Apolo no es de derechas
En el libro En defensa del fervor, el escritor en lengua polaca -aunque nacido en la actual Ucrania- Adam Zagajewski da cuenta de una historia ejemplar extra¨ªda, a su vez, de un ensayo de Ludwig Curtius titulado Encuentro junto al Apolo de Belvedere y publicado en 1947, dos a?os despu¨¦s del fin de la II Guerra Mundial.
La historia, que Curtius no aclara si es real o inventada, tiene como protagonista a un joven arquitecto alem¨¢n reci¨¦n retornado de la guerra, en la que ha debido participar muy activamente como soldado de la Wehrmacht. El joven arquitecto a¨²n no sabe c¨®mo ha logrado sobrevivir a la espantosa matanza, pero s¨ª que est¨¢ saturado de horror. Quiere alejarse mentalmente de ¨¦l y para ello pasa tres tardes seguidas charlando con Curtius, charlas que ¨¦ste se toma como lecciones extraordinarias.
Si la izquierda quiere hundirse para siempre, no tiene m¨¢s que continuar con la sana costumbre de igualar por debajo
El arquitecto inicia su recorrido a partir del Apolo de Belvedere, tan admirado por Goethe y luego casi olvidado, a excepci¨®n de Rilke. El superviviente de la guerra, sin embargo, es fiel al Apolo de Belvedere porque descubre, o cree descubrir, en la estatua unos valores que en su opini¨®n se han ido desvaneciendo en la creatividad moderna. En la primera de las charlas el arquitecto habla de dignidad, algo que ¨¦l atribuye sin vacilar a la estatua. El segundo d¨ªa acompa?a a Curtius para insistirle en la importancia de la proporci¨®n, de un modo singular cuando se trata de arquitectura, algo que naturalmente nos recuerda los principios de Leon Battista Alberti. En el tercer y ¨²ltimo d¨ªa el joven habla apasionadamente del misterio que debe estar incrustado en toda obra maestra como, seg¨²n su met¨¢fora, las pepitas en la manzana.
No hay m¨¢s d¨ªas ni charlas porque el joven arquitecto desaparece para siempre camino de Suram¨¦rica. Las charlas ficticias o reales que ha resumido Curtius son de una gran belleza, pero la figura del joven arquitecto, seg¨²n reconoce Zagajewski, queda envuelta en un halo de sospecha. ?Por qu¨¦ huye, al cuarto d¨ªa, el arquitecto?
Podr¨ªa tratarse de algo aleg¨®rico y que con su huida Curtius celebrara la ceremonia de despedida de una cierta intelectualidad, alemana y europea, desaparecida para siempre. Por otro lado, aunque el joven arquitecto parece irreprochable y su militarizaci¨®n ha sido forzada, ?no habr¨¢ algo m¨¢s siniestro en su escapada y viaje hacia Am¨¦rica como tantos otros alemanes en esa ¨¦poca para camuflar su pasado? Cabr¨ªa una tercera posibilidad: se va porque aquellos valores que defiende, y con los que pretend¨ªa salvarse del horror vivido, ya no sirven en una ¨¦poca que se ha desembarazado de ellos. Como el arquitecto, si es que existi¨®, nunca le aclar¨® a Curtius el motivo de la huida, lo ¨²nico que puede apreciarse es la opini¨®n del lector de la historia. Y a este respecto, alguien que conociera esta historia hoy, transcurrido medio siglo desde las hipot¨¦ticas charlas, tender¨ªa a encontrar algo oscuro en las palabras y la actitud del arquitecto.
Se le conceder¨ªa, quiz¨¢, que no ten¨ªa nada que ocultar, que no era nazi ni nunca lo hab¨ªa sido y que su ¨²nico error fue no morir como tantos otros millones de j¨®venes alemanes. Pero, superado este escollo, ?no hay algo evidentemente sospechoso en sus palabras? Si no era nazi, de derechas s¨ª deb¨ªa de ser, y si por casualidad no era de derechas, no hay duda de que, pese a su juventud, era un perfecto anticuado. ?A qui¨¦n se le ocurre hablar de dignidad, proporci¨®n y misterio en plena modernidad?
Es cierto, y aqu¨ª est¨¢ la ejemplaridad de la historia. ?No podr¨ªa ser que el arquitecto fuera en realidad un muchacho m¨¢s bien de izquierdas y art¨ªsticamente ambicioso que fue mandado a la guerra sin compartir para nada la ideolog¨ªa de los que lo mandaron? ?No podr¨ªa ser que su apelaci¨®n a la dignidad, la proporci¨®n y el misterio fuera un intento desesperado de reequilibrar su vida frente a un horror que tambi¨¦n formaba parte de la modernidad?
Si la izquierda quiere hundirse para siempre, no tiene m¨¢s que seguir considerando que todo eso son "tonter¨ªas conservadoras" y, en lugar de atreverse a proponer una jerarqu¨ªa -en el arte, en la educaci¨®n, en la cultura-, continuar con la sana costumbre de igualar por debajo. Al fin y al cabo, ya sabemos que uno de esos graffiti que embellecen nuestras calles tiene el mismo valor, si no m¨¢s, que una obra de Piero della Francesca.
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