Mototerapia
Entrados en la treintena sentimos una menopausia vital, un descorazonador sentimiento de finitud, de asfixia temporal. Este desorden existencial est¨¢ provocado por el fen¨®meno de la adultescencia que nos ha impedido afrontar la madurez de una forma progresiva y natural. La brutal competencia profesional nos ha forzado a prolongar los estudios de postgrado y la estancia en casa de los padres hasta unas edades a las que ellos ya estaban pensando en el divorcio. As¨ª la que vida adulta ha sido una quimera hasta casi los 30, cuando finalmente hemos abandonado los h¨¢bitos adolescentes y nos hemos independizado a pisos del tama?o del tradicional cuarto de la plancha y con unas parejas a las que no hemos tenido la ocasi¨®n de amar ni odiar en condiciones.
El ingreso en la treintena no s¨®lo ha acarreado el v¨¦rtigo propio de cualquier salto de d¨¦cada sino la s¨²bita asunci¨®n de unos compromisos para los que no est¨¢bamos tan preparados como cre¨ªamos. La dilatada etapa en el hogar primario nos ha viciado en muchos aspectos. No s¨®lo nos ha privado de interaccionar con elementos dom¨¦sticos tan cruciales como los suavizantes de lavadora o ese cuchar¨®n calado con el que rescatar los huevos fritos de su naufragio oleaginoso, sino con la nueva persona en que nos hemos convertido.
So?¨¢bamos con la libertad de poseer una casa y una independencia econ¨®mica con tanta intensidad que no hemos reparado en que esos anhelos conllevan la pesadilla de la hipoteca y el trabajo. Y el compromiso de la pareja. Quiz¨¢ por mayor ignorancia o imprevisi¨®n, los hombres nos hemos visto especialmente atrapados en una trama de responsabilidades y deberes, certificando el final de la juventud justo cuando pens¨¢bamos que ¨ªbamos a estrenarla. Pero muchos de esos treinta?eros hemos descubierto un ant¨ªdoto contra esta claustrofobia vital: la moto.
Madrid se est¨¢ llenando poco a poco de motocicletas y ciclomotores. A principios de este a?o hab¨ªa unas 275.000, un n¨²mero en constante incremento. La nueva reglamentaci¨®n que permite la conducci¨®n de motos de menos de 125 cent¨ªmetros c¨²bicos con el carn¨¦ de coche del tipo B ha llegado casi a duplicar la venta de veh¨ªculos de dos ruedas. Gran parte de ese reciente mercado est¨¢ en los treinta?eros, pues los adolescentes no pueden disfrutar de este derecho adquirido hasta los 18 y a poca gente de 40 y 50 a?os le da ahora por subirse a una moto, sobre todo animados por una concesi¨®n vial.
Los j¨®venes (o adultos) de 30 a?os hemos visto en esta inesperada ordenaci¨®n el pretexto perfecto para aprovechar nuestro ¨²ltimo estertor de libertad juvenil y comprarnos una Honda. De la misma forma que el sesent¨®n adinerado se resiste a dar por caducado su esp¨ªritu deportivo y conquistador agenci¨¢ndose un biplaza rojo, el treinta?ero se sienta ahora a horcajadas sobre los ¨²ltimos caballos que le har¨¢n so?ar.
Quienes ya tuvieron una moto en la adolescencia y abandonaron su cabalgadura, hoy vuelven a retomar las mismas aspiraciones de rebeld¨ªa y autoafirmaci¨®n, entonces frente a sus progenitores y su antiguo hogar, hoy ante sus flamantes descendientes y su nuevo hogar. Los que no gozaron del permiso o el atrevimiento de revolucionar una CBR o una vespino a los 15, ahora se resarcen de esa frustraci¨®n antigua a la vez que exorcizan las reci¨¦n adquiridas.
Madrid nunca ha sido una ciudad motera. Aqu¨ª no hemos tenido la motivaci¨®n del buen clima que disfruta Barcelona ni los problemas de transporte p¨²blico que enjambran Roma de motorinos. Hoy contamos con la excusa de las obras que erizan la ciudad y colapsan el tr¨¢fico, adem¨¢s de la favorable reglamentaci¨®n circulatoria. Pero ¨¦stos son s¨®lo dos motivos para (re)descubrir un efectivo revulsivo esencialmente masculino ante el ingreso en una edad traum¨¢tica.
Hasta el momento, los motociclistas que circulaban por la capital eran ruidosos adolescentes, moteros tatuados, ex yuppies o mensajeros. Sin embargo, paulatinamente la ciudad se est¨¢ poblando de una in¨¦dita especie motorizada que responde a un prurito vital, a una terapia para superar esta tard¨ªa y mal asimilada madurez. As¨ª que, si un motorista aparca en medio de la acera, le despierta de la siesta o le adelanta con ansiedad por la derecha no sea especialmente duro con ¨¦l. Le est¨¢ costando hacerse un hombre.
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