Los p¨¢jaros
En sus pel¨ªculas, Hitchcock no fue m¨¢s all¨¢ de un h¨¢bil montaje que consegu¨ªa meter el miedo y el suspense en el cuerpo del espectador. Pero, en el fondo, Hitchcock era como un padre: si llegabas al estremecimiento, te sacaba enseguida del cuarto oscuro del cinemat¨®grafo, te pon¨ªa delante un cucurucho de pipas y te enviaba, a tu casa, a hacer los deberes. De modo que pronto te olvidabas de aquellas secuencias de pesadilla: la vacuna era la calle, el alumbrado p¨²blico, los trajines urbanos. Mientras triturabas un pu?ado de semillas de girasol, esperando en el sem¨¢foro, te volv¨ªan, poco a poco, el color y la seguridad. Adem¨¢s Hitchcock limitaba sus desconcertantes amenazas: los p¨¢jaros de su talento solo atacaban en el reducido espacio de una islita de pescadores, fuera de la cual, el mundo continuaba tan campante como de costumbre, con sus guerras, sus matanzas, sus miserias y sus injusticias. Que se sepa nadie lleg¨® a descubrir y posiblemente nadie se lo propuso, el porqu¨¦ del agresivo comportamiento de aquellos p¨¢jaros. El temor que provocaba con su abundancia de planos no ten¨ªa nada de pand¨¦mico, sino que se resolv¨ªa en un insignificante lugar: era su puesta en escena. El misterio de la fabulaci¨®n, por espantoso que se nos antoje, siempre nos preserva de la realidad. La realidad no env¨ªa mensajes inefables, ni se anda con im¨¢genes on¨ªricas ni criaturas est¨¦ticas; no necesita gaviotas de vuelo esbelto ni tampoco el siniestro cuervo de Poe. A la realidad le basta con unas humildes aves de corral, para poner al planeta en vilo. As¨ª somos de vulnerables. En una granja de la islita griega de Inusa, un pavo ha dejado tiesa a la UE. Entre palmarla en el puchero de la pascua o a consecuencia de una determinada y peligrosa prote¨ªna v¨ªrica, el pavo ha decidido sacrificarse, por el segundo procedimiento. Da la impresi¨®n de que las aves dom¨¦sticas se han rebelado, por fin, y ya ventilan su tradicional papel de v¨ªctimas. Ahora se disponen a pasaportar de la actualidad a Al Qaeda, y a emprender una m¨¢s secreta y amplia ofensiva de terror, porque, al parecer, no se dispone de vacunas contra la gripe del pollo. Claro que fue, a estas alturas del gui¨®n, cuando Aznar dijo: cr¨¦anme, hay gallinas de destrucci¨®n masiva.
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