Cuando la libertad era un sue?o
Entonces, lo que se cuenta de Alberti y Miguel Hern¨¢ndez es verdad... A Hern¨¢ndez lo dejaron all¨ª, en el campo de Mon¨®var, montaron en el Drag¨®n y lo abandonaron, con los italianos acerc¨¢ndose en el horizonte...
En la casa que Sim¨®n S¨¢nchez Montero acaba de comprar en la calle Caudillo de Espa?a, ?nada menos!, y en donde va a durar muy poco porque casi inmediatamente el Partido le va a dar ¨®rdenes a Sim¨®n de que deje all¨ª a su mujer, Carmen, y ocupe un piso no fichado, Federico S¨¢nchez inquiere de Paco Romero Mar¨ªn, reci¨¦n llegado a Madrid, la historia, de primera mano, porque Romero Mar¨ªn estaba all¨ª, en el campo de Mon¨®var, el 9 de marzo de 1939, esperando otro avi¨®n, otro desvencijado Drag¨®n en el que escapar, cuando Alberti se encontr¨® con Miguel Hern¨¢ndez y de esa encrucijada el primero sali¨® hacia el exilio melanc¨®lico y dorado y el otro comenz¨® a desandar el camino de la libertad y a precipitarse hacia la triste muerte del triste hombre que no va a morir de amores sino de tuberculosis en una c¨¢rcel de Alicante.
Y se encontraba Miguel Hern¨¢ndez con el ambiente de francachela de aquel oasis de neose?oritismo de mono azul y alpargatas, en cuyas mesas corr¨ªa el vino y se tomaban las m¨¢s peregrinas decisiones sobre suertes ajenas
Alberti: "T¨² ya sabes c¨®mo son las mujeres, Miguel. Pero si t¨² quieres, te puedes venir con nosotros. Arreglo las cosas para que se te haga un hueco en el avi¨®n y te vienes a Argelia"
Francisco Rodr¨ªguez es un gran amante del teatro, mantenedor de una primera actriz del Teatro Espa?ol. Otro falangista que, en materia sexual, es contrario a tanta represi¨®n
Federico quiere conocer c¨®mo fue ese tr¨¢gico y terrible desencuentro con Miguel Hern¨¢ndez, esa dejadez de Alberti. Su inter¨¦s, en general, por saber de las historias de la guerra de Espa?a, por los viejos secretos de complicidades, de mugre y de muerte del Partido, es nulo. Pero, en este caso, todav¨ªa recuerda las palabras que hab¨ªa escrito ¨¦l, Federico S¨¢nchez, sobre la poes¨ªa de Miguel Hern¨¢ndez y el compromiso, acerca de la poes¨ªa militante:
No es posible olvidar que el precursor de todos nosotros, el maestro inigualable, fue Miguel Hern¨¢ndez. Su poema de Viento del pueblo dedicado a Pasionaria es protot¨ªpico.
Y dec¨ªa Miguel Hern¨¢ndez:
A Pasionaria
Morir¨¦ como el p¨¢jaro: cantando, / penetrado de pluma y entereza, / sobre la duradera claridad de las cosas.
Cantando ha de cogerme el hoyo blando, / tendida el alma, vuelta la cabeza / hacia las hermosuras m¨¢s hermosas.
Una mujer que es una estepa sola / habitada de aceros y criaturas, / sube de espuma y atraviesa de ola / por este municipio de hermosuras.
Dan ganas de besar los pies y la sonrisa / a esta herida espa?ola, / y aquel gesto que lleva de naci¨®n enlutada, / y aquella tierra que de pronto pisa / como si contuviera la tierra en la pisada.
Fuego la enciende, fuego la alimenta: / fuego que crece, quema y apasiona / desde el almendro en flor de su osamenta.
A sus pies, la ceniza m¨¢s helada se encona.
Vasca de generosos yacimientos: / encina, piedra, vida, hierba noble, / naciste para dar direcci¨®n a los vientos, / naciste para ser esposa de alg¨²n roble...
Los herreros te cantan al son de la herrer¨ªa, / Pasionaria el pastor escribe en la cayada / y el pescador a besos te dibuja en las velas.
Oscuro el mediod¨ªa, / la mujer redimida y agrandada, / naufragadas y heridas las gacelas / se reconocen al fulgor que env¨ªa / tu voz incandescente, manantial de candelas.
Quemando con el fuego de la cal abrasada, / hablando con la boca de los pozos mineros, / mujer, Espa?a, madre en infinito, / eres capaz de producir luceros, / eres capaz de arder de un solo grito.
Pierden maldad y sombra tigres y carceleros.
Por tu voz habla Espa?a la de las cordilleras, / la de los brazos pobres y explotados, / crecen los h¨¦roes llenos de palmeras / y mueren salud¨¢ndote pilotos y soldados.
Ardiendo quedar¨¢s enardecida / sobre el arco nublado del olvido, / sobre el tiempo que teme sobrepasar tu vida / y toca como un ciego, bajo un puente / de ce?o envejecido, / un viol¨ªn lastimado e impotente.
Tu cincelada fuerza lucir¨¢ eternamente, / fogosamente plena de destellos.
Y aquel que de la c¨¢rcel fue mordido / terminar¨¢ su llanto en tus cabellos.
Y ahora Federico S¨¢nchez escucha a Paco Romero Mar¨ªn la narraci¨®n de lo que sucedi¨® aquel d¨ªa en el campo de aviaci¨®n de Mon¨®var. Aquellos aviones franceses que iban recogiendo de manera selectiva a un pasaje privilegiado entre una militancia que superaba las posibilidades de evacuaci¨®n. Mientras Miguel Hern¨¢ndez ha conseguido llegar a Alicante y vaga en medio de la gente, ya en Mon¨®var, en ese campo del cual, en efecto, como atendiendo a lo premonitorio de su poema, va a volar Pasionaria, dejando atr¨¢s, abajo, sin futuro, a unos hombres para los cuales las ¨²nicas instrucciones de un partido que no ha preparado ning¨²n plan de resistencia ante la inminente derrota ser¨¢n tan vehementes como suicidas:
-?Ahora, todos a las sierras!
Y es verdad, como dice Hern¨¢ndez:
Crecen los h¨¦roes llenos de palmeras. / Y mueren salud¨¢ndote pilotos y soldados.
Mientras Pasionaria se aleja...
Neose?oritismo de mono azul
Versos aterradores por visionarios los de Miguel Hern¨¢ndez, que entonces se mueve aturdido en ese s¨¢lvese qui¨¦n pueda de Mon¨®var. Es entonces -cuenta ahora Paco Romero Mar¨ªn-, que all¨ª estaba, y que de all¨ª pudo volar, en el ¨²ltimo Drag¨®n -enca?onando a un piloto remiso a poner rumbo a ?frica-, cuando Hern¨¢ndez se encuentra con Rafael Alberti y Mar¨ªa Teresa Le¨®n. Es Alberti el que lo ve. Hace m¨¢s de dos a?os que no se hablan, desde la bronca pelea en la sede de la Alianza de Intelectuales Antifascistas que presid¨ªa Alberti, en Madrid, en el palacio de los Heredia Spinola, en el primer a?o de la guerra. Llegaba cada d¨ªa Miguel Hern¨¢ndez del frente, donde participaba activamente, animaba a las tropas y lleg¨® a ser comisario pol¨ªtico con El Campesino. Y se encontraba con el ambiente de francachela de aquel oasis de neose?oritismo de mono azul y alpargatas, en cuyas mesas corr¨ªa el vino y se tomaban las m¨¢s peregrinas decisiones sobre suertes ajenas. Un d¨ªa, indignado por el contraste entre la situaci¨®n dantesca que viven los soldados en el frente y lo que ve en el palacio de los Heredia Spinola, a¨²n con los restos de una buena comida en la mesa, se acerca al encerado que preside la sala, todav¨ªa Miguel Hern¨¢ndez con el uniforme transpirando el sudor del frente y escribe:
-Aqu¨ª hay mucho hijo de puta y mucha puta.
A la vista de que la ¨²nica mujer presente en la sala era Mar¨ªa Teresa Le¨®n, ¨¦sta arremete contra Hern¨¢ndez y le asesta un pu?etazo de inusitada contundencia, que le voltea y le rompe un diente. Hab¨ªan dejado de hablarse; era el oto?o de 1936. Ahora, en Mon¨®var, Alberti, que ha visto acrecentarse su poder durante la guerra, intenta congraciarse con el poeta de Orihuela:
-T¨² ya sabes c¨®mo son las mujeres, Miguel. Pero si t¨² quieres, te puedes venir con nosotros. Arreglo las cosas para que se te haga un hueco en el avi¨®n y te vienes con nosotros a Argelia.
Miguel Hern¨¢ndez contest¨® secamente:
-Yo me vuelvo a mi pueblo.
De esa historia ser¨¢ testigo Irene Falc¨®n. Ella va a compartir con Alberti y Mar¨ªa Teresa, y a quedarse a¨²n un d¨ªa m¨¢s, una vez que la pareja haya volado rumbo a Or¨¢n, una hermosa casa cercana al helipuerto, en donde toman t¨¦ ruso con unos dulces... mientras en los alrededores, en Elda, en Mon¨®var, cunde el p¨¢nico. Irene Falc¨®n se lo contar¨¢ todo a Romero Mar¨ªn con cierta ingenuidad.
Falsear la verdad
Alberti va a sellar ese encuentro suyo con Miguel Hern¨¢ndez con la llave del silencio. Tiene la percepci¨®n de que, en la medida en que hubiese suturado la herida de esa enemistad, podr¨ªa haber evitado la muerte de Miguel Hern¨¢ndez. Va a contar la historia, tiempo despu¨¦s, y tergiversada, a algunos amigos, pero en el caso de que Alberti escriba unas memorias, y de que a ¨¦stas le d¨¦ por llamarlas La arboleda perdida, se apresurar¨¢ a falsear la verdad abiertamente cuando afirme que "la ¨²ltima vez que vi a Miguel fue en Madrid, cuando despu¨¦s de intentar convencerle de que se refugiase en la Embajada de Chile, escuch¨¦ de Hern¨¢ndez que se ir¨ªa andando a su pueblo".
-T¨² lo que deseas es que te maten, Miguel. Es al ¨²nico sitio donde no puedes ir.
Y se habr¨ªan fundido en un abrazo.
Hombres veo que de hombres / s¨®lo tienen, s¨®lo gastan / el parecer y el cigarro, / el pantal¨®n y la barba.
En el coraz¨®n son liebres, / gallinas en las entra?as, / galgos de r¨¢pido vientre, / que en ¨¦pocas de paz ladran / y en ¨¦pocas de ca?ones / desaparecen del mapa.
Estos hombres, estas liebres / comisarios de la alarma, / cuando escuchan a cien leguas / el estruendo de las balas, / con singular hero¨ªsmo / a la carrera se lanzan.
Huis y huis, dando al pueblo, / mientras beb¨¦is la distancia, / motivos para mataros / por las corridas espaldas.
Solos se quedan los hombres / al calor de las batallas, / y vosotros, lejos de ellas, / quer¨¦is ocultar la infamia, / pero el color de cobardes / no se os ir¨¢ de la cara.
Los amigos del poeta
El resto de la historia la conocen, obviamente, Sim¨®n S¨¢nchez Montero y Federico S¨¢nchez. La primera estancia de Miguel Hern¨¢ndez en la c¨¢rcel de Porlier, en Madrid, donde su protector, Jos¨¦ Mar¨ªa de Coss¨ªo, hab¨ªa logrado su liberaci¨®n. El empe?o en volver a su pueblo, a Orihuela, donde fue detenido y devuelto a presidio a la capital. Y all¨ª, los esfuerzos de Vicente Aleixandre que le mandaba, siempre por persona interpuesta, alimentos a la c¨¢rcel y dinero para su mujer. Y la movilizaci¨®n de Coss¨ªo, de S¨¢nchez Mazas y de Dionisio Ridruejo, que lograr¨ªan la conmutaci¨®n de la pena de muerte por doce a?os de c¨¢rcel. Pero
... aquel que de la c¨¢rcel fue mordido / terminar¨¢ su llanto en tus cabellos.
Federico S¨¢nchez ha terminado de escuchar una de esas historias de mezquindades del Partido y la guerra; una de esas viejas historias de las que nadie quiere saber. No son suyas. S¨ª consideraba suyo el poema de Viento del pueblo que Miguel Hern¨¢ndez hab¨ªa dedicado a Pasionaria.
Prefiere en ese momento Federico no recordar su propia exaltaci¨®n como rapsoda de Dolores Ib¨¢rruri, el poema que un d¨ªa Jorge Sempr¨²n le dedic¨®. Pero las palabras se le vienen a la mente, como un mantra:
Tu sonrisa, Dolores.
Yo me acuerdo.
Era una tarde tibia de marzo en el destierro...
Se abri¨® la puerta. Entraste. Nos alzamos / de nuestras sillas. Fuiste estrechando manos, / sonre¨ªas.
Y entonces estall¨® la primavera.
Pero Federico quiere huir ahora mentalmente de ese absceso de culto a la personalidad que un d¨ªa incub¨®.
Mira a Carmen, la mujer de Sim¨®n, limpiando los hornillos de la diminuta cocina de la casa de Caudillo de Espa?a, 14. Y se presta a ayudarla.
Recuerda Federico el nombre de Dionisio Ridruejo, presente en el relato que le acaba de hacer Romero Mar¨ªn sobre los intentos por salvar la vida de Miguel Hern¨¢ndez en la c¨¢rcel... Va a hablar de Dionisio para ahuyentar de su mente la rapsodia a Pasionaria.
-?Sabes, Paco, que me he entrevistado hace unos d¨ªas con Dionisio Ridruejo?
El entusiasmo de Romero Mar¨ªn ante la noticia es perfectamente descriptible. Para ¨¦l, que no es un ide¨®logo, sino que conserva en esencia la mentalidad de un militar, el nombre de Ridruejo va asociado al del uniforme azul y los correajes, el de los discursos de los falangistas revolucionarios que tomaban en plena guerra civil la emisora de Radio Valladolid para lanzar soflamas anticapitalistas contra la oligarqu¨ªa. El Ridruejo coautor del Cara al Sol, responsable, en concreto de dos estrofas:
Volver¨¢n banderas victoriosas / al paso alegre de la paz.
El Ridruejo de la Divisi¨®n Azul, que no lleg¨®, claro, ni mucho menos, a Leningrado, donde estaba El Tanque, Roman Romanovich. Pero bajo la apariencia rocosa de mentalidad cuartelera, esconde Romero Mar¨ªn la mente de un estratega sagaz y veloc¨ªsimo, desde luego no sutil en materia pol¨ªtica, pero s¨ª un r¨¢pido fagocitador de nuevas situaciones. Si la pol¨ªtica de reconciliaci¨®n nacional que Carrillo acaba de instaurar como doctrina en el Partido pasa por considerar de extrema relevancia considerar a Ridruejo un aliado, ¨¦l va a seguir de modo f¨¦rreo ese papel. Aunque en su fuero interno siga viendo al falangista de la primera hora.
-Javier Pradera le pregunt¨® si estaba dispuesto a entrevistarse con un miembro de la direcci¨®n del Partido Comunista de Espa?a -contin¨²a explicando Federico S¨¢nchez.
Javier Pradera, para Paco Romero Mar¨ªn, tambi¨¦n ser¨ªa, de acuerdo a esa visi¨®n guerracivilista que en el fondo nunca le va a abandonar, otra anomal¨ªa hist¨®rica. ?l se fue de Espa?a con el abuelo de Pradera, V¨ªctor Pradera, y con el propio padre de Javier, fusilados por el bando republicano. Y ahora cruzaba una Espa?a con calles dedicadas a V¨ªctor Pradera, en San Sebasti¨¢n; o en Madrid, precisamente en el lugar, en la l¨¢pida donde ven¨ªan de depositar una corona de flores los falangistas que hab¨ªan tenido el choque con los estudiantes detr¨¢s de los cuales estaba, entre otros, ?Javier Pradera! Llegaba Romero Mar¨ªn a una Espa?a donde la viuda de V¨ªctor Pradera era, con do?a Ramona, la mujer del director de la Guardia Civil, Camilo Alonso Vega, de las pocas que ten¨ªa acceso directo a do?a Carmen, en El Pardo. Y ahora, Javier Pradera hab¨ªa conspirado con Dionisio Ridruejo para que ¨¦ste tuviera una entrevista con un miembro de la direcci¨®n del Partido Comunista de Espa?a, Federico S¨¢nchez, nieto de Antonio Maura.
Paco Romero Mar¨ªn, hubiese superado o no esos vuelcos de las familias y los bandos a efectos mentales, va a establecer una estrecha relaci¨®n de confianza y amistad no s¨®lo con Federico, sino tambi¨¦n con Javier Pradera. Y de Dionisio Ridruejo, de su dignidad inquebrantable, le ha hablado ya Juan Antonio Bardem, quien en su estancia en la c¨¢rcel hab¨ªa encontrado en Ridruejo no s¨®lo un apoyo moral -esa fortaleza extra?a que sacaba de un cuerpo tan menudo, la que le hab¨ªa convertido en un enardecedor de las masas en la Espa?a del falangismo febril-, sino, en un plano m¨¢s prosaico, el oportuno abastecedor de un laxante que hab¨ªa solucionado a Bardem los problemas intestinales derivados del estado de nervios que hab¨ªa sufrido en su estancia en la celda.
Y ahora Federico se ha entrevistado con Dionisio Ridruejo. Dionisio hab¨ªa venido perseguido por el sino de estar rodeado de comunistas siendo ¨¦l el ¨²nico desconocedor de esa circunstancia. Y as¨ª, cuando, al salir de la c¨¢rcel, tras los disturbios estudiantiles de febrero, algunos le critiquen por verse enredado en esa trama de comunistas, Ridruejo se encrespa, mueve los brazos como aspas, desde su menudencia f¨ªsica y su grandeza expresiva, para decir que c¨®mo pueden atreverse a suponer que Pradera o que Enrique M¨²gica, "buen chico, algo rebelde", pod¨ªan pertenecer al Partido Comunista.
Ya superado el breve periodo carcelario, Pradera se atreve a deshacer el entuerto, a poner las cartas boca arriba.
-Oye, Dionisio, que somos comunistas.
La cita con Federico S¨¢nchez es en una cafeter¨ªa de Goya, en el entresuelo. En una mesa un poco apartada. Se imponen esas medidas de seguridad cada vez m¨¢s necesarias. Pradera y Ridruejo, al fin y al cabo est¨¢n reci¨¦n salidos de la c¨¢rcel, y ahora, ambos se re¨²nen con el responsable de la direcci¨®n del Partido Comunista, ese hombre que, sin llegar a los extremos de su hermano, lleva un peinado, un corte hirsuto, que sigue resultando ajeno a la moda en Espa?a.
Se ven con toda la discreci¨®n porque Federico S¨¢nchez ya sabe que su nombre ha comenzado a cotizarse en la cima de la Direcci¨®n General de Seguridad, despu¨¦s de que el Arriba haya publicado extractos de su art¨ªculo en Mundo Obrero reivindicando la agitaci¨®n de febrero: "?Contra la Falange y el monopolio seuista de la Universidad!".
Pero a¨²n no le han puesto cara. A¨²n no tienen en la DGS una descripci¨®n fison¨®mica de El Pajarito. Ya se sabe, Federico odia las fotos. Tampoco puede haber fotos en la vida de un clandestino.
Estreno de 'Calle Mayor'
Federico ha aparecido en la revista Objetivo, que dirige Ricardo Mu?oz Suay, firmando como Federico Artigas un art¨ªculo en el que destaca la cr¨ªtica de la decadente burgues¨ªa veraniega que Luis Garc¨ªa Berlanga ha realizado (?sin ser el mismo Berlanga consciente!) en Novio a la vista. Y el colmo ha sido ya el estreno de Calle Mayor en Madrid, en el cine Gran V¨ªa, convertido en un acto de concentraci¨®n espont¨¢nea de toda la crema antifranquista del mundo del espect¨¢culo. A Bardem, en lo que a Federico le pareci¨® excesivo, se le hab¨ªa ocurrido ponerle a uno de los personajes de la pel¨ªcula de su Isabel, de su Betsy Blair, el nombre de ?Federico Artigas!
En ese estreno de Calle Mayor estaba presente el director general de Seguridad, Francisco Rodr¨ªguez, tambi¨¦n conocido como Paco el Fumeta. Pero Rodr¨ªguez es un peculiar responsable de la DGS, sin duda mucho menos amenazador de lo que despu¨¦s va a venir, Carlos Arias Navarro.
Francisco Rodr¨ªguez es un gran amante del teatro, mantenedor de una primera actriz del Teatro Espa?ol. Otro falangista "que no se la pilla con papel de fumar", y que, en materia sexual, es contrario a tanta represi¨®n.
A Rodr¨ªguez van a ir a verlo, a comienzos de 1957, unas damas de una asociaci¨®n en defensa de la moral y las buenas costumbres, indignadas por lo que est¨¢ sucediendo en el cine Bilbao, en cuyos palcos, las parejas se meten mano sin mesura.
-?Bueno, y qu¨¦ quieren que hagan! ?Lo grave ser¨ªa que tuviesen multicopistas!
Jos¨¦ Luis Losa
'Caza de rojos. Un retrato urbano de la clandestinidad comunista'. Espejo de Tinta. En este libro se reconstruye de forma novelada los a?os m¨¢s febriles de la reorganizaci¨®n del PCE en Madrid en los a?os cincuenta y sesenta. Una recuperaci¨®n de la memoria hist¨®rica protagonizada por Carrillo, Sempr¨²n, S¨¢nchez Montero, Enrique M¨²gica, Javier Pradera, Haro Tecglen, entre otros. El autor (Santiago de Compostela, 1960) es periodista y ha enfocado su actividad profesional a la pol¨ªtica y el cine.
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