Nada ser¨¢ igual que en el pasado
El autor emplaza a los nacionalistas, ante el nuevo curso pol¨ªtico, a renovar su ideario dentro del marco de la Constituci¨®n
El autor emplaza a los nacionalistas, ante
el nuevo curso pol¨ªtico, a renovar su ideario
dentro del marco de la Constituci¨®n.La aceptaci¨®n ciudadana del Estado de las Autonom¨ªas, con todos sus defectos, demuestra que ¨¦ste es m¨¢s eficiente que el Estado centralista y burocr¨¢tico en la soluci¨®n de muchos problemas inmediatos de los ciudadanos. No cabe duda de que la sociedad hoy percibe m¨¢s cerca la soluci¨®n a sus problemas cuanto m¨¢s pr¨®xima est¨¢ a ellos la Administraci¨®n competente. Ha quedado demostrado en este corto espacio de tiempo que las autonom¨ªas son m¨¢s ¨²tiles, al satisfacer determinadas necesidades ciudadanas desde el poder m¨¢s sensible a las mismas. Es decir, nuestras instituciones auton¨®micas son, a un tiempo, tanto la mejor soluci¨®n a los conflictos heredados del pasado como un gran medio para manejar el futuro.
Junto a ello, sabemos tambi¨¦n que la aparici¨®n de los poderes transnacionales ha desbordado las fronteras exteriores de los pa¨ªses. Todos los Estados del mundo, y en especial los de nuestro entorno europeo, han cedido parte de su soberan¨ªa a instituciones comunes de las que es un gran ejemplo la Uni¨®n Europea. En otras palabras: determinados asuntos van m¨¢s all¨¢ de las posibilidades de las Administraciones auton¨®micas, aunque ¨¦stos afecten a sus competencias y requieran la participaci¨®n de las instituciones estatales en foros transnacionales. El Gobierno del Estado, en el ejercicio de esta funci¨®n, deber¨¢ tener en cuenta la posici¨®n de los distintos territorios.
Y todo esto no supone que deje de existir el Estado naci¨®n, ni tampoco resta importancia a las Administraciones auton¨®micas, porque compartir poder m¨¢s all¨¢ de las propias fronteras no supone perder influencia, sino ampliarla. Lo que s¨ª es cierto es que este fen¨®meno globalizador pone en evidencia que la mitificaci¨®n de la historia patria, la utilizaci¨®n excluyente de la lengua y la homogeneizaci¨®n ¨¦tnica fueron instrumentos de un nacionalismo que hoy est¨¢ fuera de la historia, y de cuyos peligros hemos tenido ya demasiadas muestras. Por lo que, la realidad de un mundo global determina que nadie puede creerse independiente: para decidir sobre el propio territorio hay que participar en decisiones comunes que afectan a muchos otros. Si uno se excluye, se queda solo y limitado en su propia autonom¨ªa. Es decir, queda condicionado por lo que determinen los que s¨ª participan en el mayor n¨²mero de foros.
En el mundo que nos rodea no existen las fronteras herm¨¦ticas en ning¨²n sentido. Si un andaluz, un catal¨¢n, un madrile?o o un vasco quieren realmente decidir sobre Andaluc¨ªa, Catalu?a, Madrid o Euskadi, deben ser conscientes de que les resultar¨¢ imprescindible participar en esos foros de decisi¨®n que superan con mucho las nuevas fronteras y dimensiones que se tratan de establecer. Como digo, gran parte de las decisiones que afectan a nuestras comunidades aut¨®nomas se toman en Madrid y m¨¢s all¨¢ incluso, en la UE. Por eso, decidir en tu comunidad significa decidir en Espa?a y en Europa. Y para participar en las decisiones del conjunto del Estado o de la UE hay que aceptar como regla los marcos de convivencia compartidos, el primero de los cuales es la Constituci¨®n de 1978.
En una palabra: la crisis del Estado naci¨®n centralista y jacobino de siglos pasados es la misma que sufren las ideolog¨ªas nacionalistas que tratan de reproducir, en una escala menor, este esquema ya superado por la historia y, lo que es m¨¢s importante, los pol¨ªticos debi¨¦ramos tener en cuenta que no forma parte de las preocupaciones prioritarias de los ciudadanos.
Los estatutos de autonom¨ªa no son el problema, no son instrumentos que limiten una supuestamente insatisfecha capacidad de decisi¨®n de los pueblos, no son normas que hayan de ser superadas a trav¨¦s de mesas con vocaci¨®n constituyente como si nada existiese. Los estatutos son y siguen siendo el instrumento que permite el reconocimiento de los diferentes sentimientos de pertenencia, entendiendo la pluralidad de la sociedad como eje de la convivencia en democracia. Y esto se debe a que se parte de una premisa: existen sentimientos e identidades distintas, pero todas las personas, somos iguales en derechos y deberes, principio que todo el mundo debiera tener claro.
El error que cometen quienes pretenden implantar el derecho de autodeterminaci¨®n s¨®lo se explica desde el agotamiento del discurso nacionalista radical. El nacionalismo que viene trabajando con la Constituci¨®n debe resistirse a la tentaci¨®n de abandonar el autonomismo, que hace posible la convivencia entre personas de sensibilidades distintas, en favor del etnicismo excluyente. Creo honestamente que el nacionalismo debe renovar su ideario pol¨ªtico, y debe hacerlo dentro, y no fuera, de la Constituci¨®n. Dentro, y no fuera, de Europa. Dentro, y no fuera, de Espa?a. Dentro, y no fuera, de la voluntad mayoritaria de su propio estatuto. En suma, dentro, y no fuera, de la realidad pol¨ªtica moderna y globalizada que representa la sociedad espa?ola. No tiene sentido pretender desbordar la Constituci¨®n para tratar de construir comunidades cerradas en s¨ª mismas, excluyentes y con un futuro lleno de interrogantes, con el riesgo de confrontar entre ellas.
Los estatutos de autonom¨ªa han sido hasta ahora una pieza fundamental de nuestra convivencia y deber¨¢n seguir si¨¦ndolo. Ahora bien, no creo que deba interpretarse la defensa de la legislaci¨®n vigente como inmovilismo de ning¨²n tipo. Porque, con el tiempo, el Estado democr¨¢tico de derecho no es inamovible y, por tanto, es susceptible de ser renovado y actualizado acorde a la realidad social y, sobre todo, al futuro que queremos construir desde la lealtad, con el objetivo de que siga siendo el marco que permita la igualdad de los espa?oles en este momento hist¨®rico concreto.
Con ello, aquellos que se oponen a todo con argumentos de anta?o, debieran entender que nuestra Carta Magna no es un s¨ªmbolo, no es algo intocable. Antes bien, se trata de una obra rebosante de dinamismo, generadora de energ¨ªa convivencial. Un texto que hay que leer, pero que es preciso sentir para comprenderlo y ponerlo en valor. No es, por tanto, un s¨ªmbolo sagrado. Es una herramienta que sirvi¨® para hacer de forma ejemplar la transici¨®n de una dictadura a una democracia, que ha permitido desarrollar la Espa?a en la que hoy vivimos y que, sobre todo, est¨¢ cargada de futuro. Supone un compromiso basado en el Derecho, que instrumenta y hace posible la voluntad de vivir juntos expresada desde hace siglos, en condiciones de libertad. Es el mejor instrumento para la convivencia en el respeto a la pluralidad ideol¨®gica y la diversidad territorial.
No podemos seguir arroj¨¢ndonos los s¨ªmbolos a la cabeza unos a otros. Resolvamos nuestras diferencias y superemos el estado actual de confrontaci¨®n pol¨ªtica desde el di¨¢logo. Todos debi¨¦ramos tener claro que una comunidad territorial en la Europa del siglo XXI no puede pretender abordar el futuro sin asumir el derecho de los que piensan diferente a vivir en paz en un entorno pol¨ªtico que respete las reglas de juego que nos hemos dado. Y esto es posible mediante acuerdos en los que todos nos sintamos c¨®modos e inc¨®modos a la vez, como resultado del consenso en una sociedad tan diversa y a la vez tan compleja como la nuestra.
Termino reconociendo las dificultades en el inicio del curso pol¨ªtico, y quiero expresarlo con esperanza. Quiz¨¢ podamos pronto decir, cambiando el sentido de la c¨¦lebre frase de Lampedusa, que aunque nada parece haber cambiado, nada ser¨¢ igual que en el pasado.
Javier Rojo es presidente del Senado
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