King's Cross
Como en la primera, del 7 de julio, en la segunda ola de acciones terroristas que el fundamentalismo isl¨¢mico desencaden¨® sobre Londres el d¨ªa 21, el blanco privilegiado fueron las estaciones del metro. ?Por qu¨¦? Porque en una estaci¨®n subterr¨¢nea la mortandad puede ser complementada con dosis abrumadoras de p¨¢nico y porque, adem¨¢s de hacer correr mucha sangre, el m¨¢rtir arrebosado en explosivos camino al Para¨ªso consigue el caos, la confusi¨®n y el desvar¨ªo de la gente com¨²n y corriente. Adem¨¢s, por supuesto, de una espectacular publicidad. Los cerebros que maquinan estas operaciones funcionan con una l¨®gica implacable, pues el odio inconmensurable que los gu¨ªa, contrariamente a la creencia de que las pasiones nublan la raz¨®n, no est¨¢ re?ido con la inteligencia, con una lucidez helada, luciferina.
No se los puede comparar con los anarquistas que, en el siglo XIX y comienzos del XX, tambi¨¦n tiraban bombas por las calles de Londres y a los que inmortaliz¨® Joseph Conrad en El agente secreto. ?stos actuaban casi siempre sobre blancos espec¨ªficos e individualizados y, como los "homicidas delicados" de Camus, invert¨ªan su propia vida para liquidar la del enemigo concreto que quer¨ªan exterminar: el banquero, el primer ministro, el general. En cierto modo, se puede decir de ellos que practicaban el crimen amparados en una estricta moral, que exclu¨ªa de entre las v¨ªctimas a personas "inocentes". Es cierto que Ravachol lanz¨® su bomba sobre los parroquianos del Caf¨¦ de la Paix gritando "?Nadie es inocente!", pero lo que quer¨ªa decir en verdad es "Nadie que sea burgu¨¦s es inocente". Y, por lo dem¨¢s, las bombitas de los anarquistas finiseculares ten¨ªan una fuerza mort¨ªfica insignificante, comparadas con los prodigios que ha hecho la ciencia y la t¨¦cnica moderna. Hoy, con una carga disimulada en una caja de zapatos, un terrorista puede matar a cientos de personas y herir a miles.
Para el terrorista isl¨¢mico no hay inocentes. En los atentados de Londres han muerto y est¨¢n heridos innumerables musulmanes, y tanta gente modesta, miserable y pobr¨ªsima, como la que padeci¨® los horrores de New York y Madrid. De hecho, los lugares elegidos para perpetrar las carnicer¨ªas londinenses tienen una concurrencia donde est¨¢n representados todos los sectores sociales, salvo los ricos y poderosos, que no toman metros ni autobuses. Esos lugares estaban elegidos con un criterio muy simple: porque en ellos habr¨ªa de todos modos una gran concentraci¨®n de gente. Que cayera el que cayera, no importaba nada, con tal de que fueran muchos, que cundiera el pavor en toda la ciudad, y que ¨¦sta quedara paralizada por el desorden y el miedo muchas horas o d¨ªas. Una de las estaciones fat¨ªdicas, la de Edgware Road, en un barrio de muchos inmigrantes de origen asi¨¢tico, implicaba que entre las v¨ªctimas caer¨ªa buen n¨²mero de musulmanes.
Porque, para el terrorista suicida, como para todo fan¨¢tico, no importa nada que en la gran cruzada salvadora de la que se siente portador caigan muchos inocentes. Lo que importa es el final de la batalla: un mundo purificado de corruptos, imp¨ªos, sacr¨ªlegos, degenerados, en el que s¨®lo la comunidad de los verdaderos creyentes reinar¨¢. ?sta es una utop¨ªa m¨¢s descabellada a¨²n que todas las otras que han llenado de cad¨¢veres la historia de la humanidad. Los centenares o millares de "m¨¢rtires" activos o potenciales al servicio de Ben Laden y Al Qaeda y dem¨¢s sectas del fundamentalismo isl¨¢mico pueden provocar muchas matanzas m¨¢s, sin duda, y esta lucha cubrir¨¢ acaso con un gran manto de espanto todo el siglo XXI, pero lo absolutamente seguro es que jam¨¢s ninguna de ellas llegar¨¢ a derrocar un gobierno ni tomar el poder pol¨ªtico en pa¨ªs alguno -ahora menos que nunca- y que su ¨²nico futuro previsible ser¨¢ la de continuar en la semiclandestinidad en la que ahora est¨¢, siendo peri¨®dicamente golpeada y desmantelada aunque, muchas veces, como la serpiente cercenada por el hacha, resucite por partes y, aqu¨ª y all¨¢, siga sembrando las ciudades de cad¨¢veres.
Conozco muy bien la estaci¨®n de King's Cross, donde hubo el mayor n¨²mero de muertos en la primera oleada terrorista. Cada vez que estoy en Londres, paso por ella dos veces al d¨ªa lo menos tres o cuatro veces por semana, pues me bajo all¨ª para ir a la British Library, que est¨¢ al lado. Es una estaci¨®n de metro que es un nudo de varias l¨ªneas, y, adem¨¢s, conectada a la estaci¨®n de ferrocarril del mismo nombre, un bello y estrafalario edificio victoriano de ladrillos rojos con torres g¨®ticas, donde, a la hora de la explosi¨®n, las ocho de la ma?ana, hay siempre una muchedumbre de oficinistas y operarios. Produce cierto v¨¦rtigo tratar de trasladarse a la mente de los conjurados que eligieron estos blancos, con tanta precisi¨®n, para que el efecto devastador del explosivo abatiera al mayor n¨²mero posible de personas, ni?os, ancianos, inv¨¢lidos, creyentes o agn¨®sticos. Sobre todo, sabiendo que los "m¨¢rtires" eran brit¨¢nicos, nacidos o criados en el Reino Unido, donde se hab¨ªan educado en las escuelas del Estado, y trabajado, y beneficiado de los servicios de la seguridad social, y donde todos ellos ten¨ªan un tramado de relaciones, familiares, amigos, conocidos. Todos sab¨ªan perfectamente bien que entre las v¨ªctimas de su bestial holocausto iban a caer gentes como ellos, tal vez personas que hab¨ªan frecuentado e incluso querido. Nada de eso pes¨® en la balanza para disuadirlos. Tambi¨¦n los asesinos de la estaci¨®n de Atocha, en Madrid, hab¨ªan vivido y trabajado en la capital espa?ola e hicieron lo que hicieron a sabiendas de que matar¨ªan a sus vecinos.
Contra gentes as¨ª es muy dif¨ªcil defenderse. Cuando alguien est¨¢ dispuesto a sacrificar su propia vida para poder matar, se convierte en un arma de destrucci¨®n atrozmente efectiva. Por otra parte, lo perverso del terrorista de esta ¨ªndole es que en una sociedad democr¨¢tica, donde los derechos del ciudadano se respetan, tiene un ancho campo de acci¨®n para pasar desapercibido. En una sociedad autoritaria, en cambio, con su sistema asfixiante de controles y limitaciones para la iniciativa y la movilidad individual, el peligro se puede reducir considerablemente. Y no hay duda que aquellos cerebros luciferinos que planean los infiernos urbanos en los que inmolan sus cuerpos, aspiran a que una de las consecuencias de sus asesinatos a ciegas sea socavar las instituciones democr¨¢ticas e induzcan a los gobiernos a restringir las libertades que para ellos significan impiedad.No hay el menor peligro de que ello ocurra en el Reino Unido, un pa¨ªs que, puesto a prueba en lo que concierne a la defensa de la cultura de la libertad, nunca decepciona. Lo demostr¨® de una manera que pone los pelos de punta cuando tres cuartas partes de Europa Occidental era derrotada, se rend¨ªa o se acomodaba con los que parec¨ªan invencibles ej¨¦rcitos de Hitler, resistiendo solo, en condiciones de absoluta inferioridad b¨¦lica, con un hero¨ªsmo sereno y sacrificios sin cuento, su pueblo unido como un pu?o detr¨¢s de su Gobierno, hasta que, con la entrada en guerra de los Estados Unidos, la relaci¨®n de fuerzas entre los adversarios comenz¨® a cambiar a favor de los aliados. Y, en los a?os ochenta, la gran recuperaci¨®n e impulso de los valores democr¨¢ticos y de la modernizaci¨®n econ¨®mica del mundo occidental, que contribuir¨ªa de manera decisiva en el desplome del comunismo y la utop¨ªa colectivista, tuvo a Gran Breta?a a la cabeza de Europa. Fue un Gobierno conservador el que dirigi¨® aquella formidable revoluci¨®n pac¨ªfica. Ahora es un Gobierno laborista el que enfrenta el desaf¨ªo del fundamentalismo del terror. Ciertas ret¨®ricas var¨ªan, pero la actitud es id¨¦ntica: cuando est¨¢n amenazadas las instituciones que sostienen la civilizaci¨®n, las querellas pol¨ªticas y las menudencias locales pasan a segundo plano, porque la uni¨®n de todos los dem¨®cratas es la mejor estrategia para derrotar a los enemigos de la libertad.
Los "m¨¢rtires" convertidos en bombas ambulantes son, en nuestros d¨ªas, los adversarios m¨¢s encarnizados que tiene lo mejor que ha producido la civilizaci¨®n occidental: la tolerancia, los derechos humanos, la liberaci¨®n de la mujer, las libertades individuales, gobiernos representativos, el imperio de la ley, la coexistencia en la diversidad. Si, hip¨®tesis rid¨ªcula, lo que representa el terrorista isl¨¢mico triunfara, el resultado ser¨ªa la abolici¨®n de todo lo que ha hecho humano y digno el mundo en que nos ha tocado vivir. Es decir, el retorno del oscurantismo, de la esclavitud de la mujer, de la barbarie de los castigos corporales, del despotismo y la desaparici¨®n del individuo soberano en la masa "municipal y espesa", como escribi¨® Rub¨¦n Dar¨ªo. Y las v¨ªctimas de ese retorno a la barbarie no ser¨ªan solamente todos los occidentales; tambi¨¦n los asi¨¢ticos y africanos que ya salieron de ella, y, por cierto, muchos millones de musulmanes, como muestran las cifras de los muertos iraqu¨ªes dinamitados a diario por los "m¨¢rtires" de Al Qaeda en Bagdad y dem¨¢s ciudades de Irak.
Como una de las bellas conquistas del Occidente es el esp¨ªritu autocr¨ªtico, el terrorista isl¨¢mico tiene entre nosotros buen n¨²mero de valedores. Gentes, por ejemplo, convencidas de que, si no hubiera pobres, si no hubiera hambre y explotaci¨®n, no habr¨ªa terrorismo. Es decir, que los hombres-bombas que despanzurran a inocentes son luchadores sociales extraviados, que, aunque equivocados en su proceder demencial, act¨²an guiados por un mesianismo generoso, fabricado por la frustraci¨®n y el rencor que produce entre los marginados la opulencia, la falta de solidaridad y el esp¨ªritu de lucro occidental. Estas almas c¨¢ndidas no parecen haber advertido que los terroristas fundamentalistas matan sobre todo a pobres y marginados, y que, cuando llegan al poder, como ocurri¨® en Afganist¨¢n durante el r¨¦gimen talib¨¢n, sus pol¨ªticas generan una pobreza espeluznante, y que la crueldad con que aplican sus convicciones, por ejemplo con las mujeres, a las que prohibieron estudiar, trabajar, y condenaron a vivir s¨®lo como ap¨¦ndices de padres, hermanos y maridos, no congenia para nada con esa visi¨®n simplista -y occidentalizada hasta el tu¨¦tano- de las motivaciones y aspiraciones del fan¨¢tico.
Es una ingenuidad creer que al terrorista acuartelado en su visi¨®n dogm¨¢tica se le puede aplacar con concesiones. Todav¨ªa hay quienes sostienen que si Estados Unidos no hubiera derribado al r¨¦gimen de Sadam Husein no hubiera ocurrido lo que est¨¢ ocurriendo. ?Acaso los atentados contra las Torres Gemelas y el Pent¨¢gono ocurrieron despu¨¦s de la intervenci¨®n en Irak? No, la antecedieron y la provocaron. Se puede discutir la oportunidad y la manera en que aquella se produjo, pero no sostener seriamente que si la dictadura ignominiosa del s¨¢trapa iraqu¨ª estuviera todav¨ªa inc¨®lume no habr¨ªa terrorismo fundamentalista. La guerra contra la cultura de la libertad que encarna la civilizaci¨®n occidental estaba ya declarada hac¨ªa tiempo y ya hab¨ªa dejado muchos muertos en varios continentes antes de que Estados Unidos se decidiera a invadir Irak. Esta invasi¨®n ha liberado a los iraqu¨ªes de una dictadura atroz, que asesin¨®, tortur¨® y exili¨® a millones de personas y provoc¨® una guerras -contra Ir¨¢n y contra Kuwait- que causaron m¨¢s de un mill¨®n de muertos. Desde entonces, el pueblo iraqu¨ª es un pueblo m¨¢rtir, en la expresi¨®n m¨¢s alta y noble que tiene la palabra, porque los mismos fan¨¢ticos que asolaron con su odio y sus bombas a New York, Washington, Madrid y Londres, asesinan, mutilan y hacen vivir en el terror a esos ocho millones de iraqu¨ªes que, plant¨¢ndoles cara con la pac¨ªfica y trascendental acci¨®n de ir a votar en las primeras elecciones libres en la historia de Irak, los desautorizaron y rechazaron.
?stas son las ideas, muy resumidas, que Tony Blair ha repetido sin cesar desde que la vesania fundamentalista llen¨® de sangre las calles de Londres. No se trata de Irak. Se trata de la vieja pugna entre la libertad y sus enemigos. Entre ¨¦stos, por el momento, quienes capitanean la ofensiva son los grupos fundamentalistas, a los que los gobiernos democr¨¢ticos tienen la obligaci¨®n de enfrentar con energ¨ªa y convicci¨®n, como Inglaterra enfrent¨® a Hitler en 1940, sabiendo que la raz¨®n y la decencia estaban absolutamente de su parte porque ten¨ªa al frente un enemigo que personificaba toda la sinraz¨®n y la arbitrariedad de la barbarie: la intolerancia, el racismo, el odio religioso, la violencia convertida en valor.
Es tranquilizador que las circunstancias hayan llevado a Tony Blair a tener en estos momentos el liderazgo europeo de la lucha contra el terror. No hay en Europa un estadista de ideas tan l¨²cidas sobre lo que est¨¢ en juego ni de tanto coraje a la hora de poner en pr¨¢ctica lo que Weber llamaba unas "pol¨ªticas de convicci¨®n". Luego de su dif¨ªcil triunfo en las ¨²ltimas elecciones, su figura ha ido creciendo de nuevo, como cuando convenci¨® a su partido de que el viejo manual de recetas socialistas para crear trabajo y desarrollo estaba caduco y deb¨ªa renovarse aplicando pol¨ªticas de apertura de mercados y de incentivos a la empresa privada, gracias a lo cual el Reino Unido ha prosperado extraordinariamente bajo su Gobierno y reducido el desempleo a niveles m¨ªnimos. Y ha hecho bien la oposici¨®n en apoyarlo en su firme determinaci¨®n de no hacer la menor concesi¨®n al terror.
Una vieja leyenda dice que si Inglaterra no ha podido ser invadida en los ¨²ltimos mil a?os es porque el m¨ªtico rey Arturo vela por ella desde las sombras. Y que el h¨¦roe medieval retornar¨¢ a la vida y a la lucha si, en un momento tr¨¢gico, su pa¨ªs lo necesita. Creo que es as¨ª y ya veo desliz¨¢ndose entre la blanca bruma del verano londinense la larga cabellera, la blanca armadura y la luciente espada del antiguo caballero, compareciendo a cumplir con su deber.
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