La pintura invisible
Me cont¨® un ingeniero que hab¨ªa participado en la conflictiva construcci¨®n del metro de Roma que asisti¨® en directo, y desesperado, a la destrucci¨®n de una pintura antigua. Por lo que dijo, las circunstancias eran siempre las mismas: las excavadoras perforaban los t¨²neles y, por cuidadoso que fuera el trabajo, cuando los focos iluminaban las nuevas galer¨ªas, las pinturas conservadas durante siglos en la oscuridad se desvanec¨ªan como fantasmas. Cuanto mayor era la prudencia, m¨¢s desesperante era la frustraci¨®n.
Fellini recre¨® en su pel¨ªcula Roma esta operaci¨®n parad¨®jica a trav¨¦s de la cual lo que pretend¨ªa salvarse se condenaba sin remedio. Y, cierto o no, siempre he o¨ªdo el mismo argumento para justificar la pr¨¢ctica inexistencia de un metro en Roma. Todos los trazados acababan enfrent¨¢ndose con la tozudez del pasado, de modo que cualquier intento de mejorar, mediante el transporte subterr¨¢neo, el ca¨®tico tr¨¢nsito romano llevaba consigo una devastaci¨®n de obras art¨ªsticas que nadie se atrev¨ªa a afrontar.
El ingeniero se jactaba de adivinar d¨®nde estaban las antiguas pinturas del subsuelo mientras caminaba por el asfalto de Roma
Fellini se refer¨ªa a esta contradicci¨®n t¨ªpicamente romana con su habitual tono jocoso, pero mi interlocutor ingeniero estaba tan angustiado por ella que incluso hab¨ªa abandonado su profesi¨®n para convertirse en un peculiar historiador del arte. Su experiencia le llev¨® a concluir que de ninguna manera debemos intentar rescatar las obras del pasado, sino que, m¨¢s respetuosamente, tenemos que acatar la condici¨®n que el paso del tiempo les ha impuesto.
Al principio el ingeniero estaba sobre todo preocupado por las consecuencias de su propio oficio. Hab¨ªa contribuido a destruir varias pinturas antiguas y no quer¨ªa continuar haci¨¦ndolo. Dej¨®, por tanto, su trabajo en la construcci¨®n del metro y se transform¨® en una suerte de ap¨®stol que predicaba contra su antigua profesi¨®n. El subsuelo era demasiado sagrado para someterlo a la avidez tecnol¨®gica de nuestra ¨¦poca.
Con el paso de los a?os, el ingeniero refin¨® mucho m¨¢s su doctrina. Ya no s¨®lo le dol¨ªan los resultados de la perforaci¨®n del suelo romano, sino que se hab¨ªa erigido en un experto en el reconocimiento art¨ªstico de la oscuridad. Su teor¨ªa era estrafalaria pero fascinante: si aceptamos que gran parte de lo que llamamos arte ha yacido, y todav¨ªa yace, bajo tierra, o bajo escombros y ruinas, lo l¨®gico, para llegar a la ra¨ªz, es aprender la historia interna de la oscuridad. El que avanza en este aprendizaje acaba descubriendo lo que estaba oculto a las miradas ignorantes. No hace falta desenterrar el arte para reconocerlo. Bien al contrario puesto que, sometido a la luz, el arte queda desvirtuado.
El ingeniero, por tanto, odiaba los museos, para ¨¦l aut¨¦nticas carnicer¨ªas, y ten¨ªa una gran desconfianza hacia todas las profesiones que manoseaban el arte, desde los arque¨®logos a los restauradores. Unos y otros eran acusados de destripadores. ?l, en cambio, era como un amante plat¨®nico que penetraba en el cuerpo del arte sin necesidad de tocarlo. Y de hecho, ya viejo cuando yo le conoc¨ª, se jactaba de adivinar d¨®nde estaban las antiguas pinturas romanas mientras caminaba por el asfalto atestado de veh¨ªculos de las calles de Roma. Era como estar al lado de un buscador de agua, un zahor¨ª de la pintura.
La clave, seg¨²n dec¨ªa, era que siempre miraba lo que no se ve¨ªa. Esto, como es natural, lo trasladaba con facilidad a horizontes sin l¨ªmites mediante vuelos de dif¨ªcil comprobaci¨®n. Una de sus obsesiones era que debajo de una pintura visible hab¨ªa otra invisible, m¨¢s importante que la primera. A veces el arte que no se ve¨ªa correspond¨ªa al mismo artista -pruebas, esbozos, obras abandonadas- y a veces a otros artistas perdidos en el anonimato. Y as¨ª el anciano ingeniero, sin pisarla, recompon¨ªa la entera Capilla Sixtina con las pinturas anteriores a las que ve el espectador, fueran las realizadas por el propio Miguel ?ngel, fueran las que ¨¦ste cubri¨® para pintar encima.
El ingeniero miraba m¨¢s lejos y su historia del arte, concebida desde el ¨¢ngulo de la oscuridad, era infinitamente m¨¢s inabarcable que la que conocemos bajo la perspectiva de la luz. Me he acordado de su encantadora locura a partir del reciente descubrimiento de una obra de Edvard Munch, Joven y tres cabezas de hombre, que el artista noruego hab¨ªa escondido bajo una de sus pinturas m¨¢s famosas, La madre muerta. Desde luego, hay que aprender a mirar lo que no se ve.
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