Frescor y leyendas en los valles leoneses
Oma?a, Luna, Babia y Laciana forman un espacio declarado reserva de la biosfera
Babia, Oma?a, Luna y Laciana son cuatro comarcas del noroeste de la provincia de Le¨®n que, adem¨¢s de la hermandad geogr¨¢fica, son due?as de un patrimonio legendario que ha contribuido a mitificar su memoria y la de los valles en que se asientan.
La Unesco ha declarado en los ¨²ltimos a?os a Laciana y Babia (y a Oma?a y Luna el pasado 29 de junio) como reserva de la biosfera, lo que supone una valoraci¨®n del extraordinario patrimonio natural e hist¨®rico-art¨ªstico que se intenta preservar como modelo de su peculiaridad y belleza. La Unesco hace su elecci¨®n con esa idea general de preservar territorios que son due?os de un importante patrimonio, estableciendo las ayudas y los requerimientos adecuados y, a la vez, intentando ejemplarizar una forma de comportamiento en la conciencia de quienes en ellos viven: el valor universal de lo que se tiene, y que el citado organismo encuadra en su programa El hombre y la biosfera, de donde dimanan los principios sustanciales de dicha actuaci¨®n y ejemplo.
Los viajeros cl¨¢sicos, y tambi¨¦n los m¨¢s cercanos, coinciden en esa magia de unos valles que deslumbran por la intimidad de sus parajes, como si el fulgor y la armon¨ªa cautivaran la percepci¨®n de otro modo y existiese una incitaci¨®n a la quietud
El inter¨¦s de la Unesco puede resultar tambi¨¦n una llamada de atenci¨®n hacia el destino de estos valles, cuyo potencial estriba, en buena medida, en lo que su naturaleza muestra, cierta condici¨®n de parques de la antig¨¹edad que atesoran el tiempo de sus paisajes. Un inter¨¦s que contrasta, sin remedio, con la liquidaci¨®n por derribo de la explotaci¨®n minera en Laciana o la extinci¨®n de algunos modos de vida y labores tradicionales que acercan el abandono a los pueblos.
La leyenda cubre la aureola del pasado, los valles la muestran en el espejo de un esplendor incomparable. La visita, el viaje, al coraz¨®n de los mismos tiene en estos momentos alicientes extraordinarios, aunque quienes los sentimos muy cercanos en nuestra experiencia no acabemos de resignarnos a la idea de que para ellos el futuro est¨¢ en el pasado.
Esos territorios que ya son Reserva de la Biosfera mantienen la realidad geogr¨¢fica de una belleza dif¨ªcilmente comparable, en cualquiera de las estaciones que marcan la transici¨®n del tiempo, siempre con la sensaci¨®n de que el tiempo se inmoviliza y pervive hasta eternizarse.
Verde y plata
Existe un poso entre la enso?aci¨®n y la vida que es el que determina esa inmovilidad y sensaci¨®n eterna, como si algo misterioso fluyera en la luz y en las estaciones, una materia estilizada que decant¨® la edad o que la naturaleza se arroga, sin que las erosiones hayan hecho otra cosa que pulir el verdor de las praderas y la plata de las calizas.
Los viajeros cl¨¢sicos, y tambi¨¦n los m¨¢s cercanos, que anotaron la experiencia y la sensibilidad de sus viajes y miradas, coinciden en esa magia de unos valles que deslumbran por la intimidad de sus parajes, como si el fulgor y la armon¨ªa cautivaran la percepci¨®n de otro modo, y existiese una incitaci¨®n a la quietud ajena a lo grandioso, interiorizada desde la intensidad de lo que se descubre como si se reconociera.
Alguien anot¨® que en estos valles es m¨¢s f¨¢cil perderse con ciertos grados de extrav¨ªo espiritual, como si en la perdici¨®n hubiera un camino de regreso a esa infancia del tiempo que recobra lo m¨ªtico. El escenario no reclama tan s¨®lo la admiraci¨®n de una belleza que se reparte entre infinitas praderas y montes que las circundan sin que nada se rompa, como si todo ayudara a preservar un aire misterioso, tambi¨¦n se entrega con facilidad al propio ensue?o del viajero y a su reconocimiento. Siempre se trata de una experiencia personal, como si los valles tuviesen ese don inefable de entregar el espejo de lo que son a quien en ¨¦l desea mirarse. La antig¨¹edad no recab¨® la ruina que le corresponde. La desolaci¨®n todav¨ªa no alcanza ese reto de la desaparici¨®n que es un peligro para que los parques del pasado se queden como habitaciones vac¨ªas en las casas de los que tuvieron que irse.
En la leyenda babiana est¨¢ el mito pastoril, ya apreciado por alg¨²n rom¨¢ntico como Gil y Carrasco, que la recorri¨® en 1837 contrastando sus propias emociones melanc¨®licas en las "praderas esmeralda" y los "montecillos cenicientos de roca caliza". Gil y Carrasco observa extasiado a los pastores b¨ªblicos y se imagina los dichosos tiempos de Jacob y Lab¨¢n.
El mito pastoril de Babia forma parte de su existencia: la tierra remota que los babianos pastores abandonan con la trashumancia, el lugar de sus hogares y familias que contribuye a la enso?aci¨®n de su p¨¦rdida transitoria. "Estaban en Babia" los pastores ensimismados a los que corro¨ªa la a?oranza, y ese estar que podr¨ªa explicar la frase hecha tiene un sentido muy realista. Aunque la explicaci¨®n m¨¢s extendida es la que se refiere a la ausencia de los reyes de Le¨®n, que en Babia ten¨ªan sus famosos cazaderos y que "estaban en Babia" lejos de las obligaciones y compromisos cortesanos cuando alguien les requer¨ªa. Reyes disipados, gobernantes entregados al dolce far niente y al nada quiero saber.
Un suspiro de lejan¨ªa
Dicen que en Oma?a los montes suspiran, lo que de nuevo retrae esa imaginaci¨®n rom¨¢ntica que deposita el sentimiento en el paisaje. Un suspiro de lejan¨ªa, tambi¨¦n, por desgracia, de abandono. En la correspondencia paralela de los r¨ªos que surcan los valles hermanos: el Luna y el Oma?a, tambi¨¦n existe la correspondencia de dos h¨¦roes legendarios atados al surco de esos r¨ªos. Se trata de Bernardo del Carpio y don Ares de Oma?a, dos h¨¦roes juveniles marcados por la melancol¨ªa y la desgracia. Bernardo tuvo prisionero a su padre en el castillo de Luna y pase¨® la forzada orfandad por aquellos parajes antes de emprender los hechos de su gloria y enfrentarse al mism¨ªsimo Carlomagno en Roncesvalles. A don Ares lo degoll¨® su t¨ªo el Adelantado en el colmo de una venganza sustentada en el odio, cuando todav¨ªa era un mozalbete ingenuo y voluntarioso, a quien las gentes de la ribera advirtieron desoladas en su irremediable camino.
Los romances dejan constancia de ese destino de leyenda, y en las noches vecinales de los valles siempre se rememor¨® el trance de los h¨¦roes que no s¨®lo se miraban en los r¨ªos, sino que tambi¨¦n se ba?aban en ellos y pescaban las hermosas truchas que muchos siglos despu¨¦s todav¨ªa tuvo la suerte de volver a pescar Miguel Delibes, seg¨²n nos cuenta en su inolvidable Mis amigas las truchas.
Por Laciana baja el Sil, que es el r¨ªo del oro, el de las pepitas que alentaron una fiebre aventurera m¨¢s modesta que la de Alaska y casi tan secreta como la del volframio, el mineral de un contrabando de posguerra que hizo peligrosas las noches del cercano Bierzo, cuando los agentes compradores de los dos bandos de la contienda europea ven¨ªan a Ponferrada disfrazados de esp¨ªas.
Pero Laciana es, ante todo, el valle de la Libertad, ya que a sus gentes otorg¨® Alfonso X el Sabio un fuero de reconocimiento que establec¨ªa el se?or¨ªo de su Concejo, para que los depredadores feudales no pudieran cometer sus tropel¨ªas. Lo legendario se acomoda en Laciana a una realidad hist¨®rica no exenta de contradicciones, desde ese mito de la revuelta popular y la exigencia al rey, al destino de una convivencia arm¨®nica entre lo que alguien llam¨® "el prado y la mina", las reminiscencias tradicionales, la revoluci¨®n industrial. Y, al fin, la liquidaci¨®n por derribo de una actividad econ¨®micamente problem¨¢tica, la miner¨ªa, que tiene ahora mismo, en las t¨¦cnicas demoledoras del cielo abierto, un l¨ªmite de destrucci¨®n y rapi?a. A la miner¨ªa tradicional ha sucedido la b¨²squeda a flor de piel de las vetas para que la explotaci¨®n no perdone la ruina de los montes.
Laciana es tambi¨¦n el viejo valle de los institucionistas, donde la Instituci¨®n Libre de Ense?anza pudo llevar a cabo alguna de sus experiencias pedag¨®gicas descentralizadas, gracias a un prohombre all¨ª nacido, don Paco Sierra Pambley, muy amigo de Gumersindo Azc¨¢rate, de Francisco Giner y de Manuel Bartolom¨¦ Coss¨ªo. La fundaci¨®n creada all¨¢ por el 1885 llev¨® al valle, y a los territorios hermanos, unas escuelas que instauraban la pedagog¨ªa socr¨¢tica y las lecciones de las cosas. El ideal de la humanidad, la herencia moral del regeneracionismo, el sentido de la educaci¨®n como valor supremo, calaron hondo en el coraz¨®n de unos monta?eses tan remotos como agradecidos.
"Aqu¨ª hay fuentes frescas, aqu¨ª, Lic¨®ride, prados blandos, aqu¨ª est¨¢ el Bosque, aqu¨ª morir¨ªa contigo de pura vejez", resuena en las Buc¨®licas virgilianas, y no es infrecuente que en los valles de Leyenda se perciba esa resonancia, ya que por su misteriosa y secreta belleza discurren algunos otros r¨ªos interiores donde se mide, como una vez me dijo una paisana de La Cueta, el pueblo m¨¢s alto de Babia, la edad del alma...
- Luis Mateo D¨ªez (Villablino, Le¨®n, 1942) es miembro de la Real Academia Espa?ola.



GU?A PR?CTICA
C¨®mo irDesde Le¨®n, la AP-66 direcci¨®n Oviedo lleva hasta un desv¨ªo a Villablino en el embalse de Los Barrios de Luna (atenci¨®n al espectacular puente atirantado del ingeniero Carlos Fern¨¢ndez Casado). Desde ah¨ª se atraviesan las comarcas de Luna y Babia, hasta llegar a Laciana. Para volver por Oma?a se debe tomar un desv¨ªo a las afueras de Villablino, en Rioscuro. Si se prefiere ir desde Le¨®n a Villablino por Oma?a, el desv¨ªo en la AP-66 es en La Magdalena.Dormir- Gran Hotel Pandorado (987 58 18 06). Carretera de La Magdalena-Rioscuro, kil¨®metro 47,50. Pandorado. Una estupenda opci¨®n de hospedaje, con spa y restaurante. Habitaci¨®n doble: 100 euros con desayuno (90 en temporada baja). Comer: unos 25 euros.- D¨ªas de Luna (987 59 77 67). Carretera de Le¨®n-Villablino, por Luna. Calle del Magistrado R. Quir¨®s, 24. Sena de Luna. Hotel con encanto en las antiguas escuelas del pueblo. La doble, 54 euros con desayuno.- El rinc¨®n de Babia (987 48 82 92). Barrio de Quejo, s/n. La Cueta. Babia. La doble, 49 euros.Excursiones- La ruta en coche, con paradas en Riolago de Babia, Villasecino o San Emiliano. A pie, las bra?as de Caldas de Luna (pueblo con balneario, 987 59 22 24) o la subida a la laguna de los Verdes, desde Torre de Babia. Ambas rutas, de 3 o 4 horas, se?alizadas.Bibliograf¨ªa- Relato de Babia (Austral) y Laciana, suelo y sue?o (Edilesa), de Luis Mateo D¨ªez.Laciana, un oto?o (Edilesa), de Julio ?lvarez Rubio.
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