La casa de los horrores
Fred West, un aldeano tosco y semianalfabeto, tiene el dudoso honor de haber sido uno de los mayores asesinos en serie de nuestra historia m¨¢s reciente. Solo o en compa?¨ªa de Rosemary, su mujer, mat¨® al menos a 20 j¨®venes, a las que enterraba en el s¨®tano o en el jard¨ªn de su casa de Gloucester, en el Reino Unido.
Gloucester es una ciudad peque?a, agradable y aburrida en el oeste del Reino Unido. Cuenta con unos 100.000 habitantes, y no tiene gran cosa que ofrecer a los turistas excepto su catedral, una veintena de casas victorianas y el paisaje de las colinas de los Cottswolds. Gloucester es uno de esos lugares en los que nunca pasa nada, pero en 1994 ocurri¨® algo que convertir¨ªa la apacible ciudad en capital del horror: en el jard¨ªn del n¨²mero 25 de la c¨¦ntrica Cromwell Street empezaron a aparecer restos humanos. El propietario de la casa, Fred West, fue acusado del asesinato de nueve mujeres con la complicidad de su esposa, Rosemary.
Fred West naci¨® en 1941 en la peque?a poblaci¨®n de Much Marcle, en una familia de granjeros. Fred no fue al colegio, o al menos no regularmente. Lo justo para aprender a leer y a garabatear unas cuantas l¨ªneas cuajadas de faltas de ortograf¨ªa. Dec¨ªan que era bueno en las tareas del campo, pero Fred detestaba la vida rural. Much Marcle se le quedaba peque?o. Un d¨ªa, al cumplir 15 a?os, se march¨® sin decir nada y pas¨® un mes en Heretford, durmiendo al raso y sin lavarse. Luego volvi¨® a casa. All¨ª le esperaba un padre alcoh¨®lico y una madre que le hab¨ªa mostrado los caminos del sexo desde los 12 a?os. As¨ª, no es raro que Fred abusase de su hermana peque?a. Ten¨ªa 20 a?os cuando fue procesado por violarla. ?l no lo neg¨®: ?qu¨¦ ten¨ªa de malo acostarse con una chica de 13 a?os? A pesar de que el caso lleg¨® a juicio, fue sobrese¨ªdo. West hab¨ªa ganado al sistema su primera batalla.
Para entonces, Fred ya hab¨ªa dejado Much Marcle y viv¨ªa intermitentemente en diferentes ciudades de Gloucestershire. Hab¨ªa pasado unos meses embarcado, y aquel periodo le proporcion¨® material para fanfarronear durante el resto de su vida. Claro que entonces ya nadie tomaba a Fred demasiado en serio. La gente le consideraba un fantasma capaz de inventarse las historias m¨¢s inveros¨ªmiles para darse pisto. La realidad es que West era s¨®lo un aldeano semianalfabeto, tosco y grosero, de facciones vulgares y rudas. Eso s¨ª, ten¨ªa un pico de oro. Por eso a veces daba el pego, y quienes no le conoc¨ªan se tragaban algunas de sus baladronadas. En 1962, Fred se cas¨® con Rena Costello. Rena ten¨ªa una ni?a de un a?o llamada Charmaine, a la que West adopt¨®, y pronto el matrimonio tuvo su primera hija, Anne Marie. Viv¨ªan en una caravana, y durante unos a?os anduvieron de aqu¨ª para all¨¢. Fue por esa ¨¦poca cuando un tipo alert¨® a la polic¨ªa de que Fred West llevaba encima una colecci¨®n de polaroids de ¨®rganos sexuales, pero los agentes contestaron que "eso era asunto del se?or West". Nadie se acord¨® de la denuncia cuando, semanas m¨¢s tarde, un adolescente fue hallado colgado de una viga con un mont¨®n de fotos pornogr¨¢ficas bajo sus pies. Lo curioso es que aquel chico hab¨ªa sido visto varias veces por la ciudad en compa?¨ªa de Fred West?
El primer crimen oficial cometido por West tuvo lugar en 1967. Entonces ten¨ªa una aventura con una jovencita llamada Mary Ann, que esperaba un hijo suyo. Fred la mat¨® y enterr¨® sus restos en un prado cerca de Much Marcle. Para entonces, las cosas con Rena ya no iban bien, y la pareja pasaba separada casi todo el tiempo. En cuanto a las ni?as, zascandileaban de casa de pap¨¢ a casa de mam¨¢, y de all¨ª a alg¨²n hogar de acogida. Y entonces, en 1969, Fred conoci¨® a Rosemary Letts y empez¨® para ¨¦l una nueva historia.
Quienes la conoc¨ªan aseguraban que Rose era "una chica de cuidado". Ten¨ªa 15 a?os y la experiencia sexual de una prostituta de 50. Fred la encontr¨® perfecta: le encantaba la pornograf¨ªa, le encantaban las perversiones, le encantaba la promiscuidad y no le importaba que la mirasen cuando practicaba sexo. Se casaron enseguida. Su primera hija, Heather, naci¨® en 1971, y Fred decidi¨® que Rena y Charmaine se hab¨ªan convertido en un estorbo. As¨ª que las mat¨® a las dos y las enterr¨® en Much Marcle. Cuando llamaron del colegio de Charmaine diciendo que la ni?a llevaba una semana sin ir a clase, Fred dijo que su madre y ella se hab¨ªan mudado. Nadie quiso saber m¨¢s. Se hab¨ªan mudado. Punto.
En 1972, los West se dijeron que ya estaba bien de vivir en una caravana y se trasladaron al n¨²mero 25 de Cromwell Street. Fred estaba encantado con aquella casa, que alquil¨® primero y compr¨® en cuanto pudo. Se pasaba la vida haciendo obras. La casa tuvo siempre un aspecto horrible y estaba llena de herramientas y de trozos de cosas raras que Fred iba recogiendo en su furgoneta. Todo le val¨ªa, desde un neum¨¢tico pinchado hasta un canal¨®n ro?oso. Llevaban s¨®lo unos meses en la casa cuando los West llevaron a cabo un ensayo general de lo que vendr¨ªa despu¨¦s: agredieron sexualmente a la ni?era de sus hijos, una chica llamada Carol, que fue sometida durante horas a todo tipo de vejaciones. La muchacha les denunci¨®, pero la polic¨ªa logr¨® convencerla de que retirase las acusaciones de violaci¨®n. Tendr¨ªa que testificar, recordar ante un tribunal todas las cosas que le hab¨ªan hecho los West. Y nadie creer¨ªa su versi¨®n. "Eres facilona, ?verdad, Carol? Muchos chicos de Gloucester estar¨ªan dispuestos a declararlo. Ning¨²n juez se va a tragar tu historia. Estabas en el ajo, ?a que s¨ª? Aceptaste participar en un jueguecito, y quiz¨¢ a los West se les fue la mano". Carol Raine se asust¨®. Los West fueron condenados, por dos cargos menores de abuso y lesiones, a pagar una multa de 100 libras. "No les har¨ªamos ning¨²n bien envi¨¢ndoles a la c¨¢rcel", dijo el juez. Segunda victoria de Fred West. Y ¨¦sta hizo que se creyese invulnerable. La suerte estaba de su parte. La ley estaba de su parte. La funci¨®n acababa de empezar.
Anne Marie, su hija mayor, ten¨ªa ocho a?os cuando Fred comenz¨® a violarla con la ayuda de Rosemary. Los ni?os (la familia hab¨ªa aumentado con la llegada de Stephen y Mae, y luego nacer¨ªan cinco hijos m¨¢s, tres de la relaci¨®n de Rose con otros hombres) eran obligados a ver la colecci¨®n de fotos pornogr¨¢ficas de su padre, y en cuanto aparecieron los primeros v¨ªdeos dom¨¦sticos, las pel¨ªculas porno se convirtieron en el tel¨®n de fondo de la vida familiar. Aquellos ni?os no ten¨ªan amigos. Los peque?os West crecieron pensando que el mundo exterior les era hostil, que s¨®lo estar¨ªan seguros dentro de casa, que las personas de fuera les har¨ªan da?o. As¨ª no hab¨ªa peligro de que revelasen ninguno de sus secretos, ninguna de las espantosas costumbres de aquella grey demencial. "S¨®lo vuestra familia os proteger¨¢. Los dem¨¢s quieren causaros dolor". Dolor. Fred West quer¨ªa proteger a sus hijos. Ten¨¦is suerte de tener un padre como yo, les dec¨ªa a sus hijas antes de violarlas.
Para ayudarse a pagar la hipoteca, los West comenzaron a alquilar habitaciones, y la casa se convirti¨® en refugio de colgados y delincuentes de poca monta que entraban y sal¨ªan del 25 de Cromwell Street. Rose se acostaba con casi todos los inquilinos, cosa que Fred aplaud¨ªa. La casa adquiri¨® fama de puerto franco: cualquiera que estuviese en un l¨ªo pod¨ªa quedarse all¨ª. Ven¨ªan muchas chicas que se hab¨ªan escapado de la casa paterna o del hogar de acogida, j¨®venes abandonadas por un novio o que acababan de salir de la c¨¢rcel. Aquello facilitaba la tarea de Fred y Rose, que ten¨ªan donde escoger. Aquellas chicas de vida desestructurada eran las mejores presas. ?Qui¨¦n iba a creer a una ladronzuela, a una prostituta, a una traficante si llegaba a la polic¨ªa contando que los West la hab¨ªan violado? Muchas de aquellas muchachas salieron llorando del n¨²mero 25 de Cromwell Street. Otras no tuvieron tanta suerte y se quedaron en la casa para siempre. Ni Rosemary ni Fred explicaron cu¨¢l fue el sistema de selecci¨®n, d¨®nde acababan los abusos sexuales y empezaban las torturas que terminaban en asesinato. Nueve asesinatos. Nueve chicas, todas j¨®venes.
Los cr¨ªmenes de los West pod¨ªan haberse descubierto mucho antes. De las nueve v¨ªctimas de la pareja, siete hab¨ªan pasado en alg¨²n momento por la casa de Cromwell Street. Por eso resulta inveros¨ªmil que la polic¨ªa no relacionase al matrimonio con sus desapariciones. La cuesti¨®n, y Fred y Rosemary lo sab¨ªan, es que las autoridades no dieron importancia al hecho de que una muchacha conflictiva se esfumase sin dejar rastro. Suelen hacerlo -dec¨ªan los polic¨ªas si alguien denunciaba-, se van, se cambian de nombre, quiz¨¢ salen del pa¨ªs; no se preocupen, la chica aparecer¨¢ cualquier d¨ªa. En Inglaterra, donde en 1994 ni siquiera exist¨ªa un registro oficial de personas desaparecidas, la burocracia para denunciar este tipo de casos es desesperante, y en ese momento se consideraba que no merec¨ªa la pena buscar a determinadas personas. S¨®lo dos de las v¨ªctimas de los West romp¨ªan ese patr¨®n: dos estudiantes universitarias, Theresa Sieghenthaler y Lucy Partington [Lucy era prima del escritor Martin Amis]. Ninguna hab¨ªa puesto los pies en el n¨²mero 25 de Cromwell Street, y jam¨¢s se habr¨ªan relacionado con un tipo como Fred West, que iba recogiendo chatarra de las cunetas y era capaz de comerse una cebolla como quien se come una manzana. Parece ser que los West las secuestraron cuando esperaban el autob¨²s. Claro que Fred cont¨® otra cosa. Cont¨® que Theresa y Lucy eran sus amantes, y que mat¨® a Lucy porque estaba empe?ada en presentarle a sus padres.
En 1987, Fred asesin¨® a su hija Heather y enterr¨® sus restos en el s¨®tano con los de sus otras v¨ªctimas. La chica empezaba a dar problemas. Era lista, independiente, rebelde. El d¨ªa menos pensado podr¨ªa ir a la polic¨ªa. As¨ª que la mat¨®. Rosemary le ayud¨® a esconder el cad¨¢ver. A los chicos les dijeron que Heather "se hab¨ªa marchado con una lesbiana", pero los mayores, Stephen y Mae, intuyeron que hab¨ªa algo raro en la s¨²bita desaparici¨®n de su hermana.
En agosto de 1992, una de las hijas peque?as de West confes¨® a una amiga que su padre la hab¨ªa violado. Y aquella ni?a tuvo la sensatez que nunca demostraron los adultos que rodeaban a la familia: acudi¨® a la polic¨ªa, que inici¨® una investigaci¨®n en regla. Los cinco menores de la casa fueron llevados a familias de acogida, y Fred West, detenido por violaci¨®n. Se interrog¨® al resto de los ni?os, y Anne Marie (a quien su padre hab¨ªa violado 300 veces) admiti¨® haber sido v¨ªctima de abusos, aunque luego se desdijo de su declaraci¨®n. Mientras, Rose amenazaba a sus hijos: no cont¨¦is nada. Destruir¨¦is a la familia, les dec¨ªa. En la casa de Cromwell Street, la polic¨ªa requis¨® decenas de v¨ªdeos pornogr¨¢ficos que protagonizaba Rose. El visionado de aquellas cintas impresion¨® a investigadores curtidos. Y a pesar de todo, dejaron que aquel a?o Fred volviese a casa para pasar las navidades. Luego, un a?o m¨¢s tarde, un juez decidi¨® no llevar adelante el caso. Hab¨ªa contradicciones en los testimonios de los ni?os. As¨ª que, en junio de 1993, Fred volvi¨® a la vida normal, fue readmitido en su trabajo y se le devolvi¨® la custodia de sus hijos menores.
Sin embargo, una oficial de polic¨ªa, la detective Hazel Savage, no las ten¨ªa todas consigo. Porque las distintas familias de acogida de los cinco peque?os West hab¨ªan coincidido al extra?arse de una broma que gastaban a menudo los ni?os: "Heather est¨¢ en el s¨®tano", dec¨ªan, "pap¨¢ dice que Heather est¨¢ en el s¨®tano". Savage movi¨® todos los hilos, toc¨® todas las puertas y consigui¨® una orden para hacer un registro a fondo de la casa de los West. El 24 de febrero de 1994, unos polic¨ªas armados de picos y palas llegaban a Cromwell Street. Cuatro d¨ªas m¨¢s tarde aparecieron unos restos humanos. Para entonces, Fred ya hab¨ªa admitido haber asesinado a su hija. Pero la sorpresa llegar¨ªa cuando encontraron tres f¨¦mures.
En los d¨ªas siguientes, los cuerpos de nueve mujeres aparecieron en el s¨®tano del 25 de Cromwell Street, y Rosemary West fue acusada de haber sido c¨®mplice de su marido. Mientras, la centralita de la polic¨ªa se colapsaba con las llamadas de parientes de muchachas desaparecidas en los ¨²ltimos 20 a?os en la regi¨®n de Gloucestershire, y hordas de periodistas tomaban la ciudad para obtener informaci¨®n sobre la familia West. Lo curioso es que nadie hablaba mal de Fred, e incluso muchos se refer¨ªan a ¨¦l como "un tipo encantador". Era un modo de verlo. Un tipo encantador que invitaba a sus compa?eros de trabajo a presenciar pel¨ªculas de porno casero protagonizadas por su propia esposa. Un tipo encantador que, en el pub, sol¨ªa mostrar polaroids de ¨®rganos sexuales. Un tipo encantador cuyos hijos s¨®lo sal¨ªan de casa para ir a hacer la compra, que siempre estaban tristes, que vest¨ªan ropas tres tallas m¨¢s grandes. Un tipo encantador.
Lo que revolvi¨® los est¨®magos y las conciencias de los brit¨¢nicos fue la absoluta inoperancia de las autoridades. Durante 20 a?os, West hab¨ªa estado dejando pistas por el camino, como un rastro de migas de pan en forma de abusos, de agresiones, de comportamientos sospechosos. Empezaron a conocerse evidencias de que hubo decenas de oportunidades de parar los pies al monstruo. Una vez, cuando Anne Marie ten¨ªa 12 a?os, su profesor de gimnasia inform¨® a la asistencia social de que la ni?a sol¨ªa lucir moratones en las piernas y en los brazos. Una funcionaria se present¨® en Cromwell Street, y all¨ª la recibi¨® Rose, que estuvo encantadora. Ofreci¨® a su visitante una taza de t¨¦ y charlaron sobre lo dif¨ªcil que es atar en corto a una ni?a traviesa. La trabajadora social se dio por satisfecha y dijo que todo estaba en orden en aquella casa. Ahora parece incre¨ªble que aquella mujer no viese ning¨²n detalle sospechoso, como tambi¨¦n que en el colegio al que asist¨ªan los West nadie se extra?ase de la conducta de aquellos ni?os medrosos y mal vestidos. Aquellos ni?os que hac¨ªan planes para fugarse de casa, que hablaban en susurros, que faltaban a clase cada dos por tres (una de las ni?as lleg¨® a acumular 50 faltas de asistencia en un solo curso), que luc¨ªan cardenales, que hablaban de sexo con alarmante naturalidad. Todo est¨¢ en orden.
Eso mismo se dec¨ªan los vecinos. ?Pero c¨®mo es posible que en m¨¢s de 20 a?os nadie notase algo extra?o en la casa? ?Que nadie escuchase gritos, que a nadie escamasen las entradas y salidas de la furgoneta de Fred? ?Que nadie se preguntase de d¨®nde sal¨ªa y ad¨®nde iba toda aquella gente extra?a que frecuentaba el 25 de Cromwell Street? Los brit¨¢nicos presumen siempre de su discreci¨®n, del escrupuloso respeto hacia la privacidad, del car¨¢cter sacrosanto que tienen las vidas ajenas. Los vecinos de los West ten¨ªan que saber que en aquella casa hab¨ªa gato encerrado. Pero se dijeron, conforme a la idiosincrasia inglesa, que aquello no era asunto suyo. La exquisitez brit¨¢nica fue, en este caso, un as en la manga para el modus operandi de Fred West.
En enero de 1995, Fred West se suicid¨® en la celda de una c¨¢rcel de Birmingham donde aguardaba su juicio por 12 asesinatos. Sab¨ªa que en todas las c¨¢rceles brit¨¢nicas estaban esperando su llegada para ofrecerle una bienvenida especial. Fred era un cobarde incapaz de enfrentarse a nada, mucho menos a la implacable ley de los presos que se?ala a violadores y asesinos de ni?os. As¨ª que se fabric¨® una cuerda con trozos de s¨¢bana y se colg¨®. Muchos consideraron aquella muerte como la ¨²ltima burla al sistema por parte de West. En cuanto a su esposa, Rosemary, fue condenada a cadena perpetua por nueve asesinatos.
La vida en Gloucester se hab¨ªa alterado. Y aquello amenazaba con seguir. Desde todos los rincones del mundo, centenares de chiflados intentaban adquirir cualquier objeto que hubiese sido utilizado por los West. Se dijo que un empresario estaba interesado en comprar la casa de Cromwell Street para instalar en ella un museo del horror, pues se estaba convirtiendo en un elemento de atracci¨®n tur¨ªstica m¨¢s poderoso que la catedral y los paisajes id¨ªlicos de Gloucestershire. Y el Ayuntamiento de la ciudad dijo basta. Una vez que la polic¨ªa confirm¨® que las pesquisas hab¨ªan terminado se tom¨® la decisi¨®n de destruir la casa de la infamia. M¨¢s que eso: se redujo a polvo todo cuanto los West hab¨ªan usado, tocado o mirado durante aquellos a?os terribles. El solar fue transformado en un paso entre calles, de modo que hoy, 10 a?os despu¨¦s de la muerte de Frederick West, no queda de la casa de los horrores m¨¢s que un recuerdo y una leyenda negra que los vecinos de Gloucester prefieren olvidar. Dentro de unos a?os, nadie podr¨¢ se?alar el lugar exacto donde se levantaba el n¨²mero 25 de Cromwell Street.
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