'El nadador' y las piscinas
El nadador se basa en un cuento que John Cheever public¨® en la revista The New Yorker. Cheever era un especialista en la amargura de la clase media-alta y la retrat¨® con una lucidez autodestructiva. Para que se hagan una idea de su estado de ¨¢nimo, Cheever dec¨ªa: "Un cuento o un relato es aquello que te cuentas a ti mismo en la sala de un dentista mientras esperas a que te saquen una muela". Con semejante material resultaba dif¨ªcil hacer una pel¨ªcula taquillera, pero Hollywood contaba con el tir¨®n de Burt Lancaster. Para reforzar su encanto, se pasa toda la pel¨ªcula en traje de ba?o, incluso ense?a un culo que tiene el m¨¦rito de estar justificado por el gui¨®n y de corresponder a un hombre de 55 a?os. Estamos en 1968, el a?o de todos los excesos, y Lancaster interpreta a un ex triunfador en plena crisis existencial, que decide cruzar todo un condado pasando por las piscinas de sus amigos y conocidos sin tropezarse con ning¨²n diputado de ERC en acci¨®n de combate. Lancaster lleva a?os sin aparecer por esta zona residencial y se reencuentra con gente que le aprecia pero tambi¨¦n con ex amantes despechadas, vecinos resentidos y acreedores agresivos.
Cheever era un especialista en la amargura de la clase media-alta y la retrat¨® con una lucidez autodestructiva
Al principio, Lancaster se muestra entusiasmado con su idea. "Piscina tras piscina se forma un r¨ªo hasta nuestra casa", dice. En efecto, en regiones privilegiadas abundan las piscinas, convertidas en oasis artificiales y signo de estatus, con o sin cobertura legal. Es, adem¨¢s, un buen tema de conversaci¨®n. Uno de los propietarios que visita Lancaster parece incapaz de hablar de otra cosa. "Tenemos el mejor filtro de la comarca", le dice con un orgullo parecido al que algunos manifiestan por las prestaciones de su tel¨¦fono m¨®vil. De lo cual se deduce que, adem¨¢s de para ba?arse y decorar una parcela de para¨ªso, la piscina tambi¨¦n sirve para presumir (y ampliar el viejo debate mar o monta?a a otro dilema m¨¢s interesante: playa o piscina). Junto a cada piscina, Lancaster va encontrando bebedores compulsivos o arrepentidos que se han levantado con resaca. "Anoche beb¨ª demasiado" es una de las frases que m¨¢s se repet¨ªan en el planeta Cheever y aqu¨ª tambi¨¦n asoma como estribillo existencial. Los que toman el sol junto a una piscina no dejan de beber y de ofrecerle c¨®cteles. A medida que avanza en su recorrido, el espectador se va dando cuenta de que Lancaster esconde un pasado atormentado y, arrastrado por la evidencia del fracaso, se va mostrando cada vez m¨¢s inestable y vulnerable.
Su aspecto, en cambio, es espl¨¦ndido, pese a que ten¨ªa 55 a?os. Se prepar¨® a consciencia para este proyecto, dirigido inicialmente por Frank Perry, que abandon¨® la producci¨®n por discrepancias creativas y fue sustituido por Sidney Pollack. Lancaster es uno de esos actores respetados y respetables, poco dado a la bravuconer¨ªa. Por el contrario, a veces soltaba alguna curiosa aseveraci¨®n, como cuando declar¨®: "Juzgo los restaurantes por su pan y su caf¨¦". Es un sistema similar a juzgar los hoteles o las casas por sus piscinas: tomar un detalle aparentemente complementario y transformarlo en decisivo. Es, en cualquier caso, uno de los elementos m¨¢s cinematogr¨¢ficos de la escenograf¨ªa residencial. All¨ª suelen acabar los cad¨¢veres (flotando, rodeados por una mancha de sangre m¨¢s escandalosa que la que, seg¨²n sostiene la leyenda urbana, se produc¨ªa si te meabas dentro del agua) los borrachos y los actores porno. En la pel¨ªcula tambi¨¦n sale una piscina vac¨ªa, uno de los paisajes m¨¢s melanc¨®licos de cu¨¢ntos puede ofrecernos el ecosistema vacacional, en la l¨ªnea de la atm¨®sfera moral de una historia cuya moraleja podr¨ªa ser: pese a su deslumbrante encanto, las piscinas no dan la felicidad.
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