La mujer luchadora
Ha sido presidenta del Parlamento Europeo, ministra, superviviente de Auschwitz. La francesa Simone Veil es el ¨²ltimo premio Pr¨ªncipe de Asturias de Cooperaci¨®n Internacional por su defensa de la libertad y del papel de la mujer en la sociedad.
Simone Veil (Niza, 1925) es una mujer que ha marcado Francia y Europa. Siendo ella ministra, en 1975, hizo aprobar en la Asamblea Nacional, en medio de una odiosa campa?a de difamaci¨®n, la ley que regularizaba la interrupci¨®n voluntaria del embarazo, el aborto. En 1979 presidi¨® el primer Parlamento Europeo surgido del sufragio universal. Como diputada europea, como ministra en Francia, como magistrado, no ha cesado de luchar, siempre con las armas de la ley y de la democracia en la mano, para mejorar nuestra vida cotidiana y, sobre todo, para permitirnos ser m¨¢s libres y alejar de nuestro horizonte la amenaza de la guerra. Ella ha conocido el drama de la guerra en toda su crueldad. Sus padres y una de sus hermanas murieron durante la II Guerra Mundial. Sus progenitores, en campos de exterminio. Su madre, Yvonne, en Bergen-Belsen, pocos d¨ªas antes de que el campo fuese liberado por las tropas brit¨¢nicas. En presencia de Simone. Porque Simone Veil es una superviviente de Auschwitz, una mujer que ha vivido el mayor horror organizado por los hombres. Y precisamente para evitar que pudiera repetirse ha luchado toda su vida. Una serie de premios -el Carlomagno, el de la Fundaci¨®n Klein, el Atl¨¢ntida, las medallas de oro de la asociaci¨®n Stresemann o de la Organizaci¨®n Mundial de la Salud, el Premio Obiettivo Europa y, ahora, el Pr¨ªncipe de Asturias- jalonan como reconocimientos oficiales la trayectoria humana y pol¨ªtica de madame Veil.
"Europa ha sido un ideal de paz para quienes vivimos la guerra. Esa barbarie mostr¨® la necesidad de la construcci¨®n europea"
"La ley que permiti¨® la p¨ªldora es m¨¢s importante que mi ley del aborto. Con los anticonceptivos, la mujer es quien decide"
De toda esa larga lista de premios habr¨¢ alguno que tenga para usted una especial significaci¨®n.
Probablemente de entre todos ellos tenga para m¨ª una mayor importancia el Carlomagno, por su fuerte connotaci¨®n europe¨ªsta y porque fui el primer presidente del Parlamento Europeo al que se lo otorgaban. Puede que no tenga el prestigio del Premio Pr¨ªncipe de Asturias, que es internacional, pero m¨¢s centrado en la persona. La verdad es que cuando me llamaron para consultarme si, eventualmente, aceptar¨ªa el Premio Pr¨ªncipe de Asturias me impresion¨®. Est¨¢ claro que ese es un galard¨®n m¨¢s personal, mientras que el Carlomagno iba muy ligado a la imagen simb¨®lica de haber contribuido a poner en marcha otra instituci¨®n europea, un Parlamento elegido a trav¨¦s del sufragio universal directo.
La puesta en marcha de ese Parlamento no fue sencilla.
No. El recuerdo que tengo de mi primer a?o como presidenta del Parlamento es el de un debut muy dif¨ªcil. En la c¨¢mara estaban los laboristas brit¨¢nicos, un buen n¨²mero de diputados daneses y tambi¨¦n algunos franceses y de otros pa¨ªses que no cre¨ªan en el Parlamento, le eran hostiles y maniobraban en contra de su existencia. Yo hab¨ªa dejado el Gobierno franc¨¦s de Giscard d'Estaing, del que era ministra, para embarcarme en una nueva lucha, en un combate que fue complicado y que, si en un primer momento cont¨¦ con la complicidad de la Comisi¨®n, que hab¨ªa respaldado la existencia del Parlamento, luego esa misma Comisi¨®n se irritaba cuando la c¨¢mara utilizaba las prerrogativas que se le reconoc¨ªan, que no eran muchas, para modular o aumentar el presupuesto a favor de determinadas partidas. En esos casos, la Comisi¨®n estimaba que nos exced¨ªamos en nuestras atribuciones.
El europe¨ªsmo, el desear la uni¨®n pol¨ªtica de las distintas naciones europeas, ha sido una constante de su acci¨®n.
Europa ha sido un ideal de paz para quienes hemos vivido la guerra. Yo soy de una generaci¨®n que creci¨® en el periodo de entreguerras, entre la I y la II Guerra Mundial, que ha o¨ªdo hablar del horror de aqu¨¦lla a trav¨¦s de sus protagonistas, y en los dos casos el origen fueron disputas internas en Europa. Los j¨®venes de hoy no saben lo que fueron esas guerras y no les explican c¨®mo, gracias a la existencia de una Europa unida, logramos evitar que se repitan. Los europeos tenemos sobre nuestras espaldas una gran responsabilidad, pues, durante el siglo XX, en dos oportunidades, hemos hecho venir personas de medio mundo, de Australia, Senegal, de EE UU, Canad¨¢ o Nueva Zelanda, para que luchasen por nosotros. Lo ¨²nico positivo de esas dos manifestaciones sucesivas de barbarie es el haber hecho evidente la necesidad de la construcci¨®n europea. Y pienso tambi¨¦n en la Guerra Civil espa?ola, que fue un preludio de la II Guerra Mundial, un preludio feroz, dram¨¢tico, que instaur¨® la divisi¨®n a veces dentro de una misma familia.
La madre, Yvonne, les explicaba a Simone y sus hermanas lo que pasaba en el mundo. Se inquietaba ante el auge del nazismo, la progresi¨®n del sentimiento antisemita. Andr¨¦, el padre, m¨¢s conservador, prefer¨ªa no hablar de pol¨ªtica en casa. Para ¨¦l, en Francia no hab¨ªa peligro, no en vano ¨¦l mismo hab¨ªa luchado como soldado franc¨¦s durante la guerra 1914-18.
Simone Veil tiene los ojos muy claros y las facciones regulares; su peinado, un mo?o que recoge y alisa su pelo, acent¨²a el efecto de perfecta simetr¨ªa. Durante dos d¨¦cadas, esta mujer ha sido el hombre pol¨ªtico preferido de los franceses, la mejor candidata hipot¨¦tica de la derecha a una elecci¨®n presidencial, pues era casi el ¨²nico personaje de su familia pol¨ªtica bien considerado tambi¨¦n por la izquierda. La persecuci¨®n de que fue objeto su familia y su participaci¨®n en el debate de leyes estimadas progresistas le han granjeado unas simpat¨ªas que luego no se han traducido en votos.
Usted ha explicado alguna vez que, cuando regres¨® al fin a Francia, tras el infierno de Auschwitz, la gente no quer¨ªa escucharla, no deseaba saber lo que hab¨ªa pasado.
No quer¨ªan o¨ªr el relato de los deportados. Entre los que hab¨ªamos escapado a la muerte en el campo de exterminio, s¨ª habl¨¢bamos. Y a menudo nos re¨ªamos de los recuerdos m¨¢s espantosos, de las cosas m¨¢s horribles. Era nuestra manera de sacar fuera todo aquello, de poder afrontarlo, de tomar conciencia de que ¨¦ramos supervivientes. Recuerdo un viaje en tren, dos o tres a?os despu¨¦s de terminada la guerra, con otras compa?eras de deportaci¨®n durante el cual coment¨¢bamos nuestras distintas experiencias y lo hac¨ªamos ri¨¦ndonos. La gente que estaba alrededor y nos o¨ªa no comprend¨ªa que pudi¨¦ramos evocar todo aquello con humor. Cuando me liberaron del campo, antes de venir a Francia pas¨¦ por Suiza, para recuperarme un poco. Me alojaron en casa de un matrimonio y la esposa me llevaba con ella cuando sal¨ªa a hacer la compra para que contase lo que hab¨ªa vivido en Auschwitz, para que la gente supiera. Lo que m¨¢s me choc¨® es que hab¨ªa personas para las que aquel horror no era suficiente y quer¨ªan saber si era cierto que los SS nos hab¨ªan hecho violar por sus perros. Lo ped¨ªan de una manera s¨¢dica, mezclando compasi¨®n y regode¨¢ndose al mismo tiempo en la maldad de la pregunta. Pero en l¨ªneas generales, en Francia, la actitud de la gran mayor¨ªa era no querer escuchar. A muchos, nuestra simple presencia les hac¨ªa sentirse culpables. Y tambi¨¦n hab¨ªa muchas personas que no quer¨ªan creernos, que segu¨ªan esperando el retorno de un familiar o amigo y no aceptaban que les dij¨¦ramos que hab¨ªa muerto en la c¨¢mara de gas.
Probablemente la r¨¢pida derrota militar y el armisticio firmado por el mariscal P¨¦tain no son ajenos a ese comportamiento.
Quiz¨¢ todo eso pueda explicarse por una psicolog¨ªa colectiva determinada por el hecho de haber sido un pa¨ªs derrotado y ocupado, cuyas autoridades colaboraron con el ocupante y, en un primer momento, con el benepl¨¢cito de muchos. Pero, desde un punto de vista hist¨®rico, lo que es de verdad interesante es saber que en el transcurso de los grandes procesos que se hicieron en Francia a la Colaboraci¨®n, justo despu¨¦s de acabada la II Guerra Mundial, es decir, contra el mariscal P¨¦tain y el primer ministro Pierre Laval, apenas se habl¨® de su responsabilidad en la deportaci¨®n de los jud¨ªos. Esa era una cuesti¨®n que, entonces, no se tomaba en consideraci¨®n. Y ha hecho falta un presidente de una generaci¨®n que no hizo la guerra, es decir, un hombre como Jacques Chirac, para que el Estado franc¨¦s reconociese al fin esa responsabilidad en la deportaci¨®n de miles de personas jud¨ªas. Mitterrand no fue capaz de decirlo porque ¨¦l pertenec¨ªa a esa generaci¨®n que vivi¨® la guerra.
?Qu¨¦ peaje personal, emocional, cree haber pagado por esa imposibilidad de hacerse escuchar, por esa necesidad de taparse los o¨ªdos de tantos compatriotas?
De todo lo vivido en Auschwitz a¨²n hoy s¨®lo puedo hablar con otros supervivientes. Cuando me encuentro con mi cu?ada, que tambi¨¦n vivi¨® la deportaci¨®n, casi s¨®lo hablamos de nuestros recuerdos de esa ¨¦poca. Todo eso nos ayuda a sobrevivir. Despu¨¦s de la guerra ten¨ªa a mi hermana mayor, que volvi¨® del campo muy enferma y muri¨® luego, con quien pod¨ªa recordar? Sabe, ahora, en cualquier reuni¨®n, estoy segura de que si hablo de Auschwitz y de lo que vi, siempre habr¨¢ alguien que, despu¨¦s de haberme dejado expresar durante menos de un minuto, interrumpir¨¢ para cambiar de tema. Es algo que me irrita profundamente. Ese desinter¨¦s, porque yo lo vivo como un desinter¨¦s, me hiere muy profundamente. Mi cu?ada, cuando vio que iba a ser detenida, en vez de pensar en ponerse a salvo, primero se preocup¨® de advertir a su hermana peque?a y ordenarle que ella, los padres y el resto de la familia se escondieran para luego cruzar la frontera en direcci¨®n a Suiza. Esa gesti¨®n, ese pensar en los dem¨¢s, hizo que a ella s¨ª la hicieran prisionera, pero que los dem¨¢s escapasen. Un d¨ªa, mientras hablaba con mi cu?ada, esa hermana peque?a nos interrumpi¨® y fue entonces cuando le ped¨ª si alguna vez le hab¨ªa dado las gracias a su hermana mayor porque si segu¨ªa con vida se lo deb¨ªa a ella. Pero en honor a la verdad he de decir que mis nietos s¨ª quieren saber y me preguntan. Para mi marido todo eso es dif¨ªcil. No soporta pensar en lo que yo he vivido.
La detenci¨®n a los 16 a?os, la separaci¨®n -que ser¨¢ definitiva- de su padre, el arquitecto Andr¨¦ Jacob; los golpes, las humillaciones, el hambre, la enfermedad y el descubrir la maldad, una maldad ideol¨®gica absoluta, todo eso era Auschwitz. Y la muerte. En masa. Como ¨²nico horizonte. A 16 a?os tuvo que afrontar todo eso. Recuerda a¨²n la terrible marcha a que les obligaron los nazis para trasladar a los supervivientes de Auschwitz, un campo demasiado pr¨®ximo al frente, a otro recinto de alambradas y barro.Recuerdo cuando nos sacaron de Auschwitz. Por la noche ve¨ªamos el resplandor del frente y se escuchaba perfectamente el retumbar de los ca?ones del Ej¨¦rcito Rojo. Primero nos llevaron a Mauthausen y, como all¨ª no cab¨ªamos, a Dora, donde dejaron a los hombres mientras a las mujeres nos llevaban a Bergen-Belsen. Durante el viaje muri¨® m¨¢s de la mitad de la expedici¨®n, todo aquello era absurdo? Se ha hablado del inter¨¦s econ¨®mico ligado al exterminio de los jud¨ªos, de los beneficios que sacaban de emplearnos como mano de obra, pero todo eso no es cierto. En Auschwitz me obligaban a trasladar piedras de un sitio a otro para luego devolverlas al lugar de origen. ?D¨®nde est¨¢ la rentabilidad econ¨®mica de ese trabajo? O nos ordenaban sacar todas las piedras y piedrecitas de un terreno, como si aquello debiera convertirse en una pista de tenis. En Grecia se deport¨® a los miles de jud¨ªos que viv¨ªan en Sal¨®nica, pero luego hubo soldados que se entretuvieron yendo, isla por isla, para detener y deportar a los pocos jud¨ªos que viv¨ªan en ellas. ?Qu¨¦ l¨®gica militar o econ¨®mica hay en ello? Los jud¨ªos parisienses capturados durante la llamada razia del Vel¨®dromo de Invierno eran pobres, gente emigrada de centro-Europa, cuya mayor riqueza fue tener una m¨¢quina de coser.
Hitler es un delirio criminal a gran escala, tan planificado como absurdo?
"La dimensi¨®n espec¨ªfica del genocidio jud¨ªo no siempre se quiere comprender. Recuerdo que, entre 1950 y 1951, viv¨ª con mi esposo en Alemania, y unos vecinos nos contaban, a modo de excusa, que los franceses, durante la guerra de los Treinta A?os (1618-1648), que fue una guerra europea, hab¨ªan cometido muchas maldades. ?Pero aquello, por muy terrible que fuera, era la guerra! Cuando, durante la razia del Vel¨®dromo de Invierno (16-17 de julio de 1942), en Par¨ªs, se detiene a familias enteras, se separa a las madres de sus hijos, todo eso no tiene nada que ver con la guerra. Es una atrocidad de otro tipo. La humanidad ha conocido grandes cat¨¢strofes, cruzadas, guerras de religi¨®n, esclavismo; pero lo que hizo Hitler, la raz¨®n meramente ideol¨®gica que le empujaba, todo eso no tiene igual. Hay un momento en que parece que para ¨¦l es m¨¢s importante acabar con todos los jud¨ªos que ganar la guerra. Es m¨¢s, la exterminaci¨®n jud¨ªa va en detrimento de las exigencias militares. Los trenes que ten¨ªan que haber servido para trasladar soldados o material b¨¦lico, a veces estaban ocupados por convoyes de deportados.
Cuando regres¨® a Francia y a los estudios no quiso ser arquitecto, como su padre, o m¨¦dico, como la hermana admirada de su padre. ?Qu¨¦ la llev¨® a elegir la carrera de leyes?
Eleg¨ª la carrera de Derecho sin que hubiese tradici¨®n de hombres de leyes en la familia. Es m¨¢s, mi padre consideraba que los abogados eran unos charlatanes. Pero yo ten¨ªa una idea rom¨¢ntica de la abogac¨ªa, quer¨ªa defender a las viudas y a los huerfanitos. Luego, cuando me cas¨¦, como mi marido era abogado, yo me dediqu¨¦ a la magistratura. ?l entr¨® muy pronto en pol¨ªtica y yo me mantuve al margen, trabajando durante siete a?os en la Administraci¨®n penitenciaria. M¨¢s tarde particip¨¦ en la redacci¨®n de la reforma del C¨®digo Civil, y en 1966 me pidieron que participase en otra reforma, la de la ley de adopci¨®n. Cuando Giscard vino a buscarme para pedirme que entrase en el Gobierno lo hizo porque hab¨ªa prometido femineizar su equipo y porque le resultaba m¨¢s f¨¢cil encontrar mujeres en la Administraci¨®n o la sociedad civil que dentro del mundo pol¨ªtico, que era casi exclusivamente masculino. En ese momento yo ocupaba la Secretar¨ªa del Consejo Superior de la Magistratura.
Su popularidad, como la del discurso centrista, en Francia nunca se ha traducido en votos. ?Por qu¨¦?
Mi postura y la de los pol¨ªticos centristas durante la V Rep¨²blica est¨¢ determinada por las caracter¨ªsticas de las instituciones, con un presidente que tiene un gran poder y que necesita para ejercerlo que en la Asamblea Nacional haya una amplia mayor¨ªa que le sea favorable. El papel del centro, como aliado eventual de unos y otros, es imposible en la V Rep¨²blica. Con mi esposo hemos creado un club, el club Vauban -que s¨®lo admite a pol¨ªticos, pero en el que nos encontramos los centristas, los gaullistas, los dem¨®crata-cristianos, los socialistas? todo el espectro pol¨ªtico franc¨¦s, con excepci¨®n hecha de la extrema derecha y los comunistas-, para discutir de temas sin cortapisas, sabiendo que el debate no saldr¨¢ de los salones del club. A la extrema derecha no la invitamos por la raz¨®n obvia de que no cree en la democracia, y a los comunistas porque nunca han sido europe¨ªstas y la convicci¨®n a favor de la construcci¨®n de Europa es otra exigencia para poder pertenecer al club. En esas discusiones, los centristas nos damos cuenta del papel que podr¨ªamos jugar en otro contexto, pues tenemos mucho en com¨²n con el ala m¨¢s progresista de la derecha y con los socialistas m¨¢s moderados. Europa es una de las piedras de toque de la pol¨ªtica francesa, una cuesti¨®n que divide en el interior de cada campo, pero que supera a los partidos.
Ese marginar a extrema derecha y comunistas ?no significa que equipara ambos discursos bajo la etiqueta de totalitarismo?
La equiparaci¨®n entre nazismo y comunismo me parece un error. Bajo la etiqueta totalitaria se ocultan dos ideolog¨ªas bien distintas. En el caso del nazismo, lo que domina es la fuerza racista, antisemita, nacionalista o de maldad, mientras que la ideolog¨ªa comunista est¨¢ inspirada en la voluntad de mejorar el mundo repartiendo la riqueza. Otra cosa es que los reg¨ªmenes pol¨ªticos surgidos de esas dos voluntades opuestas hayan acabado siendo estados policiacos. Yo tengo y he tenido muy buenos amigos comunistas. Es triste ver tanta gente de buena voluntad equivocarse con el comunismo, tener que leer el testimonio de tantos antiguos militantes que no quer¨ªan ver la realidad, que no les parec¨ªa suficiente prueba lo que suced¨ªa en la URSS, ni la represi¨®n desatada por Stalin en los a?os treinta, ni los procesos de Mosc¨² y Praga, ni la invasi¨®n de Budapest?
Tambi¨¦n debi¨® suponer un cierto desencanto para la civilizad¨ªsma madame Veil, que casi debutaba como parlamentaria, tener que escuchar comparaciones demag¨®gicas e improcedentes de parte de quienes la criticaban por proponer una ley para regular el aborto. Entre sus detractores hubo uno que se atrevi¨® a decirle que su ley equivaldr¨ªa a tirar los embriones al horno crematorio o la c¨¢mara de gas.
Usted pretende que su ley de 1974 despenalizando el aborto es de menor alcance que la presentada por el diputado Lucien Neuwirth en 1967 y que supuso la legalizaci¨®n de la p¨ªldora anticonceptiva.
Es verdad que la ley Neuwirth es m¨¢s importante, desde un punto de vista cultural, que la ley que lleva mi nombre. Lucien Neuwirth hizo aprobar en 1967 la ley que permit¨ªa la venta de la p¨ªldora anticonceptiva. Desde un punto de vista simb¨®lico, la legalizaci¨®n del aborto puede que haya tenido mucho m¨¢s impacto, pero desde una perspectiva hist¨®rica y filos¨®fica el poder disponer libremente de anticonceptivos es important¨ªsimo para la mujer. ?Y para el hombre! A partir de aquel d¨ªa, es la mujer la que decide si quiere o no tener hijos. Los integristas de todas las religiones y los machistas recalcitrantes no se equivocaban al combatir la liberalizaci¨®n de la p¨ªldora, pues para ellos eso significa que pierden el poder y el control sobre la familia, que ya no son los propietarios del cuerpo de la mujer. En su momento, durante la discusi¨®n de la ley sobre la interrupci¨®n voluntaria del embarazo, recib¨ª muchos insultos, me trataron de asesina, me dijeron cosas terribles y totalmente fuera de lugar. S¨®lo respet¨¦ las objeciones de las personas sinceramente creyentes, para las que la vida humana empieza en el momento mismo de la concepci¨®n. Es un punto de vista que puede defenderse y he hablado sobre la cuesti¨®n con ginec¨®logos, he asistido a congresos de especialistas y he reflexionado mucho sobre ello. Pero el pol¨ªtico ha de decidir, arbitrar entre dos soluciones o dos problemas, ha de escoger entre el drama humano de muchas mujeres y los problemas de conciencia individuales. En mi ley, las instituciones, m¨¦dicos y enfermeras que por razones de conciencia no quer¨ªan realizar un aborto quedan liberadas de toda obligaci¨®n. En cualquier caso, el mundo cambia muy deprisa y hoy el quedar embarazada sin estar casada no es ning¨²n drama y tener un hijo y criarlo sola no es nada extraordinario. Hay mucha hipocres¨ªa entre la gente que criticaba el aborto; que no lo quer¨ªan en Francia, pero, cuando lo necesitaban, iban a Gran Breta?a. Claro, eso quedaba para las mujeres mejor informadas, m¨¢s libres y con m¨¢s recursos. Y tambi¨¦n es importante se?alar que hoy los padres son mejores como tales. No s¨®lo porque cambian los pa?ales o preparan biberones, sino porque son m¨¢s responsables respecto a la vida de los hijos en todos sus aspectos. Hoy, cuando se discute la custodia de los hijos en caso de divorcio o separaci¨®n, nadie puede menospreciar las razones del padre para poder participar en la educaci¨®n y cuidado de los mismos.
Dice que a¨²n se sorprende cuando mujeres -y hombres- la paran por la calle para darle las gracias por lo que ha hecho. Le satisface que el treinta aniversario de su ley haya tenido mayor eco que el vig¨¦simo. Probablemente hac¨ªa falta que pasara el tiempo para que se cicatrizasen las heridas, para poder recordar el debate y la evoluci¨®n de la legislaci¨®n relativa a la mujer a lo largo del siglo XX, un siglo que no s¨®lo le negaba el voto, el derecho a abrir una cuenta corriente o a vivir por su cuenta, sino que tambi¨¦n prohib¨ªa a los m¨¦dicos que informasen a las mujeres de la existencia del m¨¦todo Ogino.
Lo cierto es que la vida va muy deprisa, que el mundo cambia a una velocidad cada vez mayor. Hace diez a?os, si nos hubieran dicho que Espa?a iba a aprobar una ley legalizando el matrimonio entre personas del mismo sexo nos habr¨ªa parecido utop¨ªa. Los de mi generaci¨®n lleg¨¢bamos a la adolescencia creyendo que las ni?as nac¨ªan entre rosas y los ni?os debajo de las coles. Tengo 12 nietos, la peque?a acaba de cumplir los 10 a?os y el otro d¨ªa me llam¨® porque en su clase hab¨ªa estado discutiendo con sus compa?eras sobre el l¨ªmite para la interrupci¨®n voluntaria del embarazo, pues unas sosten¨ªan que era, cuando se vot¨® la primera ley, de 10 semanas, y otro grupo pretend¨ªa que la frontera estaba en las 12 semanas. ?En la escuela hablan de la ley del aborto a una edad en la que yo no sab¨ªa de d¨®nde ven¨ªan los ni?os!
?No considera que la UE hubiera debido modificar sus reglas de funcionamiento y haberse fijado objetivos pol¨ªticos claros antes de proceder a su ampliaci¨®n al Este?
En el caso de la ampliaci¨®n de la UE he de decir que yo siempre he sido favorable a la misma. Recuerdo que en 1989 estaba en Barcelona en una reuni¨®n euromediterr¨¢nea, cuando nos hicieron llegar un telegrama que dec¨ªa que acababa de caer el muro de Berl¨ªn. Lo comunicamos a la sala y todos nos abrazamos emocionados. Y en medio de nuestra alegr¨ªa descubrimos el des¨¢nimo que se hab¨ªa apoderado de golpe de los africanos. Comprendieron enseguida que, a partir de ese momento, el inter¨¦s de la UE iba a centrarse mucho m¨¢s en el Este que en el Sur, que ¨ªbamos a olvidarles de nuevo. Ten¨ªan buena parte de raz¨®n, pero la ca¨ªda del muro supon¨ªa el regreso a Europa de pa¨ªses que hab¨ªan pagado muy cara la divisi¨®n del mundo acordada en Yalta. Durante a?os, los europeos del Oeste y los americanos hab¨ªamos estado derramando l¨¢grimas de cocodrilo por esos pa¨ªses, compadeci¨¦ndoles pero sin hacer nada sustancial para liberarles de la ocupaci¨®n sovi¨¦tica. La ampliaci¨®n al Este era algo que les deb¨ªamos. Puestos a lamentar, lo que s¨ª me parece una l¨¢stima es que la ex Yugoslavia, antes de dividirse, no hubiera podido entrar en la UE. Se habr¨ªa evitado la guerra.
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