De dunas y soledades
Hace m¨¢s de 20 a?os los gaditanos no conoc¨ªamos bien nuestra provincia y comentar que hab¨ªas estado en Bolonia, ten¨ªa como pronta respuesta ?Qu¨¦ tal por Italia? Pero Bolonia est¨¢ tambi¨¦n en C¨¢diz, en el litoral suratl¨¢ntico gaditano, en el Estrecho de Gibraltar.
Las Sierras de La Plata y San Bartolom¨¦ la guardan para que sea eterna y el viento de levante se enfada a menudo con sus potenciales amantes agitando sus manazas en un desesperado intento de expulsarlos de este para¨ªso.
La primera vez que fui a Bolonia, me qued¨¦ sin aliento. Sub¨ªamos por una sinuosa y estrecha carretera hacia la Sierra, mientras los buitres sobrevolaban sus cumbres en un cielo de azul desganado y acuoso. Los campos secos, salpicados de lentiscos, aulagas y palmitos acog¨ªan la modorra de las vacas retintas, cornilargas que miraban impasibles el paso del coche por la solitaria carretera.
"En los atardeceres el color juega sobre los acantilados como un ni?o con l¨¢pices"
De pronto, cuando inici¨¢bamos el descenso, divisamos como si de un espejismo se tratara el azul intenso del mar en aquella peque?a ensenada. Hab¨ªa que detenerse en aquel lugar porque una no puede pasar ante tama?a belleza sin conmoverse. Desde aquella privilegiada atalaya vi por primera vez como entre el cerco monta?oso y los destellos del mar, entre las laderas invadidas por las dunas y la blanca arena de la playa, asomaban t¨ªmidamente algunas columnas y estructuras murarias de lo que fue la ciudad romana de Baelo-Claudia, fundada con fines comerciales en el S. II a.C.
En este lugar, los romanos capturaban los atunes que cada mes de junio pasaban por all¨ª camino del Mediterr¨¢neo a donde iban para desovar, exist¨ªan all¨ª factor¨ªas de salazones y en ellas se elaboraba el garum, un producto que se obten¨ªa macerando los intestinos y otros despojos de pescado y que se utiliz¨® como condimento para platos diversos, como producto de belleza y como medicamento.
La playa de Bolonia hace m¨¢s de 20 a?os ten¨ªa dos espacios diferentes. Por un lado, estaba el lentiscal, con sus casitas bajas de pescadores y sus barquitas semienterradas en la arena; y por otro, esos testigos de piedra desnuda que fueron parte de la ciudad romana, con sus templos y dioses ya olvidados, custodiados entonces por un cuartel de la Guardia Civil. Adem¨¢s de una iglesia peque?ita y dos caba?as-chiringuitos muy cerca de donde se atisbaban, ya en la arena de la playa, las piletas de la industria de salaz¨®n romana.
Aquellos recios chiringuitos que nos ofrec¨ªan pescado fresco y pisto de verduras ten¨ªan para m¨ª la soledad de los espacios v¨ªrgenes reci¨¦n conquistados, y nos permit¨ªan fabular sobre ese mundo que creci¨® en el l¨ªmite occidental de la tierra conocida por el Imperio Romano.
Con permiso del dios Eolo, penetrabas por las arenas camino de un mar transparente, terrible a veces, amedrent¨¢ndonos con sus ofendidas olas, otras veces, quieto como un lago inmenso. El mar de Bolonia es desobediente y libre. S¨®lo tienes que sentarte en la arena mojada, frente a ¨¦l, para sentir su imperiosa caricia.
Es un mar para el deseo, vivo, envolvente, que arranca sutilmente emociones, que solicita tu adoraci¨®n o libera su ira si lo ignoras. Frente a ¨¦l, en los d¨ªas limpios se divisa cercana la costa marroqu¨ª, eso siempre que no lo enmascare todo la bruma o antes de que llegue el cielo de Agosto y lagrimeen sus nubes atrapadas por la Sierra de la Plata.
Sus atardeceres son un espect¨¢culo que invitan a la contemplaci¨®n, y el color juega sobre los acantilados como un ni?o con l¨¢pices de cera.
?sta no ha sido nunca una playa populosa, como las playas urbanas, en ella conviv¨ªan las vacas y las gaviotas a la ca¨ªda de la tarde cuando a¨²n pod¨ªamos hacer acampada libre e invitar a una copa a la pareja de guardias civiles que vigilaban la playa. Luego ca¨ªa la noche con sus racimos de estrellas y era casi imposible cerrar los ojos.
Ahora, la sigo recordando como era entonces, y cuando quiero relajarme pienso en la luz de la tarde en Bolonia, en el olor del mar junto al acantilado, en el sonido de las olas de noche, en el sabor de la sal en mis manos y el tacto sutil de la arena trepando por las dunas. Por eso, yo no busco a Bolonia en los mapas, la reconozco con todos los sentidos despiertos y espero fervientemente que la sigan protegiendo los dioses.
Verano 2005
Pepa Caro (Arcos, 1961) es poeta y alcaldesa de Arcos de la Frontera (C¨¢diz) desde 2003. Es coautora, junto a otras 11 poetas gaditanas, de El Placer de la Escritura o nuevo retablo de Maese Pedro, (Servicio de Publicaciones de la UCA, 2005).
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