Cuando lo normal es raro
Usted no es normal. Si est¨¢ leyendo estas p¨¢ginas, seguramente pertenece a la minor¨ªa de la humanidad que tiene un empleo estable, adecuado acceso a la Seguridad Social y que adem¨¢s disfruta de una considerable libertad pol¨ªtica. Adem¨¢s, a diferencia de otros 860 millones de personas, usted sabe leer. Y gasta m¨¢s de dos euros al d¨ªa. El porcentaje de la poblaci¨®n mundial que combina todos estos atributos es menos del 4%.
La Organizaci¨®n Internacional del Trabajo calcula que un tercio de la poblaci¨®n activa est¨¢ desempleada o subempleada, y la mitad de la poblaci¨®n mundial no tiene acceso a seguridad social de ninguna clase. Freedom House, una organizaci¨®n que estudia los sistemas pol¨ªticos de los pa¨ªses, clasifica a 103 de las 192 naciones del mundo como "no libres" o "parcialmente libres", lo cual significa que las libertades civiles y los derechos pol¨ªticos b¨¢sicos de sus ciudadanos son nulos o muy reducidos. M¨¢s de 3.600 millones de personas, o un 56% de la poblaci¨®n mundial, viven en esos pa¨ªses. Seg¨²n el Banco Mundial, aproximadamente la mitad de la humanidad vive con menos de dos euros al d¨ªa.
As¨ª, estad¨ªsticamente, hoy en d¨ªa un ser humano "normal" es muy pobre; vive en condiciones f¨ªsicas, econ¨®micas y pol¨ªticas opresivas, y est¨¢ regido por un gobierno incapaz y corrupto. Pero la normalidad no s¨®lo se define mediante estad¨ªsticas. Normal quiere decir algo que es "habitual, t¨ªpico o esperado". Por tanto, lo normal no es s¨®lo lo que es estad¨ªsticamente m¨¢s frecuente, sino tambi¨¦n lo que otros suponen que lo es. En ese sentido, las expectativas de una peque?a pero influyente minor¨ªa distorsionan la realidad de la vasta mayor¨ªa. Existe una enorme diferencia entre lo que el ciudadano medio de las democracias occidentales avanzadas -y las ¨¦lites m¨¢s ricas en todas partes- suponen que es o deber¨ªa ser normal, y las realidades diarias que confronta la abrumadora mayor¨ªa de la gente. La informaci¨®n sobre las nefastas condiciones habituales en los pa¨ªses pobres es bien conocida y ampliamente debatida. Sorprendentemente, sin embargo, las expectativas sobre lo que significa ser normal en el mundo actual suelen reflejar la anormal realidad de unos pocos pa¨ªses ricos y no la norma global. Suponemos que es normal comer tres o cuatro veces diarias; caminar por la calle sin miedo, y tener acceso al agua, la electricidad, el tel¨¦fono y el transporte p¨²blico. O que durante el d¨ªa los ni?os van a la escuela. Lamentablemente, nada de esto es lo m¨¢s com¨²n. Hoy en d¨ªa, 852 millones de personas, incluidos muchos ni?os y ancianos, no comen tres veces al d¨ªa, y cuando lo hacen, esa comida no les proporciona el consumo cal¨®rico diario necesario para una persona normal. Aproximadamente, 1.600 millones de personas carecen de acceso a la electricidad, y 2.400 millones recurren a combustibles tradicionales como la madera y el esti¨¦rcol para la cocina y la calefacci¨®n. Un 30% de la poblaci¨®n mundial jam¨¢s ha hecho una llamada telef¨®nica. La delincuencia callejera y la violencia urbana son normales en gran parte del mundo. El ¨ªndice medio de homicidios en Latinoam¨¦rica es de aproximadamente 25 por cada 100.000 habitantes, y en el ?frica subsahariana, de unos 18 asesinatos por cada 100.000 habitantes. (En la Uni¨®n Europea se producen s¨®lo tres homicidios por cada 100.000 habitantes). Se calcula que unos 246 millones de ni?os, aproximadamente uno de cada seis, trabajan, y de ellos, 73 millones tienen menos de 10 a?os. Mientras que un nacimiento generalmente es un momento de alegr¨ªa y celebraci¨®n en los pa¨ªses de mayores ingresos elevados, en el resto del mundo es una amenaza de muerte, enfermedades y discapacidades. Seg¨²n la Organizaci¨®n Mundial de la Salud, cada a?o mueren m¨¢s de medio mill¨®n de mujeres debido a complicaciones derivadas del embarazo en los pa¨ªses en desarrollo, donde el riesgo de mortalidad materna es de una de cada 61. En los pa¨ªses ricos, el riesgo de mortalidad materna es de una entre 2.800.
Esta percepci¨®n distorsionada de lo que es normal puede adoptar formas m¨¢s sutiles. Un buen ejemplo son las suposiciones que hacemos sobre la calidad de las noticias que recibimos. Lo normal es suponer que las noticias est¨¢n exentas de injerencias gubernamentales. Pero en gran parte del mundo, ¨¦se no es el caso. Un sondeo del Banco Mundial sobre la propiedad de los medios de comunicaci¨®n descubri¨® que en 97 pa¨ªses, un 72% de las cinco emisoras m¨¢s importantes y un 60% de las cinco empresas de televisi¨®n m¨¢s vistas son propiedad del Estado. El estudio tambi¨¦n encontr¨® pruebas estad¨ªsticas fehacientes de que los pa¨ªses con un mayor control estatal de los medios disfrutan de menos derechos pol¨ªticos, as¨ª como de una calidad muy pobre de servicios educativos y sanitarios.
Las suposiciones del mundo rico sobre lo que constituye la norma global pueden resultar en costosos errores. Se han derrochado miles de millones de euros porque se da por hecho que los gobiernos de los pa¨ªses m¨¢s pobres son en dise?o y normas m¨¢s o menos similares a los de las naciones ricas, s¨®lo que un poco menos eficaces. A pesar de los constantes recordatorios de que la mayor¨ªa de los gobiernos del mundo son incapaces de realizar tareas relativamente sencillas, como entregar el correo o recoger la basura, la mayor¨ªa de las f¨®rmulas que se proponen sobre c¨®mo deber¨ªan solventar sus problemas dichos pa¨ªses suponen la existencia de capacidades inexistentes en la gran mayor¨ªa del sector p¨²blico del mundo.
Esto en parte sucede porque queremos que la gente tenga una vida mejor, y es natural que usemos nuestra definici¨®n de normalidad como gu¨ªa para ayudar a los dem¨¢s. Lo que impulsa el desfase entre lo que suponemos que es normal y la realidad a la que se enfrentan miles de millones de personas no es s¨®lo la tendencia provinciana a imponer nuestra experiencia a los dem¨¢s, sino tambi¨¦n una manifestaci¨®n sincera de nuestros valores. Esto no quiere decir que estos juicios de valor acerca de c¨®mo deben ser las cosas deben abandonarse; de hecho, son estos valores los que se?alan la direcci¨®n en la que se encuentra el progreso. Pero una cosa es tenerlos como metas y otra muy distinta -y peligrosa- es suponer que nuestros ideales son parte de la realidad. Es f¨¢cil equivocarse dise?ando una pol¨ªtica educativa "normal" para un pa¨ªs donde es com¨²n que los ni?os lleguen a la escuela sin haber comido o donde las ni?as arriesgan su seguridad f¨ªsica cada vez que salen de su casa. La pol¨ªtica de impuestos o de normas laborales en pa¨ªses donde el trabajo informal y las transacciones il¨ªcitas son lo normal tampoco responde bien a los conceptos tradicionales.
Muchas decisiones de pol¨ªtica p¨²blica han sido erradas porque han confundido ideales con realidades. En tiempos como ¨¦stos, en los cuales los valores se han vuelto tan habituales en la ret¨®rica pol¨ªtica, es importante estar muy alerta a la posibilidad de que nuestras opiniones, planes y decisiones se cimienten en falsas suposiciones sobre lo que es normal. Cuando eso ocurre, los valores conducen a malas decisiones, y no a una mayor claridad moral.
Mois¨¦s Na¨ªm es director de la revista Foreign Policy. Traducci¨®n de News Clips.
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