Alardes de intolerancia
La participaci¨®n de la mujer en las fiestas o el respeto a la tradici¨®n fracturan la convivencia entre vecinos de Ir¨²n y Hondarribia
Casi ocho a?os despu¨¦s, su abuela sigue sin hablarle. Dej¨® de hacerlo cuando ¨¦l, Garikoitz Lekuona, abogado de profesi¨®n, decidi¨® ponerse a favor de las mujeres que en Ir¨²n y Hondarribia, dos localidades de Guip¨²zcoa, intentan participar en la fiesta del Alarde en igualdad de condiciones que los hombres. Los desfiles conmemoran la victoria de las milicias forales sobre las tropas francesas a principios de los siglos XVI y XVII. Los hombres marchan vestidos de soldados, formados en compa?¨ªas precedidas por una sola mujer con el traje de cantinera y un abanico en la mano. Sin embargo, en 1996, un grupo de vecinas de Ir¨²n y otro de Hondarribia se rebelaron contra la tradici¨®n y reivindicaron su derecho a desfilar tambi¨¦n como soldados. Dicen las cr¨®nicas que la intentona acab¨® con insultos y a golpetazo limpio. Garikoitz estaba trabajando entonces de polic¨ªa municipal en Hondarribia y lo presenci¨® todo en primera fila. Le pareci¨® un abuso y se puso de parte de las mujeres. Fue cuando su abuela dej¨® de hablarle.
"En una ocasi¨®n, hasta mi propio hermano se uni¨® al coro de los que me insultaban"
"Hay amigos que no me han vuelto a dirigir la mirada", cuenta Garikoitz, "y calles por las que no puedo pasar. A mi padre, que es pescador, lo sacaron una vez a pu?etazos de un desfile y sus amigos le hicieron el vac¨ªo s¨®lo porque yo hab¨ªa decidido apoyar a las mujeres. Luego est¨¢ lo de mi abuela y otras cosas m¨¢s ¨ªntimas que prefiero no contar. Me han acusado de romper la familia. Ha sido muy duro, de mucho sufrimiento. He necesitado de psic¨®logos, de un profundo debate interior para no cargarme de rencor".
Garikoitz Lekuona no es un caso aislado. De hecho, durante los ¨²ltimos d¨ªas, diversas instituciones p¨²blicas vascas -el Defensor del Pueblo, el Instituto Vasco de la Mujer o la Diputaci¨®n de Guip¨²zcoa- han llamado a la cordura ante la celebraci¨®n, durante la jornada de hoy, del Alarde de Hondarribia. Diez a?os despu¨¦s del primer intento, la reivindicaci¨®n de las mujeres sigue siendo rechazada por el pueblo de forma mayoritaria. Lo mismo sucede en la vecina localidad de Ir¨²n. El pasado 30 de junio, durante la celebraci¨®n de su Alarde, los integrantes de las compa?¨ªas mixtas tuvieron que desfilar, una vez m¨¢s, escoltados por un fuerte dispositivo de la Ertzaintza. No se libraron, pese a ello, de los escupitajos, los insultos y las amenazas. "Y una de las cosas m¨¢s curiosas y a la vez m¨¢s dolorosas", explica Ixabel Alkain, una de las principales activistas en pro de la participaci¨®n femenina, "es que los peores insultos vienen a veces de bocas de mujer. A mi me han llegado a gritar: ?que te violen! o ?a fregar! He vuelto la cabeza y he visto a mujeres fuera de s¨ª. Me han dicho de todo: lesbiana y puta; etarra y espa?ola. Me han partido la cara y una pierna".
No es f¨¢cil determinar cu¨¢l es la ra¨ªz de un choque tan virulento entre vecinos. Ixabel Alkain lo achaca a un exceso de tradici¨®n: "Los vascos somos conservadores hasta la m¨¦dula". Enfrente, Nekane Iza, portavoz del llamado Alarde tradicional -hombres soldados, mujeres cantineras-, observa motivos m¨¢s oscuros: "S¨®lo buscan en realidad acabar con la fiesta. Llevan a?os queriendo destruir los alardes. Primero lo intentaron con argumentos pol¨ªticos y ahora se escudan en la igualdad de sexos, pero nosotros no discriminamos a las mujeres. Se les da un papel protagonista, ya que las cantineras son las ¨²nicas, aparte del general, a las que todo el pueblo aplaude a su paso. Para nosotros, el 8 de septiembre es un d¨ªa donde s¨®lo tiene cabida la m¨²sica, la alegr¨ªa y la fiesta; para ellas s¨®lo es un d¨ªa para buscar conflictos en una ciudad tomada por la polic¨ªa. S¨®lo buscan los pelotazos de goma y los altercados".
Hace s¨®lo unos a?os, circul¨® por Ir¨²n un panfleto donde se hac¨ªa responsable a las "lesbianas y a la mafia rosa" de querer destruir el Alarde. Se dec¨ªa que la sentencia de 1998 que reconoc¨ªa el derecho de la mujer a desfilar en el Alarde abr¨ªa la puerta tambi¨¦n a los gays, "que enseguida van a reivindicar su derecho a salir de cantineras...". Se daban nombres y apellidos de homosexuales y se les acusaba de estar detr¨¢s de una oscura trama para destruir la fiesta. Uno de los acusados era Enrique Noain, ingeniero de profesi¨®n y ex concejal socialista: "Fueron tiempos muy dolorosos. Gente muy querida para m¨ª me volv¨ªa la cara por la calle de forma muy ostensible. En una ocasi¨®n, hasta mi propio hermano se uni¨® al coro de los que me insultaban. Hijo de puta o maric¨®n era lo m¨¢s suave que me dec¨ªan por la calle. Para m¨ª, de todas formas, no fue demasiado duro porque siempre tuve asumida mi homosexualidad. Pero hubo a quien lo sacaron del armario a la fuerza. S¨¦ de personas que se tuvieron que ir de aqu¨ª".
Tanto en Ir¨²n como en Hondarribia, estar a favor o en contra del Alarde tradicional ha pasado a ser m¨¢s importante que pertenecer a tal o cual partido. De hecho, los alcaldes respectivos -el de Hondarribia, del PNV; el de Ir¨²n, socialista- viven ahora una situaci¨®n peculiar. Sus vecinos los respaldan sin ambages porque apoyan la tradici¨®n, pero sus carreras pol¨ªticas no parecen gozar de tan buena salud. Uno y otro se han desentendido de la organizaci¨®n de la fiesta para sortear la obligaci¨®n legal de que un acto p¨²blico sea mixto. Ambos sostienen en privado que no se puede gobernar contra la opini¨®n mayoritaria de un pueblo. La situaci¨®n del alcalde de Hondarribia, Borja Jauregi, es a¨²n m¨¢s peculiar. Su partido auspici¨® en febrero pasado la llamada Ley de Igualdad, que en su art¨ªculo 25 indica textualmente: "Se proh¨ªbe la organizaci¨®n y realizaci¨®n de actividades culturales en espacios p¨²blicos en los que no se permita o se obstaculice la participaci¨®n de las mujeres en condiciones de igualdad con los hombres". El Defensor del Pueblo Vasco, I?igo Lamarca, se lo acaba de recordar.
Lamarca tambi¨¦n ha dicho que, despu¨¦s de hablar con unos y otros, ha constatado una incomunicaci¨®n total. Ixabel Alkain puede dar fe de ello. "Una vez", cuenta, "una persona del Ayuntamiento de Hondarribia intent¨® que habl¨¢semos. Nos citaron en el otro lado [en Francia], en un front¨®n de Espelet. Todo estaba rodeado de gran secretismo, como si el encuentro fuera clandestino. Una vez all¨ª nos citaron en otro sitio, en una cafeter¨ªa de Ciboure. Cuando por fin nos vimos frente a frente nos dimos cuenta de que hab¨ªamos quedado ?en secreto! con nuestros propios primos. Tres de ellos eran primos de tres de nosotras".
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