Los juegos de Dostoievski
El escritor ruso Fi¨®dor Dostoievski descubri¨® en los balnearios europeos el placer de la ruleta. El juego le atrap¨® y con esta obsesi¨®n recorri¨® las ciudades termales preso de su adicci¨®n, un vicio que le llev¨® a la ruina y que ¨¦l reflej¨® en su novela 'El jugador'.
Como otros contempor¨¢neos, el escritor Fi¨®dor Dostoievski encontr¨® en los balnearios europeos el camino a los placeres y miserias del juego. Convertido en un lud¨®pata confeso, el autor de Crimen y castigo narr¨® el drama de su vicio en la novela El jugador, que transcurre en la ciudad imaginaria de Roulettenburgo. La villa es una recreaci¨®n de las ciudades termales en las que Dostoievski recorri¨® su particular ruta de la ruina.
Los balnearios de Europa central conocieron su edad de oro durante la segunda mitad del siglo XIX. El germen de las ciudades termales hay que buscarlo siglos atr¨¢s, cuando los ej¨¦rcitos romanos descubrieron los beneficios que ten¨ªan aquellas aguas (a veces malolientes) para la salud del cuerpo. Una de las primeras ciudades balneario fue la localidad belga de Spa (que hoy da nombre gen¨¦rico a los establecimientos termales), pues existe como tal desde el siglo XVI. En Spa, como en otros lugares, las sencillas fuentes de agua carbogaseosa empezaron a protegerse con suntuosos edificios, y junto a ellas se levantaron establecimientos hoteleros para dar servicio a los ag¨¹istas.
Con el correr del tiempo, las villas se transformaron en verdaderos centros de ocio. Se supon¨ªa que eran para¨ªsos salut¨ªferos, pero pronto las aguas y sus efectos ben¨¦ficos se convirtieron en la base para hacer de los balnearios el epicentro de la vida mundana centroeuropea. Alrededor de las fuentes y los sanatorios se construyeron teatros, hoteles y villas, jardines magn¨ªficos y, sobre todo, casinos y salas de juego. La cura termal era la perfecta excusa para justificar un moment¨¢neo alejamiento del hogar. Ning¨²n marido, por celoso que fuera, se extra?aba que su mujer viajase kil¨®metros en busca de una cura para el re¨²ma o los problemas digestivos, y no hab¨ªa esposa que encontrara extra?o el que un padre de familia pasase dos semanas lejos de casa en beneficio de su ci¨¢tica. Se viajaba a los balnearios para recuperar la salud, para descansar y reponerse, y tambi¨¦n para hacer un par¨¦ntesis vital entre ba?os de lodo, sorbos de agua ferruginosa y veladas musicales.
La afici¨®n al juego de Dostoievski se fragu¨® de forma casi fortuita y durante un viaje por Europa en 1863. Era un autor s¨®lo medianamente reconocido, que luchaba por salir de la penuria y que ya hab¨ªa publicado t¨ªtulos que hoy se consideran obras maestras -Humillados y ofendidos, Pobres gentes-, pero que entonces s¨®lo serv¨ªan para sostener malamente la autoestima y el bolsillo del escritor, hambriento de ¨¦xito y enfermo de epilepsia.
Fi¨®dor viaja desde Mosc¨² a Par¨ªs, donde espera reunirse con su amante, la voluble Paulina Suslova, y pasa unos d¨ªas en la ciudad balneario de Wiesbaden. Para buscar los or¨ªgenes termales del lugar hay que remontarse casi dos mil a?os atr¨¢s, cuando algunas de las 28 fuentes que dan servicio en la actualidad fueron descubiertas por los antiguos pobladores de la villa. Las primeras casas de ba?os empezaron a funcionar en 1370, y la ciudad vivi¨® durante el medievo una ¨¦poca de total esplendor. Lamentablemente, dos grandes incendios, en 1547 y 1561, arrasaron los bellos edificios de la urbe, que a ra¨ªz del suceso cambi¨® su fisonom¨ªa y vivi¨® una segunda belle ¨¦poque a mediados del siglo XIX, coincidiendo con la popularizaci¨®n del termalismo en Centroeuropa. Fue entonces cuando se construyeron coquetos hoteles y mansiones ajardinadas, parques frondosos y fuentes con surtidores que convirtieron la ciudad, situada a orillas del Rhin, en el mejor lugar para unas vacaciones.
Mucho antes que Dostoievski, en 1814, Goethe hizo en Wiesbaden una cura de aguas que le dej¨® muy satisfecho: "Regreso y fresco y joven como no me hab¨ªa sentido en mucho tiempo", escribi¨® al terminar el tratamiento. Goethe viv¨ªa en el lujoso hotel B?ren. Pasaba las ma?anas tomando ba?os, y por la tarde, tras almorzar ligeramente en el Kursaal, paseaba por el parque o escrib¨ªa en su habitaci¨®n.
Dostoievski pasaba en Wiesbaden un par de d¨ªas de reposo antes de continuar viaje a Par¨ªs. Alojado en un hotel sencillo (su econom¨ªa no le permit¨ªa otra cosa), una ma?ana se inclin¨® por curiosidad sobre la mesa de la ruleta. Por pura diversi¨®n jug¨® un par de monedas, y el destino quiso que la suerte le sonriera. En unas horas, Dostoievski cay¨® v¨ªctima de la fiebre del juego. El propio autor describe en una carta a su hermano aquel proceso fulminante que lo convertir¨ªa en lud¨®pata: "En Wiesbaden invent¨¦ un sistema propio de juego; lo apliqu¨¦ y de inmediato gan¨¦ 10.000 francos. A la ma?ana siguiente, exaltado, cambi¨¦ de sistema y perd¨ª. Por la noche volv¨ª de nuevo a mi sistema, sigui¨¦ndolo rigurosamente, y pronto gan¨¦ de nuevo 3.000 francos. Dime, ?c¨®mo era posible, despu¨¦s de esto, no entusiasmarse?". Esa misma tarde, el autor perdi¨® todas sus ganancias, y aun parte de sus reservas para el resto del viaje. A?os m¨¢s tarde, recordando el paso del escritor por Wiesbaden, su hija Alma escribir¨ªa: "All¨ª, mi padre jug¨® con pasi¨®n a la ruleta, fue feliz ganando y experiment¨® una sensaci¨®n no menos deliciosa perdiendo". S¨®lo la falta de fondos y las cartas apremiantes de Paulina desde Par¨ªs arrancan al escritor de la mesa de juego. Volver¨¢ a Wiesbaden, y lo har¨¢ para entregarse sin reservas al vicio reci¨¦n nacido.
Ya con Paulina, el autor se detiene esta vez en la estaci¨®n de Baden-Baden, la preferida de los arist¨®cratas rusos, que han construido mansiones esplendorosas rodeadas de jardines que rivalizan con los parques p¨²blicos, salpicados de estatuas de faunos y de Venus, de grutas rom¨¢nticas y cascadas artificiales. La galer¨ªa de la fuente -Trinkhalle-, construida por H¨¹bner en 1840, es, por su belleza, el lugar preferido por los visitantes. La armon¨ªa de las casas de ba?os, de estilo neocl¨¢sico, aten¨²a el suplicio de los chorros de agua fr¨ªa y la ingesti¨®n de litros de agua que sabe a podrido.
Baden-Baden se convierte en la meca del juego cuando, en 1809, se inaugura el primer casino. Es un edificio fastuoso, decorado con porcelanas, l¨¢mparas de cristal checo y colgaduras de terciopelo. Pero Dostoeivski no reparar¨¢ en la decoraci¨®n: s¨®lo quiere jugar. Las horas previas a su llegada le tiemblan las manos ante la perspectiva del contacto con la ruleta. Y Fi¨®dor juega, asegurando haber descubierto el secreto del ¨¦xito en las apuestas: "Es de lo m¨¢s simple y tonto: ¨²nicamente es preciso ser due?o de uno mismo y, sean cuales sean las peripecias de una partida, evitar quemarse". Pero el autor juega sin control. Gana a ratos, y eso le lleva a un estado de excitaci¨®n que le empuja a perder los beneficios obtenidos.
En Baden-Baden, Dostoievski coincide con otro escritor: el aristocr¨¢tico Iv¨¢n S. Turgu¨¦nev, que como tantos rusos pudientes ten¨ªa all¨ª una casa propia. En una carta a su hermano Mija¨ªl, Fi¨®dor cuenta: "En Baden vi a Turgu¨¦nev (?). En parte es un fatuo. No le he ocultado que juego. Me dio a leer sus Fantasmas, pero yo, a causa del juego, no la le¨ª". Dostoievski llegar¨¢ a pedir dinero a Turgu¨¦nev para saldar sus muchas deudas. En ocasiones, el escritor ni siquiera responde a sus requerimientos. Otras le env¨ªa una parte de la cantidad que ha solicitado: est¨¢ seguro de que, en cualquier caso, el dinero acabar¨¢ en la mesa de la ruleta. Quiz¨¢ por haber sido testigo de la ruina de muchos, Iv¨¢n Sergu¨¦ievich despreciaba profundamente a los lud¨®patas, y as¨ª lo demuestra en su novela Humo, que se desarrolla enteramente en Baden-Baden: "En los salones de juego, en torno de los verdes tapetes, se amontonaban las mismas caras de siempre, con la misma expresi¨®n est¨²pida, avariciosa, consternada, casi feroz, con ese aspecto de ratero que la fiebre del juego presta a las facciones m¨¢s aristocr¨¢ticas".
El mismo escenario, dos prototipos humanos: el fr¨ªo, correcto y exquisito Turgu¨¦nev; el peque?oburgu¨¦s, enfermo y materialmente limitado Dostoievski. Como tel¨®n de fondo, el Baden-Baden de mediados del siglo XIX, los parques por los que paseaban las princesas rusas y los embajadores destinados en San Petersburgo que hab¨ªan elegido la ciudad como destino de sus vacaciones. A diferencia de Dostoievski, ¨¦stos no iban a Baden-Baden a encontrarse con la fiebre del juego ni la amenaza de la ruina: iban a jugar por diversi¨®n, a perder alegremente unas migajas de las fortunas heredadas, a enamorarse, a burlar la vigilancia de los doctores con cenas pantagru¨¦licas y veladas que se prolongaban hasta el amanecer. El edificio del casino -construido por Friedrich Weinbrenner en 1821 y evocado por Alfred de Musset en el poema Una buena fortuna- es el marco de conspiraciones pol¨ªticas, rupturas sentimentales y dramas menores que se olvidar¨¢n de un plumazo en cuanto el viajero regrese al mundo real. Porque eso es el balneario: un particular microcosmos que detiene el reloj, que paraliza la vida. Esa es la clave del singular negocio que supusieron las ciudades termales durante el siglo XIX: el visitante debe tener la sensaci¨®n de que, mientras pemanezca all¨ª, todo lo que necesita (el bienestar material, el espiritual y el f¨ªsico) est¨¢ al alcance de la mano.
Baden-Baden recib¨ªa cada a?o la visita de decenas de europeos elegantes. Por all¨ª pasaron Nijinski, Napole¨®n III y Eugenia de Montijo, Julio Verne o la emperatriz Elizabeth de Austria, la c¨¦lebre Sissi. De fr¨¢gil salud y eternamente obsesionada por su figura, Sissi pasaba varias semanas al a?o en diferentes balnearios europeos. En Baden-Baden, los otros termalistas la ve¨ªan dando largos y extenuantes paseos a caballo para mantenerse en forma. La emperatriz intentaba huir de los compromisos sociales, pero la presencia de Sissi era un im¨¢n demasiado poderoso y las invitaciones se multiplicaban. Cuando el padre del rey de Bulgaria estuvo a punto de provocar un conflicto diplom¨¢tico ante su negativa a recibirle, Sissi acept¨® cenar con ¨¦l? y no dijo una sola palabra en toda la cena.
Dostoievski y Paulina Souslova no conocieron esa faceta fr¨ªvola de la ciudad de su ruina. S¨®lo sal¨ªan de su cuarto para entrar en el casino? o en la l¨®brega casa de empe?os, donde, entre l¨¢grimas, Paulina Suslova tiene que deshacerse de unas cuantas joyas para pagar sus deudas y seguir viaje. La situaci¨®n de la pareja es insostenible. El poco amor que queda se acaba, Paulina quiere escapar de la miseria y del propio Fi¨®dor. Tras algunos tumbos por otras ciudades europeas, los caminos de ambos se separan. En su regreso a Rusia, el autor har¨¢ una breve parada en Hamburgo, que contaba con una sala de ruleta. Dostoievski juega, pierde y env¨ªa cartas desesperadas a media docena de familiares y amigos solicitando auxilio: ha empe?ado hasta su reloj para seguir jugando. Con la llegada de algunos fondos, el autor vuelve a San Petersburgo. All¨ª le esperan los acreedores, una esposa enferma y algunos compromisos laborales cuyos emolumentos ha gastado por anticipado. La muerte de su mujer, la desdichada Mar¨ªa Dimitrievna, le llena de remordimientos. Es en estos d¨ªas cuando acaba de redactar Memorias del subsuelo, donde el protagonista dice de s¨ª mismo: "Soy un hombre enfermo, soy un hombre malo, soy un hombre desagradable".
La pasi¨®n por el juego es superior a todas las otras, y meses despu¨¦s Dostoievski regresa a Wiesbaden a buscar una buena suerte que no existe. En su correspondencia y sus diarios deja el autor un pat¨¦tico documento de aquellas jornadas. Vive encerrado en su habitaci¨®n, y los due?os del hotel se niegan a servirle la comida, pues hace tiempo que no paga ninguna cuenta. Enfermo, solo, desesperado, traza el argumento de una nueva obra: "Quiz¨¢ lo que estoy escribiendo sea superior a todo lo que he escrito hasta ahora", confesaba en una carta. Ten¨ªa raz¨®n. Porque en aquellos d¨ªas, Fi¨®dor hab¨ªa encontrado el germen de Crimen y castigo.
Quiz¨¢ fueran los aires de Wiesbaden: otros autores concibieron en la villa algunas obras maestras. Brahms escribi¨® all¨ª su tercera sinfon¨ªa, que es llamada de Wiesbaden, y Richard Wagner compuso Los maestros cantores. Es curioso que, seg¨²n ¨¦l mismo cuenta en sus memorias, a su paso por Wiesbaden, Wagner trat¨® de apartar de su vicio a algunos jugadores que pasaban las noches en blanco ante las mismas ruletas que dieron el pistoletazo de salida a la ruina de Dostoievski. La labor antivicio del compositor tiene una explicaci¨®n sencilla: ¨¦l mismo, en su ¨¦poca de juventud, hab¨ªa sido lud¨®pata. Sucedi¨® cuando era estudiante y particip¨® en una partida de cartas en un mes¨®n de Leipzig: "Permanec¨ª en el mes¨®n por espacio de tres d¨ªas, porque desde la primera noche el juego me hab¨ªa envuelto en sus redes diab¨®licas. (?) al cabo de tres meses estaba tan pose¨ªdo por la fiebre del juego que no alentaba ninguna otra pasi¨®n". La influencia de su madre y su propia voluntad apartaron al autor de un vicio que amenazaba con anular su talento. Pero como no hay nada peor que un converso, Wagner no perd¨ªa la ocasi¨®n de hacer proselitismo en contra del juego, y muchos jugadores de Wiesbaden se vieron abordados por herr Wagner, que pretend¨ªa que otros aprovechasen su experiencia.
Durante casi toda su vida, el compositor fue un adepto del termalismo: fue hu¨¦sped frecuentes de ciudades como Toeplitz, Kissingen, Marienbad o Albisbrunn, donde tuvo lugar una curiosa an¨¦cdota: un m¨¦dico, el doctor Brunn, estaba empe?ado en curar mediante la hidroterapia su mala salud de hierro. As¨ª, prepar¨® para el paciente un complejo programa de actividades: Wagner se levantaba a las cinco de la ma?ana, y se pon¨ªa un maillot empapado en agua helada, en el que permanec¨ªa varias horas. Luego, un ba?o a cuatro grados, seguido de un paseo por los jardines? pero sin secarse. La comida era casi inexistente, el alcohol y el tabaco estaba proscritos? As¨ª, no es raro que el autor definiera aquella experiencia como "una existencia llena de privaciones en una detestable habitaci¨®n con muebles hostiles".
En Wiesbaden busc¨® la paz la emperatriz Sissi tras el suicidio de su hijo. Ella y el emperador Francisco Jos¨¦ se instalaron en una de las villas de la localidad para rumiar a solas su tristeza, pero los consejeros imperiales recomendaron otra cosa a la pareja: los rumores sobre la locura de la emperatriz estaban arreciando, y era necesario que se mostrara en p¨²blico. Sissi fue obligada a pasear por los jardines de Wiesbaden envuelta en sus crespones de luto, y a acudir cada ma?ana a tomar las aguas y a darse ba?os para el re¨²ma.
La ciudad de Wiesbaden experimentar¨ªa un notable cambio a?os despu¨¦s de la muerte de Dostoievski. Ocurri¨® en 1907, cuando un pu?ado de nobles rusos decidieron instalarse para siempre en la que hab¨ªa sido una de sus ciudades de veraneo favoritas. Lo cierto es que demostraron un notable sentido de la anticipaci¨®n al poner tierra de por medio entre ellos y su pa¨ªs natal antes de la Revoluci¨®n, que hubiese precipitado su salida del pa¨ªs en circunstancias bastante menos c¨®modas. El caso es que la llegada de aquellos rusos cargados de oro hizo de Wiesbaden el para¨ªso de los millonarios: sus mansiones sirvieron de im¨¢n para otros favorecidos por la fortuna. El lugar se convirti¨® en una milla de oro, y se gan¨® el nombre de la Niza del norte.
A s¨®lo 30 kil¨®metros de la ciudad de Francfort, los habitantes de Wiesbaden presumen de vivir en uno de los lugares m¨¢s caros del mundo. Despu¨¦s de la Segunda Guerra Mundial, la ciudad tuvo que reciclarse para recobrar el esplendor de otros d¨ªas, y es posible que la etapa de prosperidad que vive actualmente est¨¦ relacionada con la progresiva implantaci¨®n de algunos consorcios empresariales que, para satisfacci¨®n de sus 250.000 habitantes, no parecen perturbar la paz legendaria del lugar. Algunas de las docenas de mansiones que salpican sus bien cuidadas calles han sido adquiridas por banqueros de la cercana Francfort, que han fijado all¨ª su residencia para escapar de la ruidosa metr¨®poli.
Pero volvamos al juego y a Dostoievski. Despu¨¦s de su ¨²ltima estancia en Wiesbaden, agobiado por las deudas, acept¨® el encargo de escribir una novela en tiempo r¨¦cord mientras segu¨ªa trabajando en el borrador de Crimen y castigo. Sus amigos le dan un consejo: para ganar tiempo debe contratar a alguien que pueda tomar la obra al dictado. Es as¨ª como conoce a Anna Grigorievna. Gracias a su ayuda acabar¨¢ en tres semanas la gran novela sobre la ludopat¨ªa: El jugador, terrible s¨ªntesis de sus experiencias frente a la mesa de juego. S¨®lo unas semanas despu¨¦s, Anna se convertir¨¢ en su segunda esposa y en su infeliz compa?era en un nuevo descenso a los infiernos de la ruleta.
Llevan s¨®lo unas semanas casados cuando el autor propone a su esposa hacer un viaje por Europa. En realidad se trata de una forma de escapar de los acreedores. A su paso por Hamburgo jugar¨¢ de forma desenfrenada perdi¨¦ndolo todo. La madre de Anna les env¨ªa algo de dinero, y el autor decide tentar a la suerte en Baden-Baden. A requerimiento de Fi¨®dor, Anna coloca una postura en la mesa de juego. Pierde, por supuesto, pero ser¨¢ incapaz de compartir el v¨¦rtigo que experimenta su esposo a cada vuelta de ruleta. Escribir¨¢ en su diario: "Fedia se ha ido a la sala maldita. Yo prefiero quedarme en casa en una habitaci¨®n a oscuras y no moverme". En esos d¨ªas van a parar a manos de los usureros las escasas joyas de Anna, algunos de sus vestidos y hasta las alianzas de boda de ambos. Tras dejar Baden-Baden, Fi¨®dor instala a su esposa en Ginebra?, y se va, solo, a jugar a la estaci¨®n suiza de Saxon-les-Bains.
La ciudad de Saxon aparece mencionada por primera vez en un texto a mediados del siglo XII, pero el primer establecimiento termal no se construy¨® hasta 1830, y funcion¨® a medio gas hasta que, en 1847, el alcalde de la ciudad obtuvo permiso para abrir un peque?o casino. En 1855, un ciudadano de origen d¨¢lmata llamado Joseph Fama toma las riendas de la casa de juego, y m¨¢s adelante acaba auspiciando la construcci¨®n del lujoso Hotel des Bains, una sala de conciertos y un nuevo casino, adem¨¢s de mejorar las instalaciones termales. Uno de los hu¨¦spedes m¨¢s ilustres del balneario ser¨¢ Giuseppe Garibaldi, que har¨¢ una entrada triunfal en la ciudad bajo una lluvia de flores. Saxon fue un destino de moda hasta que en 1877 las autoridades suizas prohibieron el juego. Las fuentes siguen manando agua saludable, pero los visitantes llegan con cuentagotas, y la ciudad termal acaba por desaparecer.
La visita de Dostoievski a Saxon, seg¨²n deducimos por la correspondencia que env¨ªa a su esposa, cobra tintes desesperados: se hospeda en un hostal de mala muerte en cuya habitaci¨®n permanece recluido, cuando no est¨¢ en el casino, para evitar que le reclamen los atrasos en el pago de sus facturas. En sus cartas est¨¢ expresado el profundo drama que vive el autor: pide perd¨®n a su mujer por cada p¨¦rdida, le implora el env¨ªo de dinero, a veces demuestra un t¨ªmido optimismo que ser¨¢ seguido por otra misiva desgarradora.
Aunque en una carta a Anna Grigorievna el autor asegura haber vencido por s¨ª mismo el vicio del juego, fueron las circunstancias las que apartaron a Dostoeivski del tormento de la ludopat¨ªa: en 1877, el juego qued¨® prohibido en Alemania y Suiza. El autor no puede permitirse un viaje a Montecarlo, que en 1856 se convierte en el nuevo templo de la ruleta en Europa. Es posible, aunque no queda constancia documental, que Dostoievski jugara en el casino de Montecatini, tan pr¨®ximo a Florencia, donde Fi¨®dor pas¨® unas semanas.
Situado en la regi¨®n de la Toscana, Montecatini cuenta con varias fuentes termales ricas en cloruro s¨®dico sulfuroso. Aunque en el siglo XV ya se conoc¨ªan las bondades de estas aguas, no es hasta 1733 cuando el lugar se transform¨® en centro termal gracias al impulso del gran duque Pietro Leopoldo di Lorena. En los siglos XIX y XX, Montecatini se convirti¨® en destino vacacional de una pl¨¦yade de m¨²sicos italianos: durante 20 a?os, las termas fueron el lugar de descanso favorito de Giuseppe Verdi, y all¨ª compuso el tercer acto de Otelo y prepar¨® la orquestaci¨®n de Falstaff. Puccini ide¨® en el lugar una parte de La fanciulla del West, y Rossini fue hu¨¦sped habitual del Locanda Maggiore, donde se conserva todav¨ªa una habitaci¨®n dedicada al compositor. Enrico Carusso y Alfredo Toscanini se regalaban periodos de reposo en los hoteles termales despu¨¦s de alguna gira triunfal.
La ciudad tuvo su papel en el cine, y no s¨®lo porque fuese uno de los lugares de descanso favoritos de Mary Pickford y Douglas Fairbanks. Fellini film¨® all¨ª algunas escenas de su pel¨ªcula Ocho y medio, y Nikita Mijalkov recre¨® en Montecatini un balneario de Yalta en su pel¨ªcula Ojos negros. Es imposible olvidar la figura de Marcello Mastroianni dignamente embarrado despu¨¦s de recuperar el sombrero de su amada en una repugnante piscina de fango.
Pero el barro de Marcello pod¨ªa limpiarse. Dostoievski muri¨® en 1881 con la conciencia de estar sumido en la degradaci¨®n: s¨®lo unas semanas antes de su muerte, ya gravemente enfermo, el autor recibi¨® en su casa la visita de un caballero desconocido: era un enviado de Turgu¨¦nev, que quer¨ªa reclamar un dinero que se le deb¨ªa desde hac¨ªa m¨¢s de 15 a?os y que Dostoievski hab¨ªa quemado, a su paso por Baden-Baden, en la mesa de la ruleta.
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