Un h¨¦roe vulgar
Los enigmas, como los mitos, son mejores con bruma. Hay cierto desencanto en la revelaci¨®n de un buen secreto. Lo hubo cuando la revista Vanity Fair revel¨® la identidad de Deep Throat [Garganta Profunda], el informante del caso Watergate para el diario Washington Post. Se trata de quien fue en aquel tiempo el segundo hombre de a bordo en el FBI, Mark Felt, se?alado varias veces como el turbio personaje que hac¨ªa laber¨ªnticas citas con Bob Woodward para revelarle, en la intimidad nocturna de un garaje, las intimidades de Watergate.
La revelaci¨®n suscit¨® una pol¨¦mica sobre los motivos de Felt para actuar como Deep Throat, apodo que alud¨ªa ya a la condici¨®n un tanto ordinaria del personaje, actor estelar de esa zona de la pornograf¨ªa c¨ªvica, pol¨ªtica y period¨ªstica, que son las filtraciones, especialidad suprema del diarismo en la capital estadounidente, y en todas partes. Sobre el riel de las filtraciones de Felt se desliz¨® la investigaci¨®n del caso Watergate, que termin¨® en el juicio y la renuncia del presidente Richard Nixon, quiz¨¢ la mayor victoria que haya obtenido un diario sobre un Gobierno en la historia de la democracia occidental.
La pol¨¦mica ha girado entre dos polos. ?Felt filtraba por integridad y patriotismo, para impedir el crecimiento de un Gobierno particularmente inclinado al juego sucio? ?O filtraba irritado porque, a la muerte del tambi¨¦n m¨ªtico y s¨®rdido jefe del FBI Edgar G. Hoover, justo cuando surg¨ªa el caso Watergate, Nixon no hizo a Felt director del FBI, puesto para el que Felt se sent¨ªa con derecho de piso?
La verdad probablemente no est¨¢ en los extremos, sino en la mezcla. Felt fue Deep Throat por convicci¨®n pol¨ªtica y por resentimiento burocr¨¢tico. Su convicci¨®n es menos n¨ªtida que su resentimiento, porque aparece te?ida por una doble moral. Felt no quer¨ªa ver a la Casa Blanca haciendo cosas que s¨®lo eran justificables, seg¨²n ¨¦l, si las hac¨ªa el FBI: grabar conversaciones, interferir la vida privada, usar los instrumentos de la inteligencia policial para contener y chantajear adversarios pol¨ªticos. ?sta fue una especialidad de Edgar G. Hoover, el ¨ªdolo de Felt. Por razones patri¨®ticas, a Felt le parec¨ªa mal que el Gobierno hiciera desde la Casa Blanca lo que Hoover hac¨ªa rutinariamente desde el FBI. Por las mismas razones patri¨®ticas le parec¨ªa bien que lo hiciera el FBI, e incluso hacerlo ¨¦l. En 1982 Felt fue hallado culpable de grabar ilegalmente a la organizaci¨®n radical Weather Underground. Lo indult¨® el presidente Reagan, elogiando la "gran distinci¨®n" de su hoja de servicios.
El juicio moral m¨¢s duro hecho contra las filtraciones de Deep Throat son del propio Felt, quien, para esconder su secreto, ejerci¨® el privilegio puro y duro de mentir. Escribi¨® en sus memorias (The FBI pyramid, 1979): "?Nunca filtr¨¦ informaci¨®n a Woodward y Berstein, ni a ning¨²n otro!". A?os despu¨¦s, Felt volvi¨® a negar sus actos frente al reportero Timothy Noah, quien le pregunt¨® por qu¨¦ le parec¨ªa tan terrible la posibilidad de haber sido Deep Troath. Felt descalific¨® su conducta con estas palabras: "Filtrar informaci¨®n habr¨ªa sido contrario a mis responsabilidades como empleado leal del FBI".
Nixon era un paranoico y un visionario. El acorde¨®n de sus rasgos morales reun¨ªa en un extremo al pillo y en el otro al estadista. Fue un personaje de contradicciones tr¨¢gicas, tal como nos lo ha mostrado Anthony Hopkins en la que es, posiblemente, la mejor pel¨ªcula de Oliver Stone (Nixon, 1995). Nixon sospech¨®, con certero instinto paranoico, que Deep Throat era Felt. La sospecha le fue confirmada por su jefe de Gabinete, Bob Haldeman; en una reuni¨®n del 19 de octubre de 1972, Haldeman dijo a Nixon: "Sabemos qui¨¦n filtr¨®". Nixon pregunt¨®: "?Alguien del FBI?". "S¨ª", contest¨® Haldeman. "Mark Felt. Pero si nos vamos sobre ¨¦l, contar¨¢ todo. Sabe todo lo que hay en el FBI, tiene acceso absolutamente a todo". Nixon dijo en tono amenazante: "?Sabes lo que le har¨ªa a este bastardo?". No dijo m¨¢s, y no le hizo nada.
Los equilibrios de poderes, escribi¨® Madison, padre fundador de la democracia americana, deben dise?arse pensando en poner l¨ªmites a los chicos malos (los bad fellows), ya que los buenos, por definici¨®n, se contienen solos. Se trata de que los malos se vigilen y contrarresten entre ellos, y que sea caro para todos actuar mal. En el bastidor de pasiones pol¨ªticas y guerras burocr¨¢ticas que son el trasfondo de Watergate, uno tiende a ponerse del lado de Felt y de los chicos buenos de la prensa. Vista la pel¨ªcula completa, lo cierto es que en la relaci¨®n de Felt y el Post no hay grandes lecciones de transparencia p¨²blica. Sin embargo, los efectos duraderos del affaire fueron transparentar la vida p¨²blica estadounidense. De las sacudidas de Watergate se desprendieron leyes para proteger a informadores, para regular campa?as pol¨ªticas, para cuidar la privacidad y para dar libre acceso a la informaci¨®n gubernamental.
Estamos frente a un buen ejemplo de la paradoja mayor de la pol¨ªtica, la paradoja que, al menos desde Maquiavelo, desvela a los moralistas y hace sonre¨ªr a los c¨ªnicos. La paradoja es ¨¦sta: medios deleznables pueden conseguir fines admirables; procedimientos turbios, como la filtraci¨®n pol¨ªticamente interesada, o la complicidad de periodistas ambiciosos con informantes secretos, pueden conducir a revelaciones claves, a cierto control p¨²blico sobre los da?os inherentes a la continua conspiraci¨®n de grupos que es la materia misma de la pol¨ªtica.
Hay siempre un precio que pagar, no obstante, en el uso de medios turbios. Los periodistas que aceptan filtraciones de alguno de los bandos del juego pol¨ªtico se vuelven parte del juego. No hay defensa del p¨²blico contra esta decisi¨®n de opacidad de los medios, pues se ha impuesto la idea de que, en ciertos casos, el periodista tiene derecho, y hasta obligaci¨®n, de reservarse sus fuentes. La pr¨¢ctica deficiente y la indomable ambici¨®n period¨ªstica hacen que la excepci¨®n de los "ciertos casos" se vuelva norma y los periodistas puedan alegar "en cualquier caso" que se reservan sus fuentes. De esa relajaci¨®n del rigor period¨ªstico, de ese acudir a todos los demonios si tienen informaci¨®n caliente, pueden salir grandes correcciones de la vida p¨²blica, como Watergate. Pero esa patente de corso, ejercida discrecionalmente por periodistas de todas las calidades y todas las morales, no hace en conjunto sino enturbiar el oficio, ocultar al p¨²blico tratos que por definici¨®n son impublicables. Los grandes diarios norteamericanos est¨¢n de regreso en el uso y abuso de fuentes an¨®nimas. Seg¨²n el Centre for Media and Public Affairs, citado por The Economist, entre 1981 y 2001 el uso de fuentes secretas se redujo en una tercera parte en los medios de Estados Unidos, y 37%, en el
mism¨ªsimo Washington Post. Quiz¨¢ es el camino correcto.
La verdadera epopeya period¨ªstica del Post no est¨¢ en sus tratos con Deep Throat, sino en la man¨ªaca persecuci¨®n de datos, tel¨¦fonos e informantes con nombre propio emprendida por dos reporteros j¨®venes. Y en el coraje con que el peri¨®dico se apost¨® completo en la defensa de su libertad de investigar e informar. Esta conjunci¨®n admirable de coraje empresarial y oficio period¨ªstico tiende a ser velada por la sombra magn¨¦tica, enigm¨¢tica, dominante, del informador an¨®nimo de la cochera.
Despejados los enigmas de esa sombra, el retrato completo de la haza?a period¨ªstica no deja de ser melanc¨®lico. La epopeya de un diario derribando a un presidente tiene su piedra de toque en un filtrador despechado por no haber sido nombrado director del FBI, un agente patri¨®ticamente celoso de que en la presidencia de su pa¨ªs se hicieran los juegos sucios que, a su juicio, s¨®lo deb¨ªa hacer la agencia donde ¨¦l trabajaba.
El final de la historia tiene una triste consistencia. Felt, o su familia, traiciona por dinero el pacto de caballeros hecho con los periodistas, que no revelan sus fuentes. Entregan a la revista Vanity Fair la exclusiva del secreto. Woodward y el Post, que hab¨ªan pactado no revelar la identidad de Deep Throat sino hasta la muerte de Felt, cumplen impecablemente su palabra. Pero la ¨²ltima filtraci¨®n regalada por Felt a la prensa es una traici¨®n a esa lealtad. Woodward se queda sin la exclusiva del final de la historia para la que se ha preparado todos estos a?os. Tanto, que hab¨ªa escrito ya el libro con la revelaci¨®n de la identidad de Deep Throat, listo para salir al p¨²blico el d¨ªa de la muerte de Felt. Justicia antipo¨¦tica: en materia de filtraciones a la prensa, Deep Throat fue siempre unos pasos adelante de Woodward y el Post.
La idea de un "h¨¦roe vulgar" fascinaba a Flaubert, nos dice Juan Goytisolo en una reciente colaboraci¨®n para la revista de libros de EL PA?S (28-5-2005). La larga molienda de las tripas del caso Watergate ha regurgitado a un pobre h¨¦roe llamado Mark Felt, un perfecto destilado patri¨®tico de la f¨¢brica moral de Edgar G. Hoover. El h¨¦roe tiene un apodo y una historia legendarios, infinitamente m¨¢s atractivos que su nombre y su vida. Su enigma era superior a su verdad.
H¨¦ctor Aguilar Cam¨ªn es escritor mexicano.
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