En busca de los muertos de Misisip¨ª
Los voluntarios recorren casa por casa para recuperar cuerpos y descubrir a supervivientes
"Una madre ahogada abrazada a su hijo muerto, en el suelo de unos grandes almacenes. Los vivos estaban arrasando con todo lo que encontraban, sin prestar atenci¨®n al cad¨¢ver". Es la peor imagen que ha quedado en la retina de Dina, una de las enfermeras que viaja en la ambulancia de rescate. En Bay Saint Louis, en Misisip¨ª, ya no se buscan vivos, sino muertos. A la entrada de este lugar, en el condado Hancock, el recibimiento es m¨¢s que expl¨ªcito: cientos de coches atrapados en el barro a ambos lados de la carretera, en posici¨®n de huida.
?Qu¨¦ les pas¨® a los conductores? "El agua subi¨® y subi¨® y los que pudieron, se fueron nadando, pero muchos otros...". Robert Riegler, el conductor de una de las 15 ambulancias que hoy van a recorrer este condado de 40.000 habitantes, es un tipo serio, de pocas palabras. Viaj¨® el viernes desde Miami con otros cien enfermeros acudiendo a la llamada lanzada por el America Medical Response, la empresa nacional de ambulancias para la que trabaja en Florida.
El silencio de este laberinto pantanoso s¨®lo lo rompen los ladridos de los perros
"Este terreno tambi¨¦n es mi casa. No me pienso ir. Construir¨¦ una casa nueva"
Con ¨¦l han venido varios de sus compa?eros, Marco Escalante, de origen peruano y Roberto Zardi?as, cubano. Tienen la piel curtida de tragedias vividas en su ambulancia y el alma acostumbrada a superar la huella que dejan los huracanes a su paso por las costas de Florida. "Pero esto es demasiado, aqu¨ª no ha quedado nada" exclama Marco, de 30 a?os, que no deja de mirar por la ventana. Las casas han viajado sobre el agua y se han instalado en la carretera, los barcos est¨¢n ca¨ªdos frente a los supermercados y en los laberintos de carreteras rurales que se extienden entre r¨ªos y pinares, la destrucci¨®n es grande: el 80% de las casas han desaparecido.
Este condado, que se le levanta entre uno y tres metros por encima del nivel del mar, ha sufrido el zarpazo del Katrina con demasiada violencia. Y los muertos que no se ven en esos coches que han quedado paralizados junto a la carretera, est¨¢n sin embargo muy presentes "todos los d¨ªas se encuentran cuerpos, sobre todo en esta zona", explica Roberto. Y sus compa?eros de ambulancia asienten.
Oficialmente, en el condado de Hancock, s¨®lo han fallecido 30 personas. Pero esa cifra dibuj¨® una sonrisa de iron¨ªa en casi todos los que est¨¢n colaborando en las tareas de rescate, que hace dos d¨ªas dejaron de ser de b¨²squeda y salvaci¨®n para convertirse en b¨²squeda y recuperaci¨®n. Es decir, ya hemos dejado de buscar a los vivos, s¨®lo buscamos a los muertos. Pero tambi¨¦n se le ofrece ayuda a quienes, pese a todo, han decidido volver a lo que una vez fueron sus casas. "Las autoridades est¨¢n intentando no alarmar a la poblaci¨®n. Ya tienen suficiente con lo ocurrido en Nueva Orleans. Pero en Misisip¨ª los muertos se contaran por miles" dice un enfermero cuyo nombre no hay que nombrar para evitar represalias.
Es un ¨¢rea rural y hay casas en los lugares m¨¢s rec¨®nditos a las que ning¨²n tipo de rescate ha llegado a¨²n, una semana despu¨¦s del hurac¨¢n. "Vamos en busca de gente con necesidades m¨¦dicas. A veces hay diab¨¦ticos que necesitan insulina, o heridos de alg¨²n tipo... lo malo es que a veces tambi¨¦n te encuentras muertos", dice Armando. En una situaci¨®n normal, su trabajo consistir¨ªa en lidiar con los vivos. Pero esto no tiene nada de normal: "Aqu¨ª todos hacemos de todo", explica.
Si durante sus expediciones tropiezan con un cad¨¢ver, tienen que notificarlo ante Emergency Service Center, que coordina las tareas de rescate en la zona y otro equipo se encarga de llev¨¢rselo. Pero todos llevan en sus ambulancias bolsas para envolver a los cad¨¢veres.
La zona que hoy les ha sido asignada es Shoreline Park, un aislado pinar en el coraz¨®n del condado, por el que atraviesan decenas de carreteras de piedra que ahora son un inmenso barrizal apestoso lleno de mosquitos. Las autoridades no permiten la entrada sin ponerse varias vacunas antes, y uno de los supervisores advierte: "Hay mucha disenter¨ªa". Cuando la ambulancia aparca en uno de los cruces, las siete personas que hay en ellas se dividen. Comienza la batida. El silencio de este laberinto pantanoso s¨®lo lo rompen los ladridos de los perros, que milagrosamente sobrevivieron al hurac¨¢n y ahora esperan el regreso de sus due?os frente a casas colapsadas por los ¨¢rboles ca¨ªdos o tejados que ya no pertenecen a ninguna casa. Uno de esos perros nos conduce hasta un cami¨®n sobre el que reposan cuatro pinos partidos de cuajo. De all¨ª salen dos hombres. "?Est¨¢n bien? ?Necesitan algo? ?Agua, comida, medicinas?", pregunta Marco. "No gracias... bueno, ?tienes tiritas? Es que tengo miedo a cortarme". Quien habla es Denis Dickinson, que llevaba 20 a?os viviendo en ese autoremolque. "Ahora est¨¢ inutilizable, pero este terreno tambi¨¦n es mi casa. No me pienso ir. Construir¨¦ una nueva", asegura con esa desbordante tranquilidad sure?a que se respira en este Misisip¨ª dolorido.
Su amigo Aland Baggs le est¨¢ ayudando a sacar del cami¨®n lo que queda de importante. "Yo he perdido hasta el trabajo, pero la vida es as¨ª", dice. Frente al caos de ¨¢rboles, metales, maderas y cables que rodean el autoremolque, hay una virgen de cer¨¢mica de medio metro. "Es nuestro peque?o milagro. Pertenece a mi mujer, le acompa?a desde que era peque?a. Mis hijas y yo la 'plantamos' ah¨ª hace a?os, y aunque la inundaci¨®n fue de cinco metros ella se ha quedado quietecita en el jard¨ªn. ?No es incre¨ªble?".
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