Don Quijote, en Barcelona
Cuando consideramos que Don Quijote es un cl¨¢sico, proponemos que tal obra se puede leer con provecho fuera de su tiempo, pues sus ense?anzas, por ejemplo en relaci¨®n con la idea de poder o de la naci¨®n, trascienden la ¨¦poca en que fue escrita. Naturalmente, reclamar la actualidad del Quijote, para entender algunas cosas que nos pasan o que todav¨ªa pueden preocuparnos hoy, no quiere decir, me parece que todo lo contrario, que el Quijote pudiese ser escrito por alguien que no fuese Cervantes y que sea imaginable en otra circunstancia que la Espa?a de finales del reinado de Felipe II, esto es, en el comienzo del declinar de la Espa?a imperial. Sin duda, sus profundas lecciones sobre la vida, el destino, la amistad, la religi¨®n o la patria s¨®lo son aceptables por su autenticidad, en cuanto provienen de un autor, que hab¨ªa viajado y sufrido, y que conoc¨ªa tan bien el material del que est¨¢n hechos los hombres y ¨¦l mismo. Baste recordar a este prop¨®sito su vida de soldado, la participaci¨®n de nuestro autor en la guerra contra el turco, sus a?os de cautiverio, as¨ª como su conocimiento de la Corte y diversos oficios, y una experiencia sentimental m¨¢s bien amarga.
El Quijote tampoco puede imaginarse sin la Espa?a real de comienzos del siglo XVII. Lo dice bien Mar¨ªa Zambrano: "El Quijote es el libro espa?ol m¨¢s rico en paisajes, lleno de campo, de caminos y encinas, montes y riachuelos, cabras y reba?os". Libro de pueblo e iglesia, de nobles y labriegos, moriscos, letrados y bandidos. Merece la pena recordar la propuesta interpretativa de Pierre Vilar en su Tiempo del Quijote estableciendo un parang¨®n entre el mundo de ensue?o y locura quijotesco y la econom¨ªa desquiciada de la ¨¦poca, dominada por la inflaci¨®n que hac¨ªa imposibles cualquier previsi¨®n y seguridad, determinando cierta irrealidad de todo lo existente, como ve¨ªan bien los arbitristas con Gonz¨¢lez de Cell¨®rigo a la cabeza: "No parece, se?alaba ¨¦ste, sino que se han querido reducir estos reynos a una rep¨²blica de hombres que viven fuera del orden natural".
Pero mi argumento, como indicaba al principio, es que, a pesar de esta circunstancia personal e hist¨®rica del Quijote, cabe alguna utilizaci¨®n actual, ll¨¢mesele si se quiere un legado de Cervantes, sobre algunas ideas como son el poder o su imagen de Espa?a. Ve¨¢moslo brevemente.
1. Las reflexiones sobre el poder de Cervantes son m¨¢s bien ambiguas. Cabe aducir ejemplos que denotan cierta tendencia iconoclasta, una visi¨®n bastante espa?ola de la justicia como convencimiento personal de lo que est¨¢ bien o mal que resistir¨ªa dif¨ªcilmente su filtraje institucional o procedimental. Los pasajes antonom¨¢sicos ser¨ªan el de la liberaci¨®n de los condenados a galeras a los que Don Quijote hace soltar con el peregrino argumento de que iban contra su voluntad. O el cap¨ªtulo del azotamiento por el labrador rico de Andresillo. Recu¨¦rdese tambi¨¦n el bell¨ªsimo encomio de la libertad, "por la que merece arriesgar la vida", que, como se sabe, figuraba en la convocatoria de una manifestaci¨®n en defensa del orden constitucional y estatutario en San Sebasti¨¢n, hace un par de a?os.
Pero Don Quijote no es precisamente un anarquista. Hay un pasaje sobre el que yo creo que no se ha fijado suficientemente la atenci¨®n y que es el siguiente. Durante el viaje a Barcelona, al final casi de la novela, Don Quijote y Sancho se encuentran con Roque de Guinart, bandido de la ¨¦poca. Llega la hora de la noche, el tiempo de dormir, y todos se retiran; pero Roque lo hace a un lugar desconocido, que ignora incluso su propio lugarteniente, pues su cabeza est¨¢ a precio y no puede confiar ni en su hombre m¨¢s pr¨®ximo. Es una situaci¨®n de extrema inseguridad, que recuerda el estado de naturaleza, la posici¨®n en que se encuentran los hombres antes del pacto pol¨ªtico, previa la aceptaci¨®n del orden de justicia y paz del monarca absoluto. Dec¨ªa Hobbes (pero en 1670, 55 a?os despu¨¦s del Quijote) que en el estado de naturaleza la vida de los hombres era "breve, solitaria y embrutecida". Asombrosamente, Cervantes utiliza casi las mismas palabras para denotar la anarqu¨ªa en que se mueve Roque de Guinart:
"Roque pasaba las noches apartado de los suyos, en partes y lugares donde ellos no pudiesen saber d¨®nde estaba, porque los muchos bandos que el visorrey de Barcelona hab¨ªa echado sobre su vida le tra¨ªan inquieto y temeroso, y no se osaba fiar de ninguno, temiendo que los mismos suyos o le hab¨ªan de matar o entregar a la justicia. Vida, por cierto, miserable y enfadosa".
2. Tambi¨¦n querr¨ªa referirme a la idea de Espa?a que se desprende del Quijote, utilizada no ya como simple referencia ideol¨®gica, mucho menos como mero concepto pol¨ªtico-administrativo, lo que algunos denominan las m¨¢s de las veces con manifiesta impropiedad Estado espa?ol, sino como comunidad espiritual destinataria de la primera lealtad, esto es, como verdadera patria.
El problema es de envergadura porque se trata de enfrentar la idea de que la naci¨®n, como sujeto pol¨ªtico, s¨®lo surge en el romanticismo, ligada necesariamente a diversas peculiaridades identitarias como la lengua, la cultura o la historia, y una vez que se ha conquistado la soberan¨ªa para el pueblo, arrebat¨¢ndosela a los monarcas absolutos. La cuesti¨®n evidentemente tiene su trascendencia porque apunta a la legitimidad: tras el nacionalismo s¨®lo las naciones pueden aspirar al poder pol¨ªtico y los Estados no nacionales deben ceder el paso a las aut¨¦nticas comunidades nacionales, esto es, las naciones sin Estado. En nuestro caso est¨¢ bien claro: el Estado espa?ol no es una naci¨®n, es un mero aparato administrativo o artefacto de poder, hasta este momento compartido por los aut¨¦nticos sujetos legitimados desde un punto de vista pol¨ªtico que son las nacionalidades, cuyo futuro pol¨ªtico s¨®lo puede ser construido en libertad a trav¨¦s de la autodeterminaci¨®n.
Lo que el Quijote vendr¨ªa a probar es que hay otro modo de entender el pluralismo territorial espa?ol, compatibilizando su efectivo reconocimiento con la aceptaci¨®n de un ¨¢mbito de integraci¨®n superior que es Espa?a, en cuanto verdadera naci¨®n.
Destaca en el Quijote, en efecto, en primer lugar el escenario ampliamente espa?ol en que se desarrolla la acci¨®n: La Mancha, desde luego, pero tambi¨¦n Castilla, Arag¨®n, Catalu?a, la Sierra Morena de Andaluc¨ªa. Espa?oles de todas procedencias pueblan sus p¨¢ginas: asturianos, vizca¨ªnos, castellanos, manchegos. Todos ellos a trav¨¦s de sus oficios, caracteres o aptitudes, denotan su procedencia, que Cervantes reconoce y aprecia.
Recordemos el viaje de Don Quijote a Barcelona. El trato que la sociedad catalana concede a Don Quijote en ning¨²n momento incomoda o le hace sentir extra?o al manchego. Todo lo contrario: Don Quijote ya eraconocido all¨ª, se pasea por sus calles, visita un establecimiento donde se imprime la segunda parte de sus aventuras, pasa unos pl¨¢cidos d¨ªas con don Antonio Moreno y departe con la sociedad catalana en un sarao que organiza la mujer de ¨¦ste. Un ambiente compatible con la descripci¨®n cervantina de Barcelona como "archivo de cortes¨ªa", correspondencia grata de firmes amistades y "en sitio y en belleza ¨²nica".
Cervantes utiliza la expresi¨®n patria en el sentido de lugar natal o procedencia local. Cuando casi al final de la novela Don Quijote se encuentra con don ?lvaro de Tarfe, que es un personaje que sale en el libro de Avellaneda, en un episodio que Cervantes aprovecha para saldar cuentas con el plagiario (suceso evocado especialmente en la despedida de los dos caballeros maravillosamente por Azor¨ªn), Don Quijote le pregunta a don ?lvaro d¨®nde va de camino, y contesta el caballero, cort¨¦smente:
-Yo, se?or, voy a Granada, que es mi patria-. A lo que responde Don Quijote con un expresivo.
-Y buena patria.
Al final del cap¨ªtulo a que me refiero ante el definitivo y fatal regreso de Don Quijote y su escudero, al descubrir su aldea (no nombrada), dice Sancho:
-Abre los ojos, deseada patria, y mira que vuelve a ti Sancho Panza tu hijo, si no muy rico, s¨ª muy azotado.
Pero hay otra acepci¨®n de patria como comunidad espiritual, a la que no s¨®lo se pertenece como ciudadano o s¨²bdito, sino en la que uno se reconoce afectivamente como miembro. Es la verdadera patria, la naci¨®n a la que se debe la lealtad primera y m¨¢s alta. En el Quijote encontramos sin duda una ejemplificaci¨®n de lo que Maravall llam¨® en su d¨ªa acertadamente protonacionalismo.
Esta idea de Espa?a como patria la formula Ricote, el morisco expulsado del pueblo de Sancho en 1610 que vuelve clandestinamente a La Mancha. Todav¨ªa nos emociona escuchar la oraci¨®n de Ricote, en quien la dureza del exilio no logr¨® amortiguar el amor a la patria, todav¨ªa m¨¢s alto que el propio amor a la familia y a los suyos:
"Doquiera que estamos lloramos por Espa?a, que, en fin, nacimos en ella y es nuestra patria natural... No hemos conocido el bien hasta que le hemos perdido; y es el deseo tan grande que casi todos tenemos de volver a Espa?a. Que los m¨¢s de aquellos, y son muchos, que saben la lengua, como yo, se vuelven a ella y dejan all¨¢ sus mujeres y sus hijos desamparados: tanto es el amor que la tienen; y agora conozco y experimento lo que suele decirse, que es dulce el amor de la patria".
Juan Jos¨¦ Soloz¨¢bal Echavarr¨ªa es catedr¨¢tico de Derecho Constitucional de la Universidad Aut¨®noma de Madrid.
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