El mal tiene un olor inconfundible
As¨ª como es enormemente dif¨ªcil definir la verdad, pero muy f¨¢cil detectar una mentira, a veces puede resultar dif¨ªcil definir el bien, pero el mal desprende un olor inconfundible; cualquier ni?o sabe lo que es el dolor. Por consiguiente, cada vez que causamos dolor a otra persona de manera deliberada, sabemos lo que estamos haciendo. Estamos haciendo el mal. Sin embargo, los tiempos modernos han cambiado todo eso. Han difuminado la clara distinci¨®n que hac¨ªa la humanidad desde su m¨¢s tierna infancia, desde el Ed¨¦n. En alg¨²n momento del siglo XIX, no mucho despu¨¦s de que muriera Goethe, entr¨® en la cultura occidental una nueva forma de pensamiento que dejaba de lado el mal, que incluso negaba su existencia. Aquella innovaci¨®n intelectual se llamaba Ciencia Social. Para los nuevos practicantes de la psicolog¨ªa, la sociolog¨ªa, la antropolog¨ªa y la econom¨ªa, seguros de s¨ª mismos, exquisitamente racionales, optimistas y totalmente cient¨ªficos, el mal no ten¨ªa importancia. En realidad, tampoco la ten¨ªa el bien. Todav¨ªa hoy, algunos especialistas en ciencias sociales, sencillamente, no hablan del bien ni del mal. Para ellos, todas las razones y acciones humanas son consecuencia de las circunstancias, que muchas veces se escapan a nuestro control. "Los demonios", dec¨ªa Freud, "no existen, del mismo modo que no existen los dioses; no son m¨¢s que productos de la actividad ps¨ªquica del hombre". Estamos dominados por nuestro entorno social. Desde hace unos 100 a?os nos dicen que s¨®lo nos mueve el inter¨¦s econ¨®mico, que somos meros productos de nuestras culturas ¨¦tnicas, que no somos m¨¢s que marionetas de nuestros propios subconscientes.
Los libros que nos hacen imaginar al otro son un ant¨ªdoto contra el fanatismo y el odio
En otras palabras, las ciencias sociales modernas fueron el primer intento serio de eliminar el bien y el mal del escenario humano. Por primera vez en su larga historia, ambos quedaron abolidos por la idea de que las circunstancias son siempre las responsables de las decisiones humanas, las acciones humanas y, sobre todo, el sufrimiento humano. La culpa es de la sociedad. La culpa es de una ni?ez dif¨ªcil. La culpa es de la pol¨ªtica. El colonialismo. El imperialismo. El sionismo. La globalizaci¨®n. As¨ª comenz¨® el gran campeonato mundial del victimismo.
Por primera vez desde el Libro de Job, el diablo se hab¨ªa quedado sin trabajo. Ya no pod¨ªa jugar como anta?o con las mentes humanas. Sat¨¢n estaba descartado. Est¨¢bamos en la era moderna. Pues bien, los tiempos pueden estar cambiando de nuevo. Es posible que se despidiera a Sat¨¢n, pero ¨¦l no se qued¨® parado. El siglo XX fue el peor escenario de maldad sanguinaria que ha visto la historia. Las ciencias sociales fueron incapaces de predecir, afrontar o incluso comprender ese mal moderno y tecnologizado. El mal del siglo XX se disfraz¨®, muchas veces, de una intenci¨®n de reformar el mundo, de idealismo, de la necesidad de reeducar a las masas o "abrirles los ojos". Para algunos, el totalitarismo fue la redenci¨®n laica, a costa de millones de vidas.
Hoy, despu¨¦s de haber sobrevivido al mal del poder totalitario, tenemos profundo respeto por las culturas. Por las diversidades. Por el pluralismo. Conozco a algunas personas dispuestas a matar a cualquiera que no sea pluralista. El posmodernismo volvi¨® a dar trabajo a Sat¨¢n, pero, en esta ocasi¨®n, su trabajo raya en lo hortera: un herm¨¦tico pu?ado de "fuerzas oscuras" es el responsable de todo, la pobreza y la discriminaci¨®n, la guerra y el calentamiento global, el 11 de septiembre y el tsunami. La gente normal siempre es inocente. Las minor¨ªas nunca tienen la culpa. Las v¨ªctimas son, por definici¨®n, moralmente puras. ?Se han dado cuenta de que, hoy d¨ªa, el demonio no parece nunca invadir a una persona concreta? Ya no existen los Faustos. Lo moderno es decir que el mal es un conglomerado. Los sistemas son malos. Los gobiernos son malos. Instituciones despersonalizadas dirigen el mundo en su propio y siniestro beneficio. Sat¨¢n ya no est¨¢ en el detalle. Los hombres y mujeres, como individuos, no pueden ser "malos" en el viejo sentido del Libro de Job, o Macbeth, o Yago, o Fausto. Usted y yo siempre somos buenas personas. El diablo es siempre el sistema. Esto es, en mi opini¨®n, una horterada ¨¦tica.
Goethe no era orientalista ni multiculturalista. No era el exotismo extremo e imaginario del Este lo que le tentaba, sino la s¨®lida sustancia y la novedad que las culturas orientales, la poes¨ªa y el arte orientales, pueden otorgar a las verdades y los sentimientos universales de los seres humanos. El bien es universal, y Dios tambi¨¦n:
"Dios posee Oriente,
Dios gobierna Occidente,
Norte y Sur por igual, cada tierra
reposa en su mano bondadosa".
M¨¢s importante a¨²n, el amor es universal, vale lo mismo para Gretchen que para Zuleika. Por eso un poeta alem¨¢n puede escribir un poema de amor para una mujer persa imaginaria. O para una mujer persa real. Y puede ser sincero. Y lo m¨¢s conmovedor de todo es que el dolor tambi¨¦n es universal.
Goethe no recurre a Oriente para demostrar nada. Se toma muy en serio a los seres humanos, a todos los seres humanos. Tanto en Oriente como en Occidente, los hombres buenos lloran.
En el mundo hay buenas personas. En el mundo hay malas personas. No siempre es posible rechazar el mal con encantamientos, demostraciones, an¨¢lisis social o psicoan¨¢lisis. En ocasiones, como ¨²ltimo recurso, hay que hacerle frente por la fuerza. A mi juicio, el mal supremo en el mundo no es la guerra, en s¨ª, sino la agresividad. La agresividad es "la madre de todas las guerras". Y, a veces, es necesario repeler la agresi¨®n por la fuerza de las armas para que pueda reinar la paz.
Volvamos a Goethe. El Fausto de Goethe nos recuerda de forma indeleble que el diablo no es impersonal, sino personal. Que el diablo pone a prueba a cada individuo, y cada uno puede aprobar o suspender. Que el mal es tentador y seductor. Que la agresividad puede abrirse un hueco en cada uno. El bien y el mal individuales no son privativos de ninguna religi¨®n. No tienen por qu¨¦ ser t¨¦rminos religiosos. La decisi¨®n de causar da?o o no causarlo, de hacerle frente o hacer la vista ciega, de contribuir activamente a curar el dolor, como un m¨¦dico rural entregado a su trabajo, o conformarse con organizar manifestaciones airadas y firmar peticiones generales, es una elecci¨®n con la que nos encontramos varias veces al d¨ªa. Como es natural, a veces podemos equivocarnos. Ahora bien, incluso cuando tomamos una decisi¨®n equivocada, sabemos lo que estamos haciendo. Sabemos cu¨¢l es la diferencia entre el bien y el mal, entre causar dolor y curarlo, entre Goethe and Goebbels. Entre Heine y Heydrich. Entre Weimar y Buchenwald. Entre la responsabilidad individual y el mal gusto colectivo.
Crec¨ª en la Jerusal¨¦n de los a?os cuarenta como un ni?o muy nacionalista, incluso chauvinista, y promet¨ª no poner nunca el pie en suelo alem¨¢n e incluso no comprar nunca un producto alem¨¢n. Lo ¨²nico a lo que no me sent¨ª capaz de renunciar fue a los libros alemanes. Si hac¨ªa boicot a los libros, me dec¨ªa a m¨ª mismo, me parecer¨ªa un poco a "ellos". Al principio, me limitaba a leer la literatura alemana de preguerra y a los autores que se hab¨ªan opuesto al nazismo. M¨¢s tarde, en los a?os sesenta, empec¨¦ a leer en hebreo las obras de la generaci¨®n de novelistas y poetas alemanes de posguerra. En especial, las obras de los autores del Grupo 47. Me permit¨ªan imaginarme en su lugar. Mejor dicho: me seduc¨ªan para que me imaginase en su lugar, durante los a?os oscuros, en los a?os anteriores y en los posteriores. Despu¨¦s de leer a esos autores y a otros, ya no pude limitarme a seguir odiando todo lo alem¨¢n del pasado, el presente y el futuro.
En mi opini¨®n, imaginar al otro es un potente ant¨ªdoto contra el fanatismo y el odio. Creo que los libros que nos hacen imaginar al otro pueden hacernos m¨¢s inmunes contra las estratagemas del mal, el Mefisto del coraz¨®n. As¨ª fue como G¨¹nter Grass y Heinrich B?ll, Ingeborg Bachmann y Uwe Johnson y, en particular, mi querido amigo Siegfried Lenz, me abrieron la puerta a Alemania. Ellos, junto con una serie de amigos alemanes muy queridos, me obligaron a romper mis tab¨²es y abrir la mente y, al final, el coraz¨®n. Volvieron a mostrarme los poderes curativos de la literatura.
Imaginar al otro no es una mera herramienta est¨¦tica. Es adem¨¢s, a mi juicio, un imperativo moral fundamental. Y, sobre todo, imaginar al otro es un placer humano profundo y muy sutil.
? Amos Oz 2005. Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.