Un despliegue de Renacimiento

Cuenta la leyenda que, mientras Alfonso VIII atacaba ?beda, uno de sus capitanes, ?lvar F¨¢?ez, El Mozo, andaba faci¨¦ndole el amor, que no la guerra, a una mora a la que hab¨ªa sorprendido realizando sus abluciones en el Guadalquivir. Y que, a la ma?ana siguiente, cuando el rey le pregunt¨® irritado d¨®nde demonios hab¨ªa estado, este involuntario precursor de las encamadas pacifistas tuvo el salero de contestar: "Por esos cerros, se?or".

Mal no le fue con aquella salida, porque luego se le ver¨ªa protagonizando nuevas correr¨ªas en Valencia, y quiz¨¢ por eso, desde entonces, los inexistentes cerros de ?beda se han convertido en uno de los lugares comunes m¨¢s frecuentados de este pa¨ªs de peritos en evasivas, maestros del escaque, ge¨®metras de la tangente y cantantes de peteneras.

En ?beda hay catalogados m¨¢s de 500 edificios de inter¨¦s art¨ªstico

Nada tiene de extra?o que, con semejante ardor guerrero, los cristianos no conquistaran definitivamente ?beda hasta 1234, ya en tiempos del rey Fernando III, El Santo. Pero la ciudad a¨²n conocer¨ªa otra conquista m¨¢s famosa: la de la belleza del Renacimiento. Sucedi¨® en el siglo XVI, cuando hombres de ?beda ocuparon altos cargos en los gobiernos de Carlos I y de Felipe II y poblaron su villa natal de iglesias, hospitales y palacios de patios deslumbrantes, muchos de ellos con la firma del arquitecto Vandelvira.

En ?beda hay catalogados -?ag¨¢rrense!- m¨¢s de 500 edificios de inter¨¦s art¨ªstico. La oficina de turismo, para mitigar el estr¨¦s que tama?a cifra causa en cualquiera que no sea japon¨¦s, facilita unos planos-gu¨ªa que reducen los monumentos visitables a 43, pero aun as¨ª, este n¨²mero sigue excediendo el kilometraje de una marat¨®n.

De ah¨ª que los forasteros avisados centren el 99% de su inter¨¦s en la plaza V¨¢zquez de Molina, donde se concentran el palacio de las Cadenas -Ayuntamiento-, el palacio del De¨¢n Ortega -desde 1930, parador de turismo-, la iglesia de Santa Mar¨ªa de los Reales Alc¨¢zares, la c¨¢rcel del Obispo, el palacio del Marqu¨¦s de Mancera, el P¨®sito y la sacra capilla del Salvador, que es la gloria del Renacimiento ubetense.

Para viajeros con posibles y con una capacidad casi prof¨¦tica para hacer planes con meses de antelaci¨®n, queda reservado el gozo de alojarse en los siempre repletos hoteles habilitados en palacios renacentistas: en el parador Condestable D¨¢valos o, mejor, en el Palacio de la Rambla. En este ¨²ltimo, en su patio devorado por la yedra y en su galer¨ªa salpicada de bustos marm¨®reos, regios sillones y vetustos lienzos, hay un silencio tal que casi se puede escuchar a los viajeros rumiando sus prof¨¦ticos planes.

A s¨®lo ocho kil¨®metros de ?beda, est¨¢ Baeza. Los ubetenses llaman a los baezanos bambollas, porque aparentan -dicen aqu¨¦llos- m¨¢s de lo que son. Y ¨¦stos, a los ubetenses, bacinillas, m¨¢s que nada por jorobar, porque ya hace d¨¦cadas que ?beda dej¨® de exportar este humilde g¨¦nero para consagrarse, con vistas al mundo, con sus cer¨¢micas decoradas en verde cobre y en azul cobalto.

Dejando a un lado estos dimes y diretes, ambos lugares se pusieron de acuerdo, como buenos vecinos, para llamar juntos a la Unesco y solicitar la declaraci¨®n de ciudades patrimonio de la humanidad, un reconocimiento que les lleg¨® el 3 de junio de 2003.

M¨¢s recogida e ¨ªntima, m¨¢s pueblo que ?beda, Baeza atesora empero igual riqueza de monumentos. Para pegarse un hart¨®n de ellos, basta darse un garbeo por la plaza del P¨®pulo -all¨ª, la Alh¨®ndiga, las Casas Consistoriales Bajas, la antigua Carnicer¨ªa, la casa y el arco del P¨®pulo, la fuente romana de los Leones...- y luego seguir por la cuesta de San Gil en busca de la catedral, que es la m¨¢s bella de Ja¨¦n despu¨¦s de la de la capital, pues no hay otra.

En Baeza residieron el m¨ªstico San Juan de la Cruz y el l¨®gico Machado, profesor de franc¨¦s y viudo de Leonor, a quien nada nos cuesta imaginar caminando por estas calles silenciosas bordadas de casas blancas y palacios dorados, solo, triste, cansado, pensativo y viejo.