La ¨¦tica de los afectos
Si don Quijote en vez de salir de La Mancha hubiese tenido la peregrina idea de volver a ella, habr¨ªa protagonizado no las aventuras de la improbable justicia en este mundo, sino la biograf¨ªa de su desvivir melanc¨®lico. Alfredo Bryce Echenique, en esta segunda salida de sus memorias, narra su regreso a casa como una empresa quijotesca de signo melanc¨®lico: aunque decide abandonar Europa y volver a Per¨², el desenga?o lo obliga a otra partida. Cervantes no s¨®lo se neg¨® a recordar el origen de don Quijote, sino que cuando tuvo que hacerle regresar a su pueblo, lo liber¨® con una pronta salida; al final, vencido y condenado a volver, a don Quijote no le queda sino recuperar la raz¨®n y, con ella, la muerte. En esa lecci¨®n ilustre, Bryce Echenique entiende que debe recuperar el relato de sus idas y vueltas, la medida de su peregrinaje peruano, ese drama de su identidad narrativa. La Mancha, se dir¨ªa, pertenece a lo literal, all¨ª donde lo real es un menoscabo y donde los hombres son demasiado legibles. De esa tinta derramada, que borra los nombres, don Quijote se encamina hacia Barcelona, donde finalmente visita la imprenta y reconoce su origen imaginario, la escritura.
PERMISO PARA SENTIR. ANTIMEMORIAS II
Alfredo Bryce Echenique
Anagrama. Barcelona, 2005
550 p¨¢ginas. 21 euros
La aventura de Bryce Echenique es memorialista: el suyo es un "relato filos¨®fico", seg¨²n se conoce al g¨¦nero que ensaya las posibilidades de autoconocimiento del yo. Pero esta exploraci¨®n adquiere la forma de un proyecto novelesco capaz de dar sentido a la apuesta y los quebrantos de esa ag¨®nica vuelta a Per¨², reiterada demanda biogr¨¢fica impuesta al relato desde la primera p¨¢gina que escribi¨® el autor en su primer libro, apenas instalado en Europa. A la sombra del Quijote, este relato pleno de humor hace camino de tristeza.
Permiso para sentir, segundo tomo de las Antimemorias de Bryce Echenique (Lima, 1939), declara desde el comienzo su estirpe cervantina. En primer lugar, porque pertenece a la indeterminaci¨®n de la novela moderna, a la interpretaci¨®n permanente de lo vivido, en el lenguaje abierto por esa s¨ªlaba desencadenante ("yo"), cuyo registro es un escenario de celebraciones, purgaciones y exorcismo. Pero, en segundo lugar, porque la empresa quijotesca de Bryce Echenique es restaurar en el mundo una justicia emotiva: la ¨¦tica de los afectos. Esto es, la pasi¨®n gregaria del di¨¢logo que reconoce su tribu peregrina entre viajes de ida y vuelta, en el tr¨¢nsito circular de la memoria, y gracias a los vasos comunicantes del ¨¢gape.
Este Eros de la comunica-
ci¨®n preside, con su empat¨ªa y simpat¨ªa, las "antimemorias" de Bryce Echenique. Su elocuencia feliz, su probada capacidad de encantamiento narrativo, sostiene una estrategia de la emoci¨®n como matriz est¨¦tica, moral del camino y juicio de valor. Sin embargo, nada es menos sentimental que la emoci¨®n, porque no se debe a la mera expresividad de los sentimientos sino justamente a la puesta en crisis del lenguaje. Porque si fuese del todo decible, ser¨ªa dudosa: vence al balbuceo pero lleva la materia ardiente de su demanda. La memoria recontada es, por eso, una econom¨ªa del olvido: su relato se libera del peso de lo cotidiano, que es melodram¨¢tico, y se impone aliviada de explicaciones, puro presente, ¨²nica y fugaz. De all¨ª su est¨¦tica de lo excepcional, que cultiva las revelaciones de la ternura, la complicidad amistosa, el entendimiento amoroso; las se?as de una identidad emotiva, capaz de propiciar el favor de lo casual y la simetr¨ªa de las confluencias. Todo lo cual es de por s¨ª novelesco.
Si lo literal s¨®lo puede ser realista y, por eso, trabajar del lado de la muerte, lo emotivo intenta ser tolerante, urbano y civil; trabajar, as¨ª, del lado de los sentidos. Lo emotivo pide, por eso, "permiso para vivir", primero, y "permiso para sentir", despu¨¦s. En verdad, licencia para recordar, y gracia para escribir. Porque "sentir", en estas Antimemorias II, equivaldr¨¢ a "escribir". La emoci¨®n escrita, ese culto de las memorias del egotista, consagrado por Stendhal, es un modelo de vehemencia evocativa que Bryce Echenique cultiva con deleite. En este modelo, el Eros de la reminiscencia anima al discurso con su apetito por contar y alabar; aunque el humor del autor nos libera del arrebato meramente rom¨¢ntico, gracias a que la iron¨ªa y el estoicismo transforman cualquier p¨¦rdida en una comedia de las emociones desencontradas. Nadie como Bryce ha vuelto c¨®mico, antiheroico, al hedonismo.
As¨ª, el relato amoroso, recurrente como las volutas de un concierto barroco, fluye interpolado, casi como un contrapunto con Stendhal. Est¨¢ libre, eso s¨ª, del yo dominante del "egotista", siempre atrapado "entre dos mujeres" a las que Stendhal reconoc¨ªa haber reemplazado por sus libros. Y aunque en la lecci¨®n del maestro Bryce Echenique hace de la historia amorosa una "convulsi¨®n", su Narrador "antimemorialista" convierte a la amada en cuento de simultaneidad epis¨®dica: todo comienza y todo termina al mismo tiempo. Este Narrador est¨¢ lejos del cat¨¢logo de conquistas, ya que m¨¢s bien relata sus naufragios amorosos, una y otra vez abandonado. ?sa es la primera acepci¨®n de la anti-memoria: la del recuerdo, que ocurre en su contradicci¨®n, no literalmente sino figurativamente, no a nombre de la verdad del juicio sino a imagen del juicio de la verdad. Los grandes amores son los desdichados, aquellos que no llegaron a la normatividad cotidiana de la familia, esa "f¨¢brica de la locura" que dijo Laing.
Ante una realidad depredada por la violencia (las clases sociales aparecer¨¢n tambi¨¦n en este libro como el infierno ideol¨®gico peruano), que s¨®lo puede imponer en el sujeto la melancol¨ªa (la destrucci¨®n del deseo por la fuerza banal de lo real); se reafirma aqu¨ª la fuerza (quijotesca) del sue?o y la nostalgia (virtuosismo bryceano) del nuevo mundo emotivo. Ese espacio sin norma ni sanci¨®n carece de fronteras, y discurre entre Per¨² y Europa como un trayecto permanente del discurso prometido, perdido y perseguido. Se trata de un proyecto, evidentemente, proustiano. Varias veces alude el autor al modelo de Proust, incluso para negarlo, porque recobrar el tiempo le resulta anti-temporal, ya que las memorias no son de acumulaci¨®n documental sino el golpe de la contracorriente, porque carecen de af¨¢n recuperador y consagran la p¨¦rdida como el ¨ªntimo placer del dolor afectivo. Para haber naufragado tantas veces, estas memorias contra la corriente navegan sus p¨¢ginas con buen viento y felicidad.
Por lo dem¨¢s, Permiso para sentir son "antimemorias" no por alusi¨®n a Malraux, sino a pesar suyo. No hay aqu¨ª nada que remita al hero¨ªsmo ceremonial del hombre de letras testigo de su ¨¦poca, sino todo lo contrario: la estrategia, por lo dem¨¢s evidente de Bryce, no es consagrarse como un monumento nacional sino denunciar su propia estatua de pluma y tintero, su lugar en la plaza p¨²blica de los discursos de orden.
Se puede, por lo mismo, con
cluir que las "memorias" son la confirmaci¨®n de la c¨¢rcel de lo literal; en este caso, todav¨ªa m¨¢s degradado por la corrupci¨®n pol¨ªtica del Gobierno de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos, esa pareja siniestra del autoritarismo perverso y la violencia vulgar, que extiende su Mancha de tinta derramada, indeleble y sombr¨ªa, a lo largo de las clases. Esa sombra del mal, a su vez, genera en las clases medias y altas un racismo feroz, que confirma la mala calidad de la vida cotidiana peruana, viciada por la negaci¨®n del Otro, por la recusaci¨®n de la diferencia. Entre el clasismo y el racismo (pestes ideol¨®gicas y pasiones bastardas de los peores tiempos peruanos), el sujeto nacional termina por corromperse inobjetablemente. Por eso, en la segunda parte de este libro, el Narrador deambula en un infierno sin c¨ªrculos, laberinto repetido entre falsedad y mezquindad; y levanta, no sin espanto, su furia desolada y su agon¨ªa melanc¨®lica, acosado por gentes que trivializan la lectura. Lo literal, despu¨¦s de todo, es inc¨®lume como el cinismo e irreversible como las pesadillas. Las memorias, por eso, son la c¨¢rcel del emotivo. Las antimemorias, en cambio, son su libertad.
Leemos: "As¨ª, inmenso y lleno de aire y de libertad o del aire de la libertad de inventar y crear por encima de toda amarra, as¨ª es el recuerdo de Pasalacqua..." (116). ?C¨®mo puede ser un recuerdo liberado de su propia representaci¨®n literal? Gracias a que, como en este caso, se trata de un gran arquero, evocado por el Narrador como "un hombre volando". Ese instante del arquero en el aire, esa vehemencia del recuerdo, libera a la memoria para convertirla en emoci¨®n pura, salvada por el habla.
Estas epifan¨ªas de la memoria nos devuelven a Flaubert, que en la primera p¨¢gina de este libro ha sido convertido por el autor en un escritor emotivo. Liber¨¢ndolo de la imagen com¨²n del fan¨¢tico picapedrero que logra una frase por d¨ªa, Bryce Echenique lo sit¨²a entre los escritores epif¨¢nicos, aquellos que se miden por su capacidad de perder a cambio de alg¨²n milagro. Cort¨¢zar, nos dice Bryce Echenique, perfeccion¨® esa capacidad de vuelo; Julio Ram¨®n Ribeyro, no menos memorable, daba lecciones de abismo.
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