Descendientes del Sol
Si ha de considerarse significativo del inter¨¦s que se tenga por un tema el n¨²mero de publicaciones que existan al respecto, habr¨¢ de concluirse que el inter¨¦s que, en este pa¨ªs, decimos tener por las tradiciones religiosas de otras naciones -a excepci¨®n de las que est¨¦n de moda por razones diversas- es asombrosamente parco. Acerca del shint?, hasta la fecha, y aparte de un ensayo parcial de F. Schuon, no existe ning¨²n estudio castellano. Por ello es de agradecer la traducci¨®n del cl¨¢sico trabajo de Daniel Clarence Holtom, fil¨®sofo, te¨®logo y misionero docente en Jap¨®n en los a?os que precedieron a la Segunda Guerra Mundial. El rastreo que hace Holtom de las creencias populares de Jap¨®n desde el shin-t? (o shin-d?: camino de los dioses) primitivo al shint? moderno, estatal, creado para apoyar la Restauraci¨®n imperial en 1868, es un ejemplo inmejorable de historia pol¨ªtica de las religiones -una asignatura que ser¨ªa deseable formase parte del programa de ense?anza media de cualquier naci¨®n-.
UN ESTUDIO SOBRE EL SHINT? MODERNO. La fe nacional del Jap¨®n
Daniel Clarence Holtom
Traducci¨®n de Mar¨ªa Tabuyo
y Agust¨ªn L¨®pez Tobajas
Paid¨®s, Barcelona, 2005
342 p¨¢ginas. 24,04 euros
Que las religiones son un asunto pol¨ªtico es algo a todas luces indiscutible. La unidad de un pueblo es indispensable para su supervivencia y, para mantenerla, como dec¨ªa Lao Zi, cuando los hombres olvidaron el tao (el acuerdo con el curso del universo), les hizo falta echar mano de las virtudes y la justicia. La moral y la ley son las riendas de la ignorancia pero ?qu¨¦ otra cosa puede hacer un auriga ciego? As¨ª que, para que la unidad se mantenga, se trata de crear normas que sean observadas por todos y, para ello, ?qu¨¦ mejor manera que dotarlas de un principio de autoridad incuestionable como la de su origen divino? Todas las sociedades -hasta que se decret¨® la supuesta autonom¨ªa moral del individuo- han jugado esta baza en alg¨²n momento, aunque pocas tan a las claras como la japonesa a mediados del XIX.
El shint? primitivo era el conjunto de pr¨¢cticas relacionadas con los kami. Kami son todas aquellas cosas que causan asombro y a las que, en raz¨®n de ello, se les confiere car¨¢cter sagrado. Si el universo de Tales estaba lleno de dioses, el universo japon¨¦s primitivo estaba lleno de kami. Pod¨ªa considerarse kami el trueno o una cuchara de madera. La sacralidad del universo cotidiano est¨¢ en el origen de esa actitud de respeto que es el rasgo m¨¢s representativo del esp¨ªritu japon¨¦s.
A partir de los siglos IV al VI, con la introducci¨®n en Jap¨®n del confucianismo y del budismo, provenientes de China, el shint? se encontr¨® oficialmente eclipsado. Pero en el siglo XIX, para asegurar la restauraci¨®n de la dinast¨ªa imperial desde par¨¢metros aut¨®ctonos, ses consider¨® necesario fomentar el esp¨ªritu nacionalista. Con la idea de erradicar toda influencia exterior, concretamente de China y Corea, revitaliz¨® las antiguas creencias del pueblo nip¨®n.
Se elabor¨® entonces un shint? ritual, basado en la divinizaci¨®n del emperador. Si bien la creencia en las distintas divinidades se entend¨ªa como una cuesti¨®n privada, el culto al emperador, en cambio, era un deber ineludible para todo japon¨¦s.
En 1927, los manuales de
historia establec¨ªan claramente la genealog¨ªa de la familia imperial a partir de los primeros kami, las figuras m¨ªticas Izanagi e Izanami (Cielo y Tierra) y la diosa Sol. De los kami al primer emperador, el ¨¢rbol geneal¨®gico era tan claro como la de los reyes visigodos.
El pueblo japon¨¦s tuvo que alcanzar su mayor¨ªa de edad pol¨ªtica brutalmente con la derrota del 1945. Preguntas como las que formula Holtom a modo de conclusi¨®n: c¨®mo corresponder¨ªa el shint? a nuevas demandas de la sociedad de mercado y qu¨¦ es lo que constituir¨ªa los lazos de unidad nacional en el Estado japon¨¦s moderno, han de ser reformuladas ahora en pasado: ?c¨®mo ha sido capaz el pueblo nip¨®n de integrar el tradicionalismo shint? con las nuevas formas de responsabilidades internacionales? Que alguien nos lo cuente.
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