Mujeres y bachilleres
1El negocio de peluquer¨ªas de una amiga venezolana crece con fuerza. Tiene siete en Caracas, dos en Maracaibo, dos en Valencia y una en M¨¦rida. En su mensaje electr¨®nico mi buena amiga me manda recuerdos para nuestro amigo com¨²n, el meridense Di¨®medes Cordero, que ha viajado estos d¨ªas con su mujer a Barcelona. Y luego me cuenta que el negocio marcha muy bien, pero tambi¨¦n que ahora ella es pasto de la envidia de todos sus parientes. Como se siente confundida y apenada, su e-mail me inquieta al tiempo que sit¨²a a la envidia en primer plano de mis pensamientos. Me viene el recuerdo de Cioran cuando dec¨ªa que, despu¨¦s de todo, la envidia es el sentimiento m¨¢s natural, el m¨¢s universal tambi¨¦n, ya que los propios santos se envidiaron entre s¨ª. De hecho, dos personas que hacen la misma cosa son enemigos virtuales. Hay muchos casos de escritores que pueden admirar sinceramente a un futbolista, pero no a un colega.
Ahora bien, como se sabe, la envidia tambi¨¦n puede ser sana. La tenemos, por ejemplo, en Jaime Gil de Biedma cuando, hablando del poeta J. V. Foix, dijo: "Me estimula porque le envidio". Pero lo normal hoy es que se cultiven envidias muy marranas como las de las secciones de almas ruines de algunos populares blogs de Internet que me llevan a pensar en Helvecio: "Alguno sobresale entre nosotros; pues que vaya a sobresalir a otra parte". En efecto, esa es en todas partes la soluci¨®n un¨¢nime de la mediocridad, es decir, la soluci¨®n de los merluzos.
Un libro muy instructivo alrededor de todas estas cuestiones es Reuni¨®n de bachilleres, que acaba de publicar entre nosotros la editorial Min¨²scula, un libro que data de 1928. Lo escribi¨® Franz Werfel, el marido de Alma Mahler. En ¨¦l se narra c¨®mo un grupo de j¨®venes puede empujar al m¨¢s brillante de sus miembros a un feroz proceso de autodestrucci¨®n. La misma historia de todos los inviernos. Ninguno pasa realmente por lo que es, sino por lo que otros hacen de ¨¦l. Este es el asidero que tienen las median¨ªas para dominar a los esp¨ªritus excelentes; no los dejan elevarse. En cuanto se nota en cualquier ramo del saber un talento eminente, se esfuerzan a una todas las median¨ªas del mismo ramo en taparlo.
2
Recuerdo que el pasado martes los invitados empezaron a marcharse y los que nos quedamos nos pusimos a hablar en voz cada vez m¨¢s baja a medida que la luz se iba. Nadie encend¨ªa las l¨¢mparas. Jaime Baily fue de los ¨²ltimos en marcharse, tropezando con los muebles. Nos mir¨® desde la ¨²ltima sombra de la casa y nos dijo que el Planeta lo hab¨ªa ganado una cosa como de Nieves Herrero en plan redacci¨®n sentimental de chica de bachillerato antiguo, es decir de las de antes, porque las de ahora no redactan. Despu¨¦s, me despert¨¦, y a¨²n sigo as¨ª, despierto.
3
"?Qu¨¦ es la felicidad perfecta?". Es una pregunta m¨¢s bien para bachilleres y ya no s¨¦ en los ¨²ltimos d¨ªas cu¨¢ntas veces he contestado a ella. Suelen pregunt¨¢rmelo mucho ¨²ltimamente y yo siempre respondo lo mismo, digo que recuerdo unos versos de Robert Lowell en los que hablaba de pol¨ªtica y de pronto cambiaba de ritmo y dec¨ªa: "Ah, soltar las amarras. / Toda la grandeza de la vida / es algo con una muchacha en verano". Eso es. A veces hay grandeza y una felicidad perfecta en el simple hecho de sentarse con una mujer en una terraza de verano. Y es que hasta ahora la felicidad siempre ha sido algo muy simple. A¨²n no se ha inventado la felicidad inteligente.
4
Como suelo inventar citas, voy a inventarme una del presidente Maragall: "Mi gobierno es un teatro y el reparto de la obra es malo".
5
Sadam Husein le espeta al tribunal que le juzga: "?Qui¨¦nes son ustedes?". La pregunta, desde el punto de vista metaf¨ªsico, me parece coherente. No lo es en cambio que, cuando se trata de ¨¦l mismo, sabe perfectamente qui¨¦n es, aunque para embrollarlo todav¨ªa m¨¢s se niega a pronunciar su nombre, que es precisamente en lo ¨²nico que ¨¦l todav¨ªa cree. Y la verdad sea dicha, ya s¨®lo por eso habr¨ªa que juzgarlo.
6
Conversaci¨®n sobre mujeres captada el jueves pasado en el autob¨²s de la l¨ªnea 24 en su tramo entre la avenida del Pr¨ªncipe de Asturias y la Rambla de Catalunya esquina avenida Diagonal. Dos ejecutivos de medio pelo, con aire de merluzos. Uno de ellos sostiene con firmeza que las mujeres son extraordinarias, tienen un "quinto instinto" (?) y saben adaptarse y comprender al mundo mucho mejor que los hombres, que son unas tristes balas perdidas. El otro no est¨¢ plenamente de acuerdo con esto y dice antes de bajarse en Rambla de Catalunya: "En realidad, las mujeres no tienen t¨¦rmino medio. O bien son mejores que los hombres, o bien son peores que ellos".
Decido bajar con ese charlat¨¢n de autob¨²s y sigo discretamente sus pasos procurando que no advierta que le persigo para incluirlo en este dietario. Entra en La Bodeguita de Rambla de Catalunya esquina calle de Provenza. All¨ª le esperan dos tipos sonrientes tomando el aperitivo. Me siento en la mesa de al lado y finjo estar leyendo el peri¨®dico. Los tres hombres no tardan en hablar de mujeres y lo hacen como si fueran dulces candidatos a comprar el Planeta de este a?o. Les escucho decir notables burradas, hasta que en un momento determinado uno de ellos sentencia: "Las mujeres no tienen nada que decir, pero lo cuentan todo". Los otros dos se quedan mudos, turbados, helados, como si acabaran de leer una novela de Juan Mars¨¦.
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