Aqu¨ª crecieron tres ciudades
A?os ochenta. En el horizonte, diminutas pero evocadoras, las tres torres de la t¨¦rmica del Bes¨°s. Un monolito y un erial. El cielo plano, sin nubes. Dos siluetas j¨®venes se besan suavemente, apenas se tocan. Ella lleva falda, ¨¦l peina coleta; expresan su cari?o en un lugar desolado, vertedero sin fin. El contraste del paisaje con la delicadeza del beso centra la imagen. La c¨¢mara de Guerrero capta la enorme contradicci¨®n del momento y hace algo m¨¢s: transforma a los fr¨¢giles personajes en Trist¨¢n e Isolda y al erial en infinito espacio wagneriano. Aunque quiz¨¢ se trate de los supervivientes de una bomba at¨®mica que inician un nuevo mundo.
Hoy este paisaje no existe. La fotograf¨ªa retrata un sue?o. Donde est¨¢n los j¨®venes hay un hospital en construcci¨®n. El monolito de la fotograf¨ªa era el viejo moj¨®n que delimitaba el encuentro de tres municipios: Badalona, Santa Coloma, Sant Adri¨¤. Los tres pueblos ahora son populosas ciudades modernas, a¨²n enrevesadas y enredadas entre ellas porque hay calles en las que las fachadas de las casas dan a dos o tres municipios a la vez. "Es muy c¨®modo vivir en dos municipios", me explic¨® una vez un vecino, "siempre hay uno que hace los entierros m¨¢s baratos: s¨®lo hay que sacar al muerto por la fachada que correspondiente". A¨²n sucede eso, corrobora Joan Guerrero, que sigue viviendo en Santa Coloma desde 1964.
Hoy este paisaje no existe. La fotograf¨ªa retrata un sue?o. El monolito era el viejo moj¨®n que delimitaba tres municipios: Badalona, Santa Coloma y Sant Adri¨¤
En ese espacio vac¨ªo de la fotograf¨ªa hoy hay calles, autopistas, casas, vidas que toman el autob¨²s cada ma?ana. Muchos de los que hoy viven en ese espacio son los hijos de aquellos que, como Guerrero -nacido en Tarifa, lleg¨® desde Puerto Real para trabajar de pe¨®n en el Tibidabo- se afincaron en unas imposibles ciudades que s¨®lo la democracia rescat¨® de la marginaci¨®n. Esta foto es parte de su historia: efectivamente, las siluetas del beso anuncian que est¨¢ a punto de aparecer una nueva vida y un nuevo destino para todos ellos.
"?Te acuerdas de aquella canci¨®n de Atahualpa Yupanqui que hablaba de que las penas son de nosotros y las vaquitas son ajenas?", me comenta el fot¨®grafo. Se llamaba Por qu¨¦ no engraso los ejes, canci¨®n inolvidable. "Pues bien, hoy las penas siguen ah¨ª, pero las vaquitas tambi¨¦n son de nosotros... lo cual significa que hay otros, en el Tercer Mundo, que no las tienen. As¨ª hemos hecho las cosas", acaba. Cierto, en Santa Coloma, ese lugar del fin del mundo en los ochenta, hoy son ricos, o, mejor dicho, resulta que los pobres ya son otros.
Todo depende de c¨®mo se mira, pero ese erial hoy transformado en ciudad moderna tiene conciencia de formar parte de los privilegiados del planeta. Seguro que las siluetas que se besan en la fotograf¨ªa nunca pudieron adivinar la sorpresa que se iban a llevar 20 a?os despu¨¦s. Ellos necesitaron urgentemente ayuda y un urbanismo humano: se hizo lo que se pudo, el resultado es desigual, pero digno. Hoy la ayuda la necesitan otros y all¨ª se sienten interpelados por los que se besan en medio de paisajes tan desoladores como los que ellos conocieron.
Las fotos fijan la memoria, son testigos impertinentes. S¨®lo la t¨¦rmica permanece inc¨®lume: para ella no s¨®lo no ha pasado el tiempo, sino que ha fortalecido su papel en la vida y en el paisaje. Conocida como "la Sagrada Familia de Sant Adri¨¤", hoy es incluso un valor en lo que ahora se llama sky line: un signo de identidad de un territorio que ya no se reconoce a s¨ª mismo y cuyos habitantes se descubren otros. Que lo que un d¨ªa pareci¨® un engendro est¨¦tico sea hoy fetiche de reconocimiento tiene su gracia.
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