Celinda vuelve
Los amables lectores recordar¨¢n aquella serie narrativa que intitul¨¦ Tres princesas alcaldesas. Era all¨ª el reino imaginario de Solinda, Celinda y Teofinda, tres leales s¨²bditas del palad¨ªn de la Cristiandad, el inolvidable Aznar¨ªn, que por amor de su Pr¨ªncipe hab¨ªan venido a gobernar sendas ciudades moriscas, Sevilla, M¨¢laga y C¨¢diz. Eran as¨ª adelantadas de la derrota final de Chavel¨®n el Malo. Mas no fueron las cosas conforme a los deseos de aquel pend¨®n de las Azores, aquel azote de infieles de toda laya, sino que torci¨¦ronse por los m¨¢s arriscados senderos de la pol¨ªtica. La noble Solinda, luego de bregar con el caballero Rojas Marcos en azarosas coyundas municipales, perdi¨® la plaza hispalense ante el infatigable Monteseir¨ªn, y hubo de refugiarse en el Congreso de los Diputados, que para las princesas es como el Castillo de Ir¨¢s y No volver¨¢s.
Otro tanto le ocurri¨® a Celinda, si bien fue primero aupada, desde M¨¢laga, a la condici¨®n de Ministra de Sanidad, por uno de esos designios inescrutables del Alt¨ªsimo (l¨¦ase Aznar¨ªn), cuando m¨¢s ricamente estaba ella gobernando su Para¨ªso. En tanto que Ministra, meti¨® la patita, como es natural, hasta lo indecible, y en muy sonadas ocasiones; de modo principal en aquella en que se?al¨®se su propio espinazo, delante de las c¨¢maras, por querer ilustrar a las humildes damas de la naci¨®n cu¨¢l era el hueso que no hab¨ªa que echar al puchero. Ni que decir tiene que acab¨® tambi¨¦n en la morada do nunca se retorna.
S¨®lo qued¨® Teofinda, soportando a pie firme, como una Agustina de C¨¢diz, los acosos de Chavel¨®n el Malo y de Rafaelito Rom¨¢n. Que ni las subidas de impuestos a que tiene sometida a la poblaci¨®n, ni el paro, ni ¨¦l ¨¦xodo de sus s¨²bditos, ni esos carnavales tan sa?u-dos, ni los presumibles agujeros de la Zona Franca, pueden con ella. Otro grande misterio de esta historia.
Mas cuando ya todo parec¨ªa sentenciado de esta guisa, h¨¦teme aqu¨ª que una de ellas se sale del gui¨®n. Fuera como si a mi hom¨®nimo Almod¨®var, un buen d¨ªa, Pen¨¦lope Cruz, o Carmen Maura, le dijera: Mira, T¨ªo, ese papelito de monja sifil¨ªtica no lo hago yo porque no me sale de..., ya saben de d¨®nde. Pues cabal, pero en cuento de hadas: Oh, mi Se?or, cu¨¢nto lamento haberos de manifestar que aquesta votaci¨®n voy a rompella, pues que no me place en modo alguno contrariar a los oprimidos del sexo, sino, antes bien, beneficiarles con la ley que nuestros enemigos han urdido para que se casen entre s¨ª. -?Pero t¨² sabes, criatura, que el Papa, el Pont¨ªfice Sumo, ha dicho que es una ley aberrante y contra natura? -S¨¦lo. -?Y no te importa? -A lo sumo, un p¨ªfano.
Infi¨¦rese del caso que esta Celinda guardaba en sus adentros un vivo rescoldo de sus juveniles coqueteos con la izquierda, y que va a durar menos en el PP que un porro a la puerta de un instituto. Pues crea la sin par malague?a que muchos valedores tendr¨¢ por estos pagos, cuando se decida a formar un partido de centro, aunque sea, y no otra sucursal del Vaticano. Y que ya me pongo a escribir el gui¨®n de mi pr¨®ximo cuento: "Todo sobre mi Celia".
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