La sagrada familia
No es raro debutar en la literatura norteamericana con una brillante colecci¨®n de relatos. De hecho, es casi una tradici¨®n. Por esa puerta entraron nombres como Hawthorne, Hemingway, Cheever, Updike, Brodkey, Oates, Beattie y Moore. Y, m¨¢s cerca, gente como Ethan Canin, Julie Orringer, David Gilbert, Melissa Bank, Matthew Klam, David Means, Nell Freudenberger, George Saunders y Adam Haslett.
Lo que no es tan com¨²n es que a ese primer libro se lo compare con firmas como las de Ant¨®n Ch¨¦jov, Isaak Babel, Isaac Bahevis Singer, Bernard Malamud, Saul Bellow, J. D. Salinger, Harold Brodkey, Woody Allen, Mordecai Richler, Philip Roth y el no hace mucho fallecido Leonard Michaels. O que otros -igual de entusiastas- se limiten a definir todo el asunto como "una especie de Dublineses, pero con humor". Y todo esto y algo m¨¢s -ganar varios premios de prestigio, ser traducido a doce idiomas- es lo que le ha ocurrido a Natasha, de David Bezmozgis.
NATASHA
David Bezmozgis
Traducci¨®n de V¨ªctor
Aldea Lorente
Debate. Barcelona, 2005
224 p¨¢ginas. 18 euros
Nacido en Riga, Latvia, en 1973, emigrado junto a su familia a Toronto en 1980, estudiante estrella en una universidad de Los ?ngeles, dramaturgo y guionista de cine, director de un aclamado documental sobre la circuncisi¨®n ritual, Bezmozgis es reverenciado como el nuevo gran profeta a la hora de "contar lo jud¨ªo".
Y Natasha est¨¢ compuesto por siete cuentos que repiten temas y protagonistas y una misma voz autobiogr¨¢fica: la del joven Mark Berman y su familia compartiendo rasgos y vida y pensamientos de aquel que lo cre¨® para entenderse mejor y, de paso, para presentarse a nosotros. El rumor ya se oy¨® cuando, en mayo de 2003, las revistas Harper's, Zoetrope y The New Yorker publicaron en la misma semana relatos de Bezmozgis haciendo pensar que, s¨ª, era m¨¢s que probable que se tratara del nacimiento de un futuro pero no muy lejano maestro. Todos juntos, en Natasha, hacen todav¨ªa m¨¢s s¨®lida a la promesa.
En especial cuando nos zambullimos bajo las palabras de relatos como 'Tapka', 'Minyan', 'El segundo hombre m¨¢s fuerte' y 'Natasha' -probablemente el mejor de todos, el que da t¨ªtulo al volumen, una tan graciosa como delicada cr¨®nica de iniciaci¨®n sexual con prima muy loba y muy feroz-, y los leemos casi sin respirar y salimos a la superficie con la sensaci¨®n de haber sido c¨®mplices de un peque?o milagro. Lo que -m¨ªnima pero pertinente advertencia- no quita tambi¨¦n el que ya hayamos nadado muchas veces en relatos como los que propone Bezmozgis. Ya hemos estado all¨ª, recu¨¦rdenlo sin esfuerzo: los conflictos de sangre -la sagrada familia como territorio a profanar, como microcosmos lleno de agujeros negros- contemplados por la mirada tan dulce como cruel de un joven sensible y dispuesto a, sin culpa alguna, ponerlo todo por escrito y as¨ª inmortalizar lo que se desea dejar muy atr¨¢s lo m¨¢s pronto posible.
La parad¨®jica "novedad" de Bezmozgis -si se lo compara con lo que hacen buena parte de sus contempor¨¢neos- es lo tradicional y cl¨¢sico de su prosa, la claridad de sus tramas siempre sostenidas en la expansiva onda s¨ªsmica provocada por una peque?a cat¨¢strofe, y la ausencia absoluta de toda maniobra posmoderna o de pliegue metaficcional o innovaci¨®n formal. Una textura que est¨¢ m¨¢s cerca de la imaginativa crudeza realista del ya mencionado Michaels -alguna vez profesor de Raymond Carver y Tobias Wolff- y a quien Bezmozgis considera su maestro y mentor y agradece, in mem¨®riam, en la ¨²ltima p¨¢gina de Natasha.
Tambi¨¦n es cierto que los finales tan prolijos y -se?al¨® con malicia un cr¨ªtico norteamericano- "como si rogaran por ser incluidos en antolog¨ªas" de 'Choynski' y 'Un animal para el recuerdo' provocar¨¢n alguna ligera irritaci¨®n en un lector curtido en estas lides. Pero son peque?os detalles. Imperfecciones inevitables entre tanto talento. La rajadura casi invisible en la porcelana de buenas historias que para nuestra alegr¨ªa -porque hay pocas cosas m¨¢s placenteras que espiar a una familia arroj¨¢ndose la vajilla por la cabeza- se quiebran frente a nuestros ojos por el solo placer de hacerse pedazos sin nunca romperse del todo.
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