?Hay conflicto entre cristianismo y matrimonio homosexual? Otra respuesta
En EL PA?S del domingo 19 de junio, Juan Jos¨¦ Tamayo pretende contestar negativamente al encabezamiento de la p¨¢gina de debate que pregunta ?Hay conflicto entre cristianismo y matrimonio homosexual?
Juan Jos¨¦ Tamayo hasta hace poco se ven¨ªa presentando como miembro y directivo de la Asociaci¨®n de Te¨®logos y Te¨®logas Juan XXIII. Pero, desde que el Papa Bueno fue beatificado por Juan Pablo II, no puedo precisar la raz¨®n, aunque la intuyo, ha dejado de usar la anterior adscripci¨®n para pasar a denominarse profesor de la Universidad Carlos III. Bajo esta titularidad, Juan Jos¨¦ Tamayo se equivoca en el enfoque de su art¨ªculo, ya que el matrimonio homosexual que, desde luego no es compatible con la doctrina cristiana, previamente entra en conflicto con la naturaleza, es decir, con el estado de las cosas mucho antes de que el cristianismo hiciera su aparici¨®n en la historia. Desde el principio de la sociedad humana, con datos que se retrotraen a m¨¢s de 5.000 a?os, en todas las culturas, el verdadero matrimonio, sea religioso, civil o meramente natural, ha sido definido como la uni¨®n entre un hombre y una mujer, en orden a la procreaci¨®n, a consecuencia de la complementariedad sexual que, dentro de la intr¨ªnseca identidad, existe entre el var¨®n y la mujer; complementariedad que nunca puede darse entre dos varones o dos mujeres.
En todas las culturas, el verdadero matrimonio ha sido definido como la uni¨®n de hombre y mujer
Es cierto que en determinadas ¨¦pocas y en determinadas culturas, como la sumeria y la babil¨®nica, han existido, y siguen existiendo, entre los musulmanes por ejemplo, formas matrimoniales de naturaleza polig¨¢mica -un hombre con varias mujeres-; como tambi¨¦n han existido las de naturaleza poli¨¢ndrica -una mujer con varios hombres-. Pero jam¨¢s, en ninguna cultura, se ha considerado matrimonio la uni¨®n entre personas del mismo sexo. Las relaciones homosexuales que, desde luego, no han faltado nunca, siempre y en todo lugar han sido tenidas como contrarias a la naturaleza y hasta las recientes y pocas legalizaciones siempre se las ha considerado incapaces de ser reguladas como matrimonio en el ¨¢mbito del derecho, ya que, como he dejado dicho en otro lugar, "no puede ser en derecho lo que no es por naturaleza".
El se?or Tamayo, en todos sus escritos, tiende a moverse en el ¨¢mbito eclesi¨¢stico para expresar su disidencia con la doctrina del magisterio. En el caso que nos ocupa, despu¨¦s de informarnos de la existencia de los que llama colectivos cristianos que defienden la homosexualidad como una forma leg¨ªtima de ejercer la sexualidad, culpa a la jerarqu¨ªa de oponerse a esta postura, diciendo que la concepci¨®n de los obispos sobre la sexualidad y el matrimonio pertenece a la doctrina moral de la Iglesia cat¨®lica de una determinada ¨¦poca hist¨®rica, hoy, dice, en revisi¨®n.
Esta afirmaci¨®n no responde a la realidad, puesto que, mucho antes del nacimiento de la Iglesia cat¨®lica, el ejercicio de la homosexualidad fue condenado por la opini¨®n com¨²n y, como los estudios antropol¨®gicos demuestran, solamente durante un periodo del Jap¨®n antiguo, y en algunos pocos casos de tribus primitivas, la homosexualidad fue aprobada. En la antigua Grecia, durante la Edad de Oro de la Filosof¨ªa, la homosexualidad fue declarada contra la ley y se la castigaba severamente. A pesar de que algunos pretendan que en el texto de El banquete Plat¨®n defiende la homosexualidad, la verdad es que precisamente en el di¨¢logo de El banquete es donde Plat¨®n, con su apasionamiento y su fuerza literaria, despliega, por boca de S¨®crates, su discurso sobre lo que es el verdadero amor. Lo que sucede es que, para designar el amor, Plat¨®n emplea la palabra eros, que para los freudianos y en nuestro lenguaje coloquial nombra solamente el impulso sexual. No era as¨ª en Plat¨®n, porque para los fil¨®sofos griegos el objeto del erotismo era la posesi¨®n constante de lo bello, de lo que perfecciona. S¨®crates y Plat¨®n no solamente no eran homosexuales, sino que estaban vehementemente opuestos a esta conducta. Hasta tal punto, que Plat¨®n, que fue v¨ªctima de sodom¨ªa por parte de un regente homosexual, conden¨® esta experiencia como la m¨¢s degradante y humillante de su vida. M¨¢s tarde escribi¨® con respecto a la homosexualidad: "?Qui¨¦n en su sano juicio podr¨ªa promulgar una ley que protegiera tal conducta?". Cuando, en la ¨¦poca del deterioro de la civilizaci¨®n griega, algunos comenzaron a practicar la homosexualidad, el gran legislador persa Hamurabi declar¨® con desprecio que era "una mancha de la que ning¨²n hombre pod¨ªa limpiarse".
No es raro, pues, que, desde los or¨ªgenes del cristianismo, el magisterio de la Iglesia, int¨¦rprete inconcuso de la ley natural, respetando a las personas homosexuales y rechazando toda actuaci¨®n despectiva o discriminatoria respecto a ellas, declare consistentemente que los actos homosexuales son intr¨ªnsicamente desordenados y nada puede justificarlos, aunque la responsabilidad personal pueda variar seg¨²n las circunstancias. En 1973, en una reuni¨®n que, a tenor de lo relatado por uno de los protagonistas, Ronald Bayer, cabe calificar de sesgada, la homosexualidad fue extra¨ªda del registro de patolog¨ªas o des¨®rdenes mentales. Sin embargo, sea o no patolog¨ªa, es posible que un peque?o porcentaje de los nacidos sean personas que presenten tendencias homosexuales innatas o gen¨¦ticas. Estas personas deben ser respetadas y ayudadas a llevar su condici¨®n sexual, que cabe considerar como una desviaci¨®n de la naturaleza, sea o no reversible. Pero la homosexualidad puede ser adquirida. En efecto, como ha afirmado el profesor Aquilino Polaino, sin que nadie cient¨ªficamente haya logrado contradecirle, la persona nacida normal desde el punto de vista sexual puede adquirir la condici¨®n homosexual, a consecuencia del ambiente en que se ha desarrollado, la influencia de los que le acompa?aron en las primeras fases de su vida, pautas y modelos de educaci¨®n inadecuados u otras causas an¨¢logas. Esta persona, como persona que es, debe ser respetada, comprendida y ayudada para no caer en la homosexualidad y, en el caso de que se decida por esta opci¨®n, debe ser ayudada para salir de ella, ya que, con independencia de la ¨²ltima responsabilidad personal que nadie est¨¢ autorizado a juzgar, la actividad homosexual, en s¨ª misma, es condenable, y el homosexualismo es curable. As¨ª lo piensa incluso el doctor Spitzer, que en los a?os setenta abog¨® porque se borrara la homosexualidad del diagn¨®stico de enfermedades, quien ha reconocido a?os despu¨¦s, en la revista cient¨ªfica Archives of sexual behavior, que es posible modificar la sexualidad de las personas.
?sta es la doctrina de la Iglesia desde el principio, como lo prueba, entre otros textos del Nuevo Testamento, la Carta a los Romanos (Rm 1, 26 27), donde San Pablo expresamente afirma que por haber adorado a la criatura en lugar del Creador, Dios permiti¨® que los hombres se abandonaran a pasiones deshonrosas; pues sus mujeres hasta cambiaron el uso natural por el que es contrario a la naturaleza; e igualmente (...), habiendo dejado el uso natural de la mujer (...) cometieron torpezas varones con varones". Y ¨¦sta es la doctrina vigente al d¨ªa de hoy, a tenor de la declaraci¨®n Persona humana de la Congregaci¨®n para la Doctrina de la Fe, publicada el 29 de diciembre de 1975, precisamente para salir al paso de las desviaciones que, incluso por parte de algunos que se consideran dentro de la Iglesia, se pretende difundir. ?ste parece ser el caso del profesor Juan Jos¨¦ Tamayo, quien, en el art¨ªculo que nos ocupa, dice que "hay que reformular la teolog¨ªa cristiana del matrimonio, para asumir la realidad humana de la homosexualidad sin apelar a valoraciones morales excluyentes". Esta frase, puesta en relaci¨®n con la postura de los que, al principio de su art¨ªculo llama grupos de cristianos homosexuales que reclaman el derecho a contraer matrimonio can¨®nico, significa que, seg¨²n Tamayo, la Iglesia cat¨®lica deber¨ªa bendecir el matrimonio can¨®nico de las parejas homosexuales. Para defender esta tesis, Tamayo dice apoyarse en la interpretaci¨®n antropol¨®gica de los textos b¨ªblicos, poniendo como ejemplo la destrucci¨®n de Sodoma y Gomorra descrita en el libro del G¨¦nesis (18, 16; 19, 29). Seg¨²n Tamayo, Dios no castig¨® a Sodoma y Gomorra por sus pr¨¢cticas homosexuales, sino por la falta de hospitalidad para con los extranjeros" que Lot hab¨ªa acogido en su casa. Lo que sucede es que, tal y como lo relata la Biblia, antes de que ocurriera el episodio contra los hospedados por Lot, Dios, como se lo dijo a Abraham, ya hab¨ªa decidido destruir Sodoma y Gomorra por su homosexualidad, salvando a los justos que habitaban en ellas. Por otra parte, el acto que para Tamayo es la causa del castigo, no dejaba de ser, en primer lugar, un pecado de sodom¨ªa, agravado, es cierto, por el atentado contra la hospitalidad.
Tamayo termina su art¨ªculo con una idea que es t¨ªpica de ¨¦l, aunque en este caso la apoye recurriendo a Schillebeeckx, uno de los autores m¨¢s censurados por la Congregaci¨®n para la Doctrina de la Fe. Tamayo sigue diciendo, como lo hac¨ªa en el a?o 2000, que la incompatibilidad que establece el evangelio no es entre Dios y el sexo, sino entre Dios y el dinero. Como ya le dije entonces, la incompatibilidad existe tanto en un caso como en el otro, cuando se hace mal uso del sexo o del dinero, y la incompatibilidad desaparece cuando se hace buen uso del sexo o del dinero.
En resumen, respeto la postura del profesor Juan Jos¨¦ Tamayo si, en uso de su libertad como ciudadano, aprueba la ley sobre el pretendido matrimonio civil entre personas del mismo sexo, a pesar del da?o que esta ley, probablemente inconstitucional, causar¨¢ a la instituci¨®n familiar. Pero lo que no puede hacer, si quiere permanecer dentro de la perenne doctrina de la Iglesia cat¨®lica, es pedir que el p¨¢rroco, o su sustituto, act¨²e como testigo del compromiso de dos personas del mismo sexo que intentaran contraer matrimonio can¨®nico, bendiciendo lo que no ser¨ªa m¨¢s que una il¨ªcita e inv¨¢lida ceremonia. A pesar de que, desgraciadamente, se hayan dado algunos muy escasos casos por parte de p¨¢rrocos que, adem¨¢s, se han jactado de "bendecir la celebraci¨®n del amor homosexual" con escarnio de aquel que instituy¨® el sacramento del matrimonio heterosexual.
Rafael Termes es miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Pol¨ªticas.
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