La agente que burl¨® a la Gestapo, pero no al destino
Valiente, vivaz y encantadora, confiaba en sus dotes de persuasi¨®n y en las granadas de mano. Christine Granville, nom de guerre de la condesa polaca Krystyna Skarbek (1915-1952), fue para muchos la mejor agente de los servicios secretos brit¨¢nicos durante la Segunda Guerra Mundial y uno de los personajes m¨¢s arrebatadoramente rom¨¢nticos de la ¨¦poca. Reclutada por el c¨¦lebre Special Operations Executive (SOE) -el Ejecutivo Especial de Operaciones, la agencia creada en 1940 por Churchill para organizar acciones de subversi¨®n y sabotaje contra los nazis-, Christine saltaba sin temor en paraca¨ªdas, atraves¨® los montes Tatra esquiando para infiltrarse en Polonia, combati¨® codo a codo con la Resistencia francesa y, como moderna Pimpinela Escarlata, burl¨® varias veces a la terrible Gestapo, arrebatando de las mism¨ªsimas fauces de la muerte en una de ellas a dos importantes camaradas (estuvo "soberbia", recalca en su monumental estudio del SOE William Mackenzie (The secret history of SOE. St. Ermin's Press, 2000). Sobrevivi¨® a los nazis y a la guerra, y la condecoraron. Pero un aciago destino la persigui¨®: acab¨® en el paro, sin medios de subsistencia, condenada a realizar peque?os trabajos ocasionales -ella, que hab¨ªa sido mimada arist¨®crata, deseada aventurera y rutilante estrella de las haza?as b¨¦licas-, y fue asesinada brutalmente a cuchilladas en la escalera del hotelito en que viv¨ªa en Kensington por un admirador en un episodio paradigm¨¢tico de violencia sexista.
"Era una joven de mucho estilo", recuerda hoy con melancol¨ªa el que fuera tambi¨¦n agente y h¨¦roe de guerra Patrick Leigh Fermor
"La resuelta Christine logr¨® que la dejaran libre tras provocarse una hemorragia mordi¨¦ndose la lengua para simular que era tuberculosa"
"Christine, s¨ª, qu¨¦ maravillosa figura de aquellos tiempos". Quien recuerda con tono melanc¨®lico a la agente al otro lado de la l¨ªnea del tel¨¦fono, desde su residencia estival en el Worcestershire, es otro h¨¦roe de guerra, ex agente y viejo camarada de la Granville en el SOE: el ya nonagenario escritor sir Patrick Leigh Fermor. "Coincid¨ª con ella varias veces en El Cairo durante la guerra. Era una chica cautivadora, llevaba siempre el rostro limpio, sin maquillaje, y eso le daba una apariencia a¨²n m¨¢s fresca y delicada, una belleza m¨¢s aut¨¦ntica", explica tras agradecer efusivamente la foto de la armadura de los h¨²sares alados polacos que le envi¨® hace unos meses desde Cracovia quien firma estas l¨ªneas. "Era una joven de mucho estilo, deliciosa, divertida y muy inteligente".
Leigh Fermor viv¨ªa entonces d¨ªas efervescentes en la capital egipcia, entre una peligrosa misi¨®n y otra, como miembro de los Bucaneros de Tara, el festivo grupo de amigos, todos agentes, que inclu¨ªa al capit¨¢n William Stanley Moss -a la saz¨®n reci¨¦n casado en El Cairo con otra arist¨®crata polaca, la condesa Sophie Tarnowska, divorciada de un compatriota oficial de los Lanceros C¨¢rpatos, unidad que comandaba el coronel Bobinski, viejo amigo de Christine-, y a Alexander (Xan) Fielding (v¨¦ase Cairo in the war, de Artemis Cooper. Penguin, 1995). Con Moss, Leigh Fermor secuestr¨® en Creta al comandante de la guarnici¨®n alemana en un audac¨ªsimo coup de main, mientras que Fielding, conocido no s¨®lo por sus audaces aventuras sino por ser el traductor al ingl¨¦s de El puente sobre el r¨ªo Kwai, de Pierre Boulle, fue uno de los rescatados por Christine Granville tras caer en manos de la Gestapo.
Xan Fielding ten¨ªa en alta estima a Christine, recuerda Leigh Fermor, lo que es muy l¨®gico si te han salvado de la Gestapo, y le dedic¨® sus estupendas memorias de guerra, Hide and seek (Secker and Warburg, 1954). Ese rescate es seguramente la acci¨®n m¨¢s famosa de la agente y la que pone en evidencia de manera m¨¢s clara sus dotes casi mesm¨¦ricas de persuasi¨®n.
El 13 de agosto de 1944, en Digne, en el sur de Francia, Fielding, alias Catedral, y Francis Cammaerts, alias Roger, uno de los grandes jefes operativos del SOE, fueron detenidos en un control cuando viajaban camuflados en un veh¨ªculo de la Cruz Roja conducido por Claude Renoir, el sobrino del pintor impresionista. Se les conden¨® a morir fusilados. Ante la imposibilidad de montar un ataque de la Resistencia para liberarlos, Christine logr¨® una cita con un oficial de la Gestapo, y, haci¨¦ndose pasar por sobrina del general Montgomery, nada menos, lo convenci¨® de que la llegada de los Aliados era inminente y de que m¨¢s le conven¨ªa al torturador granjearse su amistad con un gesto de buena voluntad. Fue tan persuasiva la agente que el correoso tipo, que durante toda la cita la estuvo apuntando nervioso con una pistola a la cabeza, accedi¨® y liber¨® a los camaradas presos. De paso, como pedrea, Christine logr¨® importantes informaciones sobre las V-1 y V-2...
El padre de Christine era un conde dedicado a criar caballos de carreras y pertenec¨ªa a una de las m¨¢s nobles estirpes polacas, terror de los Caballeros Teut¨®nicos. Su madre -que fue asesinada por los nazis- era miembro de una familia de banqueros jud¨ªos. Su abuelo fue el padrino de Chopin. Impulsiva en el amor y encantada de ser objeto de la pasi¨®n de los hombres, que desataba por doquier con su esp¨ªritu libre y su sonrisa traviesa -un colega agente trat¨® de suicidarse por ella lanz¨¢ndose al Danubio, que por suerte estaba helado-, Christine tuvo una vida sentimental agitad¨ªsima. A los 18 a?os, la chica, que enamora hasta a sus bi¨®grafos -v¨¦ase el retrato que hace de ella Marcus Binney en su imprescindible libro sobre las agentes del SOE The women who lived for danger (Holder and Stoughton, 2002), m¨¢s actual en sus datos sobre Granville que el can¨®nico Christine, de Madeleine Masson (Hamish Hamilton, 1975)-, se cas¨® con un empresario y a los 23 volvi¨® a hacerlo con el escritor, aventurero y ex cowboy Jerzy Gizycki, al que consideraba su Svengali y con el que march¨® a vivir a ?frica a lo Karen Blixen.
El amor de su vida
Al invadir Polonia los nazis, Christine, ferviente patriota, se puso al servicio del SOE en Gran Breta?a. De misi¨®n en Budapest conoci¨® al h¨¦roe polaco Andrew Kowerski, al que le faltaba una pierna y que fue el gran amor de su vida -aunque lo altern¨® con otros romances, como el torrencial con el joven conde Ledochowski-. Con Koweski, alias Kennedy, se dedic¨® a organizar v¨ªas de escape de Polonia y, pasando de un lado a otro de las fronteras como las cig¨¹e?as cuya libertad tanto admiraba, en una ocasi¨®n consigui¨® traerse de su pa¨ªs, caminando, un prototipo de fusil antitanque.
Capturada en 1941 por la Gestapo, la resuelta Christine logr¨® que la dejaran libre tras provocarse una hemorragia mordi¨¦ndose la lengua para hacer creer a sus captores que padec¨ªa tuberculosis. Despu¨¦s de viajar en un desvencijado Opel hasta El Cairo v¨ªa Turquia y Siria -en Alepo la cortej¨® Hissam, hijo del emperador de Afganist¨¢n, enrolado en un regimiento brit¨¢nico-, Christine fue destinada a Francia. Con el maquis luch¨® en la feroz batalla de Vercors contra regimientos alpinos y de las SS, estableci¨® contactos entre la Resistencia y los partisanos italianos de Marcellini y se le atribuye la rendici¨®n de la guarnici¨®n alemana de Col de Larche.
Tras la guerra, Gran Breta?a -por no decir Polonia, a la que Christine no pudo volver- fue ingrata con su agente, que, sin empleo, se vio impelida a sobrevivir como camarera ocasional en bares, hoteles e incluso en un barco. All¨ª conoci¨® a su asesino.
Dennis George Muldowney, camarero y marinero, no acept¨® que Christine quisiera alejarse de ¨¦l, empez¨® por acosarla y acab¨® mat¨¢ndola. El miserable individuo logr¨® con su cuchillo lo que no pudo hacer la Gestapo. Y lo ahorcaron por ello.
Todas eran valientes
CHRISTINE GRANVILLE, a la que Maria Nurowska ha hecho protagonista de una novela reciente, disponible en franc¨¦s (Celle qu'on aime. Ph¨¦bus, 2001), es, por supuesto, s¨®lo una de la constelaci¨®n de mujeres valientes de la II Guerra Mundial. Est¨¢n junto a ella sus propias compa?eras agentes del SOE, como Paola del Din, h¨¢bil esgrimista; la dulce y ex¨®tica Noor Inayat Khan (su vida la narra Laurent Joffrin en La princesa olvidada. Circe, 2003), o la gran Violette Szabo. Sin olvidar a nuestra querida Neus Catal¨¤, resistente pillada tambi¨¦n por la Gestapo y superviviente de Ravensbr¨¹ck que ha cumplido este verano 90 a?os. Entre las numerosas hero¨ªnas rusas, desde la tanquista Oktyabrskaya a la francotiradora Pavlichenko -178 dianas con su rifle Tokarev-, destacan, claro, las aviadoras. Entre ellas, la peque?a y rubia Lydia Litvyak, la Rosa Blanca de Stalingrado, la mayor as de caza femenina de la historia, con 12 victorias. La derribaron en 1943. En 1969, unos ni?os jugando encontraron los restos de su avi¨®n y a la piloto a¨²n en su interior, como una bella durmiente del aire. Un viejo conocido as alem¨¢n, el abrasado Johannes Steinhoff, que las combati¨®, escribi¨® este elogio de las aviadoras rusas: "Esas mujeres no tem¨ªan a nada".
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