Marilyn Monroe el poder de una sonrisa
Al buscar en mis recuerdos de Marilyn, asoma de pronto, con toda nitidez, su foto del calendario del a?o 1949: la figura echada de lado y sus curvas perfiladas en la famosa foto del desnudo sobre un fondo de brillante rojo; la piel dorada y el pelo dibujando llamaradas, tendida en una rara posici¨®n, como si nadase sobre la tela, mostrando todo su cuerpo y sin que nada de su ser m¨¢s ¨ªntimo se dejara ver por entero. ?se era, en mi opini¨®n, el mayor atractivo Marilyn: no era preciso la evidencia absoluta de su desnudo para lograr transmitirnos una fogosa sensualidad. Al recordarla ahora, pienso que su vehemente seducci¨®n brotaba sobre todo de su sonrisa.
Los chicos de mi adolescencia, a finales de los cincuenta y principios de los sesenta del pasado siglo, compart¨ªamos varios iconos sexuales tomados del cine, como Silvana Mangano, Brigitte Bardot, Gina Lollobrigida y Elisabeth Taylor, por poner unos cuantos ejemplos. Pero quiz¨¢s ninguno entr¨® en nuestras enso?aciones con la fuerza con que lo hizo Marilyn Monroe. Puede que su tr¨¢gica y temprana muerte mitificara su imagen hasta convertirla en una hero¨ªna literaria: la muchacha fagocitada por Hollywood, usada y abandonada por hombres poderosos como los hermanos Kennedy, infeliz en los brazos del dramaturgo Arthur Miller y del deportista Joe DiMaggio, una ni?a siempre deseada y nunca comprendida. No era ya solamente una bella criatura, sino una figura tr¨¢gica. Entregada a la autodestrucci¨®n, su m¨¢s que posible suicidio nos hizo descubrir la cara amarga de la fama y el dinero. Marilyn nos dijo con su muerte que la soledad m¨¢s honda no puede combatirse con pu?ados de d¨®lares ni con los aplausos del p¨²blico, sino tan s¨®lo con amor, algo que a ella se le negaba. La recuerdo en otra fotograf¨ªa hacia el final de su vida: vestida con un albornoz, nos env¨ªa una sonrisa algo forzada y una mirada infeliz desde la ventana de su casa, en el piso alto, como si desde all¨ª arriba, separ¨¢ndose ya de la tierra, nos dijese adi¨®s para siempre. Nos emocionan las mu?ecas rotas, los h¨¦roes derrotados, los arc¨¢ngeles entristecidos... En su ca¨ªda irremediable, dejan de aparecer ante nosotros como seres pr¨®ximos y se transforman en entes literarios.
Ning¨²n icono sexual entr¨® en nuestras enso?aciones adolescentes con la fuerza con que lo hizo Marilyn
Nos parec¨ªa una chica a la que se pod¨ªa seducir sin excesiva dificultad. ?Era as¨ª?, ?la eligieron siempre?, ?o fue ella quien eligi¨®?
Pero vamos a situarnos un rato del lado de la alegr¨ªa, en aquellas sonrisas refulgentes de Norma Jean Mortenson, el nombre que le dieron al nacer. Hay otra conocida imagen suya en que nos lanza un beso a trav¨¦s de la c¨¢mara: sus labios son como el capullo de una flor antes de abrirse y en sus ojos hay risa. No recuerdo la fecha, pero es probable que aquella instant¨¢nea fuese tomada en uno de los mejores momentos de su vida. ?Disfrutaba de un amor c¨¢lido? Por lo menos se ganaba el nuestro.
En aquellos a?os cincuenta, cuando su imponente belleza comenzaba a deslumbrar en el celuloide, los chicos espa?oles la llam¨¢bamos "Maril¨ªn": as¨ª, como suena, con un acento agudo y rotundo en la i final. Y algunos a?ad¨ªan "Monrroe", pronunciado tal y como se escribe, marcando bien la erre. Tiempo despu¨¦s, cuando nos hicimos m¨¢s cultos y empezamos a asomarnos por las salas de Arte y Ensayo, pasamos a nombrarla con la pronunciaci¨®n inglesa: "M¨¦rilin Monrou".
Aquella circunstancia, los cambios de pronunciaci¨®n en los apellidos de los actores, supuso una transformaci¨®n casi hist¨®rica en nuestro acomodo cultural. Cuando ¨¦ramos cr¨ªos y acud¨ªamos a los cines de sesi¨®n contin¨²a, nuestros astros se llamaban, por ejemplo, Yon Guayne o Estiguar Gr¨¢njer; al protagonista le llam¨¢bamos "el chico", y a la protagonista, "la chica", y los personajes se divid¨ªan en "buenos" y "malos". Pero el arte y ensayo nos oblig¨® a rectificar para no hacer el rid¨ªculo.
La conoc¨ªamos ya como M¨¦rilin Monrou cuando vimos Bus stop y The misfits (Vidas rebeldes). Pero antes de eso, en La tentaci¨®n vive arriba (la de la falda que vuela) y Los caballeros las prefieren rubias, era Maril¨ªn Monrroe. ?Cu¨¢nto nos gustaba aquella ni?a un poco boba que, en el fondo, no era tan tonta y que m¨¢s bien ten¨ªa absoluta conciencia de ese cuerpazo que llevaba puesto sobre el alma! La verdad es que, a los chicos de mi barrio, nos importaba un bledo si era o no buena actriz. Esa discusi¨®n lleg¨® a?os despu¨¦s, con la irresistible ascensi¨®n de la figura del cr¨ªtico de cine. ?Cu¨¢ntas cosas nos aclararon los cr¨ªticos y cu¨¢ntas otras nos hurtaron! A veces, tengo la impresi¨®n de que, de la mano de la cr¨ªtica de las artes, comenzamos a mirar el cine y dejamos de verlo, olvidamos leer las novelas y empezamos a estudiarlas, perdimos la fe en la sorpresa y nos sometimos a la aritm¨¦tica.
Quiz¨¢s el gran drama de Marilyn fue que naci¨® mucho antes de que llegara su ¨¦poca. Estaba destinada al futuro y asom¨® a la vida demasiado pronto. No hab¨ªa llegado a¨²n el tiempo en el que los humanos comenzamos a considerar el matrimonio como un estado de pecado mortal permanente, dijera lo que dijese el Vaticano. Marilyn irrumpi¨® en las pantallas del cinemat¨®grafo cuando las mujeres se clasificaban, para los hombres, en dos grupos: esposa o querida. Y ella no era una mujer con la que casarse, tener hijos sin gusto previo y utilizar como acompa?ante en los aburridos actos sociales. Marilyn era una mujer para la fuga sin paso obligado por sacrist¨ªa, para perder la cabeza y darse buenos revolcones. Mi padre nunca se habr¨ªa casado con ella, sino que la hubiera hecho su amante caso de que Marilyn aceptase. Pero mis hijos cumplir¨ªan hoy con total naturalidad ambos papeles ante una mujer de su calibre. Desde luego que tendr¨ªan que hacerlo siempre con el ojo avizor, porque Marilyn era el tipo de mujer que los amigos intentan "levantarte" en cuanto te das la vuelta.
Ninguno de los hombres con los que se relacion¨®, maridos o amantes, estuvo a su altura. No supieron quererla cuando ella, como todos los humanos, buscaba sobre todo amor. Supongo que era f¨¢cil de conquistar: su fuerza sexual albergaba tal hondura y virulencia que ni siquiera ella pod¨ªa contenerla. Tengo la sospecha de que en sus labios casi siempre estaba el s¨ª. Por esa raz¨®n nos gustaba tambi¨¦n a los chavales del barrio: porque nos parec¨ªa una chica a la que se pod¨ªa seducir sin excesiva dificultad. ?Era as¨ª?, ?la eligieron siempre?, ?o fue ella quien eligi¨® en cualquier circunstancia? En todo caso, su n¨®mina de esposos y de amantes no fue balad¨ª: entre otros, un dramaturgo genial, un deportista fuera de serie, algunos actores famosos de Hollywood, un presidente y un presidenciable. Tampoco tiraba por lo bajo nuestra chica.
No era una gran cantante, pero utilizaba la voz con melosidad como si despegara poco a poco las palabras de los labios y de la garganta, como si lo hiciese s¨®lo para ti mientras se quitaba los zapatos y se bajaba el tirante del vestido. Quiso ser una gran actriz, librarse del eterno papel de chica voluptuosa y poco inteligente. Y lo logr¨® en buena medida gracias a un genio del cine, John Huston. En Vidas rebeldes (The misfits), Marilyn nos entreg¨®, en mi opini¨®n, la mejor de todas sus interpretaciones. Quiz¨¢s porque, en el fondo, representaba el desarraigo de su propio coraz¨®n.
Pero me gusta, sobre todo, en R¨ªo sin retorno, de Otto Preminger. Sube vestida de rojo a un escenario y canta una canci¨®n cuya letra compara la existencia humana con un r¨ªo que no regresa nunca a su lugar de origen, como el de Jorge Manrique. Est¨¢ triste porque su novio ha muerto y un nuevo hombre, al que comienza a amar, la considera una chica de alterne, indigna de una vida decente. Y entonces, cuando la canci¨®n est¨¢ concluyendo, llega Robert Mitchum, "el chico" nuevo, quien, arrepentido de su desd¨¦n, se la echa al hombro y se la lleva "a casa": a una caba?a junto a un r¨ªo salvaje rodeada de indios indomables. Creo que Robert Mitchum hizo lo que hay que hacer en estos casos con "la chica", lo mismo que habr¨ªa hecho con Maril¨ªn Monrroe cualquiera de los chavales de mi barrio.
Una larga lista de amantes
Marilyn Monroe, cuyo verdadero nombre era Norma Jean Baker (tambi¨¦n conocida por Mortensen, apellido de uno de sus posibles padres), naci¨® el 1 de junio de 1926. Hija de Gladys Baker y, posiblemente, de Stanley Gifford, que abandon¨® a la madre de su futura hija antes de nacer. La futura actriz vivi¨® una infancia llena de penurias e infortunios llegando a ser v¨ªctima de abusos sexuales a los ocho a?os. Despu¨¦s de que su madre fuese internada en un psiqui¨¢trico tras padecer una crisis nerviosa, Norma Jean vivi¨® en varios orfanatos y casas de acogida.
A los 16 a?os se cas¨® con un empleado de una empresa de aviaci¨®n de 21 a?os. Tras estar posando un tiempo para anuncios de ropa de ba?o, ya con el pelo te?ido del famoso rubio platino, la 20th. Century-Fox vio algunas de sus fotos y la contrat¨®. Firm¨® su primer contrato con la comp¨¢?¨ªa y adopt¨® el que ser¨ªa su nombre art¨ªstico en homenaje a la actriz Marilyn Miller y a su madre, cuyo apellido de soltera era Monroe. Pero en 1946 ya se habr¨ªa divorciado de su primer marido y empezar¨ªa a escribir en su biograf¨ªa una larga lista de maridos y amantes entre los que estar¨ªan Joe DiMaggio, Arthur Miller e incluso el presidente de EE UU, J. F. Kennedy. Rod¨® 29 pel¨ªculas, la ¨²ltima de las cuales fue Vidas rebeldes, con Clark Gable y Montgomery Clift, y escrita por su entonces marido, Arthur Miller, del que se separ¨® muy poco despu¨¦s.
La actriz falleci¨® el 5 de agosto de 1962 a causa de una sobredosis de barbit¨²ricos
Intencionadamente sensual, en una de sus m¨¢s provocativas declaraciones a la prensa, la actriz, que protagoniz¨® t¨ªtulos como C¨®mo casarse con un millonario o Con faldas y a lo loco, confes¨® no utilizar ropa interior y s¨®lo usar unas gotas de Chanel N?5 como prenda para dormir.
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