Oda al pesado
Uno de los peligros de salir de casa es que puedes ser asaltado por un pesado. A primera vista, no presentan ning¨²n rasgo f¨ªsico que permita identificarlos. Se acercan, casi siempre con una sonrisa, y cuando quieres darte cuenta ya est¨¢s perdido. Cualquiera que haya pasado por esta situaci¨®n sabe que uno de los m¨¦todos para quit¨¢rselos de encima es no darles cuerda. Un vecino que sale cada d¨ªa a pasear con su padre, con serias limitaciones de movilidad, me cont¨® que durante meses les asalt¨® el mismo pesado. Cambiaron de horarios, intentaron estrategias disuasorias, pero el pesado siempre consegu¨ªa imponer su torrencial amabilidad. Finalmente, mi vecino se arm¨® de valor y, con mucho tacto, le dijo que paseaban por prescripci¨®n facultativa y que les conven¨ªa un poco de tranquilidad. Aquel d¨ªa, el pesado les regal¨® doble sesi¨®n de pesadez y, de propina, les cant¨® una canci¨®n. Desesperados, mi vecino y su padre decidieron cambiar de parque. Pasaron los d¨ªas y las salidas eran pl¨¢cidas, reparadoras e incluso algo tediosas. Horrorizados, ambos comprobaron que echaban de menos los tiempos en los que hu¨ªan del pesado y hasta qu¨¦ punto les motivaba despotricar de ¨¦l. Total, que regresaron al parque de los primeros paseos y reencontraron a su a?orado pesado. Primera moraleja: algunos pesados pueden darle cierto sentido a tu vida. Segunda moraleja: seamos comprensivos con los pesados porque quiz¨¢ ma?ana nosotros tambi¨¦n lo seremos.
Todo esto viene a cuento de que, el otro d¨ªa, recib¨ª noticias de un amigo de infancia que recuerdo como el primer pesado que conoc¨ª. En mi barrio, todo el mundo jugaba al f¨²tbol hasta que a ¨¦l le regalaron una pelota de rugby y no nos dej¨® en paz hasta que accedimos a jugar con ¨¦l. Utilizar las manos en lugar de los pies nos result¨® dif¨ªcil, sobre todo cuando descubrimos que as¨ª como la pelota de f¨²tbol dibuja trayectorias sensatas, el bal¨®n de rugby era una cabra loca. Fracas¨¦ como rugbyman, pero descubr¨ª que si te pones pesado puedes conseguir que todo un barrio cambie sus fidelidades deportivas.
La persistencia en grandes dosis tambi¨¦n ha provocado algunos matrimonios. Muchos novios utilizan el truco de ponerse pesad¨ªsimos para convencer a sus novias de que se casen con ellos. De tanto insistir, algunas de ellas acceden y, poco tiempo despu¨¦s de certificar el enlace, lo lamentan. Volviendo a mi amigo: me ha mandado una fotograf¨ªa en la que, seg¨²n ¨¦l, se me ve con un bal¨®n de rugby. Yo no me reconozco, pero a ¨¦l s¨ª: luce su entra?able sonrisa de pesado. Tambi¨¦n adjunta una fotograf¨ªa actual. Como casi todos, ha engordado m¨¢s de lo conveniente y tiene un aspecto inequ¨ªvoco de jugador de rugby: nariz planchada por alg¨²n placaje, mirada noble y una corpulencia de tienda de ropa de tallas grandes. Me ha alegrado volver a verlo y recordar que, a base de ponerse pesado, consigui¨® que simpatizara con el rugby, aunque s¨®lo fuera en calidad de creyente no practicante. Es un deporte con muchas virtudes. La mejor: el tercer tiempo, cuando, despu¨¦s del partido, los dos equipos comparten varias rondas de cerveza. Entre los aficionados al rugby m¨¢s notables estaba el cineasta Louis Malle, que hizo una memorable pel¨ªcula sobre pesados titulada Mi cena con Andr¨¦. A Malle le encantaba el rugby y dej¨® testimonios p¨²blicos de ello. Dos ejemplos: "Cuando un deporte requiere de tanta inteligencia superior, entrega, cualidades morales y f¨ªsicas por parte de sus practicantes, a la fuerza tiene que ser un deporte de enorme importancia humana" y "el rugby tiene de todo. Una comedia humana llena de sensibilidad, de esperanzas, de decepciones, de risas y de l¨¢grimas".
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