Ficciones
1. Tendr¨ªa que ser una noticia importante y ha pasado casi inadvertida: Piqu¨¦ oficializ¨® despu¨¦s de su entrevista con el presidente Maragall que el PP no estar¨¢ en un eventual consenso sobre el nuevo Estatuto. Es decir, el segundo partido de Espa?a, con 15 diputados en el Parlamento catal¨¢n (cerca de 400.000 votos) se sit¨²a al margen del proceso que ha de definir las reglas del juego de la pol¨ªtica catalana sin que ni los medios ni los dem¨¢s dirigentes pol¨ªticos le den demasiada importancia. Sin embargo, esto significa que el principal partido de la oposici¨®n votar¨¢ en contra del Estatuto en las Cortes y, por lo tanto, que el consenso en torno al nuevo estatuto ser¨¢ claramente inferior al del anterior.
Naturalmente, se puede argumentar que el no del PP no es noticia porque hac¨ªa tiempo que los principales dirigentes populares lo ven¨ªan anunciando. La direcci¨®n central del PP ha hecho de la denuncia del proceso estatutario catal¨¢n como una estrategia para el desmantelamiento de Espa?a, un tema recurrente en la pretensi¨®n de desgastar al Gobierno de Zapatero. Y Piqu¨¦, a pesar de sus intentos para mantener siempre alg¨²n resquicio abierto a la negociaci¨®n, ha tenido que acabar cediendo a las exigencias del gui¨®n de Rajoy. Ha sido, por tanto, el PP el que se ha desmarcado. Y evidentemente a nadie se puede obligar a entrar en un consenso si no quiere. Pero el car¨¢cter abierto de una sociedad se mide por la capacidad de incluir que tiene. La pol¨ªtica democr¨¢tica se basa en el conflicto. El consenso como pr¨¢ctica siempre acaba debilitando la democracia. Pero precisamente por esto, es importante que la roturaci¨®n del terreno de juego y de las condiciones del mismo sean lo m¨¢s ampliamente compartidas, que nadie se sienta extranjero a ellas. Es la mejor garant¨ªa para que el disenso propio de las sociedades abiertas transcurra por cauces civilizados y los efectos de exclusi¨®n que todo orden genera sean m¨ªnimos.
El PP se ha situado fuera del consenso por decisi¨®n propia. Y sus argumentos perder¨¢n toda su fuerza si el Estatuto es aprobado por las Cortes y encaja perfectamente en la Constituci¨®n. Josep Piqu¨¦ quedar¨ªa en muy inc¨®moda posici¨®n si el nuevo Estatuto llegara a puerto y su partido lo impugnara ante el Constitucional. Sin embargo, la espantada de los populares no ha sido evaluada, la correcci¨®n pol¨ªtica catalana da por supuesto que el PP siempre est¨¢ en fuera de juego. "Todos menos el PP" es la f¨®rmula m¨¢gica del oasis catal¨¢n, que el tripartito en un hecho ins¨®lito hizo figurar en su programa de gobierno. A pesar de que el nacionalismo catal¨¢n no ha dudado en hacer alianzas parlamentarias con el PP cuando las ha necesitado para mantenerse en el poder, siempre se da por supuesto que el PP es un extra?o. Desde el nacionalismo se ha dicho que si el PP estaba en el consenso estatutario el Estatut no pod¨ªa ser bueno para Catalu?a.
En realidad, todo tiene que ver con esta tendencia a crear escenarios de ficci¨®n en que el nacionalismo vive permanentemente. Como bien recordaba Joan B. Culla, el estatuto "no es una ley catalana, sino espa?ola". Es el texto legal que establece el lugar de Catalu?a en la democracia espa?ola y el sistema de relaciones institucionales correspondientes. Hablar del Estatut como si fuera una Constituci¨®n de Catalu?a es pura fantas¨ªa. Una fantas¨ªa que puede que gratifique a algunas fibras sensibles pero que no tiene nada que ver con la realidad. Con lo cual que quede fuera del consenso un partido que ha gobernado y, sin duda, volver¨¢ a gobernar Espa?a tiene su importancia. A base de jugar a un pa¨ªs de ficci¨®n se est¨¢ descuidando demasiado el pa¨ªs real. Y este juego que podr¨ªa entenderse en los partidos nacionalistas, que necesitan mantener la ficci¨®n para alimentar la llama de la ideolog¨ªa, es incomprensible cuando caen en ¨¦l algunos dirigentes de otros partidos. Tal es el juego de ficciones que se est¨¢ movilizando a la sociedad civil, con manifiestos y proclamas tan espont¨¢neos que vienen redactados desde presidencia de la Generalitat. Se confirma, una vez m¨¢s, que en este pa¨ªs, la sociedad civil es una creaci¨®n del poder pol¨ªtico, a menudo, generosamente subvencionada.
2. S¨®lo desde esta l¨®gica de un pa¨ªs de ficci¨®n, es decir, de la confusi¨®n deliberada entre la realidad del pa¨ªs y la idea que de ¨¦l se tiene, se puede entender el tedioso debate sobre el Estatut al que estamos asistiendo. Un debate en el que, por m¨¢s apelaciones al patriotismo de los dirigentes pol¨ªticos que se hagan, no pesan las ideas, sino qu¨¦ gano yo con esto, que es la preocupaci¨®n de las distintas partes contratantes.
Metidos en el juego de la ficci¨®n, simulando un esbozo de proceso constituyente catal¨¢n, se puede proponer cualquier cosa. Aunque sea revestida con debates de otro siglo, como el de los derechos hist¨®ricos que, igual que los silbidos a Mayte Mart¨ªn, dan la medida de la incapacidad de algunos para entender que los demos son complejos y que las comunidades son funci¨®n de los que habitan en ella en cada momento y no s¨®lo de las inercias de los que las habitaron siempre. En democracia, tan ciudadano es el ¨²ltimo en llegar como el primero, por m¨¢s que la ideolog¨ªa nacionalista -aqu¨ª como en Madrid, o en cualquier parte- condene al purgatorio a los que no son de la familia.
La responsabilidad de los pol¨ªticos en general y de los que gobiernan en particular es proponer a la ciudadan¨ªa cosas posibles. En este caso lo posible, tal como ha ido este proceso, es un Estatuto que optimiza el poder de autogobierno, y sobre todo la financiaci¨®n de Catalu?a dentro del marco de la Constituci¨®n. Desde este planteamiento se debe levantar el list¨®n tanto como se pueda. Pero m¨¢s all¨¢ de los l¨ªmites constitucionales todos sabemos que no es posible. Los que quieran ir m¨¢s lejos tienen un camino: proponer la conversi¨®n del Parlamento catal¨¢n en parlamento secesionista y apelar a un proceso constituyente. ?Verdad que no lo har¨¢n los dirigentes de CiU que cuando gobernaban juraban por la estabilidad y por el respeto a la Constituci¨®n? Entonces, todo lo dem¨¢s es un brindis al sol.
De modo que en este pa¨ªs de ficci¨®n est¨¢n los que quieren un estatuto imposible para que se estrelle en Madrid (CiU); los que quieren un estatuto posible pero en transici¨®n (Esquerra); los que quieren un estatuto posible para una generaci¨®n (PSC y posiblemente IC), y el que quiere un Estatuto, sea como sea, porque, al haberlo apostado todo a esta carta, se juega el final de su carrera pol¨ªtica, que es el presidente Maragall. De este laberinto de intereses tiene que salir un acuerdo. Y despu¨¦s habr¨¢ que pelearlo lealmente en las Cortes. Son muchas las tentaciones partidarias que ir¨¢n apareciendo en el camino. Y los pol¨ªticos son gentes predispuestas a caer en ellas.
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