El sudario catal¨¢n
Por mucho que lo intento y leo art¨ªculos que con argumentos novelescos lo exculpan, no logro que me caiga simp¨¢tico Enric Marco, el farsante de la Amical Mauthausen. Y, sin embargo, soy devoto de personajes como el embustero y criminal Tom Ripley que inventara Patricia Highsmith, la a?orada gran escritora. Ripley es un personaje de novela mientras que Enric Marco es un personaje real, y afortunadamente a¨²n s¨¦ distinguir. Me parece repugnante haber jugado con la memoria de Mauthausen. En cambio Ripley tiene mi permiso para hacer lo que quiera. No s¨¦ si estoy de acuerdo con el escritor irland¨¦s John Banville cuando dice que los seres humanos son m¨¢s interesantes que los entes ficticios, y que ¨¦stos s¨®lo nos parecen m¨¢s atractivos, pero que eso es todo. No puedo estar muy de acuerdo si, por ejemplo, pienso en lo interesante y atractivo que es Ripley, y luego voy a Enric Marco, que s¨®lo me inspira v¨®mito. A veces, en unos sue?os muy extra?os, veo al impostor de Mauthausen misteriosamente envuelto en una mortaja. Detr¨¢s suyo hay un paisaje de cart¨®n piedra, el famoso "oasis catal¨¢n" convertido en una prolongaci¨®n del sudario que envuelve al impostor.
Ya no tiene Ripley quien le escriba. Se fue Highsmith y se lo llev¨® con ella, pero de todos modos los impostores como ¨¦l nunca mueren. De hecho, acabo de encontrarme con un pariente genial de Ripley en la novela Imposturas (el t¨ªtulo en ingl¨¦s es Shroud), de John Banville. Tras 20 a?os dedicado al tema de la identidad, este autor ha acabado escribiendo su mejor historia sobre la cuesti¨®n. En Imposturas (Anagrama 2005) encontramos el cl¨¢sico gusto de Banville por la nabokoviana confesi¨®n desoladora y espor¨¢dicamente atroz. Su villano es alguien que lleva ya varias d¨¦cadas ocultando su verdadera identidad, pero un d¨ªa cree haber sido desenmascarado por una joven que le cita en Tur¨ªn, donde, por cierto, est¨¢ el Santo Sudario. Ese villano es enf¨¢tico, nietzscheano, solitario y muy consciente de no ser exactamente lo que aparenta. Se oculta con una especie de m¨¢scara que es casi una met¨¢fora de la s¨¢bana turinesa (shroud es manto, mortaja, lo que uno prefiera), un ficticio gran embozo hecho a la medida exacta de su ocultamiento.
Que nadie vaya a buscar a Banville para que escriba alg¨²n otro libro m¨¢s sobre imposturas e identidades, pues acaba de decir que ya est¨¢ harto: "Llevo 20 a?os en ello, con varias novelas sobre el tema, y con Shroud creo que he tocado ya fondo. En realidad, la identidad no es una de mis principales obsesiones, es s¨®lo que comenc¨¦ una serie de libros dedicados a ese tema y alg¨²n d¨ªa ten¨ªa que acabar con todo ese rollo". Da envidia que haya podido librarse de la sudorosa cuesti¨®n de la identidad. Al parecer, lo ha logrado obrando durante 20 a?os como el alumno castigado que tiene que repetir siempre lo mismo hasta que le sale correcto el texto. Nosotros, en cambio, en este pa¨ªs de todas las coronas de espinas, seguimos castigados. Y de eso hace ya mucho m¨¢s de 20 a?os. Es como si la identidad tuviera que ser forzosa y eternamente una de nuestras obsesiones. ?Ser¨¢ que identidad viene de idea fija? Yo ten¨ªa un amigo que segu¨ªa siempre una idea fija, y me dec¨ªa que le sorprend¨ªa no avanzar, no ir nunca m¨¢s all¨¢. Supongo que en el fondo se lamentaba de su incapacidad para escapar de s¨ª mismo y del sudario catal¨¢n. Hoy en d¨ªa es un impostor. Aunque sigue con su idea fija, tiene la desfachatez de decir que avanza y que en nuestro pa¨ªs avanzamos todos. No es un impostor convincente, pues la mortaja le delata y los m¨¢s sagaces no le creen.
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