Le¨®n el Africano, hombre de frontera
Ma?ana, EL PA?S ofrece a sus lectores, por 2,5 euros, la novela de Amin Maalouf sobre el viajero musulm¨¢n
La obra de Amin Maalouf se ha desarrollado ajust¨¢ndose a una subterr¨¢nea coherencia, como si el novelista que adquiere un amplio reconocimiento internacional con Le¨®n el Africano anticipara ya al ensayista de Identidades asesinas, la reflexi¨®n sobre uno de los principales conflictos ideol¨®gicos de nuestro tiempo, que asent¨® definitivamente su prestigio de escritor. La elecci¨®n de un personaje como Hasan Ben Muhammad Al-Wazzan Al Fasi, el viajero musulm¨¢n apresado por corsarios sicilianos y ofrecido como obsequio al papa Le¨®n X, cuyo nombre adoptar¨ªa, evidencia el prop¨®sito de situar la narraci¨®n en una de las numerosas p¨¢ginas en blanco, de los m¨²ltiples recovecos y oquedades, que ofrece la historia del Mediterr¨¢neo durante el periodo m¨¢s dram¨¢tico del enfrentamiento entre el Imperio Otomano y la cristiandad. Pero evidencia adem¨¢s, y as¨ª se pondr¨ªa de manifiesto en Identidades asesinas, el inter¨¦s por un presente conflictivo, en el que im¨¢genes y estereotipos fraguados hace siglos pugnan todav¨ªa por suplantar a las m¨¢s modestas pero incontestables evidencias.
Maalouf adopta la voz de un personaje hist¨®rico, que es sin embargo su personaje, para recordar que las fronteras son contingentes, tanto entre los individuos como entre los territorios. La autobiograf¨ªa imaginaria que es Le¨®n el Africano reproduce as¨ª el itinerario vital y geogr¨¢fico de un fugitivo de la toma de Granada, puesto en cautiverio por corsarios cristianos, renegado del islam mientras permanece junto a un Papa que lo protege, y vuelto al antiguo credo en el momento en que sus huellas se pierden en Berber¨ªa, tras su definitivo regreso. Hasan Ben Muhammad al Wazzan salta de una fe a otra, de una lengua a otra, de uno a otro territorio, mostrando que la creencia en el Dios de los cristianos o en el de los musulmanes nada tiene que ver con la sangre o con la estirpe, sino con la simple opci¨®n de cada cual o, a lo sumo, con las particulares circunstancias a las que se enfrenta. Como se?al¨® el propio Maalouf en el pr¨®logo a la edici¨®n en castellano de Descripci¨®n de ?frica, publicada por Le¨®n el Africano en 1555, esta porosidad entre los credos, entre las identidades, contrasta con su propia experiencia de los conflictos que desgarraron Oriente Pr¨®ximo y que, en mayor o menor medida, siguen desgarrando el Mediterr¨¢neo y la sociedad internacional en su conjunto.
La Descripci¨®n de ?frica, uno de los textos en los que se apoya Maalouf, representa un certero contrapunto al relato habitual sobre el periodo del Renacimiento, del que Le¨®n el Africano, la novela, se vale soterradamente para construir la trama. Tanto en la Descripci¨®n de Hasan al-Wazzan como en el relato de Maalouf queda desmentida la idea de que la cultura cl¨¢sica fuese privativa de una orilla del Mediterr¨¢neo. Los l¨ªmites geogr¨¢ficos de Grecia y Roma no coinciden, en absoluto, con los de la cristiandad ni con los de los diversos reinos que reconocen la autoridad del Papa. Grecia se extend¨ªa por territorios de Asia que despu¨¦s quedar¨ªan bajo poder otomano; Roma y sus instituciones, por su parte, envolv¨ªan la totalidad del Mediterr¨¢neo, m¨¢s tarde dividido entre el poder cristiano y el musulm¨¢n. Fue a partir del Renacimiento y, en particular, de las luchas pol¨ªticas que provoc¨®, cuando se emprendi¨® una correcci¨®n de las fronteras que ha seguido en gran medida vigente hasta nuestros d¨ªas. Con el prop¨®sito de reivindicar a Europa y al cristianismo como herederos exclusivos del pasado cl¨¢sico, se expuls¨® de ¨¦l a una parte sustancial de los territorios sobre los que ese pasado se desarroll¨®, como los de Oriente Pr¨®ximo y el norte de ?frica, m¨¢s tarde gobernados por el islam. De igual manera, se incluy¨® entre los herederos a vastas zonas del norte de Europa que no tuvieron v¨ªnculo particular alguno con Grecia o Roma.
Hasan Ben Muhammad Al-Wazzan Al Fasi, el personaje real sobre el que Maalouf construye su novela, es, as¨ª, un hombre instruido en los saberes cl¨¢sicos, deseoso de compartirlos y contrastarlos con los interlocutores que aprecia, sean cristianos, jud¨ªos o de cualquier otra confesi¨®n. Adem¨¢s de la Descripci¨®n de ?frica, redacta biograf¨ªas de ¨¢rabes que fueron ilustres bajo el poder de Roma, compone gram¨¢ticas de su lengua materna y l¨¦xicos que permitan pasar del lat¨ªn al ¨¢rabe y al hebreo. El prop¨®sito de Le¨®n el Africano en todos y cada uno de estos trabajos es recuperar la unidad que est¨¢ quebrando en su ¨¦poca. No la unidad que se fundamenta en el pasado ni que imagina reponer en el presente algo que supuestamente ya existi¨®, sino la unidad que surge al considerar que credo, lengua, raza, origen familiar, son adjetivos del ser humano que no determinan su comportamiento, que no limitan su capacidad de decidir y que, por tanto, no modifican la responsabilidad individual que contrae por sus actos.
Es en la afirmaci¨®n contraria, en la conversi¨®n de lo adjetivo en sustantivo, donde acabaron proliferando en el siglo XVI, lo mismo que est¨¢n proliferando ahora, esas Identidades asesinas que la soterrada coherencia de un escritor como Maalouf advierte al fabular sobre la vida y la obra de un hombre de frontera.
Babelia
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