Los piratas de Libertalia
Hay en el norte de Madagascar una ciudad llamada Diego Su¨¢rez en cuyas deterioradas calles se mezclan ciudadanos de procedencia sakalava, ¨¢rabe, china, francesa, indonesia, comoriana y vietnamita para arrojar como resultado uno de esos densos ambientes portuarios en los que absolutamente todo parece posible. La culpa del original nombre de la ciudad, m¨¢s propio de un ciudadano espa?ol que de una poblaci¨®n malgache la tienen un par de navegantes portugueses, Diego Dias y Fernan Soares, que en los a?os 1500 y 1506, respectivamente, quedaron maravillados al contemplar la amplia bah¨ªa, la m¨¢s grande del mundo despu¨¦s de la de R¨ªo de Janeiro. La bah¨ªa acoge un mundo cerrado de 156 kil¨®metros de largo que cuenta con un inmenso puerto natural, un mar apacible, alguna playa con palmeras y encanto, grupos de baobabs que parecen ejercer de guardianes eternos y una isla de clara vocaci¨®n c¨®nica, llamada Pan de Az¨²car, que est¨¢ considerada tab¨². En el invierno austral hace en Diego Su¨¢rez un calor agobiante y sopla un viento molesto, el varatraza, que al filo del mediod¨ªa deja desiertas las calles de apariencia colonial. Es entonces cuando, m¨¢s que nunca, esa ciudad con nombre de persona se reviste de un ambiente irreal, tenuemente azulado, que la convierte en terreno propicio para las m¨¢s incre¨ªbles historias de aventuras, como, por ejemplo, la de los piratas de la Rep¨²blica de Libertalia, evocada en un gran mural de la calle de Colbert, la avenida principal de Diego Su¨¢rez, o en el animado restaurante Libertalia, un lugar de inspiraci¨®n tropical decorado con pinturas de cofres del tesoro llenos de piezas de a ocho, bergantines que enarbolan la bandera negra y marineros de parche en el ojo, aro en la oreja y pu?al entre los dientes.
El impenitente viajero barcelon¨¦s encuentra en Madagascar la historia de una extra?a rep¨²blica de piratas llamada LibertaliaParques e¨®licos, ?continuidad o cambio?
Cuentan las cr¨®nicas marineras que a lo largo del siglo XVII las costas de la remota isla de Madagascar se hab¨ªan convertido en un excelente refugio para los piratas, pero fue el escritor brit¨¢nico Daniel Defoe, autor de la famosa novela Robinson Crusoe, quien escribi¨® por primera vez, en 1726, sobre los intr¨¦pidos piratas de Libertalia. Seg¨²n Defoe, fue un pirata franc¨¦s llamado Misson, una especie de Robin Hood dado a repartir el bot¨ªn entre los pobres, quien a finales del siglo XVII fund¨® en la bah¨ªa de Diego Su¨¢rez una rep¨²blica ut¨®pica formada por piratas de distintas procedencias. Cont¨® para ello con la ayuda de un padre dominico llamado Caraccioli y con un Parlamento en el que no se discriminaba a nadie por cuestiones de raza, lengua o nacionalidad. Los piratas del Libertalia abolieron la esclavitud mucho antes que los gobiernos legalmente constituidos, anularon la propiedad privada y, fieles a su credo cosmopolita, intentaron crear un lenguaje universal que facilitara la comunicaci¨®n. Con la ayuda de 300 nativos de las vecinas islas Comores, obsequio del Sult¨¢n de Anjouan, los piratas construyeron casas y cultivaron la tierra para levantar una rep¨²blica idealista que dur¨® tan s¨®lo unos 30 a?os.
La historia suele maltratar los sue?os ut¨®picos que anhelan concretarse sobre la faz de la tierra, y este caso no fue una excepci¨®n. Un grupo de malgaches baj¨® de las monta?as de los alrededores, mat¨® a casi todos los piratas, destruy¨® su ef¨ªmera rep¨²blica y termin¨® de ra¨ªz con la utop¨ªa de Libertalia. El padre Caraccioli muri¨® en el ataque, pero el pirata Misson consigui¨® darse a la fuga mar adentro, aunque nunca m¨¢s se supo de ¨¦l. La leyenda de Libertalia, sin embargo, se ha prolongado a lo largo de los siglos, aunque hay quien sostiene que fue fruto de la imaginaci¨®n de Defoe, muy afinada en lo que concierne a temas piratas.
En Diego Su¨¢rez -llamada Diego por todo el mundo, aunque el nombre malgache oficial es hoy Antsiranana- queda hoy en d¨ªa tan s¨®lo un recuerdo muy vago de aquella original rep¨²blica pirata. El gran mural de la calle de Colbert, pintado por los alumnos de un instituto, y el restaurante que reivindica el nombre de Libertalia son probablemente lo ¨²nico que queda. M¨¢s duradero, sin embargo, fue el rastro dejado por el mariscal franc¨¦s Jofre, cuya estatua -que se levanta en el puerto, muy cerca de los degradados edificios coloniales- contempla desde hace a?os la amplia bah¨ªa. Jofre cre¨® en Diego Su¨¢rez una plaza fuerte a finales del XIX, con una numerosa guarnici¨®n, y se encarg¨® de dise?ar sus calles como si fueran un campamento militar. Sus ansias coloniales eran tales que, no muy lejos, en la id¨ªlica Monta?a de ?mbar, fund¨® una poblaci¨®n de recreo para sus oficiales que a¨²n sobrevive bajo el nombre de Jofreville. La monta?a est¨¢ poblada de l¨¦mures y cuenta con un bosque y unas cascadas considerados tab¨² por los malgaches, pero Jofre, nacido en Rivesaltes, en el Rosell¨®n, no pareci¨® tenerlo en cuenta. Unos kil¨®metros m¨¢s al sur, por cierto, en la paradisiaca isla de Nosy Be, el colonialismo ha dejado otra curiosa herencia, ya que la capital fue bautizada con el nombre de un almirante llamado Hell, lo que dio como resultado el nombre de Hellville, que podr¨ªa traducirse nada menos que como Ciudad del Infierno, muy apropiado para una historia de piratas que, como la del Libertalia, parece estar a la espera de que alguien se anime a llevarla a la gran pantalla. Y en cinemascope, por supuesto, ya que las bah¨ªas como la de Diego Su¨¢rez, los barcos piratas y los abordajes sin cuartel lucen mucho m¨¢s en este formato.
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