El adulterio de la esposa
En la prensa se estos d¨ªas me han llamado la atenci¨®n los comentarios sobre los problemas dom¨¦sticos del ministro de interior del gobierno franc¨¦s, Nicol¨¢s Sarkozy. La noticia en concreto era la crisis que atraviesa su matrimonio, aireada por el adulterio de la esposa, de la que se han publicado unas fotos en actitud reveladora con su supuesto amante. La cuesti¨®n viene al caso, pues tal como EL PA?S ha dado la noticia (el 7 de septiembre en la secci¨®n de Internacional), no se trata de satisfacer la curiosidad morbosa que al parecer provocan estos asuntos, sino de dar cuenta de la batalla pol¨ªtica que enfrenta al todopoderoso Sarkozy con el primer ministro, Dominique de Villepin, por la sucesi¨®n del presidente Chirac. Su reciente enfermedad parece que ha dado alas a Villepin, quien ha aprovechado la debilidad de su enemigo para atacar, propiciando -seg¨²n parece- la publicaci¨®n de unas comprometidas fotos de la se?ora Sarkozy, en una conocida revista de opini¨®n.
Zarkozy est¨¢ hundido, de forma que se expresa con toda elegancia, diciendo que es "una marranada m¨¢s que me hacen... Soy el primer pol¨ªtico franc¨¦s al que se trata as¨ª". Y no deja de tener raz¨®n el hombre, que acent¨²a lo de franc¨¦s, sabi¨¦ndose peor tratado que sus antecesores. En efecto, como la prensa recuerda ahora, ni Giscard d'Estany, ni Mitterrand ni el propio Chirac vieron nunca comprometida su situaci¨®n a causa de sus vidas amorosas, pues en Francia se tiene a gala la libertad en materia de conducta sexual (habr¨ªa que puntualizar, sin embargo, a qui¨¦nes y a qu¨¦ conductas se conceden mayores libertades, pero no es ahora el momento). En este caso, lo que la prensa ha presentado en su descargo es que el matrimonio Sarkozy se lo ten¨ªa bien merecido, pues se comportaba como una pareja que se hab¨ªa hartado de presentarse en los medios como un matrimonio perfecto -hijos incluidos- para promocionar su imagen pol¨ªtica. En este sentido la prensa no ten¨ªa por qu¨¦ tener el menor escr¨²pulo por destapar la mentira. "S¨®lo te deseo que nunca te hagan lo que hoy se hace conmigo", dicen que dijo Sarkozy, al propietario de la revista, que consinti¨® la edici¨®n de las fotos, que, hasta entonces, pasaba por ser amigo, antes de colgarle el tel¨¦fono.
En cuanto a la se?ora C¨¦cilia Sarkozy, parece que llevaba a maravilla su papel de esposa modelo, ayudando a la carrera pol¨ªtica del marido, que deb¨ªa de ser tambi¨¦n la suya -?claro est¨¢!-. La imagen que de ella se airea es la de su desmedida ambici¨®n, pero tambi¨¦n la de la una mujer poderosa y peligrosa, capaz de producir la ruina del marido. ?Hay que prestar, pues, atenci¨®n a la mujer con la que uno anda!
Las costumbres medi¨¢ticas del matrimonio Sarkozy anima a hablar de todos aquellos que, en Espa?a como en los EE UU de Am¨¦rica, se construyen mendazmente una imagen, aprovechando el inter¨¦s que, por unas u otras razones, despiertan en los medios . Y esa imagen busca mostrar la perfecci¨®n de sus vidas privadas, el peque?o y perfecto c¨ªrculo que constituye su familia y aliados. A estas alturas deb¨ªan saber, al menos, el peligro que corren cuando se les descubra que las cosas eran menos perfectas de lo que se dijo, como, por otro lado, suele ser normal en la mayor parte de las vidas y las familias.
Me dir¨¢n que a los espa?oles les importan poco estos asuntos y creo que, afortunadamente, es verdad que solemos moralizar poco y nos escandalizamos menos de lo que querr¨ªan algunos. Pero ?por qu¨¦ no pueden cambiar las cosas? ?por qu¨¦ no pueden acabar imponi¨¦ndonos otras formas con tantos neoconservadores empe?ados en la defensa de las tradiciones familiares y las buenas costumbres sexuales? ?por qu¨¦, si no, cada vez m¨¢s los medios amparan estas im¨¢genes laudatorias del matrimonio y la pareja heterosexual etc...?
Es algo preocupante esta nueva tendencia de exponer la vida privada en los medios. Me importar¨ªa poco lo que hacen o dicen los descerebrados que entran y salen en las televisiones que todos conocemos, si no fuera por lo maleducados y, a menudo, violentos que son, y si no costaran dinero al erario p¨²blico. Menos aceptable resulta el hecho de que las personas que ostentan alguna posici¨®n relevante y, sobre todo, los cargos pol¨ªticos se exhiban, buscando el lucimiento personal, entre cu?a y cu?a ideol¨®gica. ?Por qu¨¦ debemos consentir que un presidente de gobierno nos hable obscenamente de las bondades de su familia o de su ideolog¨ªa familiarista, cuando lo que nos interesa a los ciudadanos son programas y sus acciones pol¨ªticas y no su vida familiar o este tipo de ideolog¨ªa? Lo que necesitamos de ellos es que nos hablen de las cuestiones propias de su cargo y, ah¨ª s¨ª, van incluidas sus opiniones sobre lo que pueda decir el c¨®digo civil, en relaci¨®n con el matrimonio, la familia o los delitos sexuales. Lo que yo les pido es que, a ser posible, se reserven sus vidas personales, como ocurr¨ªa antes y como exige la prudencia que aconseja no presumir demasiado en materia de moral y costumbres. Las familias, por buenas que sean suelen ser imperfectas, del mismo modo que su carne es d¨¦bil...
La libertad que nos hemos dado, como un bien y un derecho de los individuos -cuando no incurre en ning¨²n delito contra otro-, exige la menor intervenci¨®n de los otros en lo que hemos venido en llamar cuestiones personales. De ah¨ª que la libertad de los administrados se compagine mal con las abundantes declaraciones de principios y condenas de los notables sobre c¨®mo debemos casarnos, con qui¨¦n y por qu¨¦ rito. Al menos as¨ª es como las sociedades democr¨¢ticas lo pactaron, hace ya tiempo, para librarse de las interferencias de los moralistas de todos los tiempos. ?No estaremos rompiendo ahora el perpetuo silencio que les impuso la Ilustraci¨®n?
En cuanto al adulterio, llegar¨¢ lo que en su d¨ªa (si eso no ha llegado ya) so?aron los viejos liberales: que la fidelidad sea un asunto que decidan, consciente y razonablemente, las parejas. Para entonces el adulterio femenino deber¨¢ recibir la misma consideraci¨®n moral que el de los hombres, cosa que, ciertamente, los liberales no pensaban que debiera ser as¨ª. Pero la igualdad exige que..., pero de eso hablaremos otro d¨ªa.
Isabel Morant es profesora de Historia en la Universidad de Valencia.
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