Huida y vocaci¨®n
Alice Munro tiene una espl¨¦ndida corola de pelo blanco luminoso y revuelto y una gran sonrisa que se convierte f¨¢cilmente en carcajada durante las entrevistas que le hacen en la radio. A los 74 a?os, no es una de esas mujeres de las que se dice que han debido de ser muy guapas: es una mujer muy guapa, con una cara de expresi¨®n tan intensa como las aventuras de su vida, con unos ojos brillantes en los que se mantiene intacta la curiosidad por el mundo que la llev¨® a concebir para s¨ª misma una resuelta vocaci¨®n literaria desde el principio de su adolescencia. Las coordenadas de su biograf¨ªa son las mismas que las de su literatura: nacida en 1931, en una zona rural de la provincia de Ontario, conoci¨® de ni?a la exaltaci¨®n de la naturaleza y de los espacios abiertos y tambi¨¦n las penurias de la Depresi¨®n. Los paisajes canadienses en los que transcurri¨® su infancia a¨²n conservaban una parte del esp¨ªritu de frontera, promesa de aventura y dureza brutal de la existencia que hab¨ªan conocido no mucho tiempo atr¨¢s los pioneros reci¨¦n llegados, los hombres y mujeres de la generaci¨®n de los abuelos de Alice Munro. El principio de su vida adulta coincidi¨® con el salto del pasado rural a la prosperidad suburbana y al primer consumismo de los a?os cincuenta. La ni?a aventurera y lectora, aficionada a inventar para s¨ª misma novelas y porvenires fabulosos, atada al aislamiento y a la escasez de la granja familiar y al mismo tiempo empapada en las impresiones paradisiacas de una infancia en estrecho contacto con una naturaleza todav¨ªa parcialmente indomada, se convirti¨® primero en estudiante pobre y con beca en una universidad provinciana y luego en ama de casa, atrapada fatalmente en una vida de obligaciones dom¨¦sticas, embarazos, crianza de hijos, subordinaci¨®n a la carrera o al negocio del marido, en su caso una librer¨ªa en Vancouver.
Su naturalidad es tan perfecta, sus personajes parecen tan comunes, que no siempre se advierte la magnitud de su talento
En la universidad, Munro hab¨ªa empezado a publicar algunos cuentos en revistas y a recibir alguna atenci¨®n. Su retirada hacia la vida familiar la redujo durante a?os a un silencio que seguramente ten¨ªa mucho de capitulaci¨®n. Desde ni?a se hab¨ªa sabido rara y distinta, y hab¨ªa comprendido que para no sufrir el escarnio de los dem¨¢s tendr¨ªa que disimular, fingir que acataba las expectativas permitidas a una mujer. Preferir secretamente la vocaci¨®n de la literatura a la de la maternidad ten¨ªa algo de impulso de perdici¨®n.
De esos a?os en los que se debi¨® de ver a s¨ª misma atrapada por la invisibilidad y la renuncia, encerrada en la vida de conformidad y confort que retrataban las pel¨ªculas -el marido, los hijos, la casa con jard¨ªn, los electrodom¨¦sticos- procede un tipo de personaje que se repite mucho en las historias de Alice Munro: la mujer que guarda sus sentimientos y sus pasiones para s¨ª, debajo de una superficie apacible, y que de pronto un d¨ªa se atreve a hacer algo que le provoca remordimiento pero de lo que no se arrrepiente, porque sabe que no podr¨ªa haber actuado de otra manera. Su ¨²ltimo libro de cuentos -que apareci¨® en Canad¨¢ y en Estados Unidos el oto?o pasado- se llama Runaway (Huida), pero ese t¨ªtulo se podr¨ªa tambi¨¦n aplicar a un n¨²mero considerable de las historias que ha ido publicando desde hace m¨¢s de treinta a?os. Las mujeres de Alice Munro huyen de pronto, desertan, se entregan a aventuras er¨®ticas que saben insensatas pero a las que no quieren renunciar, abandonan a sus familias y renuncian a la respetabilidad social y a la solidez econ¨®mica para instalarse en ciudades lejanas, en baratos apartamentos alquilados. Obtienen trabajos mediocres, escriben cartas, resisten a cuerpo limpio el cerco de la soledad y el desasosiego de la culpa. No son v¨ªctimas del abuso f¨ªsico, cargadas de razones, o mujeres de una altura intelectual o de romanticismo que sus romos maridos no aceptan ni entienden. No son exactamente buenas, ni positivas, a la manera de esas hero¨ªnas como de realismo socialista sovi¨¦tico que abundan en la literatura considerada can¨®nicamente de mujeres. Sus maridos las aman y les tienen respeto, pero ellas no est¨¢n interesadas en el respeto ni en el amor de sus maridos, y les son infieles con mala conciencia, pero tambi¨¦n con perfecta convicci¨®n, con una distancia fr¨ªa que es la misma que a veces dedican a sus hijos. Cuidan a esposos o a padres enfermos, cumpliendo antiguas deudas de ternura, y a la vez sienten la molestia inmensa de esa obligaci¨®n, y desear¨ªan salir huyendo de ella.
En las historias de Alice Munro las protagonistas saben que elegir tiene un precio muchas veces muy alto, y que lo m¨¢s deseado, lo que m¨¢s se corresponde con la verdad ¨ªntima de uno mismo, puede ser da?ino o cruel para otros. Su atenci¨®n cuidadosa y escrutadora a los sentimientos es un cristal transparente que no se empa?a nunca de complacencia ni de sentimentalismo. Sus mujeres tienen la tentaci¨®n urgente del porvenir y el legado de una memoria que las vincula a un ayer extinguido, opresor y mezquino, marcado por la pobreza y las tristes sombras familiares, pero tambi¨¦n iluminado por las sensaciones de la infancia. Dice Alice Munro que tiene muy buena memoria: que al ver al cabo de 50 a?os una foto en blanco y negro de los alumnos de su clase pod¨ªa acordarse de los colores de la ropa que cada uno llevaba. En su escritura, tan limpia, est¨¢ esa claridad en las percepciones, esa capacidad de revivir los pormenores de un objeto vulgar o de una planta o del plumaje de un p¨¢jaro y de transmitir el tono de una voz y las singularidades del habla de alguien.
La o¨ª decir hace poco, en la radio, que muchas veces ha empezado historias que le parec¨ªan destinadas a convertirse en novelas, pero que siempre acaban siendo relatos m¨¢s o menos cortos, con frecuencia sutilmente conectados entre s¨ª. Lo dec¨ªa ri¨¦ndose, como aceptando una fatalidad contra la que no puede hacer nada. Pero los relatos de Alice Munro contienen muchas veces novelas enteras, abarcan amplitudes temporales y saltos de generaciones que uno no imaginaba que pudieran caber en el espacio de unas pocas decenas de p¨¢ginas. "Veo la vida como piezas separadas que no acaban de encajar entre s¨ª", dec¨ªa en esa entrevista: pero esas piezas, en la trama de sus relatos, muy detalladas y a la vez despojadas de lazos precisos de continuidad, trazan perspectivas temporales que nos sobrecogen con ese sentimiento de duraci¨®n, de aprendizaje y de p¨¦rdida, que parece privativo de la novela. Hay cuentos de Alice Munro que contienen una novela r¨ªo en la limpia brevedad de un vaso de agua.
Su mundo es limitado, en el espacio y en el tiempo, en el repertorio de sus temas y de sus im¨¢genes, y a la vez parece pr¨¢cticamente infinito. Desde la primera l¨ªnea uno sabe que ha ingresado en un cuento de Alice Munro y agradece esa familiaridad, y al mismo tiempo se mantiene alerta para apresar los nuevos matices, los quiebros, los espacios en blanco, las sorpresas con las que sin duda va a encontrarse. En la literatura los m¨¢rgenes se convierten en el centro. Lugares y vidas dejados de la mano de Dios resultan contener un mapa preciso y palpitante y completo del mundo: el Sur de Faulkner, la Trinidad de las primeras novelas de V. S. Naipaul, los barrios jud¨ªos de Varsovia y las aldeas del Este de Europa de Bashevis Singer, la Santa Mar¨ªa provinciana de Juan Carlos Onetti. A ese gran planisferio de la literatura moderna Alice Munro ha a?adido su rinc¨®n apartado de la provincia de Ontario, habitado por mujeres tan bravas y rectas como ella, por seres ¨¢speros, pintorescos y perdidos de un mundo que ya no existe. Su naturalidad es tan perfecta, sus personajes parecen tan comunes, que no siempre se advierte a primera vista la magnitud de su talento. Esa se?ora canadiense de pelo blanco, de voz educada e ir¨®nica, de risa f¨¢cil, es uno de los grandes en la literatura de ahora mismo.
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