Ron Howard y Russell Crowe consiguen un conmovedor retrato del boxeador Jim Braddock
Gwyneth Paltrow da la talla en 'Proof', e Isabelle Huppert se esfuerza en 'Gabrielle'
Cinderella man suscita algunos recelos previos. La historia del boxeador fracasado que obtiene una segunda oportunidad produce fatiga de antemano: la adrenalina barata de los combates, la moralina sobre el sue?o americano, la mujer del p¨²gil sufriendo en casa. Todo demasiado visto, ?no? No. Una de las gracias del cine, y del arte en general, consiste en fabricar cosas nuevas con materiales antiguos. Y Cinderella man es, m¨¢s all¨¢ de la adrenalina, la moralina y el sufrimiento, una novedad estupenda. Contiene escenas memorables, puede verse varias veces sin fatiga y ense?a unas cuantas cosas sobre la dignidad humana. El filme fue presentado ayer fuera de concurso en Venecia y mereci¨® largu¨ªsimas ovaciones.
Braddock no fue un gran boxeador. Fue una gran persona que boxeaba
La historia de Jim Braddock, una de las m¨¢s sensacionales que ha dado el deporte de todos los tiempos, permaneci¨® d¨¦cadas semiolvidada en los archivos, a la espera de que alguien la resucitara. Merec¨ªa, como el propio Braddock, una segunda oportunidad, y Ron Howard y Russell Crowe se la han concedido. Tambi¨¦n se han concedido a s¨ª mismos la oportunidad de superarse. Howard y Crowe, el oscarizado d¨²o de Una mente maravillosa, han renovado probablemente su abono a los premios de la Academia de Hollywood. El director contiene esta vez sus peores instintos sensibleros (apenas se perciben unos coletazos, generalmente encajados por el personaje de Ren¨¦e Zellweger) y el actor hace una interpretaci¨®n conmovedora por su austeridad. En ciertos momentos, los mejores, se limita a trabajar con los ojos. La pel¨ªcula se estrena en Espa?a el pr¨®ximo viernes.
Jim Braddock no fue un gran boxeador. Fue una gran persona que boxeaba. Se le consider¨® un futuro aspirante al t¨ªtulo de los grandes pesos antes del desastre burs¨¢til de 1929; cuando lleg¨® la Gran Depresi¨®n se rompi¨® una mano, sufri¨® un accidente de coche, recibi¨® varias palizas en el ring y perdi¨® la licencia porque nadie quer¨ªa seguir viendo sufrir a aquel pobre tipo. Cay¨® en la peor pobreza, la que impide alimentar a los hijos, gan¨® el salario miserable de los peones portuarios y se vio obligado a pedir caridad. Ese momento en que Braddock toca fondo y recoge calderilla en el bar del Madison Square Garden constituye la escena culminante de Cinderella man y uno de los mejores instantes cinematogr¨¢ficos de los ¨²ltimos a?os.
La pel¨ªcula evoca el dolor y las injusticias de la Gran Depresi¨®n sin encallar en explicaciones innecesarias. Groucho Marx sol¨ªa decir que no hac¨ªa falta saber econom¨ªa para entender lo que fue aquello: "Las cosas van bien cuando la gente alimenta a las palomas de Central Park; las cosas van mal cuando las palomas de Central Park alimentan a la gente". Todo claro. En casa de los Braddock no hab¨ªa ni palomas callejeras. Hasta que hizo falta un tipo dispuesto a recibir una paliza, la en¨¦sima, y el antiguo entrenador de Braddock (encarnado por un Paul Giamatti verdaderamente grande) le consigui¨® por ¨²ltima vez un papel de v¨ªctima. Bastaba aguantar unos asaltos ante John Griffin para saldar la deuda del ultramarinos y cenar caliente unas cuantas noches. Braddock gan¨® el combate, y con ¨¦l la posibilidad de disputar otro, y con ese otro la posibilidad de salir de la miseria. La siguiente pelea, ante el terror¨ªfico Max Baer, le ofreci¨® dos opciones: o aseguraba su futuro o mor¨ªa a golpes. El viejo p¨²gil de Nueva Jersey, convertido en h¨¦roe de los desheredados, asumi¨® el riesgo.
Lo de Cinderella man (Hombre Cenicienta) lo invent¨® Damon Runyon, un periodista deportivo, porque el retorno de Jim Braddock parec¨ªa un cuento de hadas. En realidad, el apodo m¨¢s conocido de Braddock era otro. Cuando volvi¨® a tener algo de dinero en el bolsillo, el luchador devolvi¨® al Tesoro estadounidense los 318 d¨®lares que hab¨ªa percibido, en peque?os subsidios, durante los peores meses de su vida. Desde entonces se le conoci¨® como Gentleman Jim, y con esa denominaci¨®n ingres¨® en los anales del boxeo.
Howard, Crowe y Giamatti son, gracias a la historia de Braddock, s¨®lidos aspirantes al Oscar. La sombra de la estatuilla debi¨® planear tambi¨¦n sobre el rodaje de Proof, un ejercicio acad¨¦mico sobre las matem¨¢ticas, la genialidad y la locura (otro derroche de originalidad tem¨¢tica) en el que Gwyneth Paltrow demuestra conocer con exactitud cu¨¢ntos mil¨ªmetros de sobreactuaci¨®n son necesarios para abrirse camino hacia la estatuilla. El ¨¦xito de Paltrow depender¨¢ del ¨¦xito comercial de la pel¨ªcula, bien facturada y avalada por la presencia (s¨®lo eso, una presencia) del gran Anthony Hopkins.
Para empezar, Proof podr¨ªa proporcionarle a Gwyneth Paltrow un premio en Venecia. No se han visto hasta ahora grandes actuaciones femeninas en la Mostra y Paltrow da la talla. El contraste entre la exactitud de los n¨²meros y la incertidumbre del alma suele suscitar inter¨¦s, y John Madden (Shakespeare enamorado), con muchas horas de televisi¨®n a sus espaldas y unas cuantas pel¨ªculas de ¨¦xito en el curr¨ªculo, explota con eficacia los recursos dram¨¢ticos de la trama, tejida a partir del fallecimiento de un matem¨¢tico genial y demente (Hopkins) que deja en su cuarto un mont¨®n de cuadernos con f¨®rmulas absurdas. La hija (Paltrow), tambi¨¦n matem¨¢tica, teme haber heredado la locura. La aparici¨®n de una brillante serie de ecuaciones innovadoras en uno de los cuadernos abre la duda sobre si fue el padre o la hija quien hall¨® la f¨®rmula.
La segunda pieza de concurso fue Gabrielle, de Patrice Ch¨¦reau, una vaca sagrada del cine franc¨¦s. El papel principal de Gabrielle corresponde a Isabelle Huppert, una gran actriz que realiza visibles esfuerzos para demostrar que es una gran actriz. Se trata de una obra t¨¦cnicamente irreprochable. Tambi¨¦n es declamatoria, pomposa, teatral y pedante.
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