Parques, alcaldes y patronos
Asist¨ª a un espect¨¢culo asombroso en el parque donde corr¨ªa: un agente de la Polic¨ªa Municipal obligaba a la gente que estaba sentada en el c¨¦sped a abandonarlo, con una expresi¨®n algo abochornada pero con ese tono tan de funcionario patrio de "porque yo lo digo". Curioso.
En las calles de alrededor del parque no se puede estar porque est¨¢n llenas de zanjas y escombros; en los parques, tampoco: la Polic¨ªa Municipal lo impide. Curioso modelo de ciudad al que nos lleva este alcalde. No se puede conducir tranquilo, ni desplazarse con normalidad, pero tampoco sentarse a la fresca. La ciudad es un caos de obras, ruidos y se?ores con chaleco reflectante y casco que paran la circulaci¨®n como si tal cosa (algo que antes hac¨ªa la Polic¨ªa Municipal, pero que ahora no puede porque est¨¢ muy ocupada desalojando familias de las praderas de los parques). Hay varios cuerpos de seguridad que pueden ponerle a uno multas por casi cualquier cosa, pero nadie sanciona a quienes abren zanjas veinte veces seguidas en la misma acera.
El dinero p¨²blico se gasta alegremente mientras se comunica al ciudadano que toda la ciudad pasar¨¢ a ser de aparcamiento de pago, lo que convierte el dinero privado en p¨²blico gracias a unas cuantas l¨ªneas verdes sobre el asfalto. Primero nos pidieron no salir de puente, que si no se hacen atascos y queda muy feo; ahora, nos cobran por dejar el coche en casa tambi¨¦n.
Curioso tambi¨¦n el ciudadano madrile?o y su actitud ante estas cosas. Ante la autoridad demuestra una paciencia infinita, casi sumisa. Que llega un guardia y le echa del parque, pues nada, a casa. Que llega un operario con chaleco verde lim¨®n y le para en medio de la calle durante diez minutos, pues se para, qu¨¦ se le va a hacer. Que le ponen toda la calle de aparcamiento de pago, pues se paga. Que le abren veinte zanjas en un a?o en la misma esquina, pues nada, a tragar.
No es al vecino a quien hay que poner verde, me temo. M¨¢s bien hay que dirigir las cr¨ªticas a quien ha convertido Madrid en una ciudad invivible y odiosa. A quien inaugura Raimundo Fern¨¢ndez Villaverde como si la hubiera construido ¨¦l. Y no al ciudadano de a pie que tambi¨¦n sufre los excesos del momento. Porque a este paso, San Isidro tendr¨¢ que dejar paso al Santo Job como patrono de la capital.
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