Haro
Hab¨ªa sobrevivido a las calamidades del siglo a base de impartir a diario su particular pedagog¨ªa c¨ªvica desde una columna casi invisible en EL PA?S. Era tal su influencia y tan grande su significado que muchos lectores acostumbraban a abrir el diario por la p¨¢gina del Visto / O¨ªdo, convertida en trinchera personal del autor m¨¢s descre¨ªdo y l¨²cido de cuantos ha tenido este peri¨®dico. Lleg¨® a nuestra redacci¨®n de la mano de Jes¨²s de Polanco, al socaire de una crisis terminal de la revista Triunfo, que fue martillo de tiranos y crisol de la nueva cultura democr¨¢tica espa?ola. Cr¨ªtico teatral, editorialista sobre pol¨ªtica extranjera, comentarista de televisi¨®n, Eduardo supo incorporarse como ning¨²n otro profesional de su generaci¨®n al cambio que transform¨® Espa?a tras la muerte del dictador. Era un dem¨®crata y un hombre de izquierdas, y ejerc¨ªa de ambas cosas sin matices; su prosa inmisericorde, p¨¦trea, exasperaba hasta el infinito a la derechona, t¨¦rmino, por cierto, acu?ado por un antiguo amigo suyo que no supo, sin embargo, resistirse a los ocultos encantos de aquellos a los que denostaba. Mientras tantos de su entorno abandonaban la ascesis literaria por los oropeles del poder o del dinero, Haro Tecglen mantuvo hasta el final su est¨¦tica, siempre displicente con los corruptos y con los idiotas, porque sab¨ªa que ¨¦se era un escal¨®n irrenunciable en la defensa de la ¨¦tica. Aplic¨® ese m¨¦todo letal tanto en sus comentarios pol¨ªticos como en sus diatribas y lamentos por el estado de la escena. Cientos, quiz¨¢ miles, de estrenos de p¨¦sima factura no lograron apearle de su amor al teatro, en el que apoy¨® de manera persistente las vanguardias y persigui¨® a los mitos de la bienpensancia. Todo eso le cost¨® m¨¢s de un disgusto, que conllev¨® con perseverante paciencia. Su acidez en la cr¨ªtica s¨®lo resultaba comparable a su lealtad para con los amigos, lo que no les evitaba, antes al contrario, ser v¨ªctimas de su censura cuando, a su juicio, la merec¨ªan. Tenerle al lado, escuchar su opini¨®n, siempre distanciada e ir¨®nica, a veces arbitraria pero nunca in¨²til, compartir sus sarcasmos y sus iron¨ªas, han sido lujos irrepetibles. Con Eduardo disfrut¨¦ y sufr¨ª de un buen pu?ado de noches de estreno, de conferencias ocasionales y discusiones en el consejo editorial. Luego, pasaron a?os queri¨¦ndonos a distancia, porque nos sab¨ªamos inevitablemente cercanos. Los lectores de EL PA?S y los oyentes de la SER echar¨¢n a faltar sus lecciones agridulces, de hombre cabal hasta el exceso: ese punto en que el sentido com¨²n, a fuer de tan escaso, acaba por convertirse en verdadera excentricidad. Y en un territorio lleno de asechanzas por el que Haro supo deambular con singular e irrepetible maestr¨ªa.
Babelia
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