El presidente en su laberinto
Me parece que fue Tom Wolfe quien se?al¨® con iron¨ªa hace muchos a?os c¨®mo los arquitectos de las obras m¨¢s vanguardistas sol¨ªan vivir en casas antiguas y tradicionales. Algo parecido ocurre con la Xunta de Galicia: mientras ha encargado su flamante Ciudad de la Cultura a Peter Eisenman, a la hora de construir la residencia oficial de su presidente ha recurrido a una arquitectura m¨¢s tranquila y familiar, con pedigr¨ª de contemporaneidad pero sabor regional. Su arquitecto es Manuel Gallego, autor del Museo de Bellas Artes de A Coru?a y disc¨ªpulo de Alejandro de la Sota, que combina la sutil po¨¦tica funcionalista de su maestro con una extraordinaria sensibilidad hacia el car¨¢cter de Galicia como lugar.
El complejo residencial est¨¢ situado sobre una colina frente al Obradoiro de Santiago. Gallego ha querido mantener el perfil verde y natural de la colina como referencia esencial en la fisonom¨ªa de la ciudad, organizando varias construcciones de escasa altura en un anillo alrededor de su cima, casi enterrando patios y estancias, y fundiendo sus muros de granito con la topograf¨ªa. Empezando con cicl¨®peos bloques de piedra montados en seco para los muros de contenci¨®n, la construcci¨®n, siempre exquisita en sus detalles, se vuelve t¨¦cnicamente m¨¢s sofisticada en la residencia privada y el ala de oficinas y recepci¨®n, con muros de finas placas de granito sujetas por armaduras de acero inoxidable, cubiertas de zinc, carpinter¨ªa de cedro y grandes pa?os de vidrio.
Lejos de querer competir con las barrocas torres de la ciudad, Gallego explica que concibi¨® el proyecto desde "la convicci¨®n de que no ten¨ªa sentido hacer nada representativo. Cuando alguien me insinu¨® que iba a hacer un palacio, yo les dije que un presidente podr¨ªa vivir perfectamente en el n¨²mero 'x' de una calle, como en Inglaterra. Es un funcionario ilustre, pero un funcionario. No les gust¨® mucho, pero es as¨ª".
Para el proyecto se inspir¨® en su "memoria sensible de ciertas cosas an¨®nimas de Galicia, de las peque?as tapias, de las casas, para que entraras en algo que te resultara familiar. Que no te sintieras impresionado, sino que te recordara una cierta comodidad. Que estuvieras con tu lengua, con tu gente, con tu sitio. Es la forma en que la representaci¨®n tiene sentido, d¨¢ndole la vuelta".
Mientras Gallego ha creado una obra que emerge con naturalidad del paisaje, su situaci¨®n elevada y aislada recuerda a la posici¨®n ambigua de los antiguos castillos, pensados tanto para defender las ciudades que dominaban como para protegerse de ellas. La seguridad ha sido una de las principales preocupaciones de la Xunta en la planificaci¨®n de la obra, y con su bajo perfil y su aspiraci¨®n al anonimato, la residencia ofrece una versi¨®n contempor¨¢nea de los antiguos moradores del poder, con su mezcla de lujo y contenci¨®n, de mando y ansiedad. Nos puede recordar a los jardines fortificados de la Alhambra, o al laber¨ªntico palacio de Adriano en las afueras de Roma, con sus largos muros, grandes patios y rincones secretos. A Manuel Fraga le recuerda a El Escorial. Al agradecer a Gallego "la casa que me ha hecho", y refiri¨¦ndose quiz¨¢s a sus patios cuadrados y sus geometr¨ªas destiladas, le pregunt¨® si se hab¨ªa inspirado en el Discurso sobre la figura c¨²bica de Juan de Herrera, un libro que Gallego describe como "de un gran hermetismo y esoterismo, de ra¨ªces de n¨²meros y s¨ªmbolos". Pero la presidencia de Gallego tiene poco que ver con lecturas que nos devuelvan al enrarecido clima intelectual del franquismo, y se distingue de sus antecesores en ¨¦pocas de absolutismo por su escala democr¨¢ticamente dom¨¦stica y humana. Parece un sitio donde uno puede dormir tranquilo.
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