La cuna del exilio
Un total de 597 ni?os, la mayor¨ªa hijos de republicanos espa?oles, nacieron en una maternidad de la localidad francesa de Elna entre 1939 y 1944. Una joven maestra suiza, Elisabeth Eidenbenz, cre¨® all¨ª una isla de humanidad en medio de una Europa en guerra.
Dicen que dio la vida a 597 ni?os, la mayor¨ªa hijos de republicanos espa?oles. Que los libr¨® de la muerte. Por eso, 52 ayuntamientos, varias asociaciones y universidades catalanas solicitan para ella la Cruz de Sant Jordi. Dicen que es generosa, discreta; que nunca crey¨® que aquello fuera m¨¦rito suyo.
Suena una voz en¨¦rgica al otro lado del tel¨¦fono, en Viena. "No fui yo. No fue m¨¦rito m¨ªo. Yo s¨®lo fui una pieza m¨¢s del engranaje", se oye decir casi inmediatamente. "Todos, las enfermeras, las madres, los miembros de mi asociaci¨®n y de otras? Todos lo hicimos posible en ese tiempo tan dif¨ªcil, entre una guerra reciente en Espa?a y una segunda a¨²n m¨¢s dura en Europa". Habla con gusto Elisabeth Eidenbenz (92 a?os, suiza) del periodo entre 1939 y 1944, cuando ella, una joven maestra, comprometida, optimista, que trabajaba para la Asociaci¨®n de Ayuda a los Ni?os en Guerra, sac¨® adelante un proyecto humanitario muy poco conocido: dirigi¨® una maternidad en Elna, un pueblo del sureste de Francia. Buscaba y recog¨ªa a las embarazadas de los campos de internamiento habilitados por los franceses para el medio mill¨®n de republicanos obligados al exilio; esa masa humana que sali¨® en forma desesperada de Espa?a entre el 27 de enero y el 12 de febrero de 1939 empujada por las tropas franquistas. Elisabeth las llevaba a parir a su casa, las cuidaba; les insuflaba energ¨ªa, ganas. "Mi mayor satisfacci¨®n es que el lugar se convirtiera en una isla de paz en medio del infierno; en una bombona de ox¨ªgeno para tirar hacia adelante, para seguir viviendo", dice. Y la imaginamos con el pelo blanqu¨ªsimo y corto, las gafas sujetas con cordones, la piel sonrosada, los ojos bien vivos, tal y como se la ve en las fotos actuales. "F¨ªsicamente no me puedo quejar, y afortunadamente mi cabeza sigue en orden", se r¨ªe.
"Estaba en el s¨¦ptimo mes cuando se acerc¨® una se?ora suiza y me dijo que me iba a llevar a un lugar a parir"
"No es usual encontrar episodios, en un contexto b¨¦lico, con final feliz. La maternidad de Elna era la excepci¨®n"
"No se rend¨ªa jam¨¢s. Si los gendarmes ven¨ªan a por una madre, se cuadraba y les gritaba: '?Esto es Suiza!"
Adela Aguado, Alberto ?lvarez, Matilde Alcaire, Isabel Malagrassa, Lidia Alarc¨®n, ?ngel Vaquero, Francisco Cruzado, Conchita Rovira, Azucena Baquero, Faustino Bretos, Juan Mund, Teresa Abalia, Sonia Ugalde, Rosita Murillo, Jos¨¦ Valero, Ricardo Ros, Isabel Cartana? Son algunos nombres de los 597 de la lista. "Cada alumbramiento era un acontecimiento para cada uno de nosotros", dice Elisabeth.
As¨ª, beb¨¦ tras beb¨¦, durante cuatro a?os. Y todos -que hoy tienen entre 60 y 65- comparten algo, aunque quiz¨¢ muchos a¨²n no lo sepan: haber abierto por vez primera los ojos en las habitaciones acogedoras de la casa que Eidenbenz habilit¨® para recibirlos (grandes ventanales, vista a los Pirineos, jard¨ªn frondoso, balaustradas, escalinatas?) con la ayuda de comadronas suizas, de mujeres embarazadas, de reci¨¦n paridas que se afanaban en las tareas de mantenimiento. Tienen en com¨²n el haber sobrevivido cuando -meses despu¨¦s de la Guerra Civil- la mortalidad de los reci¨¦n nacidos en los campos franceses superaba el 90%; cuando sus padres, hacinados, hambrientos, derrotados f¨ªsica y moralmente, esperaban a¨²n tiempos mejores internados en condiciones precarias en Argelers, Ribesaltes, El Barcar¨¦s, St. Cebri¨¤?
"Est¨¢bamos en un campo de concentraci¨®n en la playa de Argelers, rodeados de alambrada y arena. Era febrero de 1939, hac¨ªa un fr¨ªo horrible y soplaba una tramontana que no nos dejaba caminar, y menos en la arena. Hab¨ªa que sujetarse unos a otros para mantenerse en pie?", recuerda Mar¨ªa Garc¨ªa, que pari¨® en la maternidad a su hijo Felipe S¨¢ez el 24 de marzo de 1940 y se qued¨® all¨ª ayudando durante dos a?os. "Me ve¨ªa capaz de pasar hambre, sed, fr¨ªo y todas las vejaciones que vinieran, pero que muriese mi beb¨¦? Me encontraba en el s¨¦ptimo mes de embarazo cuando se me acerc¨® una se?ora suiza y me dijo que me iba a llevar a un lugar a tenerlo?".
"En el campo hab¨ªa una madre que no ten¨ªa leche, y el ni?o lloraba de hambre d¨ªa y noche. Cuando se agotaba de tanto llorar, se dorm¨ªa, y ella le proteg¨ªa con su cuerpo. Las mantas estaban todas mojadas de aquellos d¨ªas tan duros de febrero. Cuando sal¨ªa el sol, la madre enterraba al beb¨¦ en la arena para que ¨¦sta le sirviera de abrigo. Pero al cabo de unos d¨ªas, el ni?o muri¨® de hambre y fr¨ªo. Yo estaba embarazada, y s¨®lo de pensar que mi hijo nacer¨ªa en aquel infierno, me desesperaba? Hasta que un d¨ªa me encontr¨¦ a la se?orita Elisabeth; mejor dicho, ella me encontr¨® a m¨ª. Y me propuso ir a parir en una maternidad situada en Elna, en el Rossell¨®. El d¨ªa que naci¨® mi hijo en la sala de partos de la maternidad no pude reprimir las l¨¢grimas. Todos pensaban que lloraba de emoci¨®n, s¨®lo yo sab¨ªa que lo hac¨ªa por el ni?o enterrado en la arena de Argelers", cuenta Merc¨¨ Dom¨¦nech.
Estos testimonios est¨¢n recogidos en el libro La maternitat d'Elna, bressol dels exiliats, de Assumpta Montell¨¤ i Carlos, publicado por la editorial Ara Llibres. En ¨¦l se narra la historia de la maternidad, se desvela la personalidad de su directora, se recogen las vivencias de algunas de aquellas madres que nunca han olvidado, y de sus hijos, que saben por ellas de lo sucedido y han regresado al lugar de los hechos para atesorar detalles; para cerrar, quiz¨¢, un c¨ªrculo, el de su vida, el de su memoria.
A Montell¨¤ le apasion¨® siempre lo sucedido en el ¨¦xodo republicano. "Hay en su trabajo, profundo y humano, un aspecto fundamental: su inter¨¦s por la historia es paralelo a su afici¨®n por conocer la geograf¨ªa y todos los rincones del pa¨ªs, como tambi¨¦n por aproximarse a la gente que encuentra", apunta Josep Maria Sol¨¦ y Sabat¨¦, catedr¨¢tico de la Universidad de Bellaterra, donde ella estudi¨® historia. Esta mujer nacida en Matar¨® en 1958, que comenz¨® madura en la universidad, gusta de recopilar informaci¨®n, referencias, an¨¦cdotas del exilio; gusta de hablar con unos y otros? Y en la zona, a ambos lados de los Pirineos, la gente mayor, los ¨²ltimos de aquella generaci¨®n que lo vivi¨® todo en directo, hablan con sumo gusto de aquellos tiempos. Cuentan, recuerdan, describen?
Y entonces pas¨® lo que ten¨ªa que pasar: un buen d¨ªa cay¨® en manos de Montell¨¤ una postal con remite de la maternidad de Elna; otro, alguien le habl¨® de que estaba regentada por una joven suiza; otro, que aquel lugar lleg¨® a ser territorio neutral, diplom¨¢tico, en medio de la guerra? Y all¨ª estaba tambi¨¦n Miquel Torner, de la asociaci¨®n Marxaires Matar¨®-Canig¨® (que han conseguido convertir la llamada ruta del exilio, el Camino del Norte, en un sendero GR, el 83, en su af¨¢n por "establecer lazos de amistad y confraternidad entre catalanes y catalanas a ambos lados de la frontera"), incansable. "Hay una historia? de una antigua maternidad", le dec¨ªa y le repet¨ªa Torner, historiador autodidacto, coleccionista de testimonios del exilio? Imposible resistir. "No es habitual encontrar episodios, en un contexto b¨¦lico, que tengan un final feliz, pero la maternidad de Elna era la excepci¨®n que confirmaba la regla", dice Montell¨¤.
Sin embargo, toparse con la historia de este peque?o centro de partos no es algo inusual. Les sucede a muchos visitantes de la zona (as¨ª le sucedi¨® a EPS) gracias al empe?o por divulgarla de algunos vecinos de Elna y otros pueblos cercanos, de La Menera o Prats de Moll¨®, all¨ª donde los recuerdos de lo sucedido en aquel tiempo siguen vivos. Entre los m¨¢s activos se encuentran Irene Su?¨¦ y Serge Barba, presidente de FFREEE (hijos e hijas de republicanos del ¨¦xodo espa?ol), nacido en la maternidad. O el mism¨ªsimo alcalde de la localidad, Nicol¨¢s Garc¨ªa, nieto de republicanos, empe?ado siempre en convertir el palacete en propiedad de todos, en s¨ªmbolo de la solidaridad internacional. "El 14 de julio pasado se celebr¨®, en un acto oficial, la adquisici¨®n de la maternidad por la villa de Elna. Para el alcalde era imprescindible comprar el edificio para conservar la memoria de un hecho humanitario excepcional. El proyecto incluye atender, con ayuda de la Cruz Roja Suiza, a madres e hijos exiliados, y quiz¨¢ organizar un espacio de formaci¨®n para los que se dedican a la ayuda humanitaria", comenta Barba.
Y lo sucedido lo cuenta la misma Elisabeth: "En 1936 yo formaba parte de los movimientos sociales suizos que observaban con inquietud el sufrimiento de la poblaci¨®n civil espa?ola". Franco rechaz¨® toda ayuda internacional en la zona ocupada. "Por tanto, dimos prioridad a la poblaci¨®n civil de Madrid, Valencia y Catalu?a". La asociaci¨®n, fundada en los Pa¨ªses Bajos tras la I Guerra Mundial, de fuertes convicciones religiosas y con clara vocaci¨®n pacifista y de servicio (crear las bases de solidaridad entre los pueblos que impidiera guerras futuras era su objetivo), recoge alimentos y ropa, abre cuartel general en Burjassot (Valencia) y env¨ªa camiones y voluntarios. As¨ª llega Elisabeth Eidenbenz en abril de 1937.
Tras dos a?os de intensa actividad -con evacuaciones constantes entre Madrid y Valencia, suministros de alimentos, apertura de comedores infantiles y puesta en marcha de un sistema de apadrinamiento para los chavales que result¨® pionero-, los voluntarios suizos, noruegos, suecos, etc¨¦tera, "forman parte en 1939 de la riada humana" que se dirige a Francia. Una vez al otro lado, dado el horror que espera tambi¨¦n all¨ª a los exiliados, de nuevo manos a la obra: buscar por los campos atestados e infectos a los ni?os apadrinados y dispersos -"no encontrarlos, dejarles all¨ª era dejarles morir"-, abrir un edificio para atenderles. Lo consiguen en Brull¨¤. Y deciden que Elisabeth se quede a cargo del servicio maternal. Sola.
"Era la primera vez que actuaba como responsable ¨²nica de un servicio; no sab¨ªa si lo conseguir¨ªa". Ella era maestra, no hab¨ªa presenciado ni asistido nunca a un parto. Dieciocho ni?os nacen en la casa de Brull¨¤. Pero el lugar se queda peque?o. "Cuando iba al mercado de Elna, cada mi¨¦rcoles, se fijaba en un palacete rural junto a la carretera; era el castillo de Bardou. Parec¨ªa deshabitado, pero bien conservado? Ten¨ªa una c¨²pula de vidrio, tres pisos, un aire rom¨¢ntico; rodeado de frutales, orientado al mediod¨ªa?", escribe Montell¨¤, fascinada con la entereza de Elisabeth. Se necesitaban 30.000 francos suizos para restaurar la casa. Mucho dinero. Pero la central suiza acepta. Se repara el tejado, se arregla lo el¨¦ctrico y se empieza a funcionar. El primer beb¨¦ nace el 7 de diciembre de 1939. Su nombre: Jos¨¦ Molina.
Un d¨ªa de 2004, Montell¨¤ hizo lo mismo que 65 a?os antes hab¨ªa hecho Elisabeth. Se acerc¨® a contemplar el palacete de Elna. Lo observ¨® en silencio desde la verja. Durante un largo rato. "Aquel lugar desprend¨ªa energ¨ªa", dice. Aquello le decidi¨® a aceptar el reto. Investigar¨ªa su historia. Comenzaron entonces las consultas a Internet, a las hemerotecas; las conversaciones y contactos con hijos (casi dos centenares ha conocido) y madres? Y lo fundamental: la visita a Elisabeth, residente en Rekawinkel, cerca de Viena. "Ella puso a mi disposici¨®n todo su archivo de fotos, documentos, cartas? Todo clasificado por fechas, nombres, conceptos? Ah¨ª descubr¨ª la capacidad organizativa de esta mujer, algo que le sirvi¨® mucho en sus a?os de directora".
"De aquel castillo en el cual pod¨ªa sentirme orgulloso de haber nacido, mi madre siempre dijo que era como un oasis, mi primer para¨ªso pleno de toronjas y otras especies, de luz y de ternura", apunta Rub¨¦n Oliva, hijo de Remei Oliva, nacido en la maternidad en enero de 1940. Para el avituallamiento del centro utilizan los corredores sanitarios de la Cruz Roja Internacional. As¨ª les llega la leche condensada y en polvo, el chocolate, los quesos, las conservas, la harina para lactantes, el az¨²car, el arroz? Y los utensilios necesarios, de biberones a medicinas. El material textil procede de colectas. Una asociaci¨®n noruega aporta una m¨¢quina de coser. La escuela de enfermer¨ªa suiza manda dos o tres profesionales cada seis meses. Algunos internos de los campos se ocupan de la huerta, de los frutales, de los animales? "La cocina era preciosa, inmensa; por la casa hab¨ªa mesas grandes que serv¨ªan para todo. Las mujeres ayudaban, cada una hac¨ªa algo seg¨²n su estado: unas se ocupaban del suelo; otras, de la cocina, de coser?", cuenta Elisabeth al otro lado.
Ella gestiona con las autoridades francesas los permisos necesarios y negocia los protocolos de actuaci¨®n del personal de la maternidad en los campos -"esto nos permit¨ªa trabajar con una cierta autonom¨ªa respecto a sus normas"-; habilita en ellos barracas, un espacio de transici¨®n para las futuras madres. "Era un paso importante para aclimatarse f¨ªsica y psicol¨®gicamente". Algo que permit¨ªa recibir mejor alimentaci¨®n, un poco de atenci¨®n? Privilegios para quienes estaban tan necesitadas de ellos. En 1940 nacen 145 beb¨¦s en la maternidad; en 1941, 218. Se atienden, de media, 20 partos mensuales. "Y no, no hab¨ªa m¨¦dicos; alguna vez contamos con alg¨²n doctor, pero no lleg¨® a funcionar. Nuestras matronas eran muy experimentadas", sigue la directora. Todo lo hac¨ªan ellas, mujeres solas en un mundo en guerra. "Mujeres que luchaban hace d¨¦cadas por la igualdad de g¨¦nero, por la no violencia, por la educaci¨®n, por la libertad?", escribe Montell¨¤. "El triunfo de la vida por encima de la muerte", apunta Josep Maria Sol¨¦ y Sabat¨¦ en la introducci¨®n de su obra.
El libro de esta catalana, sin embargo, no es el primer trabajo que narra las vicisitudes de la maternidad. Una pel¨ªcula de Frederic Goldbronn de 2002 recoge el emocionado encuentro de madres e hijos con Elisabeth, con motivo del homenaje que los vecinos de Elna le organizaron a la maestra suiza. ?sta regres¨® emocionada al lugar. "Hab¨ªa pasado por Elna ya antes, en los sesenta, en un viaje a Espa?a", afirma. Entonces, nost¨¢lgica, hab¨ªa mirado la casa desde fuera, desde la reja. En este filme aparecen im¨¢genes de las madres espa?olas de aquel tiempo, con peinados y vestidos de la ¨¦poca, rodeadas de cubos y palanganas, acunando a sus criaturas o a las ajenas, cambi¨¢ndoles de muda, acost¨¢ndoles, preparando comidas, cosiendo, paseando, riendo?
Se ve a ni?os desnutridos, enfermos, encontrados vagando por los campos de concentraci¨®n. Y a otros m¨¢s felices, dentro de la maternidad, durmiendo pl¨¢cidamente en canastos con mosquiteras colocados delante de las ventanas, bajo la luz primaveral; all¨ª comen, juegan, se disfrazan? Aparecen las enfermeras suizas, impolutas, bien peinadas, posando en grupo? Se ve a Elisabeth con el uniforme, un pichi impecable, blanco brillante, con camisa abotonada hasta el cuello; peinada con esmero; la mirada segura, directa.
Los hijos se emocionan cuando escuchan narrar a sus madres sus vivencias. Rub¨¦n Oliva se cubre los ojos cuando la suya, Remei, describe su caja de hilos de colores, el ¨²nico objeto que ella, modista en Badalona, hab¨ªa corrido a salvar en el momento de la retirada. "Venimos de Francia, Espa?a, M¨¦xico, de todo el mundo, para agradecerle el riesgo que usted corri¨® por nosotros", le dice a Elisabeth Anito Tropper, al que ella vio nacer en febrero de 1943. "Oh, no, no fue ning¨²n riesgo; mi conciencia me dec¨ªa lo que deb¨ªa hacer". "Estamos aqu¨ª para honrarla", sigue ¨¦l. "Son tantas cosas de las que ya no me acuerdo", responde ella. "Descuide, que yo me acordar¨¦ siempre por usted", afirma Tropper emocionado.
Las mujeres que lo vivieron recuerdan el buen ambiente del centro, y destacan el estilo tan personal de Elisabeth, quien, "sin interferir en cada ideolog¨ªa, pol¨ªtica o religiosa, y manteni¨¦ndose fiel al reglamento interno a favor de la neutralidad, consideraba un elemento prioritario del funcionamiento diario la organizaci¨®n de peque?as celebraciones de aniversario, Navidad, Reyes?, e involucrar al personal y a las madres. Consideraba muy importante el aspecto emotivo". Remei recuerda as¨ª las sorpresas de la cena de Navidad de 1940: "Todo aquello era digno de reinas, y nosotras no ten¨ªamos nada para ofrecer a cambio". Joana Pasqual, que se qued¨® a trabajar all¨ª, al lado de Elisabeth, dice que la directora era incansable. "No se rend¨ªa jam¨¢s. Se cuadraba ante los gendarmes cuando ven¨ªan a por una madre para devolverla al campo, y si ella cre¨ªa que a¨²n no era el momento les gritaba: '?Esto es Suiza!". Era seria, pero con sentido del humor. Y le pon¨ªa nombre a todo: "Al coche lo llamaba Rocinante; a las habitaciones, como ciudades espa?olas, y a la sala de partos le dec¨ªa Marruecos, porque dec¨ªa que siempre lo ve¨ªa negro cuando entraba".
Hubo tambi¨¦n momentos malos, epidemias de gripe, separaciones, necesidades materiales? Tras un a?o de actividad qued¨® claro que se precisaban m¨¢s fondos para subsistir. Se recupera entonces el sistema de apadrinamientos, se aceptan ayudas de particulares (como el m¨²sico Pau Casals), y finalmente la asociaci¨®n se fusiona con la Cruz Roja en enero de 1942. Pero las dificultades verdaderas estaban por llegar. Los alemanes ocupan el sur de Francia en noviembre de 1942 y persiguen a los jud¨ªos para deportarlos. "Encontrar el equilibrio entre la propia conciencia y el compromiso con la direcci¨®n de la Cruz Roja Suiza. ?D¨®nde estaba el l¨ªmite entre salvar vidas y obedecer ¨®rdenes?", se pregunta Montell¨¤.
"Ella no les pod¨ªa ayudar siempre", dice Pasqual, "deb¨ªa mirar por el bien general. A veces ven¨ªan a por ni?os jud¨ªos y no pod¨ªa hacer nada. Por eso, cuando los registraba en el Ayuntamiento, camuflaba los nombres para que cuando los nazis revisaran las listas no los identificaran". Entre todas escond¨ªan a los peque?os jud¨ªos bajo sus faldas. Uno de ellos fue Guy Eckstein, hoy diplom¨¢tico de la ONU; otro, Wladimir Zandt, profesor de la Universidad de Par¨ªs? As¨ª uno y otro, uno tras otro. El ej¨¦rcito alem¨¢n cerr¨® el edificio en la Pascua de 1944. Elisabeth sigui¨® con su dedicaci¨®n en otro lugar, en otro tiempo. "Pero, es verdad, la maternidad ha sido la mayor de mis tareas", dice. "Mi madre me dio la vida; ella, la esperanza en el g¨¦nero humano", asegura hoy Barba. "Despu¨¦s de 65 a?os es injusto e inexplicable el olvido de esta historia", concluye Assumpta Montell¨¤, investigadora, para siempre ya, del exilio.
'La maternitat d'Elna, bressol dels exiliats', se edita el 14 de octubre en Ara Llibres. M¨¢s informaci¨®n en el correo: maternitat.elna@gmail.com.
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