Dec¨¢logo del populismo iberoamericano
El populismo en Iberoam¨¦rica ha adoptado una desconcertante amalgama de posturas ideol¨®gicas. Izquierdas y derechas podr¨ªan reivindicar para s¨ª la paternidad del populismo, todas al conjuro de la palabra m¨¢gica: "pueblo". Populista quintaesencial fue el general Juan Domingo Per¨®n, quien hab¨ªa atestiguado directamente el ascenso del fascismo italiano y admiraba a Mussolini al grado de querer "erigirle un monumento en cada esquina". Populista posmoderno es el comandante Hugo Ch¨¢vez, quien venera a Castro hasta buscar convertir a Venezuela en una colonia experimental del "nuevo socialismo". Los extremos se tocan, son cara y cruz de un mismo fen¨®meno pol¨ªtico cuya caracterizaci¨®n, por tanto, no debe intentarse por la v¨ªa de su contenido ideol¨®gico, sino de su funcionamiento. Propongo 10 rasgos espec¨ªficos.
1) El populismo exalta al l¨ªder carism¨¢tico. No hay populismo sin la figura del hombre providencial que resolver¨¢, de una buena vez y para siempre, los problemas del pueblo. "La entrega al carisma del profeta, del caudillo en la guerra o del gran demagogo", recuerda Max Weber, "no ocurre porque lo mande la costumbre o la norma legal, sino porque los hombres creen en ¨¦l. Y ¨¦l mismo, si no es un mezquino advenedizo ef¨ªmero y presuntuoso, 'vive para su obra'. Pero es a su persona y a sus cualidades a las que se entrega el discipulado, el s¨¦quito, el partido".
2) El populista no s¨®lo usa y abusa de la palabra: se apodera de ella. La palabra es el veh¨ªculo espec¨ªfico de su carisma. El populista se siente el int¨¦rprete supremo de la verdad general y tambi¨¦n la agencia de noticias del pueblo. Habla con el p¨²blico de manera constante, atiza sus pasiones, "alumbra el camino", y hace todo ello sin limitaciones ni intermediarios. Weber apunta que el caudillaje pol¨ªtico surge primero en los Estado-ciudad del Mediterr¨¢neo en la figura del "demagogo". Arist¨®teles (Pol¨ªtica, V) sostiene que la demagogia es la causa principal de "las revoluciones en las democracias" y advierte una convergencia entre el poder militar y el poder de la ret¨®rica que parece una prefiguraci¨®n de Per¨®n y Ch¨¢vez: "En los tiempos antiguos, cuando el demagogo era tambi¨¦n general, la democracia se transformaba en tiran¨ªa; la mayor¨ªa de los antiguos tiranos fueron demagogos". M¨¢s tarde se desarroll¨® la habilidad ret¨®rica y lleg¨® la hora de los demagogos puros: "Ahora quienes dirigen al pueblo son los que saben hablar". Hace veinticinco siglos esa distorsi¨®n de la verdad p¨²blica (tan lejana a la democracia como la sof¨ªstica de la filosof¨ªa) se desplegaba en el ?gora real; en el siglo XX lo hace en el ?gora virtual de las ondas sonoras y visuales: de Mussolini (y de Goebbels) Per¨®n aprendi¨® la importancia pol¨ªtica de la radio, que Evita y ¨¦l utilizar¨ªan para hipnotizar a las masas. Ch¨¢vez, por su parte, ha superado a su mentor Castro en utilizar hasta el paroxismo la oratoria televisiva.
3) El populismo fabrica la verdad. Los populistas llevan hasta sus ¨²ltimas consecuencias el proverbio latino "Vox populi, Vox dei". Pero como Dios no se manifiesta todos los d¨ªas y el pueblo no tiene una sola voz, el gobierno "popular" interpreta la voz del pueblo, eleva esa versi¨®n al rango de verdad oficial, y sue?a con decretar la verdad ¨²nica. Como es natural, los populistas abominan de la libertad de expresi¨®n. Confunden la cr¨ªtica con la enemistad militante, por eso buscan desprestigiarla, controlarla, acallarla. En la Argentina peronista, los diarios oficiales y nacionalistas -incluido un ¨®rgano nazi- contaban con generosas franquicias, pero la prensa libre estuvo a un paso de desaparecer. La situaci¨®n venezolana, con la "ley mordaza" pendiendo como una espada sobre la libertad de expresi¨®n, apunta en el mismo sentido: terminar¨¢ aplast¨¢ndola.
4) El populista utiliza de modo discrecional los fondos p¨²blicos. No tiene paciencia con las sutilezas de la econom¨ªa y las finanzas. El erario es su patrimonio privado que puede utilizar para enriquecerse y/o para embarcarse en proyectos que considere importantes o gloriosos, sin tomar en cuenta los costos. El populista tiene un concepto m¨¢gico de la econom¨ªa: para ¨¦l, todo gasto es inversi¨®n. La ignorancia o incomprensi¨®n de los gobiernos populistas en materia econ¨®mica se ha traducido en desastres descomunales de los que los pa¨ªses tardan decenios en recobrarse.
5) El populista reparte directamente la riqueza. Lo cual no es criticable en s¨ª mismo (sobre todo en pa¨ªses pobres hay argumentos sumamente serios para repartir en efectivo una parte del ingreso, al margen de las costosas burocracias estatales y previniendo efectos inflacionarios), pero el populista no reparte gratis: focaliza su ayuda, la cobra en obediencia.
"?Ustedes tienen el deber de pedir!", exclamaba Evita a sus beneficiarios.
Se cre¨® as¨ª una idea ficticia de la realidad econ¨®mica y se entroniz¨® una mentalidad becaria. Y al final, ?qui¨¦n pagaba la cuenta? No la propia Evita (que cobr¨® sus servicios con creces y resguard¨® en Suiza sus cuentas multimillonarias), sino las reservas acumuladas en d¨¦cadas, los propios obreros con sus donaciones "voluntarias" y, sobre todo, la posteridad endeudada, devorada por la inflaci¨®n. En cuanto a Venezuela (cuyo caudillo parte y reparte los beneficios del petr¨®leo), hasta las estad¨ªsticas oficiales admiten que la pobreza se ha incrementado, pero la improductividad del asistencialismo (tal como Ch¨¢vez lo practica) s¨®lo se sentir¨¢ en el futuro, cuando los precios se desplomen o el r¨¦gimen lleve hasta sus ¨²ltimas consecuencias su designio dictatorial.
6) El populista alienta el odio de clases. "Las revoluciones en las democracias", explica Arist¨®teles, citando "multitud de casos", "son causadas sobre todo por la intemperancia de los demagogos". El contenido de esa "intemperancia" fue el odio contra los ricos: "Unas veces por su pol¨ªtica de delaciones... y otras atac¨¢ndolos como clase (los demagogos) concitan contra ellos al pueblo". Los populistas latinoamericanos corresponden a la definici¨®n cl¨¢sica, con un matiz: hostigan a "los ricos" (a quienes acusan a menudo de ser "antinacionales"), pero atraen a los "empresarios patri¨®ticos" que apoyan al r¨¦gimen. El populista no busca por fuerza abolir el mercado: supedita a sus agentes y los manipula a su favor.
7) El populista moviliza permanentemente a los grupos sociales. El populismo apela, organiza, enardece a las masas. La plaza p¨²blica es un teatro donde aparece "Su Majestad El Pueblo" para demostrar su fuerza y escuchar las invectivas contra "los malos" de dentro y fuera. "El pueblo", claro, no es la suma de voluntades individuales expresadas en un voto y representadas por un Parlamento; ni siquiera la encarnaci¨®n de la "voluntad general" de Rousseau, sino una masa selectiva y vociferante que caracteriz¨® otro cl¨¢sico (Marx, no Carlos, sino Groucho): "El poder para los que gritan el poder para el pueblo".
8) El populismo fustiga por sistema al "enemigo exterior". Inmune a la cr¨ªtica y al¨¦rgico a la autocr¨ªtica, necesitado de se?alar chivos expiatorios para los fracasos, el r¨¦gimen populista (m¨¢s nacionalista que patriota) requiere desviar la atenci¨®n interna hacia el adversario de fuera. La Argentina peronista reaviv¨® las viejas (y explicables) pasiones antiestadounidenses que herv¨ªan en Iberoam¨¦rica desde la guerra del 98, pero Castro convirti¨® esa pasi¨®n en la esencia de su r¨¦gimen, un triste r¨¦gimen definido por lo que odia, no por lo que ama, aspira o logra. Por su parte, Ch¨¢vez ha llevado la ret¨®rica antiestadounidense a expresiones de bajeza que aun Castro considerar¨ªa (tal vez) de mal gusto. Al mismo tiempo hace representar en las calles de Caracas simulacros de defensa contra una invasi¨®n que s¨®lo existe en su imaginaci¨®n, pero que un sector importante de la poblaci¨®n venezolana (adversa, en general, al modelo cubano) termina por creer.
9) El populismo desprecia el orden legal. Hay en la cultura pol¨ªtica iberoamericana un apego at¨¢vico a la "ley natural" y una desconfianza a las leyes hechas por el hombre. Por eso, una vez en el poder (como Ch¨¢vez) el caudillo tiende a apoderarse del Congreso e inducir la "justicia directa" ("popular, bolivariana"), remedo de Fuenteovejuna que, para los efectos pr¨¢cticos, es la justicia que el propio l¨ªder decreta. Hoy por hoy, el Congreso y la Judicatura son un ap¨¦ndice de Ch¨¢vez, igual que en Argentina lo eran de Per¨®n y Evita, quienes suprimieron la inmunidad parlamentaria y depuraron, a su conveniencia, al Poder Judicial.
10) El populismo mina, domina y, en ¨²ltimo t¨¦rmino, domestica o cancela las instituciones de la democracia liberal. El populismo abomina de los l¨ªmites a su poder, los considera aristocr¨¢ticos, olig¨¢rquicos, contrarios a la "voluntad popular". En el l¨ªmite de su carrera, Evita busc¨® la candidatura a la vicepresidencia de la Rep¨²blica. Per¨®n se neg¨® a apoyarla. De haber sobrevivido, ?es impensable imaginarla tramando el derrocamiento de su marido? No por casualidad, en sus aciagos tiempos de actriz radiof¨®nica, hab¨ªa representado a Catalina la Grande. En cuanto a Ch¨¢vez, ha declarado que su horizonte m¨ªnimo es el a?o 2020.
?Por qu¨¦ renace una y otra vez en Iberoam¨¦rica la mala yerba del populismo? Las razones son diversas y complejas, pero apunto dos. En primer lugar, porque sus ra¨ªces se hunden en una noci¨®n muy antigua de "soberan¨ªa popular" que los neoescol¨¢sticos del siglo XVI y XVII propagaron en los dominios espa?oles y que tuvo una influencia decisiva en las guerras de Independencia desde Buenos Aires hasta M¨¦xico. El populismo tiene, por a?adidura, una naturaleza perversamente "moderada" o "provisional": no termina por ser plenamente dictatorial ni totalitario; por eso alimenta sin cesar la enga?osa ilusi¨®n de un futuro mejor, enmascara los desastres que provoca, posterga el examen objetivo de sus actos, doblega la cr¨ªtica, adultera la verdad, adormece, corrompe y degrada el esp¨ªritu p¨²blico.
Para calibrar los peligros que se ciernen sobre la regi¨®n, los l¨ªderes iberoamericanos y sus contrapartes espa?olas, reunidos todos en Salamanca, har¨ªan muy bien en releer a Arist¨®teles, nuestro contempor¨¢neo. Desde los griegos hasta el siglo XXI, pasando por el aterrador siglo XX, la lecci¨®n es clara: el inevitable efecto de la demagogia es "subvertir a la democracia".
Enrique Krauze es escritor mexicano, director de la revista Letras Libres y autor, entre otros libros, de Traves¨ªa liberal.
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