La ?taca de los 'hippies'
El norteamericano Jaime del Amo fij¨® su residencia en Moj¨¢car (Almer¨ªa) hace 30 a?os rendido ante su hospitalidad
Podr¨ªa decirse que Moj¨¢car es a los hippies lo que ?taca a Ulises seg¨²n la literatura de Homero: la patria m¨ªtica. "Soy un privilegiado por el hecho de vivir en Moj¨¢car y estoy muy agradecido por ello", insiste Jaime del Amo. A este norteamericano, nacido en Los ?ngeles en 1942, nadie lo conoce por su nombre en el encalado pueblo almeriense. "S¨®lo los directores de banco me llaman Jaime", bromea. Tito, su apodo hecho identidad, recuerda su llegada al pueblo cuando ten¨ªa 22 a?os.
"El mismo d¨ªa que llegu¨¦, en 1964, me compr¨¦ una casa de 34 metros cuadrados por 80.000 pesetas. En aquel entonces el alcalde promocionaba la zona regalando parcelas, porque la emigraci¨®n lo hab¨ªa despoblado todo", rememora. El joven Tito, que trabajaba como fot¨®grafo para la agencia de noticias UPI (United Press Internacional) viv¨ªa entonces a caballo entre su apartamento en Los ?ngeles, otro en Madrid y la casita en el pueblo almeriense. Hasta que sucedi¨® lo de Palomares.
Por raro que parezca, aquel suceso ocurrido la ma?ana del 17 de enero de 1966 en el que un superbombardero B-52 choc¨® contra el avi¨®n nodriza KC-135 sell¨® una uni¨®n vitalicia entre Tito y el pueblo mojaquero. Cayeron cuatro bombas termonucleares en Palomares y Tito se qued¨® en Moj¨¢car esperando que encontraran el cuarto artefacto, que cay¨® sobre el mar. "Como no encontraban la cuarta bomba, la agencia de noticias me pagaba 500 pesetas al d¨ªa hasta que apareci¨®. Me qued¨¦ seis semanas desde aquel 17 de enero en mi casa de Moj¨¢car. Y ya no fui capaz de volver a Madrid, ni a ninguna otra gran ciudad a vivir", sentencia.
La decisi¨®n implic¨® mucho trabajo para mantener su sue?o. Ejerci¨® como chofer, cocinero y jardinero de un canadiense que ten¨ªa un Rolls Royce y le pagaba 1.500 pesetas a la semana. Hasta que a final de 1964 y tras la muerte de su padre, viaj¨® con el dinero heredado durante unos a?os.
"Vi muchos lugares y recorr¨ª mucho mundo. Pero ninguno me atrajo tanto como Moj¨¢car. Ni R¨ªo de Janeiro, ni Katmand¨²", afirma. "El agua del grifo no se pod¨ªa beber. Mar¨ªa nos sub¨ªa cuatro c¨¢ntaros en burro desde la fuente. Correos era una ventanilla peque?ita en un cuarto reducido que ol¨ªa a ajo. No hab¨ªa un reparto oficial, Mart¨ªn me daba todas las cartas y entre todos las hac¨ªamos llegar a sus destinatarios", apunta.En ese tiempo "inolvidable" no exist¨ªa a?oranza por la gran ciudad, ni por las comodidades. "Renunci¨¢bamos a muchas cosas pero gan¨¢bamos en trato. Todas las casas se quedaban abiertas, no necesit¨¢bamos llaves", detalla. A su regreso de India en 1970 fij¨® definitivamente su residencia en Moj¨¢car. "Aqu¨ª en 1965 ¨¦ramos s¨®lo cuatro o cinco hippies. Macrobi¨®ticos y psicod¨¦licos. Ya son pocos los pioneros que quedamos".
Tito erigi¨® su propio establecimiento a partir de unas ruinas que le ofrecieron en la playa. De restaurante franc¨¦s pas¨® a discoteca y despu¨¦s a chiringuito. En la actualidad dirige tres negocios de hosteler¨ªa. Ahora, 40 a?os despu¨¦s de su llegada, tiene por costumbre viajar a los lugares que le recuerdan la Moj¨¢car de los a?os sesenta.
En unos d¨ªas partir¨¢ hacia Brasil para recorrer unos 1.000 kil¨®metros desde R¨ªo y vivir unos d¨ªas en un pueblo de la provincia de Bah¨ªa, que tambi¨¦n descubrieron los hippies en los 70 y a¨²n conserva su encanto primitivo. Pero Tito regresar¨¢, sin duda, a su patria m¨ªtica descubierta hace ahora 42 a?os.
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