"Somos lo que comemos"
Carlos Falc¨®, en el bar del Villamagna, su parada y fonda en Madrid.
Pregunta. Sabemos mucho m¨¢s de la forja de los rebeldes que de la forja de los hedonistas.
Respuesta. Es l¨®gico. El rebelde suele ser ejemplar.
P. El hedonista debiera serlo tambi¨¦n.
R. Debiera, pero no lo es. Su experiencia es vivida demasiadas veces como una afrenta a los otros. Como un ego¨ªsmo. La experiencia del hedonista suele entenderse como una experiencia est¨¦ril respecto a los dem¨¢s, de la que la humanidad no saca consecuencias positivas. El rebelde permite a la humanidad avanzar. Eso se dice.
P. ?Es falso?
R. Es inexacto. Entre otras cosas porque hay hedonistas perfectamente rebeldes.
P. Parece hablar con estricto conocimiento de causa.
"Mi padre era un hombre bastante refinado. Aunque la historia no se lo haya reconocido, ¨¦l fue quien tuvo la idea de crear los paradores nacionales"
"Para m¨ª, hacer vino supone un gran placer. Es tambi¨¦n un negocio. Un negocio que me da instantes maravillosos, por la buena vida de relaci¨®n que trae"
"La fama tiene el problema de que se alimenta con la fama. No puedes decidir en qu¨¦ nivel la dejas. Decide el mercado, m¨¢s bien"
"El sexo no se puede pagar. Me parece rid¨ªculo que alguien piense que el sexo puede pagarse. Lo que se paga es otra cosa, que no s¨¦ bien lo que debe ser"
R. Ja, ja. Pues s¨ª, la verdad. Creo que he disfrutado y disfruto de la vida. Y que me he rebelado contra muchas cosas y que esa rebeld¨ªa ha constituido tambi¨¦n una forma de placer a?adido.
P. Podemos ir a los detalles.
R. Pues mire, mi madre para empezar. Una mujer maravillosa, pero p¨¦simamente dotada para algunos placeres, como el de la comida o la bebida. Recuerdo perfectamente con qu¨¦ indiferencia, casi con qu¨¦ molestia, observaba los movimientos de mi padre cuando ¨ªbamos de viaje y ¨¦l se esforzaba en encontrar un lugar agradable para comer. Mi madre lo cre¨ªa una perfecta p¨¦rdida de tiempo. Prefer¨ªa los museos o los paisajes, y supon¨ªa que pararse a comer en un determinado lugar era absurdo.
P. Le viene de padre, entonces.
R. S¨ª, creo que s¨ª. Mi padre era un hombre bastante refinado. Aunque la historia no se lo haya reconocido, ¨¦l fue quien tuvo la idea de crear los paradores nacionales y as¨ª se la propuso al rey Alfonso XIII y a Primo de Rivera. Era gentilhombre de c¨¢mara y supongo que aprovechar¨ªa la cercan¨ªa al Rey en uno de sus turnos. Los siete u ocho primeros paradores de Espa?a se financiaron con el impuesto de ferrocarriles, un mill¨®n de pesetas de la ¨¦poca.
P. ?Por qu¨¦ no se lo han reconocido?
R. Bueno, un se?or, el presidente del Patronato de Turismo de la ¨¦poca, el marqu¨¦s de la Vega-Incl¨¢n, se opuso al principio a la idea. Se opuso mientras fue la idea de mi padre. Pero acab¨® desarroll¨¢ndola con entusiasmo cuando vio que se hab¨ªa convertido en la idea del Rey. Estas cosas. Pero bien, mi padre era el que buscaba los restaurantes, el que decid¨ªa la carta, el que eleg¨ªa el vino... Hasta que un d¨ªa yo tom¨¦ el relevo. En el vino, digo.
P. ?Cu¨¢ndo?
R. Pues pronto, la verdad. Tendr¨ªa catorce o quince a?os. Creo que era un restaurante suizo o franc¨¦s, no recuerdo bien. Como de costumbre, ¨¦l encarg¨® la comida y pidi¨® el vino. Me atrev¨ª a interrumpir y a decirle que el vino que hab¨ªa elegido no me parec¨ªa el m¨¢s adecuado. Se qued¨® algo sorprendido, pero reaccion¨® estupendamente. Me pas¨® la carta y me dijo que a partir de aquel momento yo me iba a encargar de escoger el vino. Y as¨ª fue.
P. ?C¨®mo hab¨ªa aprendido?
R. Supongo que fij¨¢ndome en lo que ¨¦l ped¨ªa, leyendo y recordando. Yo he tenido siempre una buena memoria. Aunque supongo que tambi¨¦n fue importante el vino de los curas de mi infancia.
P. ?En el colegio?
R. S¨ª, en el valle del Bazt¨¢n. El internado Lecaroz, de mucho prestigio, pero bastante duro. All¨ª pas¨¦ ocho a?os, volviendo a casa en Navidad, Semana Santa y en verano. Una idea de mi madre, como es natural, pero que era habitual en muchas familias de la ¨¦poca. Bueno, lo cierto es que en aquel lugar daban vino a los ni?os, a partir de los diez a?os o as¨ª. Algo que hoy se considerar¨ªa perfectamente incorrecto y supongo que ilegal. Pues bien, los curas nos daban vino y yo recuerdo que ya de peque?o distingu¨ªa entre unos d¨ªas y otros. Era el mismo tipo de vino, un rosado Las Campanas, navarro, pero unas veces estaba m¨¢s bueno que otras. Me veo dici¨¦ndoles a los compa?eros: bebed, que hoy est¨¢ estupendo. Y cuando se mor¨ªa un cura nos daban vino rancio, para celebrar que estaba en el cielo. Los recuerdos sensoriales de aquella ¨¦poca est¨¢n ligados al fr¨ªo, un fr¨ªo terrible, muy dif¨ªcil de imaginar en nuestra ¨¦poca, al vino y tambi¨¦n a la tortilla de patatas. La tortilla la hac¨ªan realmente estupenda y tampoco la he olvidado.
P. Veo que no hace l¨²gubre prosa po¨¦tica del internado, que no desgraci¨® su vida.
R. Pues no, la verdad. Yo es que me adapto, ?sabe? Dir¨ªa que es una de las condiciones de eso del hedonismo de que habl¨¢bamos antes. S¨ª fueron ocho duros a?os. Pero estaban el vino y la tortilla de patatas. Pues bien, ya vale. Comprendo que no todo el mundo se tome as¨ª una experiencia similar, pero espero que el mundo tambi¨¦n comprenda que yo pueda tom¨¢rmela de ese modo.
P. Pues el mundo no suele comprenderlo.
R. Ya, ya. El mundo es generoso con los sacrificados, lo que dec¨ªamos antes.
P. Sobre esto mismo: el hedonista se oculta no s¨®lo por prudencia, sino porque en el placer quiz¨¢ est¨¦ incluido el secreto.
R. La reserva, dir¨ªa yo. El placer es discreto. Las experiencias cambian si son compartidas... en exceso. Cambian para mal, claro. Ya s¨¦ que no es muy correcto esto que digo, pero cualquiera puede apreciar que es verdadero.
P. ?Verdadero e irresoluble?
R. Me temo que s¨ª.
P. ?S¨®lo cabe pedir perd¨®n, entonces?
R. No, no creo que yo tenga que pedir perd¨®n...
P. Era una forma de decirlo. Por si pesara esa condici¨®n discriminatoria del placer.
R. Eso es interesante, desde luego. Hay gente que lleva vidas malas, desgraciadas y dif¨ªciles. Y ese fondo de verdad, la verdad de esas vidas, no desaparece nunca de la experiencia del que lleva vidas mejores. A menos que uno sea un loco o una variedad de c¨ªnico... patol¨®gica.
P. ?Y ese fondo c¨®mo se trata?
R. Supongo que cada uno tiene su manera. Ahora bien, no creo que haya una forma humana de placer que pueda esquivar ese fondo.
P. ?Qu¨¦ hace usted?
R. Lo primero, trabajar en cosas que puedan servir a los dem¨¢s. Antes habl¨¢bamos del rebelde y del hedonista. Yo fui rebelde cuando implant¨¦ en Espa?a cepas de vino no aut¨®ctonas, cabernet, syrah, petit verdot, etc¨¦tera. Fui de los primeros en hacerlo y hube de enfrentarme a toda la opini¨®n establecida, que no dudaba de que iba a estrellarme. Bueno. Para m¨ª hacer vino supone un gran placer. Es tambi¨¦n un negocio. Un negocio que me da instantes maravillosos, por la buena vida de relaci¨®n que trae y este tipo de cosas. En cierto modo es un negocio de ¨¦lite: no todo el mundo puede probar determinados vinos. No s¨®lo por el precio, sino porque simplemente no hay grandes vinos para todos. Bueno. Pues yo intento que ese trabajo, con todo el placer que conlleva, deje algo s¨®lido. Aunque s¨®lo sea unas t¨¦cnicas de implantaci¨®n de determinadas cepas, como si dij¨¦ramos...
P. Quiere decir que no es lo mismo que ganar dinero prest¨¢ndolo.
R. Ja, ja, no pensaba en eso, pero, desde luego, se trata de trabajos diferentes.
P. Insisto: se deduce que no hay experiencia del placer sin ese trasfondo moral.
R. No, yo creo que no.
P. Una imagen asociada al placer es la del abotargamiento. Como si los sentidos perdieran capacidad de percepci¨®n...
R. S¨ª, le entiendo. La clave es el esfuerzo y el dejar cosas hechas. Pero lo interesante, a mi juicio, es ver esta cuesti¨®n desde el punto de vista puramente hedonista, como una condici¨®n imprescindible del mismo disfrute de las cosas. Y cuando los actos de solidaridad se vuelven placenteros, entonces es realmente estupendo. Mire, dentro de unos meses voy al lago Turkana, en Kenia, junto a la frontera de Etiop¨ªa. Voy, por encargo de una ONG, a ense?ar a hacer vino y aceite a una comunidad religiosa. El vino ser¨¢ m¨¢s o menos f¨¢cil, pero ya veremos el aceite. Pues bien, lo que le digo: poder hacer esto es doblemente satisfactorio.
P. Supongo que en la forja del hedonista hubo otros momentos clave, aparte de la tortilla de patatas y el vino del cielo.
R. S¨ª, ja, ja. Aunque esos tienen para m¨ª un gran valor, porque fueron obtenidos en condiciones dif¨ªciles. Pero, sin duda, a¨²n fue m¨¢s importante salir de all¨ª, claro. Decid¨ª que quer¨ªa estudiar fuera de Espa?a y me matricul¨¦ en Ciencias Pol¨ªticas en la Universidad de Lovaina. Despu¨¦s de tantos a?os encerrado en el Bazt¨¢n y en Espa?a, Europa me pareci¨® algo completamente inenarrable.
P. Vamos ver.
R. Ser¨ªa inacabable. Recuerdo much¨ªsimas im¨¢genes. Desde los carteles electorales del Partido Comunista hasta los cabarets de Bruselas.
P. Comprendo.
R. Era la vida entera. Cuando la libertad te pega en plena juventud el impacto es formidable.
P. ?Los comunistas y las cabareteras le interesaron por igual?
R. No se crea. Yo era un joven muy politizado. Una de las primeras cosas que hice en la Universidad de Lovaina fue fundar un club de estudiantes espa?oles. Edit¨¢bamos una revista, La Lechuza, de alto contenido revolucionario. Nunca fui comunista, pero el franquismo me horrorizaba. Durante muchos a?os yo trat¨¦ de pasar fuera de Espa?a el mayor tiempo posible. No se trataba s¨®lo de la pol¨ªtica. Era el ambiente lo deplorable. El estado de las ciudades... la propia gente. Es cierto que tuve la inmensa fortuna de casarme con una se?ora suiza. Pero, ?c¨®mo me podr¨ªa haber casado con una se?ora del barrio de Salamanca, que era lo que al parecer me tocaba? ?Usted sabe c¨®mo eran entonces las se?oras del barrio de Salamanca?
P. Yo, es que...
R. No se lo puede imaginar. Eran unas se?oras muy, muy anticuadas, y las hijas de estas se?oras... En fin, para qu¨¦ le voy a contar. Cuando yo volv¨ª a Espa?a despu¨¦s de haber pasado bastante tiempo en el extranjero, viviendo, incluso, en Am¨¦rica, me fue muy dif¨ªcil adaptarme a la gente de Madrid. Hoy todo ha cambiado much¨ªsimo. Pero entonces me pasaba... Lo que me pasaba, en realidad, es que yo no ten¨ªa de qu¨¦ hablar con nadie.
P. Volviendo a las cabareteras...
R. Recuerdo en especial un cabaret de Bruselas, Le Boeuf Sur le Toit, donde se practicaba el strip-tease, esas cosas. Yo ven¨ªa del Bazt¨¢n. All¨ª fue donde vi por primera vez una mujer desnuda.
P. ?Y qu¨¦?
R. Impresionante.
P. O sea que fue usted un joven de cabarets.
R. Bueno..., sobre todo, ¨¦ste de Bruselas, que era bastante espectacular o as¨ª me lo parec¨ªa entonces. Pero vaya, no, no... Se trataba de las juergas de la juventud. En ese tiempo cog¨ª la ¨²nica borrachera de mi vida. Fue estupendo, porque lo pas¨¦ tan rematadamente mal que nunca jam¨¢s en la vida he vuelto a emborracharme.
P. El cabaret era el lugar habitual de su generaci¨®n para descubrir el placer del sexo...
R. Bueno, dado el barrio de Salamanca...
P. Ja, ja.
R. No fue mi caso.
P. ?Cu¨¢l fue su caso?
R. Bueno... un verano en Mallorca. El mismo primer verano de mi libertad. Formidable.
P. El sexo...
R. El sexo no se puede pagar. Me parece rid¨ªculo que alguien piense que el sexo puede pagarse. Lo que se paga es otra cosa, que no s¨¦ bien lo que debe ser. Nunca fui con prostitutas. Ni de joven ni de mayor. Es verdad que de jovencito entr¨¦ en alguno de esos bares, y debo decir, porque es verdad, que porque me arrastraban los otros. Pero siempre me limit¨¦ a darles conversaci¨®n, una modalidad que comprob¨¦ que no les hac¨ªa demasiada gracia. Lo entiendo perfectamente, porque su trabajo no consiste en hablar con los clientes, y mucho menos con clientes como yo que se interesaban un poco absurdamente por su vida y por las circunstancias que les hab¨ªan llevado... En fin.
P. Otros placeres: la velocidad.
R. S¨ª, corr¨ª rallies. De joven.
P. Iba en el coche con su hermano, hubo un accidente con otro coche y murieron todos menos usted.
R. Murieron cuatro, entre ellos mi hermano, s¨ª, as¨ª es.
P. Eso es algo m¨¢s que la tortilla de patatas.
R. S¨ª, claro. Se trata de la muerte, cara a cara, y de haber salido de ella. Pod¨ªas haber sido t¨² y fueron los otros. Todo lo que se le ocurre a uno en un trance como ¨¦ste es de lo m¨¢s convencional. Vivo de milagro, eso mismo, exactamente. Supongo que influy¨® en mi vida. Pero uno no sabe cu¨¢nto ni c¨®mo. Una cierta tranquilidad, tal vez, ante los infortunios m¨¢s o menos cotidianos, que ser¨¢n siempre peque?os. En fin, nada raro.
P. Usted vive en el campo.
R. S¨ª, desde hace varios a?os. Siempre quise vivir all¨ª. Al principio no era posible, y aunque explotaba las fincas segu¨ªa viviendo en Madrid.
P. Cada vez m¨¢s la gente asocia esa vida con la felicidad.
R. Es l¨®gico, porque el campo proporciona calidad en aspectos importantes de la vida. El silencio, por ejemplo. Pero la separaci¨®n entre campo y ciudad ya no es tan evidente como hace siglos. En realidad el campo es, cada vez m¨¢s, una especie de ciudad rural, si as¨ª pudi¨¦ramos decirlo, con toda las ventajas y pocos de los problemas de ambos mundos. Yo siempre he cre¨ªdo, adem¨¢s, que la naturaleza es el gran espect¨¢culo de nuestro tiempo y no entiendo c¨®mo no lo fomentamos mucho m¨¢s. No s¨®lo me estoy refiriendo a la gran naturaleza, como podr¨ªamos llamarla, es decir, cascadas, grandes monta?as, oc¨¦anos, etc¨¦tera. No, me refiero tambi¨¦n al campo, a la contemplaci¨®n de la agricultura, de la ganader¨ªa, de los animales de nuestro entorno. Es una experiencia ¨²nica para el hombre de hoy, esencialmente urbano, y sobre todo para sus hijos. El campo supone una diversi¨®n enorme.
P. Y educa el gusto.
R. Sin duda. Buena parte de nuestra alimentaci¨®n defectuosa proviene de nuestra falta de relaci¨®n directa con el campo, entendido como el lugar de donde provienen los alimentos. Si lo conoci¨¦ramos mejor, y conoci¨¦ramos mejor los procesos de producci¨®n, comer¨ªamos mejor. Y vivir¨ªamos mejor. Somos lo que comemos.
P. M¨¢s lo que somos.
R. Bueno, bueno, la alimentaci¨®n es muy importante.
P. En una ¨¦poca de su vida disfrut¨® del placer de la fama.
R. No es un placer.
P. ?C¨®mo que no?
R. No sustancialmente. La fama es, sobre todo, un medio de vida. La fama te permite acceder a cosas que no obtendr¨ªas de otro modo. Es como el dinero. La fama, adem¨¢s, tiene el problema de que se alimenta de fama. No puedes decidir en qu¨¦ nivel la dejas. Decide el mercado, m¨¢s bien.
P. ?As¨ª se lo explicaba a Isabel Preysler?
R. Yo le dec¨ªa que no lo necesit¨¢bamos.
P. ?Y ella?
R. Que era un modo de vida como cualquier otro, y, bueno, que era su modo de vida. La verdad es que lo ha hecho muy bien. Y con una dignidad sorprendente, visto lo visto.
P. Labrarse una fama, dicen.
R. Eso mismo. Le dir¨¦ que cuando la conoc¨ª yo no ten¨ªa ni idea de este mundo rosa de las revistas, ni de nada de eso. Recuerdo que, al principio de nuestra relaci¨®n, la invit¨¦ a que viniera a una especie de reserva de animales que hab¨ªamos montado con F¨¦lix Rodr¨ªguez de la Fuente en la provincia de Madrid. Con mucha delicadeza me pregunt¨® si habr¨ªa gente, y yo le dije que, bueno, que hab¨ªa previstas visitas de colegios, ni?os, profesores. Pero que qu¨¦ problema hab¨ªa. "No, el problema es que me conozcan", sigui¨® con el mismo tacto. Yo le dije que c¨®mo la iban a conocer, que nada, que all¨¢ ¨ªbamos y fuimos, y cuando Isabel apareci¨®, en fin, puede usted imaginar.
P. O sea que usted no sab¨ªa nada de eso.
R. Nada en absoluto. Y como entr¨¦ sal¨ª.
P. No es f¨¢cil salir.
R. A m¨ª no me ha costado. No digo que alguna vez no me saquen en las revistas si voy a un estreno, a un acto social, o cosas as¨ª. Pero... insisto, la fama no es un placer. Y s¨®lo sirve para vivir de ella.
P. Tal vez este peri¨®dico le entreviste porque un d¨ªa se cas¨® con Isabel Preysler.
R. Pues... quiz¨¢ no le falte raz¨®n en eso.
Un arist¨®crata liberal
EL MARQU?S DE GRI??N, Carlos Falc¨® (1937), vino al mundo en Sevilla, en la misma casa que Antonio Machado, y atestigua que es por completo cierto el patio y el huerto claro donde madura el limonero. Falc¨® es responsable de haber elaborado algunos de los grandes vinos espa?oles de los ¨²ltimos a?os. Pero mayor m¨¦rito es su contribuci¨®n clara y decisiva a la renovaci¨®n del sector y a su acomodo a pautas de funcionamiento estrictamente cient¨ªficas. Unas pautas que para imponerse han tenido que vencer la rigidez jur¨ªdica, econ¨®mica, pero sobre todo cultural, de las denominaciones de origen, sea comprendida esta expresi¨®n en su m¨¢s amplio espectro. Empresario agr¨ªcola, ahora de vinos y aceites, pero antes de casi todo lo comestible, Falc¨® ha escrito un apreciado manual, Entender de vino, y tantea ahora la posibilidad de sus memorias. Su perfil de hombre interesante y fiable lo completa esa definici¨®n de "arist¨®crata liberal" que le cuadra f¨¢cil y que en Espa?a goza siempre de un raro valor. Durante una ¨¦poca se pase¨® con el coraz¨®n en bandolera. Pero incluso ese peligroso tr¨¢nsito parece haberlo metabolizado bien. La vida, que es un coupage.
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