Tacticismo
EL PROCESO de reforma estatutaria de Catalu?a est¨¢ ya en tiempo de descuento y, sin embargo, nadie es capaz de decir con certeza si al final habr¨¢ acuerdo o no. La raz¨®n es muy simple: estamos en un momento de puro tacticismo. Y todo depender¨¢ del c¨¢lculo de ganancias y p¨¦rdidas que haga Converg¨¨ncia i Uni¨® (CiU) en el ¨²ltimo momento. Maragall no tiene margen: hipotec¨® su presidencia al Estatut; por tanto, si lo hay, gana; si no lo hay, pierde seguro. En CiU, cada vez son m¨¢s los que piensan que el coste de haber dicho "no" al Estatut ser¨ªa para ellos inferior al que supondr¨ªa la capitalizaci¨®n del ¨¦xito por parte de Maragall. Pero, al mismo tiempo, Artur Mas sabe que, tal como ha ido el proceso, si no hay Estatut, Maragall y ¨¦l ser¨¢n los que pagar¨¢n la factura. Y la gente de Esquerra Republicana, que sigue pensando que la equidistancia es su reserva electoral, explica sin ruborizarse que si no hay Estatut no pueden estar "en ninguno de los dos bandos", y, en consecuencia, obran con proverbial ambig¨¹edad. En fin, los m¨¢s veteranos de una y otra casa son conscientes del desastre que ser¨ªa para el conjunto de la clase pol¨ªtica catalana que tanto ruido acabara en nada, y apelan al gremialismo, la gran tradici¨®n del oasis, para que todo acabe en una fiesta de salvaci¨®n mutua. Por mucha ret¨®rica patriotera que tengamos que soportar, el Estatut est¨¢ encallado en este juego de intereses partidarios y personales.
?Qui¨¦n teme el Estatut? Lo teme Converg¨¨ncia i Uni¨®, porque tiene miedo de quedarse sin discurso. Si con el nuevo Estatut se entra en una fase de cierta normalidad institucional, el recetario nacionalista -la queja, el agravio, el victimismo y la eterna canci¨®n de la diferencia- se devaluar¨¢ sensiblemente, a pesar de que en Espa?a est¨¢ lleno de voluntarios dispuestos a darles motivos para la santa irritaci¨®n. CiU podr¨ªa ver su identidad desplazada al papel de partido conservador. La bandera del independentismo se la quit¨® hace tiempo Esquerra Republicana, que en este sentido corre poco riesgo: siempre ha dicho que para ella el Estatut era una simple etapa hacia un estadio superior. Que haya o no Estatut, desde esta perspectiva, es indistinto.
Tambi¨¦n temen el Estatut el PSOE y una parte del PSC. Sobre todo temen que Maragall, que se ha metido a s¨ª mismo -y de rebote a su partido- en una situaci¨®n l¨ªmite, acepte un Estatut que se estrelle en las Cortes. Y entonces el que palma es el PSC-PSOE. Y no se puede olvidar que Catalu?a es una de las grandes reservas de voto del socialismo espa?ol.
?Teme el Estatut el PP? Evidentemente, si sale, al haberse visto obligado Piqu¨¦ a quedarse al margen por orden superior, el PP ver¨¢ aumentada su soledad en Catalu?a. El espacio de la correcci¨®n pol¨ªtica catalana est¨¢ muy blindado. Si fracasa, en cambio, podr¨¢ alegar que sus razones no eran disparatadas. Pero en cualquier caso lo que le interesa al PP es que el embrollo siga, porque el Estatuto catal¨¢n es la pieza central en su estrategia de desgaste del Gobierno de Zapatero.
Entre tanto tacticismo, tanto juego corto, de una pol¨ªtica de vuelo bajo, se olvidan, sin embargo, las cuestiones de fondo. Y la primera de ellas es que es imposible leer el Estatuto catal¨¢n y sus consecuencias sin tener en cuenta la evoluci¨®n de la situaci¨®n vasca. Y aqu¨ª aparecen los problemas derivados de la inversi¨®n del orden de las cosas y de la falta de transparencia en los procesos. La apertura del mel¨®n estatutario y constitucional que Zapatero formaliz¨® en su discurso de investidura adquirir¨ªa pleno sentido si culminara con una reordenaci¨®n del Estado de las autonom¨ªas una vez la violencia en el Pa¨ªs Vasco hubiera terminado. No se pudo seguir el calendario racional: primero, reforma constitucional; despu¨¦s, estatutaria. Ser¨ªa perverso que despu¨¦s de que Catalu?a ajustara su propuesta a la Constituci¨®n, se entrase en el Pa¨ªs Vasco en un proceso que culminara con un nuevo Estatuto y alg¨²n retoque a la Constituci¨®n. No olvidemos que las encuestas m¨¢s serias dicen que la opini¨®n p¨²blica est¨¢ m¨¢s dispuesta a alguna concesi¨®n pol¨ªtica para el fin de la violencia que a otorgar medidas de gracia a los presos. Pero todo esto son problemas de fondo que no caben en un debate que ha derivado penosamente hacia lo estrictamente t¨¢ctico.
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