Turismo rural
Con el turismo rural a m¨ª me ha pasado como con el senderismo: que no me enter¨¦ de que lo practicaba hasta que alguien, m¨¢s experto, me lo dijo. En mi ignorancia pensaba que veraneaba en un pueblo y que, cuando hac¨ªa senderismo, andaba. As¨ª, sin m¨¢s, como los del pueblo.
Durante toda mi vida, con alguna excepci¨®n puntual, he hecho, en efecto, turismo rural, pero no me enter¨¦ de ello hasta que alguien me lo dijo hace unos a?os. Desde entonces sigo haciendo lo mismo que hice siempre, s¨®lo que ahora lo que yo hago tiene una denominaci¨®n. Lo cual es muy importante, sobre todo a la hora de hablar de las vacaciones. Antes, yo respond¨ªa (a la pregunta de d¨®nde pasar¨ªa el verano) que en un pueblo perdido de Le¨®n y mi interlocutor me miraba como con pena. Ahora, en cambio, desde que hago turismo rural, me miran hasta con cierta envidia.
Ahora el paleto es ese turista rural que, vestido de Coronel Tapiocca, se acerca a un campesino y le pregunta si puede tocar la vaca
El turista rural-rural dedica todo su tiempo a demostrar a sus convecinos que est¨¢ de paso en el pueblo y por hacerles casi un favor
Durante toda mi vida, con alguna excepci¨®n puntual, he hecho turismo rural, pero no me enter¨¦ de ello hasta que alguien me lo dijo hace unos a?os
Invenci¨®n urbana
El turismo rural, como su nombre indica, es una invenci¨®n urbana, una forma de llamar al veraneo del interior sin que parezca algo para pobres. Porque, para los cosmopolitas, ¨¦sos que viajan muy lejos, y para los veraneantes de playa, veranear en el interior s¨®lo se puede explicar desde la pobreza, ya sea econ¨®mica o espiritual. S¨®lo de un tiempo a esta parte, desde que se invent¨® el turismo rural, uno puede pasar el mes de agosto en una aldea o en una ciudad peque?a sin que nadie le mire por encima del hombro en la oficina. Incluso sintiendo a veces cierta envidia inconfesada y manifiesta por parte de aquellos que ya est¨¢n hartos de pegarse por un trozo de playa a pleno sol despu¨¦s de intentar aparcar el coche durante horas o de pagar fortunas por ver pir¨¢mides o platos rotos a ochenta grados a la sombra a lo largo y ancho del mundo.
Pero el turismo rural tiene tambi¨¦n su lado molesto. Aunque uno no lo practique del todo, quiero decir: se resista a hacerlo con todas las condiciones y bendiciones que impone el g¨¦nero, el turismo rural acarrea tambi¨¦n un mont¨®n de servidumbres que hacen que a veces sea tan engorroso y tan pesado como el cosmopolita. As¨ª, por ejemplo, la indumentaria, que, aparte de las bermudas, la ri?onera y las gafas de sol a toda hora (?alguien cree todav¨ªa que las gafas de sol son para el sol?), incluye tambi¨¦n ¨²ltimamente un bolsillo para el m¨®vil, otro para la c¨¢mara digital, otro para el monedero y otro para el paquete de tabaco, am¨¦n de una camiseta y una gorra de marcas conocidas, lo cual convierte al turista en una especie de anuncio andante o de extranjero en su propia tierra. Y lo mismo sucede con la impedimenta, que crece a?o tras a?o, sobre todo si hay ni?os en la casa, y con los accesorios del campo y del jard¨ªn, que tambi¨¦n crecen, y hasta con los del coche, que cambian cada verano aunque no haga falta.
Destacan en este aspecto los turistas rurales intr¨ªnsecamente urbanos, esto es, los que s¨®lo conocen el campo por referencias. S¨ªrvales como disculpa su propio desconocimiento, que les convierte, a juzgar de algunos, entre los que se encuentra uno, en los nuevos paletos de este tiempo. Antes, el paleto era el se?or del campo (Paco Mart¨ªnez Soria en nuestro cine) que llegaba a la ciudad con su maleta y al que todo el mundo enga?aba y se re¨ªa de ¨¦l por su vestimenta y por las cosas que comentaba. Ahora el paleto es el mismo, s¨®lo que en sentido inverso: ese turista rural que, vestido de Coronel Tapiocca, se acerca a un campesino y le pregunta si puede tocar la vaca. Cierto que entre una vaca y un autob¨²s hay sus diferencias, pero no tantas como para no saberlas. Y lo mismo sucede con las ovejas, y con los gallos, y hasta con las gallinas cluecas. Que, de momento, no se sabe que hayan embestido a nadie, salvo quiz¨¢ en alguna pel¨ªcula de dibujos animados para ni?os.
Pero peor a¨²n que el turista rural urbano, que al fin y al cabo enternece por su inocencia, como pasaba antes con los ecologistas, es el turista rural-rural, esto es, el hijo del campesino que, cumpliendo los deseos y esperanzas de sus padres, emigr¨® a la ciudad en busca de mejor suerte y vuelve al pueblo por vacaciones. Cuando lo hace, como no ha le¨ªdo a Tzara ("Volved con humildad o no vay¨¢is a ninguna parte", aconsejaba el poeta a los que se iban), vuelve como turista rural y no como el originario que regresa al solar de sus mayores. Y para remarcarlo subraya su indumentaria y hasta el acento de la ciudad, al punto de que parece, m¨¢s que un turista rural, un cosmopolita. Se le conoce en seguida por sus aires de superioridad y por la forma que tiene de tratar a los del pueblo: con familiaridad, pero con distancia. Continuamente parece estarles diciendo que ¨¦l sabe lo que ellos piensan de ¨¦l, puesto que al fin y al cabo es del pueblo, pero que ellos ignoran lo que ¨¦l piensa de ellos, puesto que pertenece ya a otra cultura. Y, tambi¨¦n, que ¨¦l conoce sus sue?os y sus deseos, porque los comparti¨® alg¨²n tiempo y porque no son otros, al fin y al cabo, que los que ¨¦l ya ha conseguido realizar. Por eso les trata con gran ternura, pero con la displicencia de quien se cree en su fuero interno superior. Cosa que seguramente tan s¨®lo puede hacer en las vacaciones, puesto que el resto del a?o est¨¢ en su casa so?ando con el momento de volver al pueblo.
De casona a chalet alsaciano
Por eso, cuando regresa, aprovecha el tiempo todo lo que puede y todo en orden a demostrar lo bien que le va en la vida. Aparte de la indumentaria, que cuida como si estuviera de vacaciones en las Bahamas, y de sus gestos y sus costumbres, que procura ir adaptando a la moda de cada verano, ya sea ¨¦sta musical o culinaria, el turista rural-rural dedica todo su tiempo a demostrar a sus convecinos que est¨¢ de paso en el pueblo y por hacerles casi un favor. Para que no se mueran de aburrimiento, le falta s¨®lo decir en algunos casos. Por ello, no contento con hacer de su casa un gran horror, ya haya sido convirtiendo la casona de labranza de sus padres en un chalet alsaciano o construy¨¦ndolo directamente en lo que fue la era o la huerta, se dedica, cuando termina, a hacer lo propio con el pueblo, que era bonito hasta que lleg¨® ¨¦l. Pero el canon de la belleza no s¨®lo es muy discutible, sino que es el veraneante el que lo establece. Por algo vive en la ciudad y conoce m¨¢s mundo que los del pueblo. Y, as¨ª, ¨¦stos no s¨®lo no le discuten, sino que le secundan e imitan sus gustos, no s¨®lo remodelando sus viejas casas al estilo establecido por aqu¨¦l, esto es, como chal¨¦s, aun cuando sigan teniendo vacas dentro de ellos, sino tambi¨¦n arreglando el pueblo al estilo de la ciudad. De ese modo, entre unos y otros, han conseguido que toda Espa?a parezca un parque tem¨¢tico de pueblos deconstruidos, que dir¨ªa Ferran Adri¨¤, en los que coinciden cada verano los campesinos que en ellos viven y los que se fueron de ellos, sin saber unos ni otros ni por qu¨¦ siguen ni por qu¨¦ vuelven. O, para ser exactos, por qu¨¦ vuelven los que vuelven cada a?o en el verano. Porque los que contin¨²an viviendo en el pueblo lo hacen porque no se fueron, que no requiere una decisi¨®n, o por lo menos no reiterada, mientras que los que se fueron y vuelven de vacaciones necesitan al menos considerarla. Cosa que, a lo que se ve, no hacen, a la vista de las circunstancias.
Y es que el turista rural, ya sea turista rural o simple veraneante de los antiguos, necesita repetir su veraneo de siempre por dos motivos. Primero, por la nostalgia, que, por m¨¢s que la niegue y la disimule, est¨¢ en el fondo de su fidelidad al pueblo, ya sea el suyo o el de adopci¨®n, que los dos casos se dan, y, segundo, por la necesidad que tiene de sentirse querido y envidiado un mes al a?o, cosa que s¨®lo consigue entre sus ancestros, por m¨¢s que le cueste reconocerlo. Por eso adopta unos aires que algunos creen de superioridad, pero que, por el contrario, no indican m¨¢s que inseguridad, y por eso se empe?a en demostrar cada verano lo bien que le va en la vida y lo mucho que a?ora la ciudad.
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