pensamientos, estando como estoy tan lejos del Estado, me llenan los ojos de l¨¢grimas. Yo carezco de inter¨¦s para los americanos: si todav¨ªa escribiera libros como los de Isabel Allende con abuelas sabias y m¨¢gicas, me comer¨ªa alg¨²n rosco; o como su ¨²ltima novela, que trata del Zorro, que ustedes pensar¨¢n que es un tema oportunista (que te cagas), porque ustedes siempre van a pensar por el lado miserable. Yo siempre he llegado tarde a las modas. A la moda de la literatura femenina llegu¨¦ cuando ya todas se hab¨ªan repartido todos los temas: el desamor, la crisis de la edad, las abuelas m¨¢gicas, las abuelas cocineras, la sabidur¨ªa femenina, las mujeres follatrices, y ahora va la t¨ªa esta (lo digo sin acrit¨²) y me pilla el tema Zorro, y encima seguro que le da un toque antiespa?ol, que eso ya vende que te mueres. A m¨ª se me hab¨ªa ocurrido, a ver qu¨¦ les parece a ustedes, que tal vez yo podr¨ªa redundar sobre el tema Zorro pero contando la historia desde la parte de ella (para entendernos, en plan Catherine Zeta-Jones), lo que ocurre es que el libro, por narices, deber¨ªa llamarse La Zorra (es de caj¨®n), pero mi santo dice que la gente en Espa?a es muy mala, que pensar¨ªan que es autobiogr¨¢fico y que ¨¦l no tiene ganas de pegarse con nadie. Pues nada, hijo, lo que t¨² digas. No es que me quiera poner sociol¨®gica, pero hay veces que los hombres te socavan a nivel creativo. Yo estoy muy socavada. Si a veces notan ustedes que estoy como contenida, no lo duden, es que estos art¨ªculos, antes de ser publicados, sufren serias mutilaciones. Mi santo (al que a partir de ahora llamaremos el Censor) se pone a borrarme cosas y me deja los art¨ªculos en el chasis. Es m¨¢s, ya que estamos hablando a calz¨®n quitado, les confesar¨¦ una cosa: ?se acuerdan ustedes de aquel m¨ªtico art¨ªculo llamado El Higo? Pues El Higo lo mand¨¦ al peri¨®dico sin ense?¨¢rselo y cuando lo vio el t¨ªo en el peri¨®dico, me dijo: "Otro Higo como este y ya sabes, bonita, d¨®nde tienes la puerta". Esto se est¨¢ poniendo muy tenso, lo que pasa que de cara a la galer¨ªa todo es jij¨ª-jaj¨¢. Lo que te digo: que me gustar¨ªa ser china. Con el miedo que me daban a m¨ª los chinos cuando era peque?a. Cre¨ªa que los chinos iban juntos como los gremlins a todas partes y quer¨ªan apoderarse del mundo (qu¨¦ ni?a tan intuitiva). Yo ten¨ªa la misma idea de los chinos que de los rojos. Cuando era peque?a pensaba que los rojos eran rojos, peque?os, diab¨®licos, y temibles, como los chinos. Luego yo me hice roja (peque?a, diab¨®lica y temible), y ahora quiero ser china. Las vueltas que da la vida. De la mujer china me gusta que no tiene vello, ni nariz, ni coraz¨®n. La china no sufre. Yo voy a la china depiladora. Y ella me dice: "?Biquini?". Y yo le digo que yes. Y entonces la china me agarra, sin compasi¨®n, sin bollerismo, de mis partes ¨ªntimas, agarrando aquello como quien agarra un conejo para despellejarlo, y de un cruel tir¨®n me deja el asunto completamente desarbolado. Se puede elegir entre dos acabados para el vello p¨²bico: forma de coraz¨®n o de billete de metro. Pero mi china tiene su propio estilo: bigotito franquista. Acabada la faena me extiende la mano pidiendo su dinero. El hecho de haberme tocado en lo m¨¢s ¨ªntimo no la conmueve. Yo pago y salgo de all¨ª turbada, sintiendo como que la mano de la china sigue ah¨ª, agarr¨¢ndome. En la puerta espera un hombre joven, v¨ªctima del metrosexualismo, que con voz avergonzada le dice a la china que quiere depilarse el torso. Y pasa al cuarto, como cerdo que pasa al matadero. Qu¨¦ pensar¨¢n las chinas en esta ¨¦poca en la que pelan a millones de blancos y blancas, con narices tremendas y velludos. Piensan que somos una especie en extinci¨®n, y que en menos de cien a?os, todos chinos. Descarao.
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