"?Oh, Se?or, ilumina al presidente!"
Unas 15 personas se aproximaban con aire cansado hasta el aparcamiento situado junto a la iglesia baptista New Bethel, en Biloxi. All¨ª, a pleno sol, se hab¨ªa improvisado un p¨²lpito y unas cien sillas. El interior de la iglesia est¨¢ arrasado. Pero es domingo, incluso para quienes a¨²n pueden tener fe despu¨¦s de una cat¨¢strofe como la que ha provocado Katrina en Biloxi.
"?Gracias por ser nuestro refugio en la tormenta!". Con estas palabras, el reverendo Kenneth Hollin, de raza negra, vestido con su uniforme de la Guardia Nacional (su otro trabajo), recib¨ªa a los escasos parroquianos de un deprimido barrio que, pese a las circunstancias, han conseguido llegar a su cita semanal con la iglesia. "?Am¨¦n!", respond¨ªa a coro el peque?o grupo. "Hoy os voy a hablar de las tormentas de la vida", anunciaba el reverendo. "Porque hoy es un d¨ªa para la esperanza", gritaba levantando las manos al cielo.
Las iglesias baptistas jugaron un papel esencial durante el movimiento en defensa de los derechos civiles de los negros en los a?os sesenta del siglo pasado. Pero ahora a¨²n no es el momento de las cr¨ªticas. "Ya llegar¨¢n. Claro que lo ocurrido en Nueva Orleans es racismo. Hay que volver a levantar la voz. Pero es nuestro primer servicio religioso tras el hurac¨¢n y la prioridad es dar ¨¢nimos", asegura Hollin minutos antes de empezar la ceremonia.
'Gospel' de misericordia
El gospel se apodera de inmediato de este espectral estacionamiento rodeado de casas destruidas, a las que les falta el techo, las ventanas, las puertas o todo a la vez. Hay ancianos y ni?os, y dos amigas, Ethel Curry y Ethel Price, agarradas a sus pa?uelos, claman al cielo abrazadas, pidiendo misericordia. Todos son negros.
"Ens¨¦?anos el camino, ?oh, Dios!", exclamaban. Un espont¨¢neo se apodera del p¨²lpito, cierra los ojos y con las manos abiertas y gritos incita al ¨¦xtasis colectivo. Todos los rostros estaban ba?ados en l¨¢grimas. "Danos sabidur¨ªa, ?oh, Se?or! Dale sabidur¨ªa y luz al presidente Bush. Ayuda a nuestros hermanos atrapados en Nueva Orleans, ?oh, Se?or!". Los coros repet¨ªan "am¨¦n" una y otra vez.
Tras exorcizar su dolor en la ceremonia, el reverendo Hollin les invit¨® a contar c¨®mo sobrevivieron al hurac¨¢n. "Nunca pens¨¦ que el agua llegar¨ªa hasta mi casa y decid¨ª quedarme dentro. Soy testaruda, no escuch¨¦ las advertencias. Cuando abr¨ª la puerta y vi que se acercaba un mar de agua, intent¨¦ cerrarla, pero ya era demasiado tarde. El nivel empez¨® a subir, inund¨® el primer piso. Lleg¨® al segundo, me cubri¨® hasta el cuello. Rec¨¦ y rec¨¦ y despu¨¦s de seis horas, el agua comenz¨® a bajar. Gracias a Dios", relata una mujer.
Todas las historias son similares: casi todos decidieron que Katrina ser¨ªa "otro hurac¨¢n m¨¢s", se encomendaron a Dios y se quedaron "para proteger el hogar". "Estamos vivos de milagro", aseguraba otro hombre antes de pedir una oraci¨®n para su vecino Jack, a quien se llev¨® el mar para siempre.
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